sábado, 30 de noviembre de 2013

DOMINGO I DE ADVIENTO

Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que, si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Mateo 24, 37-44

Después de la clausura del Año de la fe, acaecida en toda la Iglesia el pasado domingo, comenzamos el nuevo Año litúrgico con la celebración del primer Domingo de Adviento. En el Evangelio, el Señor Jesús nos anima a estar en vela proponiéndonos una tensión espiritual que la liturgia de la Iglesia recoge de un modo muy sugerente en el prefacio tercero del Adviento. En él se nos invita a mirar hacia el futuro en el que se vislumbra la venida definitiva del Mesías, a la vez que nos compromete en el presente, con esta incisiva frase: «El Señor viene a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento».
La invitación a estar en vela, Jesús la propone, expresamente, al considerar la historia de los hombres. La descripción que hace de los contemporáneos de Noé, puede muy bien valer para lo que sucede al hombre de hoy. Entonces vivían apegados a lo inmediato: Comían, bebían y se casaban, olvidando aspectos trascendentes y necesarios en la búsqueda de la plenitud personal.
El evangelio de San Mateo, ante la venida del Señor que preparamos durante el Adviento, nos advierte que podemos caer en la misma dejadez interior. Tenemos una certeza: que el Señor vino en Belén, que vendrá en la parusía y que sigue viniendo en cada persona, especialmente en los pobres, y en cada acontecimiento. Esta presencia no debe ser indiferente, ni para la Humanidad en su conjunto, ni para cada uno de nosotros en particular. Es de tal importancia, que debemos mantenernos en vela para percibir una presencia que puede convertirse en un acontecimiento que lo trasforme todo, que todo lo haga nuevo, aunque no sepamos ni el día ni la hora.
El Adviento nos introduce en un tiempo de espera y de esperanza. En un momento de tensión interior y de asombro ante el misterio; de salir de lo cotidiano y de confrontarnos con nosotros mismos para descubrir, a la luz de Su presencia, de lo que somos realmente capaces, de las posibilidades tan grandes que el Señor nos regaló y que espera no dejemos de lado. A la hora que menos penséis, el Señor viene.
En este tiempo fuerte, la Iglesia nos recuerda esa inminente llegada, con la intención de que nos mantengamos en vela, de que estemos atentos y con el corazón despierto para descubrir un horizonte nuevo y renovado, que se convierta para nosotros en camino de plenitud.
No dejemos que el paso del Señor nos deje indiferentes, a pesar de su constante empeño en encontrarse con nosotros. Si así ocurriese, estaríamos permitiendo que el ladrón abriese un boquete en nuestra casa y correríamos el riesgo de que nos prive de lo mejor que tenemos. Y el creyente sabe que eso no sólo le afecta a él, sino a toda la Iglesia y a toda la sociedad.
Hagamos nuestra la invitación de este Evangelio: Estad también vosotros preparados.
+ Carlos Escribano Subías
obispo de Teruel y Albarracín

martes, 26 de noviembre de 2013

PAVEL FLORENSKI

Pavel Florenski ha sido uno de los grandes eruditos que ha dado Rusia en los últimos siglos aunque el odio y las verdades destapadas por este polifacético pensador sobre la existencia de Dios irritara de tal modo a Stalin que ordenó que fuera enviado al gulag, fusilado y borrado de la historia.
Señalado por algunos como "el Leonardo Da Vinci ruso", Florenski fue científico, matemático, inventor, escritor, pintor, poeta, crítico, lingüista, docente y sacerdote.

Erudito en distintos saberes muy dispares entre sí vivió una conversión desde el ateísmo más radical a una fe de tal calibre que le llevó a ser uno de los teólogos que de manera más profunda ha penetrado en el misterio de la Santísima Trinidad, tal y como recogía un artículo de L´Osservatore Romano.

Esta tenaz lucha por la Verdad en la vida le llevó a conocer a Dios y también a dar su vida por él pues nunca renunció ni dejó de buscarla, ni durante la persecución en la Unión Soviética.
 
Ejemplo puesto por el Papa
Sin embargo, este hombre con una historia y biografía tan extensa y peculiar también tuvo una conversión a la altura de su vida. En la audiencia de los miércoles, poco antes de renunciar, Benedicto XVI le citaba como un ejemplo y aseguraba que “el Señor no se cansa de llamar a la puerta del hombre en contextos sociales y culturales que parecen tragados por la secularización, como le ha sucedido al ruso ortodoxo, Pavel Florenski.

Después de una educación  completamente agnóstica, hasta el punto de sentir verdadera hostilidad hacia las enseñanzas religiosas impartidas en la escuela, el científico Florenski termina exclamando: ‘¡No se puede vivir sin Dios!’, y cambia completamente su vida, para convertirse en sacerdote”.

Por las matemáticas, hacia Dios
Y esta conversión se dio gracias precisamente a las matemáticas. Fue a raíz de esta ciencia dónde encontró a Dios y lo que le llevó hacía Él. En el orden que implican vio a un ser creador y precisamente vio claramente a la Santísima Trinidad.  Fue precisamente aplicando las matemáticas como llegó a esta conclusión.

El diario vaticano explica la teoría del pensador ruso, que no veía en los estudios matemáticos no sólo los números en sí mismos, sino sus relaciones. Por ello, se pregunta cuáles son las relaciones que existen entre cosas que no tienen vida.
Y se responde afirmando que éstas únicamente existen entre personas y si estos informes quieren ser eternamente válidos estas personas deben ser eternas, y así son sólo las tres personas divinas en un Dios.
 
Su búsqueda de Dios
Una vez que tuvo este encuentro con Dios y siendo ya un eminente matemático y científico entró en la Academia Eclesiástica y se licenció en Teología en 1908. Dos años más tarde se casaba y en 1911 era ordenado sacerdote en la Iglesia Ortodoxa Rusa.
 
Durante esos años tuvo gran influencia entre los universitarios moscovitas por su pensamiento filosófico, artístico, científico y teológico. 

Florenski seguía mostrando a Dios a través de las ciencias y también se empeñaba en responder la pregunta que hizo Pilatos a Jesús en el patíbulo: ¿qué es la verdad?


Para este ruso, “la verdad revelada es el amor, porque esto es Jesucristo y esta es la identidad de nuestro Dios: porque Dios es amor. Por eso, también el bien, si no se realiza como belleza, es decir, como el amor realizado, se convierte en un fanatismo que es capaz de aplastar al hombre e imponer  a la perfección del individuo como vanagloria, como orgullo. La verdad revelada es el amor y el amor realizado es la belleza”. Para Florenski la verdad realmente bella es la Iglesia, “comunión en Cristo muerto y resucitado”.
 
En la URSS seguía con el hábito
Mientras seguía con este apostolado llegó la llamada Revolución rusa y el triunfo del comunismo. A diferencia de otros científicos e intelectuales, Florenski no quiso dejar Rusia y prefirió estar junto a su pueblo. De hecho, él seguía vestido de sacerdote pese a las dificultades que podría causarle, y que años más tarde se consumaron.
 
Con dotes proféticos, en 1917 ya auguraba lo que se avecinaba: “tengo fe en que el nihilismo, cuando esté agotado mostrará su incapacidad, todo el mundo estará harto y se despertará el odio.  Y entonces, después de que esta ignominia haya fracasado, los corazones y las mentes, ya renovados, se dirigirán hacía la idea rusa, sin volver la vista atrás, hambrientos…”.
 
Durante estos años siguió con su obra teológica e investigadora. Se centró en el arte, la geometría y las matemáticas. De hecho, fue inventando cosas e incluso participó en la electrificación de Rusia.

Su alejamiento de la política le mantenía  a salvo pero su fe y la influencia de ésta en sus trabajos sí que le costaron muy caro.
 
