sábado, 30 de marzo de 2013

SABADO SANTO: SE ATISBA LA ESPERANZA


Esta noche, nos reuniremos a celebrar juntos la Resurrección del Señor, a las once en la Parroquia.
Te esperamos



Tengo miedo. Tengo miedo. Así decía el hermano León a su seráfico padre al comienzo de la ópera maravillosa de Olivier Messien sobre Francisco de Asís, la única que él compusiera. Tengo miedo. Tengo miedo,  repite una y otra vez el sencillo y angélico hermano menor. Cuando voy por el camino y este pierde las alegrías de la verdura que lo circunvala. Cuando ya no veo las alegrías de la gente. Cuando las ventanas de las casas se estrechan y van perdiendo su luz. Cuando los árboles dejan caer sus hojas coloreadas por el otoño. Cuando el camino me adentra en el desierto reseco y obscuro, tengo miedo. Veo lo invisible. Veo al Invisible. Tengo miedo, repite el pequeño León.

El Sábado Santo es el día terrible; el más terrible de toda la liturgia. Vacío. Vacío en su negrura. Cristo, nuestro Jesús, ha sido encerrado en la tumba. Muerto por nosotros. Ahí quedó. Ya no hay remedio. Su muerte fue una cruel realidad. Desapareció de nuestra vista al correr la piedra labrada que cerraba el sepulcro nuevo. Ni siquiera hemos tenido ocasión de hacerle funerales dignos. Tras su muerte, todo ha sido rápido, escondido; sin solución. Nos hemos tenido que aguantar las lágrimas, porque, ahora sí, algunos de los nuestros han recogido el cadáver y lo han llevado a aquella estancia de podredumbre. Enterrado el cuerpo de Jesús, alejado de nuestra vista por la losa de la muerte, nos hemos quedado en la soledad absoluta, mirando el vacío de nuestra propia vida y de su muerte, cuando esta nos alcance. Tengo miedo decía el hermano León. Todo ha caído en torno nuestro. Peor, aún, todo ha quedado caído dentro de nosotros, pues ¿cómo mantener la esperanza que nos había poseído?, ¿podrá ella superar a su muerte y a nuestra muerte? ¿Esperanza, dices?, ¿es que no era sino una alucinación, un engaño sin sentido? ¿Esperanza, dices?, ¿no queda ahora patente el final de una ilusión vana y torpe? No es que nos dejáramos embaucar, pues vimos cómo Jesús mantuvo su figura maravillosa hasta la muerte y hasta que desapareció de nuestra vida en el encierro de la negrura definitiva. No, nosotros le seguimos, pero, en este de pronto del día de hoy, nos topamos con la losa sepulcral, que pesa infinito sobre nosotros.

El Sábado Santo comprendo quién soy. En la soledad de mi camino, quedo abandonado, circunvalado por el puro desierto de la cruz. Deberé vivir sin esperanza, en el realismo crudo de los hechos que acontecen. Quedaré rodeado de mi propia soledad. ¿Abandonado de Dios yo también, en espera de que me llegue a mí el momento terrible de la negra muerte? ¿Cómo podré vivir sin esperanza? Se me ha roto quien atraía de mí para sí. He quedado sin el gradiente de esa tensión que me hacía seguirle para estar con él. Ahora, cerrada la gran piedra que lo envuelve en la obscuridad, no me queda sino caminar por mi propio abandono, como si todo hubiera sido un sueño que pasó, dejándome en el ser de mi pequeño yo. Estrecho. Sin aperturas de infinito. Tengo miedo. Tengo miedo. Porque esta tumba cerrada me ha traído a ese pequeño ser que soy. Se me han roto las ataduras. Quedo solo conmigo mismo. ¿No será, pues, que he caído en una desgracia mayor de la que conocía antes de comenzar a seguirle? Maldita la higuera a la que me subí para verle, y desde la que oí su llamada. ¿Para qué?, ¿para terminar chocando con la piedra enorme que cierra su sepulcro y me deja en la pequeñez negra de mi pequeño yo?
Creía haber descubierto la vida, pero, en cambio, me encuentro con la muerte mas veraz, que arrastra todo lo que soy.

Noche pascual
Y, sin embargo, explosión de luz en mitad de  la noche

Porque, de pronto, en la negrura de la noche brilla una luz, el cirio pascual, y por tres veces, mientras nos acercamos al centro de la celebración desde la obscuridad de la noche exterior, cantamos: Luz de Cristo. Entre nieblas que van aclarándose recobramos una increíble esperanza, que el Señor no ha muerto definitivamente; que no se pudrirá en la negrura del sepulcro; que, habiendo bajado a los infiernos para rescatar a los que ya habían muerto, asciende para iluminarnos a todos con su luz transfigurada. Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo, ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Feliz la culpa que mereció tal redentor! ¿Os acordáis, estábamos sumidos en el por nosotros que había llevado a la cruz a Jesús, nuestro Señor, y, de pronto, comprendemos que esa muerte ha sido para nosotros? Muerte real; muerte cruel, pero que no apaga todo, al contrario, ella se hace columna de fuego que esclarece las tinieblas del pecado. Porque, lo vamos a ver en la largura inmensa y preciosa de la noche pascual, Cristo ha resucitado. Su muerte no ha acabado con él, pues el Padre, por la fuerza del Espíritu, lo hace volver a nosotros en el cirio radiante. Y, por eso, cantamos ebrios de emoción. ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo! ¡Qué noche tan deliciosa!

