martes, 28 de julio de 2015

RIETE UN POCO DE TUS AGOBIOS

Estos días algunos adolescentes de nuestra Parroquia, están en Anaz (Cantabria), disfrutando de el tercer campamento parroquial.
Los presentamos en nuestra oración para que reciban con el corazón muy abierto, todas las gracias que el Señor quiere derramar.

Muchas veces despierta en mí la compasión el dolor de los hombres, su hambre, su soledad. El ver perdidos a tantos. Tanta angustia, tanto dolor. ¿Qué hago?
No se puede ser sacerdote, ni cristiano, ni hombre siquiera, sin esa compasión. Cuando uno no tiene esa compasión en la vida, cuando el dolor del pobre no despierta un amor más hondo, sino sólo desprecio, quiere decir que no hemos sido tocados por Dios en lo más profundo.
Debe haber entonces un problema en nuestro corazón. Estaremos demasiado heridos, o demasiado endurecidos por la vida. Si no se despierta la compasión, tal vez quiere decir que todavía no somos como Jesús.
Tenemos un corazón de piedra. Puede que hablemos de Dios, grandes discursos y homilías, pero no tengamos dentro su amor, enraizado, hundido en el alma, grabado a fuego.
Jesús se conmovía con todos, especialmente con los más débiles. Y se ponía en camino, se acercaba. Curaba, tocaba, bendecía. Hoy se conmueve al ver a tantos hombres con hambre. Otras veces se conmueve con la enfermedad o con el pecado.
Siempre se conmueven sus entrañas. ¿Y las mías también se conmueven? A veces me siento frágil e impotente.

Quiero tocar el cielo con las manos y atraer a la tierra todo el amor escondido en el corazón de Dios. Me gustaría descargarlo como una lluvia inmensa que llenara tantos pozos vacíos de amor. Me gustaría.

Me compadezco. Sufro con el que sufre. Me siento tan impotente para aliviar el dolor de tantas personas que padecen. No alcanza con mi pan. Miro a Jesús. Veo sus manos bendiciendo. Quiero que multiplique mi pan. Que valga mi vida para muchos.
Pero también quiere Jesús que tenga compasión de mí mismo. Paciencia con mi debilidad. Quiere que me mire y no me condene. Que observe mi vida con paz y alegría. Que me ría de mis agobios y descanse. Que disfrute de lo que tengo sin amargarme por lo que se me escapa.
Quiere que tenga compasión de mí, pero no esa autocompasión que leía el otro día: “Teresa me cuenta que tiene una amiga que se compadece de sí misma, se da pena, se cree una pobrecita y por tanto se trata como a una pobrecita. Emprende su vida cada día dándose pena e invierte en sí misma como una pusilánime. La rentabilidad que recoge es la de una estima baja, pobre y penosa, inseguridad, intranquilidad y pesimismo” [1]< Esa compasión no nos hace falta. Es una compasión que nos enferma. Dios no quiere que nos tomemos tan en serio. Quiere que no nos demos mucha importancia. Que nos riamos de nuestros agobios.
Decía el Padre José Kentenich: “No darme importancia por mi trabajo. Tampoco debo darme importancia por mis debilidades. No debo darme importancia por mis miserias, por mis limitaciones. No debo hacer de ello mucho caudal. Debo considerarlo con naturalidad. Cualesquiera que fuesen los pecados que haya cometido en mi vida. No darme importancia[2].
Mirar mi vida con sencillez. Como las personas sencillas. Que no me tome demasiado en serio. Que no me agobie con la pobreza de mi vidaCompasión con los hombres. Compasión conmigo mismo.
Que me quiera en mi pobreza y acepte mi pequeñez como camino de vida. Con la sencillez de los niños. Que sonríen con la vida. Que se alegran con lo que tienen.
P. Carlos Padilla

miércoles, 15 de julio de 2015

UNA WEB SOBRE D. MARCELO GONZÁLEZ

El 25 de agosto se cumplirán once años del fallecimiento, a los 86 años de edad (había nacido en 1918 en la localidad vallisoletana de Villanubla), del cardenal Marcelo González Martín, obispo de Astorga, arzobispo de Barcelona y, entre 1971 y 1995, arzobispo de Toledo y primado de España, y una de las personalidades más decisivas en la historia de la Iglesia española en el siglo XX.