La obra que le llevó al gulag
Durante esos años publicó entre otras cosas monografías sobre Dieléctricos y Arte Ruso Antiguo e incluso fue el autor del texto base para estudiar ingeniería eléctrica que se utilizó durante décadas. Pero fue más tarde cuando publicó su obra más importante, Los números imaginarios de la Geometría, en el que da una interpretación geométrica de la teoría de la relatividad de Einstein.

Ahí defendía que cualquier cuerpo que se moviera a mayor velocidad de la luz formaba parte de la geometría del reino de Dios. Este fue el pretexto para que fuera detenido, pues había muchos que le tenían muchas ganas.
 
Aunque había sido detenido ya en varias ocasiones de manera intermitente esta vez fue la definitiva. Incluso para salvar a otros detenidos junto a él se autoinculpó inventándose que había conspirado con el Vaticano.

Era 1933 y fue enviado a un gulag en las islas Solovetski.  Allí pasó cuatro años durísimos antes de que fuera fusilado sin juicio y sin pretexto en Leningrado.

Únicamente, había sido acusado de vulnerar el artículo 25 del Código Penal Soviético por “publicación de materiales contrarios al sistema soviético”.


 
Sin embargo, ni el gulag pudo con él. Durante sus años prisionero allí consiguió importantes descubrimientos científicos. En él tuvo la oportunidad de estudiar los hielos perpetuos y la cristalización del hielo lo que le permitió diseñar una cámara especial para su microscopio, convirtiéndose de este modo en uno de los pioneros de la microfotografía.
 
Unas cartas llenas de amor y esperanza
A pesar del control soviético, Florenski dejó también un increible legado con las numerosas cartas que envió a su familia desde el gulag. Cartas llenas de amor y de esperanza. De esperanza en un Dios, uno  y trino, que no es otra cosa que Amor. En ellas también habla a su hija de la Eternidad que a todos nos aguarda.
 
Florenski fue fusilado en 1937. Nunca se encontró su cuerpo y la URSS borró todo signo de este importante pensador, del Leonardo Da Vinci de siglo XX. No quedó ni su partida de bautismo.

Pero el comunismo no consiguió acabar con su legado. Sus discípulos y su familia lo guardaron y la prolífica obra de este fervoroso buscador de la Verdad quedó al descubierto tras la caída del muro y el fin de la URSS. Es ahora cuando se puede disfrutar de su amor a Dios y al hombre.

Publicado en Religión en Libertad

lunes, 25 de noviembre de 2013

CLAUSURA DEL AÑO DE LA FE

Ayer fue clausurado el año de la fe por el Papa Francisco en la plaza de S. Pedro. Hoy traemos la homilía del santo padre, al mismo tiempo que elevamos nuestra acción de gracias a Dios que ayer estuvo grande con nuestra comunidad parroquial; ochenta y cuatro de sus miembros, recibieron el sacramento de la Confirmación. ¡¡Bendito sea Dios!! Que El encuentre corazones abiertos para manifestar su gloria.


La solemnidad de Cristo Rey del Universo, coronación del año litúrgico, señala también la conclusión del Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, a quien recordamos ahora con afecto y reconocimiento por este don que nos ha dado. Con esa iniciativa providencial, nos ha dado la oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de nuestro bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en la Iglesia. Un camino que tiene como meta final el encuentro pleno con Dios, y en el que el Espíritu Santo nos purifica, eleva, santifica, para introducirnos en la felicidad que anhela nuestro corazón.

Dirijo también un saludo cordial y fraternal a los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales católicas, aquí presentes. El saludo de paz que nos intercambiaremos quiere expresar sobre todo el reconocimiento del Obispo de Roma a estas Comunidades, que han confesado el nombre de Cristo con una fidelidad ejemplar, pagando con frecuencia un alto precio.

Del mismo modo, y por su medio, deseo dirigirme a todos los cristianos que viven en Tierra Santa, en Siria y en todo el Oriente, para que todos obtengan el don de la paz y la concordia.

Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está al centro. Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.

1. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, nos ofrece una visión muy profunda de la centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la creación: en Él, por medio de Él y en vista de Él fueron creadas todas las cosas. Él es el centro de todo, es el principio. Jesucristo, el Señor. Dios le ha dado la plenitud, la totalidad, para que en Él todas las cosas sean reconciliadas (cf. 1,12-20). Señor de la Creación, Señor de la reconciliación.

Esta imagen nos ayuda a entender que Jesús es el centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Es así, nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo. Nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo. En cambio, la pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo.

2. Además de ser centro de la creación y centro de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios. Y precisamente hoy está aquí, al centro de nosotros. Ahora está aquí, en la Palabra, y estará aquí, en el altar, vivo, presente, en medio de nosotros, su pueblo. Nos lo muestra la primera lectura, en la que se habla del día en que las tribus de Israel se acercaron a David y ante el Señor lo ungieron rey sobre todo Israel (cf. 2S 5,1-3). En la búsqueda de la figura ideal del rey, estos hombres buscaban a Dios mismo: un Dios que fuera cercano, que aceptara acompañar al hombre en su camino, que se hiciese hermano suyo.

Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En Él nosotros somos uno: un solo pueblo; unidos a él, participamos de un solo camino, un solo destino. Solamente en Él, en Él como centro, tenemos la identidad como pueblo.

3. Y, por último, Cristo es el centro de la historia de la humanidad y también el centro de la historia de todo hombre. A Él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy.

Mientras todos los otros se dirigen a Jesús con desprecio -«Si tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a tí mismo bajando de la cruz»- aquel hombre, que se ha equivocado en la vida hasta el final pero se arrepiente, se agarra a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42). Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43): su Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja jamás de atender una petición como esa. Hoy todos nosotros podemos pensar a nuestra historia, a nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno de nosotros también tiene sus errores, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos oscuros. Nos hará bien, en esta jornada, pensar a nuestra historia y mirar a Jesús y desde el corazón repetirle tanta veces, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: "¡acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino!". Jesús, acuérdate de mí, porque yo tengo ganas de ser bueno, tengo ganas de ser buena, pero no tengo fuerza, no puedo: ¡soy pecador, soy pecador! Pero acuérdate de mí, Jesús: ¡Tú puedes acordarte de mí, porque Tú estás al centro, Tú estás precisamente en tu Reino! ¡Qué bello! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, tantas veces. "¡Acuérdate de mí Señor, Tú que estás al centro, Tú que estás en tu Reino!"

La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la oración que la ha solicitado. El Señor siempre da más de lo que se le pide, es tan generoso, da siempre más de lo que se le pide: ¡le pides que se acuerde de tí y te lleva a su Reino! Jesús está precisamente al centro de nuestros deseos de alegría y de salvación. Vayamos todos juntos por este camino.

jueves, 21 de noviembre de 2013

"EL PAPA SE CONFIESA CADA QUINCE DÍAS"

Reproducimos a continuación el texto de las palabras del Papa, en la  Audiencia General de ayer miércoles 20 de Noviembre.

Hoy a las 20:15 tendrán lugar las confesiones para quienes recibirán la Confirmación el próximo domingo y para sus familiares.
Rezamos para que sea ocasión de encuentro gozoso con Jesús Misericordioso.


Queridos hermanos y hermanas:
¡Buenos días!

El pasado miércoles hablé de la remisión de los pecados, referida especialmente al Bautismo. Hoy proseguimos con el tema de la remisión de los pecados, pero refiriéndose al llamado “poder de las llaves” que es un símbolo bíblico de la misión que Jesús dio a los Apóstoles.