Por eso, en el tintineo de nuestra esperanza, nos alargamos en tantas y tantas lecturas bíblicas que nos hacen comprender lo que estaba anunciado y tenía que llegar a nosotros. Que Dios no había abandonado a su Hijo; que Jesús no se pudriría bajo la losa, dejándonos en el más negro de los abandonos. Contemplaremos cómo Dios creó al principio todo. Hágase la luz. Y es esa luz la del cirio pascual. Luz de Cristo. Luz de nuestra esperanza. En ella se nos ha de dar de nuevo nuestro ser imagen y semejanza, donados en el Hijo. Ahora sabemos de qué manera la misericordia de Dios llena la tierra. Ahora comprendemos cómo Abrahán es nuestro padre en la fe y Moisés vio al Señor, el Invisible, con nuestros propios ojos, porque lo vemos en el Hijo, al que conocemos, pues nunca nos abandonará. Sublime es su victoria. Comprendemos que nuestro Redentor es el Santo de Israel; que él es el agua y el pan y el vino que se nos dan de balde. Porque él es nuestro Dios, y no hay otro fuera de él. Porque somos su pueblo y ovejas de su rebaño. Porque ahora nuestros huesos se llenarán de carne; nuestro corazón se hará de carne. San Pablo nos lo anuncia con gozo: los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte; si con él hemos muerto, viviremos con él. Y esta es la noche en que, por la renovación de las promesas del bautismo, nos incorporamos a él. Moriremos con él, sí, es verdad, pero será para vivir con él. No nos dejará, olvidándose de nosotros. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. ¡Feliz nuestra culpa que nos procuró tal Señor! La muerte ya no tiene dominio sobre él, y, por él, por la bondad del Padre, manantial de la torrentera de amor, con la fuerza del Espíritu, tampoco tiene dominio sobre nosotros.

Ahora, en el primer día de la semana, de madrugada, corrimos con las mujeres al sepulcro, llevando los aromas que habían preparado. ¡Asombro inaudito! ¿Por qué buscáis  entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea.

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viernes, 29 de marzo de 2013

VIERNES SANTO: MIRAD EL ARBOL DE LA CRUZ


En la tan austera como bellísima liturgia de hoy, todo se centra en la mirada. Mirad el árbol de la cruz; mirad a quien está colgado del madero, Jesús, el Cristo, nuestro Señor.

 Le miraremos por el extraño destino que cae obre él, siendo el Hijo, Misterio de la encarnación. ¿Le habrá abandonado a quien él llama siempre con tanto amor su Padre? Eso piensan aquellospor los que murió, los que ayudamos a que, como serpiente venenosa, estuviera clavado en la estaca, para atraer nuestra mirada y, en ella, obtengamos la salvación para nosotros, porque, ahí, así, con su muerte en cruz nos redime de nuestros pecados, aunque seamos culpables, porque somos culpables ante Dios. 

El inocente es sacrificado como cordero para la matanza. Ocupa nuestro lugar con su sangre derramada. Sangre y agua salieron de su costado muerto. Misterio tremendo el de la cruz. ¿Nos atreveremos a mirarle? Nuestra mirada recorrerá su cuerpo lacerado. Fruto de la injusticia, pues muere por mí y por ti, por nosotros y por los muchos. El por nosotros se convierte en para nosotros, como el agua de las bodas de Caná se convirtió en vino. Mirándole a él ahí elevado en el monte Calvario, fuera de los muros de la ciudad, porque expulsado de la comunidad de la vieja Alianza, entendemos quiénes somos nosotros. 

Mirándole a él, se nos hace don la imagen y semejanza con la que fuimos creados al comienzo. El pecado y la muerte nos habían vencido cuando nos dejamos engañar por la serpiente desde ese mismo comienzo, y tantas veces luego. Mas ahora, en esa mirada con la que le miramos, descubrimos el Misterio de gracia que se nos dona en su muerte en cruz. La de hoy es una pura mirada de descubrimiento, que se hará Misterio de efectividad la noche de Pascua y el día de Pentecostés. Hoy, en esta austera celebración, se nos hace patente quién es él, y de la misma, quiénes somos nosotros. 

No es para nosotros un día de castigo, antes al contrario, un maravilloso día de gracia, en la que la gloria de Dios se hace patente clavada en el madero. Mirada que queda hoy triste y expectante. Con una tristeza serena, pues vemos cómo él se deja llevar, se deja hacer, se deja escupir, se deja caminar aplastado por el peso del madero, se deja clavar, se deja morir, no sin antes señalarnos: Ahí tienes a tu madre. Espectáculo, como lo llama Lucas; espectáculo asombroso que contemplamos con nuestra mirada. 

En ella, de pronto, aunque de lejos, por más que sea en la vergüenza de la distancia, pues no nos atrevemos a acercarnos a la cruz donde reposa sufriente nuestro amor, al comprender quién es él, sabemos de la plenitud que, en él, con él y por él, se nos dona en esa muerte, en ese sacrificio en el que su sangre se derrama sobre nosotros, no como una maldición que cae sobre nosotros y nos aplasta, sino como un don amoroso que nos abre las puertas de lo que puede ser nuestro ser en plenitud, nuestro ser de amorosidad. Es verdad que, para comprenderlo, para vivir ese don, debemos pasar todavía por el terrible Sábado Santo, día en el que parece que todo este mirar desaparece por la negrura de la tumba; se dispersa en la negrura de la pura obscuridad.
Está cumplido, dijo, e inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Lo entregó a su Padre Dios y a nosotros, para que nos llenemos con esa mirada.

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jueves, 28 de marzo de 2013

JUEVES SANTO: EUCARISTÍA, SACERDOCIO Y AMOR FRATERNO



Todo parece trastocado, el evangelio de Juan, a quien le correspondería relatar la última cena, no lo hace, y Pablo, en vez de largas y maravillosas consideraciones teológicas de amplios vuelos, nos relata humildemente la tradición que él ha recibido. 