Los ecos de la vida y obra de Don Marcelo (como fue siempre conocido) no se han apagado, sobre todo porque dejó un legado de importancia incalculable: el seminario de Toledo, que dos décadas después de que abandonase la diócesis continúa siendo una referencia a nivel mundial como foco de atracción de vocaciones y garantía de formación teológica, con un ratio de seminaristas sobre población diocesana entre los mayores del mundo. 



El cardenal González Martín ordenó a lo largo de su vida 414 sacerdotes, los últimos trece el 26 de junio de 1995. Pronunció en aquella ocasión una profunda y emocionante homilía que desde hace unos días está a disposición general en su página webCardenalDonMarcelo.es, así como la de una de sus primeras ordenaciones toledanas, la de 1973, un sermón de apenas 15 sustanciosos minutos que da cuenta de las circunstancias difíciles de la Iglesia española entonces y de los principios permanentes de la santidad sacerdotal que recomienda a los dos ordenandos de aquella jornada.

Este archivo sonoro se incorpora así a un excepcional elenco documental de textos, fotos, audios y vídeos sobre Don Marcelo que se han ido sumando a dicho site en los últimos ocho años, merced al empuje de un grupo de sacerdotes que consideran de vital importancia conservar su memoria y dar a conocer su pensamiento sobre las principales cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo contemporáneos.

La página web incluye, por ejemplo, la instrucción pastoral de 28 de noviembre de 1978 "ante el referéndum sobre la Constitución", donde el cardenal González Martín expresa algunas reservas sobre el texto constitucional (en materia, por ejemplo, de aborto, divorcio o libertad de enseñanza) que se han revelado proféticas. Ocho obispos españoles se adhirieron a las reservas de Don Marcelo: el arzobispo de Burgos, Segundo García de Sierra, y los obispos Francisco Peralta (Vitoria), Laureano Castán Lacoma (Sigüenza), José Guerra Campos (Cuenca), Luis Franco Cascón (Tenerife), Ángel Temiño (Orense), Demetrio Mansilla (Ciudad Rodrigo) y Pablo Barrachina (Orihuela-Alicante).



Como parte de este esfuerzo recuperador de material sobre el histórico prelado de Toledo, y esfuerzo también de difusión y divulgación, el padre Santiago Calvo hizo entrega al Papa Francisco de una obra sobre Don Marcelo también incluida en la página web en forma de audio: Don Marcelo, cardenal obediente y libre. Toda una síntesis de la obra pastoral del cardenal.

Fuente: www.religionenlibertad.com

domingo, 12 de julio de 2015

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

Hoy se inicia el campamento parroquial en Tarazona.
Rezamos por los chicos que asisten, por sus monitores, por D. Natalio que les acompaña y por sus familias. Que sean días de bendición para todos.
Evangelio

En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió:
«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa».
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Marcos 6, 7-13