Antes que nada debemos recordar que el protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. ¡Él es el protagonista! En su primera aparición a los Apóstoles, en el Cenáculo, Jesús resucitado hizo el gesto de soplar sobre ellos diciendo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23). Jesús, transfigurado en su cuerpo, es el hombre nuevo, que ofrece los dones pascuales fruto de su muerte y resurrección. ¿Cuáles son estos dones? La paz, la alegría, el perdón de los pecados, la misión; pero sobre todo da el Espíritu Santo que es la fuente de todo esto. Del Espíritu Santo vienen todos estos dones. El soplo de Jesús, acompañado por las palabras con las que comunica el Espíritu, indica la transmisión de la vida, la vida nueva regenerada por el perdón.

Pero antes de hacer este gesto de soplar y dar el Espíritu, Jesús muestra sus llagas, en las manos y en el costado: estas heridas representan el precio de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios “pasando a través” de las llagas de Jesús. Estas llagas que Él ha querido conservar, incluso en este momento en el Cielo, Él le hace ver al Padre las llagas con las que nos ha rescatado. Por la fuerza de estas llagas nuestros pecados son perdonados, así Jesús ha dado su vida por nuestra paz, por nuestra alegría, por la gracia de nuestra alma, por el perdón de nuestros pecados y ¡esto es muy bello! Mirar a Jesús de esta manera.

Y llegamos al segundo elemento: Jesús da a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados ¿Cómo es esto? Es un poco difícil de entender que un hombre pueda perdonar los pecados. Jesús da el poder. La Iglesia es depositaria del poder de las llaves. De abrir o cerrar, de perdonar. Dios perdona a todos los hombres en su soberana misericordia, pero Él mismo ha querido que todos los que pertenezcan a Cristo y a su Iglesia, reciban el perdón mediante los ministros de la comunidad. A través del ministerio apostólico, la misericordia de Dios me alcanza, mis culpas son perdonadas y se me da la alegría. De este modo, Jesús nos llama a vivir la reconciliación también en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy bello. La Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, acompaña nuestro camino de conversión para toda la vida.

La Iglesia no es dueña del poder de las llaves, no es dueña, sino que es sierva del ministerio de la misericordia y se alegra de todas las veces que puede ofrecer este don divino. Muchas personas hoy no entienden la dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo, y también nosotros los cristianos nos resentimos. Cierto, Dios perdona a todos los pecadores arrepentidos, personalmente, pero el cristiano está vinculado a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Para nosotros los cristianos hay otro don además, y también una obligación más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. Y esto debemos valorarlo, es un don, también es una cura, una protección y también la seguridad de que Dios me ha perdonado. Yo voy al hermano sacerdote y digo: padre, he hecho esto; y él dice: “Yo te perdono y Dios te perdona”, y yo estoy seguro en este momento de que Dios me ha perdonado. ¡Esto es bello! Esto es tener la seguridad de lo que nosotros decimos siempre: Que Dios nos perdona siempre. No se cansa de perdonar. Nosotros no debemos cansarnos de ir a pedir perdón. “Pero Padre, a mí me da vergüenza ir a decir mis pecados…”. Mira, nuestras madres, nuestras abuelas decían que es “mejor rojo una vez que mil amarillo”. Te pones rojo una vez, te perdonan los pecados y… ¡adelante!

Finalmente, un último punto: el sacerdote, instrumento para el perdón de los pecados. El perdón de Dios que se nos da en la Iglesia nos es transmitido por medio del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote; un hombre, que como nosotros necesita misericordia, se convierte verdaderamente en instrumento de misericordia, dándonos el amor sin límites de Dios Padre. También los sacerdotes deben confesarse, también los obispos, todos somos pecadores. También el Papa se confiesa cada quince días, porque el Papa también es un pecador. El confesor escucha lo que le digo, me aconseja y me perdona. Todos necesitamos este perdón.

A veces escuchamos a quien dice que se confiesa directamente con Dios. Sí, como decía antes, Dios nos escucha siempre, pero en el Sacramento de la Reconciliación te manda a un hermano.
A veces encuentras a alguno que prefiere confesarse directamente con Dios…. Sí, como decía antes: Dios te escucha siempre, pero en el sacramento de la Reconciliación manda un hermano a traerte el perdón, la seguridad del perdón en nombre de la Iglesia.
       
El servicio que el sacerdote presta como ministro, de parte de Dios, para perdonar los pecados es muy delicado, es un servicio muy delicado y exige que su corazón esté en paz, que el sacerdote tenga el corazón en paz, que no maltrate a los fieles, sino que sea humilde, benévolo y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, sea consciente de que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús para que los curara. El sacerdote que no tenga esta disposición de espíritu es mejor que, hasta que se corrija, no administre este Sacramento. Los fieles penitentes tienen el deber, ¡no! Tienen el derecho, todos tenemos el derecho de encontrar en los sacerdotes servidores del perdón de Dios.

Queridos hermanos, como miembros de la Iglesia, ¿somos conscientes de este don que nos ofrece Dios mismo? ¿Sentimos la alegría de este cuidado, de esta atención materna que la Iglesia tiene hacia nosotros? ¿Sabemos valorarla con sencillez y asiduidad? No olvidemos que Dios no se cansa nunca de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote, nos abraza en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite volvernos a levantar y volver a retomar de nuevo el camino. Porque esta es nuestra vida, levantarnos y retomar el camino.

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En este momento debemos recordar a las víctimas del reciente aluvión de Cerdeña. Recemos por ellos, por sus familiares, y seamos solidarios con los que han sufrido daños. Ahora recemos en silencio y después rezaremos a la Virgen para que bendiga y ayude a todos los hermanos y hermanas sardos. Ahora recemos en silencio.

martes, 19 de noviembre de 2013

PILDORA DEL DÍA DESPUÉS ¿QUÉ SABES DE ELLA?

Les traemos el día de hoy un material que hemos preparado acerca de la llamada “anticoncepción de emergencia”. Sino te es familiar este término, quizá alguno de estos te sea más conocido, “la pastilla del día después”, “la píldora del día siguiente”, el “Plan B”, entre otros. Todos estos términos confluyen en  la misma realidad. Un mecanismo muy actual – no por ello muy nuevo – que se ha ido difundiendo e imponiendo con mucha fuerza en algunos países como una propuesta para evitar una situación social que a muchos les preocupa como son los embarazos no deseados y la alta incidencia de aborto a la cual esta circunstancia ha llevado.
Elementos apostólicos
A veces nos conformamos con lo que “se dice”, pero ¿es esa la verdad? Y en este tema es fundamental ahondar en la realidad, en lo que de verdad sucede y no sólo las ideas que se venden.
Se ha comprobado que muchas personas que aprueban o hacen uso de estas píldoras no conocen la manera cómo actúan, conocen una parte o tienen creencias erróneas.
Enumeraré algunas ideas que me parece importante que veamos para aproximarnos más a lo real. Muchos de estos, son los principales puntos que están en la discusión de esta situación tan debatida. Debate que no sólo involucra a la comunidad científica y a los expertos en ética y moral sino a los que hacen la legislaciones, los educadores, los padres de familia, los jóvenes y en general a todos.
 