Juan da por sentado que sus lectores conocían ya un evangelio, posiblemente el de Marcos, por eso quiere explicarnos el sentido que el Señor quiso dar al evento grandioso de la última cena, que él rodea de amplias palabras de Jesús, para que comprendamos el sentido del sacrificio de la cruz al que ya estamos llegando. El Señor se pone a nuestro servicio, servicio de esclavo, de quien se ha rebajado hasta arrodillarse ante nosotros para lavarnos los pies. Y el Señor se da como alimento eucarístico. Su cuerpo y su sangre derramada por nosotros, son alimento celestial para nosotros.

 Y el Señor busca que nosotros hagamos como él, que nos pongamos de rodillas delante de nuestros hermanos, sobre todo los que más le necesitan, para lavarles los pies del fatigoso camino, y para que hagamos esto en memoria suya. El esto es entregarnos nosotros como él; hacernos también nosotros alimento y bebida para ellos, para que nuestra carne nutra su vida y su acción. Para que hagamos como él. Porque el sacramento de la eucaristía tiene esa doble faz: servicio y alimento. Hacer como él en nuestra donación a los que nos necesitan. Darnos como él en alimento, cada vez que, adentrándonos en la tradición que Pablo nos transmite, alguien necesita de nosotros. Se entrega para que nos entreguemos. Subirá a la cruz, para que subamos con él. Nos lava los pies, para que nosotros también los lavemos, haciendo como él.

¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Sí, Señor, respondemos con Pedro; aunque a trancas y barrancas, también nosotros debemos lavarnos los pies unos a otros; lo que él ha hecho con nosotros, hagámoslo nosotros también. Señal de amor. Conocerán que somos sus discípulos cuando nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado. Este es el mandamiento nuevo. Jesús se nos ofrece hoy como víctima de salvación redentora, y nos manda perpetuar esta ofrenda con elesto que haremos en su memoria, pues cada vez que celebramos el memorial de la muerte del Hijo se realiza la obra de nuestra salvación. Tal es la nueva Alianza sellada con la sangre de Jesús. 

Hoy comienza a hacérsenos visible lo que Pedro, Santiago y Juan contemplaron en la Transfiguración. Nos ha lavado los pies para que ascendamos al monte en donde para nosotros y para el mundo ha de resplandecer con la gloria de Dios mismo. Camino de sufrimiento que nos alcanzará el perdón de nuestro pecados y que nos salvará de la muerte. Hoy comienzan a ofrecérsenos los instrumentos diseñados desde antiguo mediante los que se nos donan el perdón y la vida. 

Hoy, mirándolos, comenzamos a ver de qué manera se nos propone la plenitud de nuestra imagen y semejanza. Hoy, contemplándolo a él en sus últimos pasos que le llevan de este mundo al Padre, comenzamos a recuperar el camino de nuestro ser en plenitud. Contemplándolo a él, quedaremos radiantes. Al Padre mucho le cuesta el camino de muerte del Hijo, pero le deja hacer, que se entregue por y para nosotros, pues de esta manera, en nosotros, por él, resplandecerá la creación entera, hecha ahora nueva. Hoy comienza el día largo del paso del Señor. Y caminaremos por él con los pies limpios que él nos ha lavado.

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miércoles, 27 de marzo de 2013

MIERCOLES SANTO: LA TRAICIÓN DE JUDAS

Evangelio según san Mateo 26, 14-25 


Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes,
y les dijo: ¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré? Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle. El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: ¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua? El les dijo: Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: ¿Acaso soy yo, Señor? El respondió: El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: ¿Soy yo acaso, Rabbí? Dícele: Sí, tú lo has dicho. 


Oración introductoria 

Jesús, el distintivo de tus discípulos y misioneros es el amor y la fidelidad. Sin embargo, la traición a tu amor continúa y es más dolorosa cuando proviene de quienes buscamos estar más cerca de Ti. Te suplico que me cuentes entre ésos que quieren ser fieles, entre los que te piden tu gracia para ser auténticos apóstoles de tu Reino. 

Petición 

Dame, Señor, la sabiduría y fortaleza para ser siempre fiel. 

Meditación del Papa 

Por último, Jesús sabía que incluso entre los doce apóstoles había uno que no creía: Judas. También Judas pudo haberse ido, como lo hicieron muchos discípulos; es más, tendría que haberse ido si hubiese sido honesto. En cambio, se quedó con Jesús. Permaneció no por fe, no por amor, sino con la secreta intención de vengarse del Maestro. ¿Por qué? Debido a que Judas se sintió traicionado por Jesús, y decidió que a su vez lo iba a traicionar. Judas era un zelote, y quería un Mesías triunfante, que guiase una revuelta contra los romanos. Jesús había decepcionado las expectativas. El problema es que Judas no se fue, y su fallo más grave fue la mentira, que es la marca del diablo. Por eso Jesús dijo a los Doce: "Uno de ustedes es un diablo". Pidamos a la Virgen María, que nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a ser siempre honestos con Él y con todos. (Benedicto XVI, 26 de agosto de 2012). 

Reflexión 

El mal es un misterio. Y más aún si ese mal consiste en haber recibido la sublime gracia de tener tan cerca al Señor de la gloria. Estamos ante lo que nos supera. Y no debe extrañarnos. El pecado es en sí irracional, incomprensible. No busca sino lo contrario al bien del hombre. Es una destrucción. 