Un bastón y nada más

Las vacaciones son para muchos un tiempo de ponerse en camino. Se deja la casa y el lugar habitual de la vida para irse a otra parte a desconectar por algunos días del ambiente ordinario. Incluso quienes no pueden o no quieren moverse de su sitio, procuran modificar sus hábitos para poner en movimiento su mente y su espíritu.
Hacer los caminos de la tierra y del alma es la condición inevitable de la vida humana. Resulta tópico decir que somos naturalmente peregrinos. Aunque no nos demos cuenta o no lo pretendamos, nuestra existencia es siempre un movimiento hacia otros lugares y otros horizontes de vida. Algunas personas no se mueven nunca del sitio, como los monjes y las monjas que hacen voto de estabilidad. Pero tampoco para ellos hay un día igual que otro, ni dejan de moverse hacia el futuro que se les acerca.
Si nuestra condición es la de caminantes, no parece muy razonable que nos carguemos con demasiadas cosas que llevar con nosotros. La lengua clásica llama impedimenta a los equipajes y avituallamientos que se llevan para la marcha. Porque, efectivamente, esas cosas impiden que el camino pueda hacerse con ligereza e incluso pueden entorpecer por completo el avance si llegan a ser realmente excesivas.
Jesús envió a los Doce de dos en dos para una primera experiencia apostólica. Y «les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más». Es decir, los envía sin nada que pudiera entorpecer el camino de su misión.
El camino de los cristianos no es otro que el camino que todo ser humano está llamado a recorrer en su condición de peregrino. Vamos hacia la casa del Padre, hacia el Cielo. Nuestra existencia perdería su sentido si la concibiéramos como un vivir clausurado en el mundo, absolutamente cerrado por la muerte. El espíritu humano se mueve hacia el Infinito. El corazón humano late movido por un amor sin límites; por el Amor divino que ha impreso en él el anhelo del reconocimiento incondicional. Todo el mundo sería poco para tal movimiento y tal anhelo. Somos peregrinos hacia Dios.
«Un bastón y nada más». Nos basta lo necesario para mantener la marcha. Nos sobra lo que nos impide caminar. En realidad, nos basta con la Gracia y el Amor de Dios. Todo lo demás es, al final, prescindible. Todo lo demás se puede convertir incluso en un lastre que haga fracasar nuestra existencia de peregrinos y nos hunda en el abismo de una quietud sin Dios en la que se cifra el horror posible de la perdición absoluta.
Nada de este mundo nos ha de atar a él. Nada. Pero el Señor los envió «de dos en dos». El camino ha de iluminarse con la compañía del Resucitado. En el otro se encuentra al Viviente. En el rostro del prójimo encontramos ya de algún modo al Dios hacia el que caminamos. Está también la Iglesia, ese otro humano-divino, sujeto social de la presencia sacramental del Espíritu, que nos orienta y mantiene en el camino.

+ Juan Antonio Martínez Camino

sábado, 11 de julio de 2015

ROMPE LOS ESQUEMAS QUE TIENES DE DIOS

No siempre es tan fácil encontrar a Dios en lo más humano. Es como si Dios no estuviese en lo cotidiano. En lo ordinario.
 
Jesús, en Nazaret, aprendió a vivir y a rezar, a amar y a jugar, a escuchar y a entender poco a poco lo que Dios le iba pidiendo. Allí se había dejado enterrado el corazón en años de juventud, en su infancia. Había amado, había sido amado.
 
Sus vecinos fueron durante mucho tiempo sus únicos vínculos, sus amigos, sus seres queridos. Me imagino que a Jesús le gustaría volver a ese lugar. Tantos recuerdos, tanto amor. De alguna forma pertenecía a esa tierra. En la cruz le llaman el Nazareno. Todos le conocen como el hijo de María y de José.
 
Jesús vuelve y los suyos no lo reconocen, no lo acogen con alegría. Se sorprenden. ¿No es este el hijo del carpintero? ¿Qué hace ahora? Se escandalizan de Él.
 
Sin fe es difícil ver a Dios en lo más humano, en lo cotidiano. Nos es difícil tantas veces creer en la santidad de los que tenemos más cerca. Pero Dios actúa normalmente en lo ordinario.
 
En su aldea, en su hogar, falta fe. Contrasta la fe de la hemorroisa y la de Jairo con la falta de fe en Nazaret. No pudo hacer milagros allí por la falta de fe. Sin fe no hay milagros. Nuestros criterios son muy humanos.
 
A veces la vida nos rompe los esquemas. Y la realidad supera la imagen que teníamos preconcebida de las personas. Hay un poema de Mario Benedetti que dice: “Y eres mejor que todas tus imágenes, porque eres linda desde el pie hasta el alma, porque eres buena desde el alma a mí”.
 
Pienso que es verdad. Las personas que amamos son mejores que sus imágenes, que mis ideas sobre ellas, que mi esquema de siempre donde las meto y las estrecho.
 