1. “Es una pastilla inofensiva”. Creo casi imposible decir que algún medicamento se escape de tener efectos secundarios. Esta pastilla no es la excepción. Incluso vale la pena comprender que está hecha en base a comprimidos de hormonas sexuales y que una sola pastilla contiene hasta 30 a 50 veces lo que contienen una pastilla de anticonceptivos convencionales (hechos de las mismas hormonas). Numerosos estudios han demostrado los múltiples efectos secundarios de las pastillas anticonceptivas tradicionales, cuantos más no traerán estas que son el mismo efecto multiplicado en esta alta proporción; además teniendo en cuenta que no se toma esporádicamente dado que muchas mujeres lo están usando no sólo como una segunda opción, sino como medida  constante y frecuente.  Lo anterior, mencionando los efectos físicos en quien las toma, también puede llevar a efectos relacionados con una conducta sexual desordenada y promiscua – aspecto que ya se ha demostrado –debido a que se considera un “respaldo” para tener una vida sexual más segura, no previendo por ejemplo los riesgos de infecciones.
Otro factor que cuestiona es que no se esté restringiendo la venta de estas mismas. NO se necesita fórmula médica para adquirirlas en muchas partes; en algunos países NO tienes que ser mayor de edad para adquirirla. ¿Es eso seguro? ¿Cuántas veces no hay quienes rechazan la automedicación?
2. “es una salida de emergencia”. Una emergencia es un evento que compromete la vida y ante lo cual hay que actuar inmediatamente. ¿No es acaso una manera de sugestionar e incentivar a que se consuma un producto? De ahi sus nombres sugestivos como “Plan B”: es decir, “si te falló tu método, si no previste una seguridad, te ofrecemos un escape, una manera fácil de salir de tu problema”
3. “La anticoncepción de emergencia es una solución a los abortos” Esta ha sido el argumento bajo el cual se ha promovido esta propuesta. Sin embargo, se ha demostrado que no ha incidido objetivamente en disminuir la tasa de abortos, incluso se han aumentado.
4. “No es un anticonceptivo abortivo”: En este punto me parece conveniente explicar los mecanismos por los cuales actúan estas píldoras:
-          Anovulatorio: puede evitar la ovulación.
-          Anticonceptivo: creando condiciones hostiles para que los espermatozoides no fecunden el óvulo.
-          Antiimplantatorio: tiene la capacidad de impedir la implantación de un óvulo fecundado. La pastilla no es únicamente “del día después”. Se vende dando las posibilidades que se tome incluso de hasta 72 horas. Es importante saber que los espermatozoides pueden fecundar entre horas y unos 5 días, con lo cual estaríamos diciendo que hay la posibilidad de que un óvulo pueda ser fecundado y por la acción de esta pastilla no llegue a implantarse en el útero. Lo que se denominaría un aborto o microaborto como algunos lo llaman. (Estamos teniendo en cuenta que un óvulo fecundado es un nuevo ser, ya tiene un nuevo ADN con toda la información para madurar en un nuevo ser)
La manera como venden y presentan estas pastillas es explicando los dos primeros efectos. No se dice ni explica el último efecto. Sin embargo en la patente y en la información contenida en la formulación de cada químico SI lo dice.
5. “Sin embargo si llegara a impedir la implantación, tampoco sería abortivo”Supongamos que se acepte que produce el tercer mecanismo explicado. Igual, muchos seguirán cerrándose a la posibilidad que sea abortivo, pues ponen en duda que el fruto de la concepción sea un ser. Si se relativiza cuándo empieza una nueva vida será difícil aceptar la realidad.
6. “Por una vida sexual más segura y feliz”. Es uno de tantos slogan e ideas que están detrás de este proyecto. ¿No es este un fruto visible de una mentalidad abiertamente relativista, hedonista y propia de una cultura de muerte? Con apariencia de bien y con la ilusión se engañan a muchas personas. No es extraña ni nueva esta mentalidad anticonceptiva, para la cual tener un hijo es una frustración y un obstáculo para una vida más plena.
7. “Todo es invento y mentira de la Iglesia”: La Iglesia, consciente de las necesidades del ser humano busca responder a sus inquietudes, proponiendo aquello que esté de acuerdo a la Verdad y al Bien, aquello que Cristo quisiera para cada uno de nosotros. En este sentido, sus propuestas no son meras invenciones o argumentos en contra de nuestra libertad o bien; pues están fundamentadas en la realidad, incluso basadas en lo que la misma ciencia puede decir.
Conclusión
Habría que seguir profundizando en muchos elementos más. Sin embargo lo que me parece importante es informarse y formarse bien para tener más criterios a la hora de opinar y de tomar una postura adecuada y recta.
 
Fuente: Catholic-link



lunes, 18 de noviembre de 2013

VIDAS CON LUZ

José Manuel Domínguez Prieto, doctor en Filosofía y titulado en Psicología. Es hermano del querido Pablo Domínguez, sacerdote fallecido en Moncayo y al que recordaréis por la peli basada en su vida "La Ultima Cima". Absolutamente recomendable que escuchéis su testimonio:


sábado, 16 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»
Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: Yo soy, o bien: El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida». Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre; así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, parientes, hermanos y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas.

Lucas 21, 5-19
 
 
La perseverancia hasta el final es la puerta de la salvación. El camino a Jerusalén toca a su fin. Está próximo el momento en que el cumplimiento de la voluntad del Padre encontrará en el misterio de la Cruz su expresión plena. Llega la hora en que el Hijo será glorificado y Él dará gloria al Padre revelando el Amor más grande. Necesario es que los discípulos reconozcan la grandeza de este amor en la belleza escondida del Calvario. La mirada debe habituarse al nuevo rostro de la belleza. El templo de Jerusalén es el orgullo del pueblo elegido: los judíos admiran su hermosura y ven en sus exvotos la expresión visible del culto invisible debido sólo a Dios. Pero Jesús anuncia que de eso no quedará nada. La belleza admirada no será más la del edificio espléndido que alberga la presencia soberana de Dios, sino la del Corazón traspasado del Redentor, elevado en la cruz ignominiosa para abrir a toda la Humanidad la puerta de la dicha eterna. Para llegar a contemplar en la derrota de la cruz la victoria definitiva del amor infinito de Dios, habrá que preservar la mirada y aprender a ver. La luz de la fe permite hallar belleza donde parece vencer el horror. En el Evangelio de este domingo, Jesús anuncia la destrucción del Templo, la rebeldía de la creación que se volverá contra el hombre, el enfrentamiento bélico entre pueblos, la persecución extrema a sus seguidores, el abandono de los propios familiares y el odio de todos hacia quienes le sigan. ¿Cómo descubrir la belleza que salva en tal situación?
Al hablar del fin del mundo, Jesucristo previene a sus discípulos de los peligros que pondrán en apuros la fe de muchos. La superación de esos peligros se llama perseverancia hasta el final. Jesús la exige para aquellos a los que aguarda la salvación eterna. Persevera quien permanece; alcanza el final quien reconoce la meta; recibe la salvación quien acoge al Salvador. Las enseñanzas de Jesús sobre el fin del mundo son invitación a la vigilancia: anuncio de calamidades por fuera y promesa de auxilio por dentro. Al horror exterior se sobrepondrá quien permanezca en el amor interior.

 Los discípulos preguntan por el momento del fin del mundo, Jesús, sin embargo, responde por la preparación a ese momento. Conocer el cuándo no es lo importante; lo determinante es estar preparados. La perseverancia requiere certeza del fin, aunque se ignore su hora. El fin que Cristo anuncia es la salvación, es decir, la victoria de la armonía creada sobre la revuelta de la naturaleza, de la paz sobre la guerra, de la convivencia sobre la persecución, del amor sobre el odio; en definitiva, el triunfo del reinado de Dios sobre el desorden introducido por el pecado. Para perseverar, Jesucristo invita a mantenernos en su Palabra, a permanecer en su amor, a cumplir sus mandamientos, a extender su misión evangelizadora y a no dejarnos arrebatar la esperanza.

Cuando está próxima la celebración de la conclusión del año litúrgico, la Iglesia nos invita a recoger las enseñanzas del Señor, que nos ayudan a proteger la mirada de la fe y a custodiar la esperanza. Nos anima la certeza de un Amor que es más fuerte que los efectos de las catástrofes naturales, que el enfrentamiento entre pueblos, que la persecución de los enemigos o que el odio, incluso, de los más cercanos. La belleza que contempla la fe resplandece en el amor todopoderoso de Dios. Quien permanece en él alcanza la perseverancia que salva.