Judas, uno de los doce, amigo íntimo del Señor, que le acompañó por tres años, que vio muchos milagros, que saboreó sus divinas palabras; que pudo tocarlo, palparlo, mirarlo, conocerlo y, quizás, amarlo. Pero esa ceguera le bajó los ojos a la tierra, a sus propios intereses, tal vez de orden meramente político, inmediato, material y no trascendente, espiritual como exigía el mandato del amor. Dejó de creer. Y porque de creer dejó, también de esperar y, sobre todo, de amar que es el corazón del cristianismo. Salió resuelto a entregarlo. 

La traición vino no en un momento. Fue la traición de una conciencia deformada paulatinamente, poco a poco, comenzando en las cosas pequeñas hasta terminar... ¡en el pecado más grande! 

Y hasta qué punto llega el mal a torcer los ojos lo vemos en su hipocresía durante la cena pascual. Sabía que le entregaría. ¿Has visto a Jesús reprochárselo abiertamente? No, sino que parece esperar "el cambio". ¿Lo echó de la cena como quien se lo merecía por lo que haría? Le permitió aún escuchar sus divinas palabras a ver si recapacitaba. No quiso romper su corazón ya endurecido por el diablo con palabras fuertes ciertamente, pero que parecen las más adecuadas para él. 

Lo dejó actuar libremente porque libre quiso el Creador a su criatura. Sólo así podía garantizar el verdadero amor. Y Judas no cambió. No reconoció su pecado. Se obstinó. Tuvo el Señor que decirle lo que haría. Y ni con eso se ablandó el corazón, duro por el pecado. 

Ya sabemos el resto. Lo que no sabemos es si dentro de nosotros pueda haber algún Judas traidor de Cristo. Seamos sinceros y no nos engañemos ni engañemos a los demás. Ante Cristo preguntémosle: "¿soy yo maestro?". 

Propósito 

Pedir al Espíritu Santo la sabiduría para comprender la grandeza de la Misericordia de Dios. 

Diálogo con Cristo 

Jesús, no permitas que abuse de tu misericordia. Que mi corazón no se endurezca sino que se llene de ese santo temor que lo encauce a nunca ofenderte conscientemente. Gracias por darme la luz para formar mi conciencia y la fuerza para luchar siempre contra toda forma de egoísmo o doblez. Sé que llegar a santidad es difícil, que no se logra de un día para otro, pero que nunca deje de esforzarme por conseguirla. 

martes, 26 de marzo de 2013

MARTES SANTO: ANUNCIO DE LA TRAICIÓN

Del santo Evangelio según san Juan 13, 21-33.36-38 

Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?» Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche. Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto». «Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros. Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces». 

Oración introductoria 

Señor, ¿estoy realmente dispuesto a dar todo por Ti? Que ingenuo soy al pensar que podría renunciar a todo por tu amor sino logro serte fiel en el día a día. Permite que esta oración me lleve a crecer en el amor, en lo ordinario del día de hoy, para que así confíe auténticamente en tu gracia y pueda entregarte todo. 

Petición 

Dame la sabiduría para entender, Señor, que la fidelidad no es otra cosa que la obediencia pronta a tus inspiraciones. 

Meditación 

La oración que Jesús hace por sí mismo es la petición de su propia glorificación, de la propia "elevación" en su "hora". En realidad, es más una declaración de plena disposición a entrar, libre y generosamente, en el diseño de Dios Padre que se cumple al ser entregado, y en la muerte y resurrección. La "hora" se inició con la traición de Jesús y culminará con la subida de Jesús resucitado al Padre. La salida de Judas del cenáculo es comentada por Jesús con estas palabras: "Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él". No es casual que comience la oración sacerdotal diciendo: "Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti". La glorificación que Jesús pide para sí mismo como Sumo Sacerdote, es la entrada en la plena obediencia al Padre, una obediencia que lleva a la más plena condición filial: "Y ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes de que el mundo fuese". Es esta disponibilidad y esta petición es el primer acto del nuevo sacerdocio de Jesús, que es un donarse por completo en la cruz, y justamente sobre la cruz -el supremo acto de amor-, Él es glorificado, porque el amor es la verdadera gloria, la gloria divina. (Benedicto XVI, 25 de noviembre de 2011)

Reflexión 

El evangelio nos dice que Jesús se conmovió profundamente y declaró: "Uno de vosotros me traicionará". La traición de Judas causó un gran dolor en el corazón de Jesús. Mientras más crecía el odio de Judas más aumentaban los gestos de amor de parte del Maestro. Al final Judas dejó crecer demasiado el mal que había en él. 

Jesús no permanece indiferente ante nuestros pecados. Se conmueve por la ingratitud de los suyos. Así también podemos entender el gozo profundo que Él siente cuando hacemos un esfuerzo de arrepentimiento para retornar a su amor. A la luz de esto entendemos mejor el significado de sus palabras cuando dice: "Hay más gozo delante de los ángeles de Dios por un sólo pecador que se arrepiente ..." (Lc 15, 7). 

En el evangelio de hoy encontramos por primera vez la expresión "el discípulo que Jesús amaba", es decir, el nombre con el que Juan se refiere a sí mismo en su evangelio. Reclinar la cabeza sobre el pecho de Jesús es un signo del conocimiento íntimo y profundo que Él tenía del Maestro. Juan vive cerca del corazón de Jesús. Este debe ser también nuestro hogar. Veamos toda la realidad, las personas, los acontecimientos, no con ojos humanos, sino con los ojos de Dios. 

Propósito 

Ante las preocupaciones y los problemas del día, decir: Jesús en ti confío. 