Ojalá siempre podamos sorprendernos y volver a asombrarnos de la belleza de esa persona a la que queremos. De esa persona que hace cosas distintas de las que yo pensaba, que empieza a hacer cosas nuevas, cosas que yo pensé que no sabía hacer.
 
La persona que amo es mejor que todas mis ideas sobre ella. En la realidad puede hacer mucho más que lo que yo he pensado que puede hacer.
 
De la misma manera, Dios es mucho más que todas las palabras con las que lo describimos, que todas las ideas que sobre Él tenemos. Supera todo lo que soñamos.
 
El otro día una mujer le decía a su marido que últimamente, aunque le conocía desde hacía muchos años, se había dado cuenta de matices en los que nunca se había detenido. Es bonito mirar así la vida. Creer en que el alma del otro es infinita, que no tiene paredes ni casillas, que los límites los ponemos nosotros, no Dios.
 
Es maravilloso creer que también yo soy el sueño de Dios, que supero mis expectativas y las que otros tienen de mí. Que puedo superar mis propios límites y ser más de lo que sueño. ¿Quién soy yo? ¿Quién es esta persona que hace cosas distintas, que se sale de su esquema, del esquema en que yo lo había metido? Sin duda es mejor que todas sus imágenes. Como Jesús.
 
Yo puedo elegir abrirme a esa persona, abrirme a Dios en una realidad que no conocía, o quedarme con mi esquema, alejado de la realidad. Y pasa eso en Nazaret. Los que lo conocen, no creen en todo lo que Jesús puede llegar a ser. No ven a Dios en Él. No van más allá de sus prejuicios.
 
Los vecinos de Nazaret, sus parientes, se asombran ante Jesús. Se asombran, pero no con el asombro inocente de los niños, sino con el escándalo ante aquel que saca los pies del plato y hace algo distinto. Aquel que rompe el esquema y la idea de lo que tiene que ser. De lo que han pensado que tenía que ser.
 
No le dejan ser quien es. No lo quieren como es, con su misión particular, con su originalidad. No entra en el molde de los demás, no entra en el molde de su idea sobre Él. Su idea no encaja con la realidad. Y se alejan. Se quedan con su prejuicio.
No se abre su corazón a conocerlo, a ver cómo es el corazón de este Jesús que es más de lo que pensaban. Es un primer fracaso para Jesús. No consiguió llegar a ellos. Él los quería, habían formado parte de su vida y de su paisaje de niñez. Y ahora no lo aceptan como es, no lo acogen. No se acercan, se alejan. Murmuran.
 
Le costaría. Es una pequeña herida. No quieren conocerlo. No quieren abrirse a Él. Se preguntan ¿No es este el hijo del carpintero? Sí que es el hijo del carpintero. Es un título que a Jesús le llenaría de orgullo. Pero en cuanto no controlan lo que hace, lo que es, lo rechazan.
 
Hace milagros. Habla con sabiduría. Se atreve a hablar en la sinagoga ante los que le han visto crecer. ¿De dónde saca todo eso? Esa pregunta tiene en realidad una verdad muy honda. ¿De dónde sale Jesús? ¿Cuál es su fuente? Dios es su fuente. 
 
Pero ellos no ven más allá. No están abiertos. Quieren seguir con su vida de siempre donde Jesús es un vecino más. Y todo sigue igual.Les da inseguridad lo nuevo, lo que va más allá de lo conocido, de lo lógico, de lo medible y controlable.
 
Los comprendo. Jesús vive fuera, hace cosas distintas de las esperadas, no trabaja en lo que todos pensaban que debería trabajar. No se ha casado y no ha comenzado una vida familiar. Se ha alejado de los suyos.
 
“En Nazaret, la familia lo era todo: lugar de nacimiento, escuela de vida y garantía de trabajo. Fuera de la familia, el individuo queda sin protección ni seguridad. Sólo en la familia encuentra su verdadera identidad”[4].
 
No saben ver quién es, no saben ver todo lo que hay en su corazón. Jesús se sintió impotente. No pudo hacer ningún milagro. Para el milagro hace falta la apertura del corazón. Jesús no se lo esperaba. Le sorprendió su falta de fe.
 