 
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe

miércoles, 13 de noviembre de 2013

NUESTRA MIRADA SOBRE LOS DEMÁS

El video de hoy nos muestra, desde una analogía del cambio físico, una perspectiva interesante de cómo ver a los demás. Es la mirada de aquellos que ven a las personas más allá de las apariencias (en el video el hombre era un ex-militar venido a menos que terminó de vagabundo), viendo quién es el otro realmente para así descubrir la valía que tiene cada uno desde su ser único e irrepetible.
Elementos apostólicos
En primer lugar, pensaba en esa frase que usamos mucho: “Los ojos son la ventana del alma”. Muchas veces, pensamos esa frase en relación a uno mismo, es decir, que nuestra mirada revela cómo nos encontramos en el interior y eso es muy cierto. Sin embargo, ¿Qué tanto hemos pensado que nuestros ojos son ventanas para “ver” las almas de cada persona? En ese sentido, pensaba en esa transformación que tiene el personaje principal del video y me venía a la mente la idea de que esa transformación se debe dar primero en la mirada de cada uno en relaciónal otro. Es la mirada de aquel que entiende y vive en su vida la realidad de que lo esencial o más importante es siempre lo interior.  Es la mirada que no se conforma con lo que “ve” en un primer momento, sino que ve “más allá”, ve con la fe, para descubrir la grandeza que hay en cada persona.
 
Hoy en día, muchas veces nos dejamos llevar por los estereotipos que se han formado en la sociedad, que son sobretodo físicos. Si esa persona tiene buena apariencia o no, si es de tal color, si se viste de tal manera, o tiene tal peinado, o tiene tal trabajo, etc. Tantos estereotipos que se quedan en lo más cómodo. Es muy fácil juzgar a una persona por lo que muestra, por sus apariencias y no comprometernos de verdad. Pero sí que es difícil ver la bondad particular y única de cada uno. ¿Por qué? Porque nos mueve a querer conocer más, a querer compartir la vida con el otro porque el bien nos atrae naturalmente. En este punto, pensaba en la mirada del Señor Jesús… ¿Cómo debió haber sido? ¿Cómo habrá mirado a las personas con que se juntaba? ¿con las prostitutas, cobradores de impuesto corruptos o los fariseos que creían que ya no necesitaban nada más para ser felices? Y me venía a la mente ese pasaje del joven rico, en la cual Jesús “mirándolo, lo amó”. ¿Cómo alguien puede amar con la mirada? Creo que esto nos da la clave para entender un poco más al Señor, creo que porque Él y toda persona humana es irresistible a la Bondad que hay en cada persona de manera única. 
 
En segundo lugar, me pongo a pensar en el “cambiazo” que tuvo la vida Jim Wolf en su vida, después de grabar este video. De ser durante décadas alcohólico, pobre y vagabundo pasó, de un día a otro, a ayudar a personas alcohólicas y a tener su propia casa. ¿Por qué cambió? Creo que es porque otros le hicieron ver lo mejor de sí y, por tanto, había esperanza. Efectivamente, es necesario ver lo valioso que es cada persona, pero qué difícil también es verse así mismo valioso. ¿Nos resulta incómodo y hasta rechazamos, por ejemplo, decir: “Qué bueno que es ser yo mismo” o “qué alegría es ser yo”? Si es así, creo es muy importante cambiar nuestra mirada, no solo en relación a los demás, sino en relación a uno mismo. Mirarse como Dios mismo nos ve. Si las personas no tienen una mirada esperanzada de sí mismos, ¿qué esperanza van a dar a los demás? Y, por el contrario, si uno mismo se ama como Dios lo ama, se nota… Vemos, ya no a esa persona decaída, triste o cabizbaja, sino a alguien que sabe como certeza que es valioso en sí mismo, porque Dios lo ha visto. Yo creo que la conversión es dejarse ver por Aquel que nos ama. Ese, en mi opinión, es el primer paso para cambiar, dejarse amar por la mirada de un Dios que nos ve tal cual somos.
 
Daniel Bonifaz para catholic-link

 

martes, 12 de noviembre de 2013

SOLO POR HOY

1- Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente al día, sin querer resolver los problemas de mi vida todos de una vez.

2- Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé criticar o disciplinar a nadie, sino a mí mismo....


3- Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en éste también.
4- Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos.

5- Sólo por hoy dedicaré diez minutos a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.

6- Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.

7- Sólo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer; y si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere.

8- Sólo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.

9- Sólo por hoy creeré firmemente -aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena Providencia de Dios se ocupa de mí, como si nadie más existiera en el mundo.

10- Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad.

Beato Juan XXIII

lunes, 11 de noviembre de 2013

ME ENCANTA SOÑAR CADA MAÑANA...

Cuando el otro día celebramos la fiesta de todos los santos pensaba en que a veces nos cuesta querer ser santos. Nos parece complicado, arduo, casi imposible, tal vez hasta aburrido.

Vemos a los santos demasiado perfectos e inmaculados. Nos cuesta imaginar pecados en sus vidas y siempre pensamos que respondieron de forma correcta en toda situación. Actuaron en todo movidos por el amor, supieron siempre lo que Dios les pedía, no se guardaron nada y besaron la cruz con alegría.

Creemos tal vez que si aspiramos a ser santos tendremos que cambiar demasiadas cosas y, en realidad, cambiar siempre es difícil. La santidad nos parece algo lejano, duro, frío. Nos imaginamos a esos santos de altar, blancos, duros, perfectos, demasiado lejanos. Y nos desanimamos. Así no hay quien sea santo, pensamos, al comprobar nuestra propia limitación.

No respondemos siempre de forma correcta a los desafíos de la vida, nos dejamos llevar por el egoísmo y dejamos de soñar, algo desanimados, con esas cumbres que antes nos encendían. ¿Es posible ser santos en esta vida tan complicada?

Miramos a otros con cierta envidia, al pensar en sus vidas intachables, porque juzgamos por fuera y nos sentimos pecadores en comparación.

Esa santidad de cuello blanco que pretendemos no es la que nos toca vivir. Más que nada, porque no podemos. Nos empeñamos en tocar el cielo con las manos y nos llenamos de barro cuando menos lo esperamos.

Una persona comentaba: «Me he dado cuenta que mi ‘pequeña maldición’, mi herida, mi debilidad, me ha hecho más completa, más persona, más honda, más humana. He entendido que no tengo que luchar contra ello, sino aceptar y bendecir. Lo he hecho con alegría. Es esta debilidad mía la que me hace escalar más alto cada día». Si vemos la santidad como decía esta persona cambian las cosas.

Aceptar esa limitación, esa herida, como el trampolín que nos lanza hacia las cumbres. Se trata de aceptar que no podemos con nuestro esfuerzo, que siempre de nuevo volvemos a caer por más que nos exigimos.

Ser santos implica levantarse cada día dispuestos a luchar por no caer y a levantarnos después de cada caída para volver a empezar. Sin temer la imperfección o la debilidad.

Entonces, ¿es que la santidad no consiste en hacer las cosas bien, en evitar el pecado cada día, en cumplir a rajatabla las más leves insinuaciones de Dios?

Desear ser santos es desear amar hasta el extremo, querer dar la vida cuando nos la exijan, asumir la cruz con un corazón valiente y despejar las cadenas que nos atan y no nos dejan ser libres.

Es el deseo da amar en toda ocasión y a toda persona, sin hacer diferencias, sin guardarnos la vida. Porque el que se guarda la vida la perderá para siempre.

Sin embargo, ¿quién puede ser santo a base de esfuerzo? ¿Quién puede mantener limpio el corazón en una lucha sin cuartel por alejar el pecado? Nadie, en realidad nadie puede ser santo por méritos propios.

