a) La preocupación por el futuro
Muchas personas se agobian pensando en lo que podrá suceder el día de mañana. Y así, en vez de vivir de verdad el día de hoy, sufren por anticipado los problemas que, según su imaginación, les puede deparar el futuro. Y piensan además que ese comportamiento viene exigido por su sentido de responsabilidad, que preocuparse es su deber, y que si dejasen de preocuparse deberían ser tachadas de inmaduras. Los psiquiatras saben muy bien en qué consiste este síndrome de hiper-responsabilidad y cuáles son sus consecuencias: se pierde inútilmente el tiempo y el buen humor, se destrozan los nervios y se genera intranquilidad en las personas que conviven con nosotros.
Sin duda, es necesario planificar el futuro.
Muchas personas se agobian pensando en lo que podrá suceder el día de mañana. Y así, en vez de vivir de verdad el día de hoy, sufren por anticipado los problemas que, según su imaginación, les puede deparar el futuro. Y piensan además que ese comportamiento viene exigido por su sentido de responsabilidad, que preocuparse es su deber, y que si dejasen de preocuparse deberían ser tachadas de inmaduras. Los psiquiatras saben muy bien en qué consiste este síndrome de hiper-responsabilidad y cuáles son sus consecuencias: se pierde inútilmente el tiempo y el buen humor, se destrozan los nervios y se genera intranquilidad en las personas que conviven con nosotros.
Sin duda, es necesario planificar el futuro.
Hay que hacer planes a corto, medio y largo plazo... Pero, una vez que hemos hecho nuestros proyectos y previsto razonablemente los plazos, lo más razonable es pensar sólo en el día de hoy, que es el único plazo “razonable”, el único plazo a la medida de nuestras fuerzas. Mañana ya llegará cuando llegue, si llega, y traerá su propio trabajo, y será mañana, no hoy, cuando tendremos las fuerzas para resolver los problemas de mañana.
El futuro no está en nuestras manos, sino en las de Dios. Del futuro se encarga Él y quiere que lo abandonemos en sus manos. Pero totalmente, absolutamente, ¡de verdad!, y que no pretendamos tomarlo de nuevo. Dios sólo nos pide que realicemos por amor a Él nuestros deberes de hoy. Es preciso vivir el hoy, sólo el hoy; el mañana desborda nuestra cabeza.
b) No hay mal que por bien no venga
Muchos que viven como si Dios no existiera, se acuerdan de Él cuando surge alguna contrariedad. Pero no para pedirle ayuda, sino para echarle las culpas. O para justificar su falta de relación con Él: “¿Cómo va a existir Dios si sucede esto?”
Charles Péguy, en El misterio de los santos inocentes, pone en boca de Dios esta queja hacia las personas que piensan así:
“¿Creéis que me voy a divertir jugándoos malas pasadas, como un rey bárbaro?
¿Creéis que dedico mi vida a tenderos trampas
y a disfrutar viéndoos caer en ellas? (...)
¿Creéis que me voy a divertir haciéndoos fintas como un espadachín?
Toda la malicia que tengo es la malicia de mi gracia,
y la finta y el engaño de mi gracia,
que con tanta frecuencia actúa con el pecador para su salvación,
para impedirle que peque.
Que seduce al pecador, para salvarlo.
Pero, ¿acaso creéis, creéis que yo, Dios, me voy a divertir
causándoos dificultades y portándome como no lo haría un hombre honrado? (...)
¿Creéis que me voy a divertir sorprendiéndoos como un asesino nocturno?”
Son palabras que manifiestan una indignación paterna. “¿Cómo es posible que penséis así? ¿Cómo es posible que penséis mal de Mí, cuando os he demostrado de mil maneras que soy un Padre infinitamente bueno, que obro siempre por amor, que no sé hacer otra cosa que amaros?”
“Pero Dios permite –insistimos- que me vengan disgustos y contrariedades”. Sí, es verdad. Y entonces nosotros, con nuestra gran capacidad intelectual, sacamos la conclusión de que no nos quiere.
No, Dios no tiene un corazón más pequeño que el nuestro. Fue Él quien nos dio nuestro corazón, y quien dio a todos los padres y a todas las madres del mundo su corazón. Es más razonable pensar que si permite que nos venga una contrariedad es porque nos conviene, y que de ahí sacará Dios algún bien:
“No hay mal que por bien no venga”, dice la sabiduría popular. Y en esto acierta plenamente.