Se extrañó porque confiaba en ellos, porque pensaba que podía regalar esa misión que había descubierto en su alma hablando con su Padre. Ya sabe quién es. Su misión.
 
Es verdad que cuando descubrimos nuestra identidad, ese sueño de Dios para nuestra vida, necesitamos volver a los lugares que amamos, a nuestra casa familiar, a nuestros paisajes. 
 
Eso nos ayuda a comprendernos, a ver nuestra vida con profundidad, viendo cómo la mano de Dios nos condujo siempre. Nos ayuda a comprendernos en nuestra historia, en nuestras raíces. Nos ayuda a saber a dónde pertenecemos. A las personas que conocimos de niño nos atan recuerdos de nuestros padres o abuelos, vivencias profundas que nos ayudan a hacer nuestro un sitio. Creo que nos pasa a todos.
 
Jesús amaba Nazaret. Hoy vuelve. Jesús, el peregrino, tiene una tierra. Pertenece a un lugar. No es un nómada sin raíces. Es el mismo que se fue, pero con un ardor nuevo. Y no lo quieren como es. Le piden que se meta en su esquema y no les incomode.
 
¡Cuántas veces Dios rompe mi esquema pequeño! Y no le veo, ni le escucho, porque no hace lo que yo pienso que tiene que hacer, porque no se amolda a mis ideas sobre Él.
 
Ojalá yo sea capaz de abrirme a Dios y aprender, y comenzar de nuevo. Ojalá nunca encasille, nunca rompa con alguien porque ya no es lo que era, lo que yo pensaba que tenía que ser. Nada sana más que el amor incondicional de alguien a nuestro lado. Que me quiere como soy, con mi verdad, con mi misión, con mi sueño.
 
Así nos ama Dios. Tal como somos, tal como estamos y en el momento en que vivimos. Nos acepta y acoge. Me ama con mis cambios.
 
¿Cuál es mi esquema de Dios, ese esquema que hace que a veces Dios me defraude? Hoy lo rompo. Hoy acepto la vida en toda su profundidad. Hoy acojo a Jesús que necesita que abra mi corazón para poder hacer milagros. Es mejor que todas mis imágenes sobre Él.
 
Ojalá otros puedan sorprenderse al ver lo que Dios hace en nosotros. Él hace maravillas con nuestra pobreza. Ojalá podamos admirarnos así.

P. Carlos Padilla

miércoles, 8 de julio de 2015

COMO VE DIOS TUS ERRORES

Dios nos ama con una infinita ternura. Eso es lo más importante, como decía el Padre José Kentenich: “El amor es siempre la llave mágica que abre el corazón del hombre”[1].
 
Nos empuja por los caminos. Nos llama sobre las aguas para que nos acerquemos hasta Él confiando en nuestras fuerzas, en sus fuerzas. Nos espera cuando huimos en la dirección equivocada.
 
Tiene su amor la llave de nuestra alma. Jesús nos conoce tan bien, que está a la vuelta de la esquina por donde sabe que vamos a ir. Porque conoce nuestros pasos, porque nos ama desde el seno materno.
 
No se indigna con nuestras decisiones irresponsablesEspera con infinita paciencia. Y sabe que siempre de nuevo podemos volver a encontrarnos. No se baja de mi barca aunque yo quiera quedarme solo. No se aleja de mis pasos aunque yo corra por los caminos.
 
Confía con un amor infinito en la belleza que un día escondió detrás de mis ojos. Y se entusiasma como un niño al ver todo lo que consigo con los dones que Él mismo me ha dado.
 
Me abraza cuando me rebelo. Me consuela cuando me desespero. Y vuelve a creer en mí cuando yo mismo no creo.
 
Hoy miro mi vida con paz, mi corazón herido. Confío porque Él confía y creo porque Él cree. ¿Cuáles son mis fuerzas? ¿Cuáles mis debilidades? ¿Qué rumbo siguen mis pasos?
 