Diálogo con Cristo 

Gracias, Padre mío, por recordarme lo frágil que puede ser mi voluntad. Quiero ser tu amigo fiel que nunca llegue a desconfiar de tu misericordia. Permite que mi servicio a los demás sea humilde y generoso, que no haya nunca un interés egoísta o fines utilitaristas en mis relaciones con los demás. 

FUENTE: CATHOLIC.NET

lunes, 25 de marzo de 2013

LUNES SANTO: LA UNCIÓN DE BETANIA

Del santo Evangelio según san Juan 12, 1-11 


Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?» Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre tendréis». Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús. 

Oración introductoria 

Dame, Señor, la sabiduría y fuerza de voluntad para saber dedicar el mejor tiempo de este día a la oración. Sé que vendrás a mi encuentro para transformarme. ¡Gracias por tu bondad y misericordia! 

Petición 

Señor, que no me ciegue como Judas. Tú eres lo mejor de mi vida, dame un corazón abierto a tu gracia y un alma generosa que sepa corresponder a tu infinito amor. 

Meditación del Papa 

María se pone a los pies de Jesús en humilde actitud de servicio, como hará el propio Maestro en la última Cena, cuando, como dice el cuarto Evangelio, "se levantó de la mesa, se quitó sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una jofaina y se puso a lavar los pies de los discípulos", para que —dijo— "también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros": la regla de la comunidad de Jesús es la del amor que sabe servir hasta el don de la vida. Y el perfume se difunde: "Toda la casa -anota el evangelista- se llenó del olor del perfume". El significado del gesto de María, que es respuesta al amor infinito de Dios, se expande entre todos los convidados; todo gesto de caridad y de devoción auténtica a Cristo no se limita a un hecho personal, no se refiere sólo a la relación entre el individuo y el Señor, sino a todo el cuerpo de la Iglesia; es contagioso: infunde amor, alegría y luz. (Benedicto XVI, 29 de marzo de 2010). 

Reflexión 

"Y la casa se llenó del olor del perfume" El acto de amor de María hacia el Maestro fue el verdadero aroma que llenó la casa aquel día. Ésta es y será una de las grandes paradojas del evangelio: "hay más felicidad en dar que en recibir". 

El evangelista resalta que el perfume era de gran valor. Algunos lo consideraron una exageración, un derroche, un desperdicio... Sin embargo, nos damos cuenta de que no es una forma de pensar exclusiva de aquellos tiempos, sino algo que se extiende hasta nuestros días. El perdón viene interpretado como debilidad, la generosidad como locura, el servicio a los demás como una humillación. Y es que el metro con el que se juzgan esos actos sigue siendo el egoísmo y no el honor que se nos otorga al tener la oportunidad de dar gloria a Dios y de amarle en nuestros hermanos. 

Poder donarse a los demás es un verdadero honor, pues Cristo siempre cumple la promesa que hizo a quienes siguieran sus enseñanzas: "el ciento por uno en esta vida y la vida eterna en el cielo". Amar a Dios y a los demás nos exige un precio (entregar alguna comodidad, dejar que otro sea preferido a mí, ceder mi tiempo, etc.) pero a la vez nos otorga la felicidad más grande del hombre. ¡No tengamos miedo a ennoblecer nuestra vida con el perfume del amor! 

Propósito 

Si hoy tengo un pensamiento negativo sobre una persona, orar y buscar una cualidad de ella para alabarle. 

Diálogo con Cristo 

Jesús, esta Semana Santa es una excelente oportunidad para dedicar más tiempo a fijarme en los demás, como ha propuesto el Papa. Dame tu luz para emprender una labor de fermento en mi propia familia, en mi propio ambiente, para vivir un cristianismo más dinámico, más apasionado, que no mida el esfuerzo o sacrificio. Dame la generosidad de María, que supo escoger siempre la mejor parte. 

Fuente es.catholic.net

sábado, 23 de marzo de 2013

DOMINGO DE RAMOS


De modo imparable, un año más y con lo que ha caído, hemos llegado al umbral de la Santa Semana. No es más de lo mismo, porque jamás pasa en balde la vida cuando sigue pasando por delante de nuestra casa. Tramo a tramo, nos hemos ido aproximando al escenario en donde Otro pagó nuestra cuenta debitada. 

Nos ponemos también nosotros en esa muchedumbre agolpada en aquel día en torno a la fiesta judía. Ellos y nosotros tenemos, siempre, unas oscuridades que piden ser iluminadas, unas muertes que esperan ser resucitadas. Nosotros estábamos allí. Y lo que allí sucedió entonces, para nosotros sucede hoy. En Jerusalén había la costumbre de dar la bienvenida a los peregrinos que lle­gaban para celebrar la Pascua con las palabras del salmo 118: “¡Bendito el que viene en el nombre de Yahvéh!”. Jesús no fue la ex­cepción. El envió previamente a dos discípulos para que trajeran un bo­rrico, y a quien extrañado preguntase por qué, debían respon­der: el Señor lo necesita. Un humilde portador de quien viene como rey en nombre de Dios. La tradición iconográfica muestra más veces a un asno junto a Jesús: en el viaje de Nazaret a Belén cuando María llevaba en su seno al que nacería sin cobijo de po­sada, en la cueva del nacimiento, y en la huida a Egipto.

        El Señor necesitaba ¡un borrico! Detalle cargado de humanidad y sencillez, contrapuesto a la cabalgadura del poderío. Son las “necesidades” de un Dios que elige siempre lo débil y lo que no cuenta para confundir a los prepotentes (1 Cor 1,26-28), y así se reconocerá en la imagen del Siervo tomando la condición de esclavo, sin hacer alarde de su categoría de Dios (Filp 2,6-11), para poder dar una palabra de aliento a cualquiera que sufra abatimiento (Is 50,4-7).