Además, ¿no permitió Dios que sufriera su Hijo Jesucristo? Y así hemos sido salvados. Si pensásemos un poco, si tratásemos de ver las cosas con los ojos de la fe, caeríamos en la cuenta de que, cuando permite que suframos, nos demuestra que nos quiere, porque nos trata como a su Hijo. Si nos esforzásemos un poco en ver las cosas con los ojos de Dios, el dolor iría siempre acompañado de la alegría.
El futuro no está en nuestras manos, sino en las de Dios. Del futuro se encarga Él y quiere que lo abandonemos en sus manos. Pero totalmente, absolutamente, ¡de verdad!, y que no pretendamos tomarlo de nuevo. Dios sólo nos pide que realicemos por amor a Él nuestros deberes de hoy. Es preciso vivir el hoy, sólo el hoy; el mañana desborda nuestra cabeza.
b) No hay mal que por bien no venga
Muchos que viven como si Dios no existiera, se acuerdan de Él cuando surge alguna contrariedad. Pero no para pedirle ayuda, sino para echarle las culpas. O para justificar su falta de relación con Él: “¿Cómo va a existir Dios si sucede esto?”
Charles Péguy, en El misterio de los santos inocentes, pone en boca de Dios esta queja hacia las personas que piensan así:
“¿Creéis que me voy a divertir jugándoos malas pasadas, como un rey bárbaro?
¿Creéis que dedico mi vida a tenderos trampas
y a disfrutar viéndoos caer en ellas? (...)
¿Creéis que me voy a divertir haciéndoos fintas como un espadachín?
Toda la malicia que tengo es la malicia de mi gracia,
y la finta y el engaño de mi gracia,
que con tanta frecuencia actúa con el pecador para su salvación,
para impedirle que peque.
Que seduce al pecador, para salvarlo.
Pero, ¿acaso creéis, creéis que yo, Dios, me voy a divertir
causándoos dificultades y portándome como no lo haría un hombre honrado? (...)
¿Creéis que me voy a divertir sorprendiéndoos como un asesino nocturno?”
Son palabras que manifiestan una indignación paterna. “¿Cómo es posible que penséis así? ¿Cómo es posible que penséis mal de Mí, cuando os he demostrado de mil maneras que soy un Padre infinitamente bueno, que obro siempre por amor, que no sé hacer otra cosa que amaros?”
“Pero Dios permite –insistimos- que me vengan disgustos y contrariedades”. Sí, es verdad. Y entonces nosotros, con nuestra gran capacidad intelectual, sacamos la conclusión de que no nos quiere.
No, Dios no tiene un corazón más pequeño que el nuestro. Fue Él quien nos dio nuestro corazón, y quien dio a todos los padres y a todas las madres del mundo su corazón. Es más razonable pensar que si permite que nos venga una contrariedad es porque nos conviene, y que de ahí sacará Dios algún bien:
“No hay mal que por bien no venga”, dice la sabiduría popular. Y en esto acierta plenamente.
Además, ¿no permitió Dios que sufriera su Hijo Jesucristo? Y así hemos sido salvados. Si pensásemos un poco, si tratásemos de ver las cosas con los ojos de la fe, caeríamos en la cuenta de que, cuando permite que suframos, nos demuestra que nos quiere, porque nos trata como a su Hijo. Si nos esforzásemos un poco en ver las cosas con los ojos de Dios, el dolor iría siempre acompañado de la alegría.
Salvatore Moccia y Tomás Trigo
2 comentarios:
A veces he pensado que en el diálogo de Jesús con la samaritana,en ese"si conocieses"... está el secreto de la felicidad.Hoy nos dais la receta de la práctica,el tesoro del buen humor a nuestro alcance.Gracias y un abrazo M.A
Hola,
gracias por seguir pasando el mensaje del buen humor. El buen cristiano, el verdadero cristiano tiene que vivir siempre con la seguridad de saber que Dios nos quiere mucho...y vivir con la alegria de tener siempre a Dios a su lado.
Un saludo,
Salvatore Moccia
Publicar un comentario