Miramos nuestra debilidad y no nos desanimamos. La fuerza está en mi debilidad. Estas palabras de Pablo siempre me conmueven: “Para que no tenga soberbia me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: - Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad. Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte”. 2 Corintios 12, 7-10.
 
Me glorío, me alegro en mi debilidad. Si soy débil soy fuerte. Si fracaso no me turbo. Al aceptar mis debilidad dejo que la luz de mi ideal, la luz de la fuerza que brilla en mi interior, me levante y me permita ponerme de nuevo manos a la obra.
 
Cuando me muestro ante Él necesitado, Dios entra por la grieta que deja abierta mi debilidad. Se alza por encima del muro que se derrumba en mi torpeza.
 
Me cuesta pensar que María se alegre sólo cuando le traigo mis pequeños logros. La cartilla llena de buenas notas y éxitos. Esas torpes hazañas de los niños cuando les entregan a sus padres sus garabatos.
 
Piensan que son obras de arte. Y sus padres les hacen ver que son los mejores dibujos nunca antes pintados. Les animan a seguir pintando garabatos. Son los garabatos que más alegran.
 
Dios se asombra ante mis torpes obras. Y se alegra también con mis fracasos y heridas. Con la sangre en mis rodillas. Con el pantalón roto y sucio después de la batalla de la vida.
 
Por eso se lo entrego todo a María lanzándolo a lo alto. Ella, milagros de esta vida, lo transforma en gracias que regala a manos llenas. Y no me las regala a mí, como si ello fuera parte del intercambio, parte de la justicia. No, no funciona así. Ella se las regala a quien cree que las necesita más.
 
Me gusta el intercambio. Mi debilidad a cambio de gracias para otros. Lo que era sucio y pobre, lo que estaba vacío y roto, se convierte en fuente de vida para aquel que lo recibe. Me encanta esa imagen. Dios da sin haber hecho nada para merecerlo.
 
Mi aspiración al ideal brota de un corazón roto, enfermo, frágil. Pienso que mi barca es una barca rota. No es un trasatlántico capaz de surcar grandes mares. No lograré con él dar la vuelta a ningún mundo.
 
Mi barca está rota. Entra el agua. Y Jesús está en ella.
Eso me consuela. Nos hundimos juntos, nos salvamos juntos. Achicamos juntos el agua que nos moja los pies. Izamos las velas desgarradas.
 
Colocamos bien el timón que se mueve a veces a su antojo siendo poco dócil al rumbo marcado. Recogemos los remos caídos en medio del océano. Jesús en mi barca. Yo en la suya.
 
Porque mi barca es suya. O es la suya la que es mi barca. Ya no soy capaz de distinguirlo. Sólo sé que su fuerza me lleva a su lado por el mar. Y mi debilidad es la grieta por la que penetra la fuerza de su fuego.
 
Me gustan esos ideales altos que le dan viento a mis velas. Esos ideales que parecen inalcanzables y por ellos yo suspiro. Me gustan esos sueños elevados que llegan a las cumbres más altas.
 
Sin dejar de reconocer la pobreza de mis pasos, la debilidad de mis brazos. Sujetando la vela. Sosteniendo el timón. No importa. Jesús me da su fuerza y surcamos los mares. No tengo miedo, no tiemblo. O sí, no importa tanto. Cuando tengo miedo, miro la estrella, miro sus ojos, y confío. Camino, corro, me elevo, espero, me detengo. El ideal me lleva.
 
Dice el Padre José Kentenich: “Seguramente debiéramos cortar mucha cosa enfermiza, pero también, muchas cosas pueden permanecer. ‘Cada uno debe trazar sobre sí la imagen de lo que debe ser. Si no consigue realizarla, no satisface su aspiración’, decía Angelus Silesius. Cada uno tiene un determinado reflejo e impulso hacia Dios, y a éste puedo dedicarme[2].
 
Sueño con sus brazos adaptándose a la cruz de mi vida rota, herida, caída. Sueño con su vida mezclada en la debilidad de mi alma, confundida entre mis pasiones. Sueño con su fuego y mi paja ardiendo en sus manos sin consumirse.
 