        Es el estremecedor relato de lo que ha costado nuestra redención. En ese drama está la respuesta de amor extremo de parte de Dios. Nuestra felicidad, el acceso a la gracia, ha tenido un precio: Él ha pagado por nosotros. Debemos situarnos en ese escenario, pues es el nues­tro propio, en donde Dios en su Hijo nos obtendrá la condición de hijos ante Él y de hermanos entre noso­tros. Es el estupor que experimentaba la mística franciscana Angela de Foligno al contemplar la Pasión: “Tú no mehas amado en broma”; o el realismo con el que Pablo agradecerá la donación de su Señor: “Me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2,20). Sin este realismo que personaliza, estaríamos como espectadores ausentes que a lo sumo siguen el desarrollo del proceso de Dios, desde la butaca de la lástima o de la indiferencia. Por eso puedo decir en verdad que yo estaba allí, todo fue por mí. Sólo quien reconoce ese por mí adorará al Señor con un corazón agradecido. Es mi Semana Santa, esa que tiene ahora mi edad y que habita en la circunstancia de mi domicilio.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

viernes, 22 de marzo de 2013

DIOS ACTÚA


A las puertas de la Semana Santa escuchamos en el evangelio de hoy una invitación de Jesús a seguirlo en el camino de la pasión. Jesús nos recuerda que todo lo que hace es para cumplir la voluntad del Padre. Ante la Semana Santa esta también puede ser nuestra oración, que durante estos días podamos vivir lo que el Señor quiere, que entremos en el misterio de Dios. Ese misterio en el que se clarifica nuestra propia vida, que nos ayuda a relacionarnos con todo lo que nos rodea y que nos permite comprender mejor la realidad de la Iglesia.
Hay unos que quieren apedrear a Cristo. Jesús no huye del diálogo con ellos. 

Les pregunta de dónde nace esa furia que tienen, cuál es la razón de que deseen destruirlo. Ellos no tienen más argumento que uno: “blasfemas”. Entonces Jesús los pone contra la realidad de lo que ven. Les dice: “igual os cuesta creer en mí pero, a pesar de ello, no podéis negar lo que veis”. Ante los misterios de la Semana Santa (pasión, muerte y resurrección de Cristo), nosotros nos encontramos en una situación similar. Muchas cosas no las entendemos, pero podemos comprobar lo que ha sucedido en dos mil años de cristianismo. Y tenemos el testimonio de la Iglesia que siempre ha atribuido todo ello a la redención de Cristo. El Papa actual también ha señalado que debemos ayudar a la edificación de la Iglesia sobre la sangre de Cristo.

Jesús nos dice que a partir de las obras podemos comprender su relación con el Padre. Es decir, la desproporción de las obras respecto a las posibilidades de la naturaleza humana, nos abren a lo divino. Lo que sucede, sobre todo en el ámbito del cambio del corazón (de la conversión), nos lleva a darnos cuenta de que Dios actúa. Siempre será necesario el salto de la fe. Pero esa fe parte de algo que sucede en verdad en nuestra historia. Por eso hemos de intentar unirnos, durante estos días al misterio de Cristo. Vale la pena dedicar un mayor tiempo y esfuerzo para meditar las escenas de la pasión. Leerlas con calma; participar en las celebraciones litúrgicas y en las prácticas devocionales; adentrarnos en los sentimientos del Corazón de Jesús,…
Jesús dice “el Padre está en mí, y yo en el Padre”. En esas palabras se encierra también una invitación para que nosotros nos introduzcamos en el misterio de Cristo. Toda la Semana Santa es una oportunidad para estar en Cristo. Y de ahí comprender el sentido de nuestra vida. Jesús, que está en el Padre, afronta su muerte por amor al Padre y a los hombres. Y de ese misterio de muerte nos viene la vida a los hombres. Necesitamos adentrarnos en Cristo para afrontar lo que hay de muerte en el mundo con el poder transformador del mundo. También para morir a nosotros mismos, al hombre viejo, y ser renovados por el amor de Cristo. La Pasión de Cristo, el momento más duro de su existencia terrena, también es quizás lo que más nos cuesta en nuestra vida espiritual. Porque significa abrazarse a la Cruz y abandonar la lógica exitosa del mundo para introducirnos en el designio misericordioso de la redención.
Jesús no blasfemaba, sino que abría a sus oyentes y a nosotros, a una interioridad más grande de Dios. Nos mostraba sus entrañas misericordiosas, que desbordan totalmente nuestro pensamiento y superan lo que somos capaces de imaginar.

miércoles, 20 de marzo de 2013

HOMILIA EN LA EUCARISTÍA DE INICIO DE PONTIFICADO











Queridos hermanos y hermanas


Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.
Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.
Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).
¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús
¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio;  y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.
Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.
Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.
Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.
Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.
Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.
En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.
Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.
Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Orad por mí. Amén.

martes, 19 de marzo de 2013

S. JOSÉ E INICIO DE PONTIFICADO


Hoy, solemnidad de san José, patrón de la Iglesia, celebra el Papa Francisco la misa de inicio de su pontificado. Sin duda se trata de una fecha muy especial de significado. San José fue puesto al frente de la Sagrada Familia, y el Papa tiene una función muy importante en la Iglesia, para guiarla y confortarla en la caridad. Estos días he rezado la novena a san José por la persona del Papa. La inicié antes de saber quien iba a ser elegido y la ha seguido pidiendo ya por el Papa Francisco. Que la misa de inicio de su pontificado coincida con la solemnidad de san José es para mía un motivo de especial alegría, por cuanto en este santo se nos muestra la prontitud en la obediencia a la voluntad de Dios el acierto en las decisiones que toma, así como su profunda vida espiritual, su humildad y la fidelidad con que desempeñó la misión que le había sido encomendada.