No podemos dejar de pecar aunque lo deseamos. Caemos una y otra vez, tropezamos, el hombre viejo resurge de las cenizas y nos hace ver que no estaba vencido. Las antiguas tentaciones olvidadas vuelven con más fuerza y nos vencen.

Los ideales que brillan ante nuestros ojos nos animan, pero no es suficiente. Como siempre decimos al renovar nuestra alianza con María en el Santuario: «Nada sin ti, nada sin nosotros». No podemos ser santos sin la gracia de Dios, pero tampoco podemos serlo sin nuestro esfuerzo y nuestra lucha.

Nosotros nos subimos a la higuera, derribamos muros, vencemos batallas, abrimos brechas, despejamos barricadas. Pero la victoria final es de Dios.

Él vence, Él entra, Él hace fecunda nuestra vida y logra que la semilla enterrada en el alma, muera y dé mucho fruto. Logra que nuestra vida, enterrada en humildad, escondida para dar vida a muchos, tenga un sentido.

«Sin lagar no hay vino, el trigo debe ser triturado, sin tumba no hay victoria, sólo el morir gana la batalla», rezaba una oración del Padre Kentenich en el «Hacia el Padre».

La aspiración a la santidad nos lleva a querer dar la vida, en cada batalla, en cada esfuerzo. Con una sonrisa y el corazón lleno de luz.

Hay un poema de Rudyard Kipling en el que un padre le habla a su hijo de esas cosas importantes de la vida:

«Si al encontrar el triunfo o el desastre, puedes tratar igualmente a esos dos impostores. Si puedes poner en un momento todas tus ganancias y arriesgarlas a un golpe a cara o cruz, perder y volver a comenzar desde el principio, sin jamás decir una palabra sobre tu pérdida. Entonces serás hombre, hijo mío».

Ese corazón libre es el que pedimos a Jesús que nos regale. Es el corazón santo que se levanta cuando cae, que se despierta cuando se duerme, que vuelve a empezar cuando tropieza. Es el corazón pobre y rico, humilde y altivo, luchador y esperanzado. El corazón caído y levantado, que nunca se da por vencido, que siempre ve en el fracaso la semilla de una nueva oportunidad. Así de simple, así de bello.

Un corazón herido, coronado de espinas e inscrito en la llaga de Cristo. Un corazón muerto y resucitado. Así es la vida de los santos que no se desaniman en la lucha y no desconfían de la mano de Dios sosteniendo sus pies desnudos.

Es tal vez por eso que me encanta soñar cada mañana con la santidad. No porque me crea santo, no porque quiera ser canonizado un día, sino más bien porque cada día compruebo la propia fragilidad y me alegro al pensar que mi alegría no es mía sino que procede de un Dios que me quiere por lo que soy, por lo que Él ha hecho en mí.

Su amor es como ese fuego que enciende el alma y la hace aspirar a las alturas. La santidad, por lo tanto, no es el pago obtenido a base de esfuerzo sacrificado. No es el premio a una vida inmaculada. No es el simple pago por el trabajo bien hecho. La santidad es bienaventuranza, felicidad, alegría ya aquí en el camino.

Aspiramos a ser santos no para cumplir las expectativas de un Dios creador exigente, no para tratar de devolver todo el amor que nos han dado. El querer ser santos es simplemente el anhelo del alma que sueña la felicidad.

Pero no ya la felicidad en la vida eterna, con el deber ya cumplido. Sino esa felicidad incompleta que degustamos cada día como un don de Dios.

En realidad es como la vida de Zaqueo. Una mirada que expresa gratuidad, un amor sin medida que nos busca, un perdón sin límites que nos lleva a cambiar de vida.

Nosotros tenemos la fuerza y la disposición para subirnos a lo alto de una higuera cargados con nuestra debilidad. Nos subimos a lo alto de la Iglesia, de aquella persona que Dios pone en nuestro camino para acercarnos a Él.

La higuera son los sacramentos, es la vida que nos da continuamente oportunidades para volver a empezar.

Luego Cristo nos invita a comer en nuestra propia casa. Llega con su luz y nos quiere hacer felices. Porque no quiere que el sufrimiento, cuando lo vivimos mal, pueda acabar con la esperanza y la alegría.

Entonces su amor, no nos lo da porque nos lo merezcamos. Es cierto que es muchas veces nuestra forma de juzgar la vida. Te doy cuando te lo mereces. Recibo cuando me lo merezco. No es así.

Cristo se acerca siempre y su presencia es gratuidad, don, paz, alegría. Nos perdona e incluso llega a olvidar el perdón que nos da. El encuentro con Él nos recuerda su impronta grabada en nuestra alma. En nuestro interior reconocemos su vida como algo ya nuestro.

Su presencia entonces santifica lo que hasta ese momento parecía oscuro y sin brillo. Ilumina lo que para los hombres parece demasiado lúgubre. Porque su luz brilla en lo profundo del alma cuando Cristo se hace luz para nosotros. Tal vez es así la santidad. Nuestra vida brilla por dentro.

Como leía el otro día: «Nosotros no estamos interesados en brillar por fuera, nosotros queremos brillar por dentro»[1]. Hoy el mundo quiere que brillemos por fuera, que destaquemos en todo lo que hacemos, que reflejemos un brillo de perfección que deje al mundo con la boca abierta. Y muchas veces comprobamos que caemos en la más antigua tentación, la del orgullo y la vanidad.

Nos importa brillar por fuera, ser reconocidos, tener éxito. Ser los número uno en todo lo que hacemos. Así de sencillo. Brillar y que nadie llegue a brillar tanto como nosotros. Pero no es ésa la santidad a la que nos invita el Señor. No. Él quiere que brillemos por dentro.

P. Carlos Padilla

domingo, 10 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos que niegan la resurrección, y le preguntaron:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella».
Jesús les contestó:
«En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos».
 
Lucas 20, 27-38
 
Hay formas equivocadas de acercarse a Jesús. En no pocos pasajes de los evangelios se nos presenta a personas que acuden al encuentro de Cristo con intenciones torcidas. El Señor nunca rechaza a nadie: con sus palabras desenmascara el engaño de los diálogos fingidos; con sus gestos rodea siempre de misericordia a quienes le escuchan. Palabras y gestos reclaman la atención en la singular escuela del Corazón de Jesús. En el Evangelio de este domingo un grupo de saduceos, que niegan la resurrección, se acercan a Jesús para intentar cazarlo con una pregunta capciosa. Entre las agrupaciones judías en tiempos de Jesús, los saduceos se caracterizan por reducir las Escrituras a los cinco libros de la Ley (el Pentateuco) y por negar la fe en la resurrección. El caso inventado de la mujer de los siete maridos que fallecen es planteado por los saduceos a Jesús no con el deseo limpio de aclarar dudas legítimas, sino con la pretensión de ridiculizar una creencia y poner en apuros al Señor. Jesucristo no desaprovecha la ocasión y corrige con paciente misericordia a quienes le interpelan. Los saduceos capciosos reciben a cambio de su pregunta torcida una recta enseñanza sobre el modo auténtico de leer las Escrituras y sobre la vida eterna. Se equivocan al proponer con burla un tema que Jesucristo se toma muy en serio.