Sueño despierto y dormido con lo que no soy y deseo, con lo que no poseo, con lo que sólo anhelo. Sueño con abrir con mis ojos los paisajes más maravillosos que Jesús para mí sueña.
 
Pretendo dibujarlos en el azul del océano, con pulso firme. Quiero tocar con mis dedos las cumbres que aún no descubro. Hollar su nieve. No tengo en mi mente nada que se le parezca al sueño que vibra dentro. ¡Cómo expresarlo en palabras!
 
Espero tocar el cielo con mis manos que no vuelan. Pero sé que si soy pobre, soy rico cuando le tengo a Él en mi vida, en mi barca rota, en mi voz que grita en medio de las olas. Y sé que si soy débil, y me alegro con mis debilidades, ¡paradojas de la vida!, su fuerza será mi estrella y sus manos harán de barca.

Me sorprende esa libertad de Pablo para hablar de su herida y de su espina. Una espina en la carne que marca sus pasos. O los detiene. O hace más lento su andar. Mucho se ha escrito sobre esta espina, sobre el aguijón de su carne. La gracia le basta.
 
Pero él pide la liberación. Y la gracia le tiene que bastar. Se ha hablado mucho del significado de esa espina. Se ha pensado en una enfermedad, o en el dolor por sus hijos que sufrían o perdían la fe, o en los fracasos apostólicos que experimentó en las iglesias por él fundadas…
 
No sabemos bien a qué se refería en concreto. Lo que es seguro es que pidió a Dios que le quitara el aguijón hasta tres veces. Y tres veces escuchó que la gracia de Dios le bastaba.
P. Carlos Padilla

martes, 7 de julio de 2015

"EN LA FAMILIA HAY QUE ARRIESGARSE A AMAR" PAPA FRANCISCO EN ECUADOR

El 6 de julio, en su visita al Ecuador, el Papa Franciso ha celebrado la Santa Misa ante 1.2 millones de fieles congregados en el Parque de los Samanes en Guayaquil. Millones más seguían con emoción la misa a través de la televisión y la internet. Los fieles, que llevaban horas congregados en los campos del que habrá de convertirse en el tercer parque urbano más grande de América Latina, gritaban con ansiedad y algarabía “¡Queremos ver al Papa!, ¡Queremos ver al Papa!” mientras el sucesor de san Pedro se revestía para celebrar la liturgia.

El Santo Padre quiso que las lecturas, el salmo y el evangelio estuvieran dedicados a la familia. Tema de gran relevancia, siendo la familia una de las prioridades pastorales para la Iglesia, de cara al Encuentro Mundial de las Familias a verificarse en Filadelfia este septiembre y al Sínodo Ordinario de Obispos que tendrá lugar al mes siguiente en octubre.

En su homilía, Francisco guió a los fieles en un itinerario por las Bodas de Caná, perícopa leída en el Evangelio. De la mano, nos llevó a contemplar la preocupación de María convertida en súplica a Jesús, al ver que faltaba el vino.
El Papa explicó que las Bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos, en amores fecundos, en amores alegres.

Francisco destacó cómo María está atenta en esas bodas ya comenzadas. Es solícita a las necesidades de los novios. No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo. Su amor la hace ser hacia los otros. Tampoco busca a las amigas para comentar lo que está pasando y criticar la mala preparación de las bodas. Y como estando atenta, con su discreción, se da cuenta de que falta vino.
El Papa explicó que el vino es signo de alegría, de maor y de abundancia. Pero advirtió cómo:
  • Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en sus casas hacer rato que ya no hay de ese vino.
  • Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue. Cuándo el amor se escurrió de su vida.
  • Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de su familia, abandonados y ya sin beber del amor cotidiano de sus hijos, de sus nietos de sus bisnietos.
El Santo Padre reconoció que la carencia de ese vino puede ser efecto de la falta de trabajo, enfermedades y situaciones problemáticas de las familias.