Faber, dijo de san José que en cierto modo, la personificación del desinterés. “Toda su vida había de estar dedicada a los otros, y no a sí mismo; tal era su vocación. Era un instrumento dotado de un alma viviente, un accesorio, y no un principal. Un superior que no lo era sino para ser más servidor. Pero su desinterés no tomó nunca la forma del olvido de sí mismo. Así su gracia particular era la posesión de sí mismo. La calma en medio de la inquietud, una atención apacible en medio de misterios tiernos e interesantes, un corazón tranquilo, unido a una sensibilidad exquisita. La conciencia de sí mismo, conservada con el único objeto de una inmolación voluntaria y continua, la prontitud de la docilidad, unida a la lentitud de la edad y a la gravedad natural del carácter. Una dulzura no interrumpida por una serie de cuidados abrumadores, de cambios bruscos y de situaciones inesperadas…”.

San José vivió momentos muy difíciles, y su ejemplo es un modelo para todos los cristianos en cualquier momento, también ante los peligros. Por eso es para todos nosotros un guía seguro y un intercesor poderoso. También para el Papa, que ha de conducir la Iglesia en estos momentos. Yo le pido al Señor que le de esa serenidad profunda, que nace de la vida espiritual, para que pueda acertar en todas sus decisiones. Y también le pido para que todos los fieles seamos dóciles a sus enseñanzas, y en nuestra lealtad no dejemos de pedir por él, para que el Señor lo libre de todos los peligros y le inspire cómo debe actuar.
Por otra parte san José nos muestra como actuar ante el misterio de Dios. Cuando él ve que María está esperando un hijo no se precipita. Actúa arrastrado por el Espíritu Santo y así decide apartarse. Después es introducido en ese misterio que le supera y, al ser llamado por Dios, acoge a la Virgen en su casa. Tenemos la tendencia a destruir con nuestros razonamientos lo que Dios hace en la historia,… pretendemos saberlo todo y muchas veces nos anticipamos. San José nos enseña a tratar las cosas de Dios dejando que sea Dios quien conduzca totalmente nuestra vida y haciendo que él la vaya transformando para que cada vez le seamos más fieles.
Que san José proteja al nuevo Santo Padre, y también nos ayude a todos nosotros para corresponder con fidelidad a la llamada de Dios.

Rezamos  hoy por nuestro Papa Francisco, por toda la Iglesia y por los seminarios, especialmente por el de nuestra diócesis y por nuestro seminaristas: Daniel, Pablo, Sergio y Juan Pablo. 

lunes, 18 de marzo de 2013

"EL QUE ME SIGUE, NO CAMINA EN TINIEBLAS"


En el Evangelio de hoy escuchamos estas palabras de Cristo: “Yo soy la luz del mundo”. Son varias la “definiciones” que Jesús hace de sí mismo: “el buen pastor”, “la vid verdadera”, “el pan de vida”,… imágenes todas ellas que nos ayudan a entender como todo lo que podemos desear se encuentra en su persona.

La imagen de la luz se contrapone inmediatamente a la de las tinieblas. En la primera lectura escuchamos un relato que sigue impresionándonos. Unos ancianos lujuriosos calumnian a una joven que se ha negado a satisfacer sus pasiones. A pesar de que la amenazan, ella prefiere caer en manos de ellos que “pecar contra Dios”. En la vida de la casta Susana se nos muestra como la fe en Dios ilumina su vida y es luz para ella. Lo es en el hecho de no ceder a las pretensiones desvergonzadas de aquellos malvados, y lo es también a la hora de mantenerse firme a pesar de que pueden sobrevenirle injustos males por su decisión. Este es un ejemplo de luz. Vemos como no sólo comporta una claridad para ver lo que corresponde hacer en un determinado momento, sino que también conlleva la fuerza para realizarlo.

Por contraste observamos como aquellos ancianos caminan en una oscuridad cada vez mayor. Se muestra en su comportamiento lascivo. Y nos dice la primera lectura que “pervirtieron su corazón y desviaron los ojos, para no mirar a Dios ni acordarse de sus justas leyes”. Se nos muestran como personas que se apartan de la luz que conocen para adentrarse en la oscuridad. Y emprenden un camino que le conduce, cada vez más, por caminos oscuros. Así primero desean a Susana, después la calumnian y pretenden que sea ajusticiada, finalmente quedan presos en sus propias mentiras.
En el diálogo con los fariseos estos le piden pruebas testimoniales. El paralelismo con la primera lectura nos muestras que intentan desacreditar a Cristo, pero lo hacen desde la oscuridad. No encuentran nada contra el Señor y caen en argumentos absurdos. Jesús les dice que ellos juzgan “según la carne”. En esta expresión de contenido profundo se señala que no están en el camino de la verdad, ni les interesa. En vez de reconocer al Señor, por sus palabras, por su bondad, por sus obras… buscan la manera de mantenerse en la oscuridad de sus interpretaciones. Todo lo que el Señor les dice es un abrirse a la verdad, un dejarse iluminar.

Estos días finales de Cuaresma vienen marcados por la elección del nuevo Papa: Francisco. Dios nos ha dado un nuevo Papa y toda la Iglesia se ha llenado de alegría. Son muchos los feligreses que se han sentido de inmediato cautivados por su sencillez y también por sus palabras. Ahí hay una luz de Dios, que en cada momento de la historia nos habla de una determinada manera. Y hay que aprovechar esa luz que nos llega. Es propio de los católicos una gran adhesión a la persona de Pedro. Secundamos sus enseñanzas magisteriales pero también sentimos cercana su persona y le profesamos un sincero afecto.
Pidamos al Señor que lo llene con su luz para que también él nos ilumine en el seguimiento de Cristo. De hecho, en las pocas palabras que le hemos oído ya nos ha puesto en el seguimiento de Cristo y aferrados a su cruz.