 Lo que está en juego no es la habilidad para escapar de una pregunta difícil, sino la verdad misma de Dios y el alcance de nuestra propia esperanza. Los saduceos creen conocer lo que Moisés dejó escrito, pero ignoran lo que Dios ha revelado de Sí mismo en las Escrituras. Al ignorar la Palabra de Dios, destruyen la esperanza. En las palabras de Jesús descubrimos, por el contrario, las certezas que sostienen la esperanza: disipa las dudas del engaño, revela la verdad de la condición humana y nos muestra el verdadero rostro de Dios.
El engaño juega con los sentimientos y se disfraza de inteligencia. En el caso que proponen los saduceos parece interesar la cuestión ineludible del alcance del amor que se profesan los esposos. Su comprensión del matrimonio, sin embargo, es sólo carnal. Con su respuesta, Jesús desvela que el amor que sostiene a los esposos en este mundo no puede fundarse sólo en el afecto de la carne. Jesús no afirma que los esposos, tras la resurrección, dejarán de amarse, sino que el deseo carnal desaparecerá. Los que sean dignos de la resurrección -dice el Señor- no se casarán, pues ya no pueden morir. El deseo perecedero dejará paso definitivamente al amor inmortal.

Jesús también revela que la última palabra de la condición humana no es la muerte. Hemos sido creados para la vida: no se equivoca nuestro entendimiento cuando desea conocer la verdad más allá de los límites que nos impone el tiempo; ni falla nuestra voluntad al querer abrazar un bien que nos supera; ni se confunden nuestros afectos cuando reclaman la belleza de una ternura que disipe nuestros miedos. Hemos sido creados para más. La vida eterna que Cristo nos promete responde a los anhelos más profundos del corazón humano. La salvación que Jesucristo nos alcanza no sólo es para el alma, sino también para el cuerpo. Al proclamar la fe en la resurrección, Jesús anuncia la derrota de la muerte, revela que Dios lo es de vivos y nos regala las certezas que sustentan nuestra esperanza.
 
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe

jueves, 7 de noviembre de 2013

EL MATRIMONIO NO ES PARA MI




Después de haber estado casado solamente por un año y medio, he llegado a la conclusión de que el matrimonio no es para mí. Por favor, antes de empezar a hacer suposiciones o pasar juicio a este artículo, sigue leyendo.


Nota del editor: Este escrito de Seth Adam Smith fue publicado originalmente en su blog SethAdamSmith.com. Se publica aquí con permiso del autor.
Conocí a mi esposa en la escuela secundaria cuando teníamos 15 años. Fuimos amigos durante diez años, hasta que decidimos que ya no queríamos ser sólo amigos. Recomiendo ampliamente que los mejores amigos se enamoren. Vendrán muchos buenos ratos de una relación así.

Sin embargo, enamorarme de mi mejor amiga no impidió que tuviera ciertos temores y ansiedades sobre el matrimonio. Entre más se acercaba el momento de decidir si nos deberíamos casar, más me llenaba de un miedo paralizante. ¿Estaba preparado? ¿Estaba tomando la decisión correcta? ¿Era Kim la persona más adecuada para tomar como esposa? ¿Podría ella hacerme feliz?

Entonces, en una noche que cambió mi destino, le conté estos pensamientos y preocupaciones a mi papá. Cada uno de nosotros tenemos momentos en nuestras vidas en que sentimos como si el tiempo se detuviera y todo a nuestro alrededor se acomodara perfectamente para marcar ese suceso especial que nunca olvidaremos.

Cuando mi padre respondió a mis inquietudes, fue uno de esos momentos para mí. Con una sonrisa en su rostro, dijo: "Seth, estás siendo totalmente egoísta. Así que voy a hacer esto realmente simple: el matrimonio no es para ti. No te casas para que te hagan feliz, te casas para hacer feliz a alguien más. Más que eso, tu matrimonio no es para ti, te casas para beneficiar a tu familia. No hablo de los suegros y familiares, sino de tus futuros hijos. ¿A quién quieres a tu lado para que te ayude a criarlos? ¿Quién quieres que sea una influencia diaria en ellos? El matrimonio no es para ti. No se trata de ti. Se trata de la persona con quien te casas.”

Fue en ese momento en el que supe que Kim era la persona con quien quería casarme. Me di cuenta de que quería hacerla feliz a ella, ver su sonrisa cada día, y hacerla reír todos los días. Yo quería ser parte de su familia, y mi familia quería que ella fuera parte de la nuestra. Y al recordar todas las veces que la había visto jugar con mis sobrinas, supe que ella era la persona con quien quería construir nuestra propia familia.

El consejo de mi padre era a la vez sorprendente y revelador. Iba en contra de la actual "filosofía de Wal-Mart”, que es: “si no te hace feliz, puedes regresarlo y llevarte otro nuevo”. La realidad no es así, un matrimonio verdadero (y el amor verdadero) no se trata de ti. Se trata de la persona que amas: sus deseos, sus necesidades, sus esperanzas y sus sueños. El Egoísmo siempre exige: "¿Qué gano yo?" Mientras que el Amor dice: "¿Qué más puedo dar?"

Hace algún tiempo, mi esposa me mostró lo que significa amar desinteresadamente. Durante muchos meses, mi corazón se había endurecido con una mezcla de miedo y resentimiento. Cuando la presión había aumentado a un punto en donde ninguno de los dos podía soportarlo más, las emociones estallaron. Tristemente fui insensible y egoísta con ella.

Pero en lugar de responder con más egoísmo, Kim hizo algo más que maravilloso, ella demostró un acto humilde de amor puro. Dejando de lado todo el dolor y sufrimiento que yo le había causado, amorosamente me tomó entre sus brazos y reconfortó mi alma.

Me di cuenta de que me había olvidado del consejo de mi padre. Mientras que el objetivo de Kim en el matrimonio había sido darme amor, mi contribución había sido solo pensar en mí. El darme cuenta de lo terrible que fui, me hizo llorar, y en ese momento le prometí a mi esposa que iba a tratar de ser mejor.

Para todos los que están leyendo este artículo ya seas —casado, comprometido, soltero, o incluso si has jurado nunca casarte— Quiero que sepas que el matrimonio no es para ti. Ninguna relación verdadera basada en amor se trata ti. El amor siempre se trata de la persona que amas.

Y, paradójicamente, entre más amas a esa persona, más es el amor que recibes. Y no solo de tu pareja, sino también de sus amigos, su familia y las miles de personas que nunca hubieras conocido si el amor que puedes brindar hubiera permanecido centrado solo en ti mismo.

En verdad, el amor en el matrimonio no es para ti. Es para otros.
Traducido y adaptado al español por Miriam Aguirre.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

ESTÁS INVITADO A UNA FIESTA: ¡¡ERES CRISTIANO!!