Luego nos hizo darnos cuenta de que María no es una madre reclamadora. Tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras impericias, de nuestros errores o desatenciones. María es simplemente Madre. Ahí está, atenta y solícita. Francisco encontró lindo escuchar que “María es Madre” y animó a los fieles a repetir tres veces en voz alta, junto con él: “María es Madre, María es Madre, María es Madre.”

El Papa señaló que María, al percatarse de la falta de vino, acude con confianza a Jesús. Esto significa que María reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo. Directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora “¿Y qué podemos hacer tú y yo? No ha llegado mi hora.” Pero entretanto –observa Francisco– ya ha dejado el problema en las manos de su hijo. Apresura la hora de Jesús y ella es parte de esa hora desde el pesebre a la cruz.

Con belleza poética, el Papa nos hizo darnos cuenta de que María supo transformar una cueva de animales en la casa de Jesús con pañales y una montaña de ternura. Así, ella nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios. Nos enseña a rezar encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones también son preocupaciones de Dios. Y rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos. Nos hace trascender lo que nos duele, nos agita o nos falta.

El Papa destacó que en la familia, todos valen lo mismo, recordando que su mamá decía que a sus cinco hijos los quería como a cada dedo se su mano. Una madre quiere a sus hijos como son y en una familia los hermanos se quieren como son. Nadie es descartado. Allí en la familia se aprende a pedir permiso sin avasallar. A decir gracias como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos. A dominar la agresividad o la voracidad. Y allí se aprende también a pedir perdón cuando hacemos algún daño, cuando nos peleamos. Porque, como reconoció el Santo Padre, en toda familia hay peleas. El problema es después pedir perdón.

El Santo Padre listó varias facetas de la familia:
  • La familia es el hospital más cercano.
  • La familia es la primera escuela de los niños.
  • Es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes.
  • Es el mejor asilo para los ancianos.
  • Constituye la gran riqueza social que otras instituciones no pueden sustituir.
Francisco agregó que la familia también forma una pequeña iglesia. La llamamos iglesia doméstica, que junto con la vida encauza la ternura y la misericordia divina. En la familia, la fe se mezcla con la leche materna. Experimentando el amor de los padres, se siente más cercano el amor de Dios.

El Papa nos hizo no olvidarnos cómo en la familia, los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano. Y muchas veces no es el ideal, lo que soñamos, ni lo que debería ser.

Francisco distinguió un detalle que nos debe hacer pensar: El vino nuevo en las bodas de Caná nace de las tinajas de purificación. Es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado, nacen de lo peorcito (sic), porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Y en la familia de cada uno de nosotros nada se descarta.

Finalmente, con su acostumbrada sensibilidad pastoral, sabiendo cómo muchos se sienten afligidos, apesadumbrados y temerosos ante los diferentes embates que enfrentan las familias en estos tiempos, el Papa Francisco concluyó su homilía con un mensaje de esperanza. El Papá nos recordó que toda esta historia comenzó porque no tenían vino en las bodas de Caná. Y todo se pudo hacer porque una mujer, la Virgen, estuvo atenta. Supo poner en manos de Dios sus preocupaciones y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle que no puede pasar inadvertido y que para el Papa no es un detalle menor: Al final gustaron el mejor de los vinos y ¡esa es la buena noticia! El mejor de los vinos está por ser tomado. Lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir. Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos y los mayores están presentes en el gozo de cada día.

Está por venir para cada persona que se arriesga al amor. En la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario. El mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo. El Papá exhortó: “Murmúrenlo hasta creérselo. El mejor vino está por venir. Murmúrenselo cada uno en su corazón y susúrrenselo  a los desesperados. Tené paciencia, tené esperanaza, rezá, actuá, porque el mejor de los vinos va a venir.”

Francisco subrayó que Dios siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que solo tienen para beber desalientos. Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los vinos a los que por alguna razón ya sienten que se les han roto todas las tinajas.

El Papa nos pidió que como María nos invita, hagamos lo que el Señor nos diga. Y agradezcamos que en este nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el mejor, nos haga recupera el gozo de la familia, el gozo de vivir en familia.

Que así sea.