Comentario a la liturgia del día en www.archimadrid.org

sábado, 16 de marzo de 2013

DOMINGO V DE CUARESMA




No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando. ¿No lo notáis?
Dios hace siempre cosas nuevas y maravillosas. Por medio del profeta Isaías nos dice que no vivamos de recuerdos, que abramos los ojos para contemplar las maravillas nuevas que hace ahora mismo y que tengamos esperanza porque mañana hará otras cosas nuevas y maravillosas. Está muy bien tener memoria, pero no es bueno vivir de recuerdos.
El salmo 125 habla de la alegría de quien descubre la maravillas de Dios. Es como la alegría de los que vuelven del campo después de haber recogido una buena cosecha. Tuvieron que trabajar duramente para preparar la tierra, para sembrar; tuvieron que esperar, pero valió la pena: ahora ríen y cantan y les parece que están soñando. Pero no están soñando: es que Dios hace cosas maravillosas. Hay que tenerlo presente cuando vienen las dificultades y pensamos que Dios está lejos o que se ha olvidado de nosotros: Él nunca está lejos, ni nos olvida.
Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio.
San Pablo comparaba su vida y la de los cristianos con una competición deportiva. Mientras dura la carrera, el atleta no puede detenerse ni mirar hacia atrás. Mientras dura nuestra vida también nosotros debemos mirar siempre a Jesús que es nuestro guía y nuestra meta. Si corremos hacia Él lo alcanzaremos.
Tampoco yo te condeno. Anda y, en adelante, no peques más.
San Juan nos habla de una mujer que había cometido un pecado muy grave. La habían sorprendido y la llevaron ante Jesús para que Él dijera si debían condenarla a muerte como mandó Moisés. Jesús, al principio no contestó nada; se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo. Nadie sabe qué fue lo que escribió. Como insistían en preguntarle contestó: El que esté sin pecado, tire la primera piedra. Y entonces los acusadores de esa mujer, empezando por los más viejos, se marcharon disimuladamente y se quedaron a solas Jesús y la mujer. Se ve que Jesús estaba sentado y que la mujer estaba de pie, frente a Él. Antes que nada, Jesús se levantó (*). No es de buena educación  hablar sentado a una persona que está de pie. Menos aún si esa persona es una mujer que lo está pasando mal. Nuestro buen Papa Francisco está haciendo muchos gestos de buena educación cristiana. Cuando salió al balcón de la plaza de San Pedro para darnos la bendición pidió que primero lo bendijéramos nosotros y, mientras rezábamos por él, se inclinó ante nosotros humilde y educadamente, como diciendo: aunque sea el Papa y esté en este balcón tan alto no quiero estar lejos de vosotros. Jesús hizo lo mismo: se puso de pie para hablar con cariño a esa mujer que había pasado una vergüenza muy grande. Le preguntó: ¿Dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? Con eso estaba diciéndole que no debía preocuparse por el juicio de los hombres, puesto que todos somos pecadores, sino por el juicio de Dios. Y terminó diciendo: Yo tampoco te condeno. Anda y, en adelante, no peques más. 
El domingo pasado veíamos con cuánta alegría recibió el padre a su hijo pequeño cuando volvió a casa. Hoy vemos con qué facilidad libró Jesús de la muerte a aquella mujer. Pero lo importante es abrir los ojos para contemplar las maravillas que Dios hace con nosotros cada día.
***
(*) Actualización:  En realidad, el evangelio no dice que Jesús se levantara sino todo lo contrario: dice que Jesús estaba sentado y que la mujer estaba de pie. ¿Por qué he escrito yo que Jesús se levantó? Pues muy fácil: porque he escrito el post dejándome llevar por mi mala memoria y por mi fantasía, y sin tener el texto del evangelio delante. En cuanto he proclamado el Evangelio en la Misa de seis, he caído en la cuenta de mi error. Para empeorar la cosa resulta que he dicho que Jesús se levantó porque es de mala educación estar sentado ante una mujer que lo está pasando mal. Y ahora siento que Jesús me mira y me dice: Cómo vas a arreglar esto, Javier? Porque, lo cierto es que yo no me levanté, sino que permanecí sentado ante esa mujer que, como bien has dicho, lo estaba pasando muy mal. Y yo, muy confundido: Perdón Señor. A mí me consta que Tú eres el más educado y amable de los hombres y que tratas a todos con mucha consideración. Si no te levantaste, tus razones tendrías. Como Maestro y como Juez y como Dios tenías todo el derecho del mundo a estar sentado. Y, ahora que lo pienso, me parece estupendo que te quedases sentado en tu calidad de Maestro, de Juez y de Dios para decirle a esa mujer lo que le dijiste, tan amablemente.
En vez de corregir mi error he decidido resaltarlo con letras rojas, explicarlo en esta nota y proponer aquí otra versión del texto fallido: “Se ve que Jesús estaba sentado y que la mujer estaba de pie, frente a Él. No es de buena educación  hablar sentado a una persona que está de pie. Menos aún si esa persona es una mujer que lo está pasando mal. Pero Jesús, el más amable y educado de los hombres, se quedó sentado para que supiéramos que Él es Maestro y Juez. 
P. Javier Vicens Hualde (publicado en Zaqueo)
Párroco de S. Miguel de Salinas