La esencia cristiana es una invitación a la fiesta. Es cuanto ha afirmado el Santo Padre Francisco en la Misa de esta mañana en la Casa Santa Marta. El santo padre ha reiterado que la Iglesia “no es solo para las personas buenas”, la invitación a formar parte afecta a todos. Y ha añadido que, a la fiesta del Señor, se “participa totalmente” y con todos, no se puede hacer una selección. Los cristianos, ha advertido, no pueden contentarse con “estar en la lista de los invitados”, si no es como “quedarse fuera” de la fiesta.
Las lecturas del día, ha afirmado el papa al comienzo de su homilía, “nos muestran el documento de identidad del cristiano”. En este sentido, ha subrayado que “ante todo la esencia cristiana es una invitación: solo nos convertimos en cristianos si somos invitados”. Se trata, ha añadido, de “una invitación gratuita”, a participar, “que viene de Dios”. Para entrar en esta fiesta, ha advertido, “no se puede pagar: o estás invitado o no puedes entrar”. Si “en nuestra conciencia”, ha proseguido, “no tenemos esta certeza de ser invitados” entonces “no hemos entendido qué es un cristiano”:
“Un cristiano es uno que está invitado. ¿Invitado a qué? ¿A una tienda? ¿Invitado a dar un paseo? El Señor nos quiere decir algo más: ‘¡Tú estás invitado a la fiesta!’ El cristiano es aquel que está invitado a una fiesta, a la alegría, a la alegría de ser salvado, a la alegría de ser redimido, a la alegría de participar de la vida con Jesús. ¡Ésta es una alegría! ¡Tú estás invitado a la fiesta! Se entiende, una fiesta es una reunión de personas que hablan, ríen, festejan, son felices. Es una reunión de personas. Entre personas normales, mentalmente normales, no he visto jamás a uno que festeje a solas, ¿no? ¡Eso sería un poco aburrido! Abrir la botella de vino… Ésta no es una fiesta, es otra cosa. Se festeja con los demás, se festeja en familia, se festeja con los amigos, se festeja con las personas que han sido invitadas, como yo he sido invitado. Para ser cristiano se necesita una pertenencia y pertenece a este Cuerpo esta gente que ha sido invitada a la fiesta: ésta es la pertenencia cristiana”.
Refiriéndose a la Carta a los Romanos, el pontífice ha afirmado que esta fiesta es una “fiesta de unidad”. Y ha subrayado que todos están invitados, “buenos y malos”. Así, los primeros a ser llamados son los marginados:
“La Iglesia no es la Iglesia sólo para las personas buenas. ¿Queremos decir quién pertenece a la Iglesia, a esta fiesta? Los pecadores, todos nosotros, pecadores, hemos sido invitados. ¿Y aquí qué hacemos? Se hace una comunidad, que tiene dones diferentes: uno tiene el don de la profecía, el otro el ministerio, aquí un profesor… Aquí ha surgido. Todos tienen una cualidad, una virtud. Pero la fiesta se hace llevando lo que tengo en común con todos… En la fiesta se participa, se participa totalmente. No se puede entender la existencia cristiana sin esta participación. Es una participación de todos nosotros. ‘Voy a la fiesta, pero me detengo sólo en la primera sala de estar, porque tengo que estar sólo con tres o cuatro que conozco y los demás…’ ¡Esto no se puede hacer en la Iglesia! ¡O entras con todos o permaneces fuera! Tú no puedes hacer una selección: la Iglesia es para todos, empezando por los que he dicho, los más marginados. ¡Es la Iglesia de todos!”
Es la “Iglesia de los invitados”, ha añadido: “Estar invitados, participar en una comunidad con todos”. Pero, ha observado, en la parábola narrada por Jesús leemos que los invitados, uno tras otro, empiezan a encontrar escusas para no ir a la fiesta. “¡No aceptan la invitación! Dicen que sí, pero no lo hacen”. Ellos, ha reflexionado, “son los cristianos que se conforman sólo con estar en la lista de los invitados: cristianos enumerados”. Pero, ha advertido, esto “no es suficiente”, porque si no se entra en la fiesta no se es cristiano. “¡Tú –ha afirmado– estarás en la lista, pero esto no sirve para tu salvación! Ésta es la Iglesia: entrar en la Iglesia es una gracia; entrar en la Iglesia es una invitación”. Y este derecho, ha añadido, “no se puede comprar”. “Entrar en la Iglesia –ha reiterado– es hacer comunidad, comunidad de la Iglesia; entrar en la Iglesia es participar de todo aquello que tenemos, de las virtudes, de las cualidades que el Señor nos ha dado, en el servicio del uno para el otro”. Y además: “entrar en la Iglesia significa estar disponible para aquello que el Señor Jesús nos pide”. En definitiva, ha constatado, “entrar en la Iglesia es entrar en este Pueblo de Dios, que camina hacia la eternidad”. “Ninguno –ha advertido– es protagonista en la Iglesia: pero tenemos Uno que ha hecho todo”. “¡Dios es el protagonista!” Todos nosotros, ha afirmado, vamos “detrás de Él y quien no va detrás de Él, es uno que se excusa” y no va a la fiesta:
“El Señor es muy generoso. El Señor abre todas las puertas. También el Señor comprende al que dice: ‘¡No, Señor, no quiero ir contigo!’ Lo entiende y espera, porque es misericordioso. Pero al Señor no le gusta ese hombre que dice ‘sí’ y hace ‘no’; que finge agradecerle por tantas cosas bonitas, pero en realidad va por su camino; que tiene buenas formas, pero hace su propia voluntad y no la del Señor: aquellos que siempre se excusan, aquellos que no conocen la alegría, que no experimentan la alegría de la pertenencia. Pidamos al Señor esta gracia: entender bien cuanto es hermoso ser invitados a la fiesta, cuanto es hermoso estar con todos y compartir con todos las propias cualidades, cuanto es hermoso estar con Él y que feo es jugar entre el ‘sí’ y el ‘no’, decir que ‘sí’, pero conformarme con estar sólo enumerado en la lista de los cristianos”.
(ZENIT)

martes, 5 de noviembre de 2013

RENDIRME NO FUE UNA OPCIÓN

Historia de esperanza y perseverancia, incluso en los momentos más trágicos. Tras su accidente, Stefanie luchó por volver a caminar de la mejor maneja, y luego por correr con todas sus capacidades. Actualmente es medallista paralímpica en atletismo tras batir un récord en las olimpiadas del Londres 2012.
 Su madre fue quien le dio la noticia de que su pierna derecha tuvo que ser amputada y ante esto Stefanie respondió: “Puedo elegir esta situación y sacar lo mejor de ella o puedo elegir enojarme y me dije a mí misma: Voy a darle al creador del mundo el beneficio de la duda y  tener la esperanza de que Él pueda hacer algo con esto”.
 El accidente se convirtió para esta deportista en una muestra del amor de Dios, pensó que su sueño deportivo estaba perdido, pero en realidad recibió más de lo que pudo esperar. En la competencia de los 200 metros, cuando debía dar todo de sí misma para ganar sintió que Dios le hablaba: “Me dijo: ‘Stefanie, quiero que sepas que cuando estés en ese punto de partida y esas 80,000 personas te estén alentando, eso es cuánto te amo’.
 
 Andrea Cabrera Pombo (Redacción GoodNews)




lunes, 4 de noviembre de 2013

REGALAR LA INDULGENCIA PLENARIA A UN DIFUNTO

Con motivo de la conmemoración de los Fieles Difuntos, es
posible para los católicos ganar una indulgencia plenaria para las almas de seres queridos, familiares o amigos por ejemplo, que se encuentran en el purgatorio.

El Papa Francisco explicó el 30 de octubre que tanto los santos interceden ante Dios por nosotros, como nosotros podemos rogar al Señor por las almas del purgatorio.

“Todos los bautizados en la tierra, las almas del Purgatorio y todos los beatos que están ya en el Paraíso forman una única gran Familia. Esta comunión entre tierra y cielo se realiza sobre todo en la oración de intercesión”, dijo en esa ocasión.

Un empujón y fuera del Purgatorio
Para ganar una indulgencia plenaria por un difunto, la Iglesia pide seguir los siguientes pasos.

- El 2 de noviembre se visita piadosamente una iglesia o un oratorio. Durante esta visita se debe rezar un Padre Nuestro y el Credo. Además, se debe formular la intención de querer evitar cualquier pecado mortal o venial.

- Es necesario confesarse, recibir la Santa Comunión y rezar un Padre Nuestro y un Ave María por las intenciones del Papa. Estas tres condiciones pueden cumplirse unos días antes o después de la fiesta de Todos los Fieles Difuntos, pero es conveniente que la Comunión y la oración por las intenciones del Papa se realicen el mismo día.

Tras cumplir estas condiciones, la persona por la que usted pidió la indulgencia plenaria podrá entrar en el Cielo.

Durante 8 días de noviembre
Así mismo, del 1 al 8 de noviembre se pueden ganar otras indulgencias por almas que se encuentren en el purgatorio.

Vale precisar que la indulgencia plenaria únicamente se puede ganar una vez al día.

Para ganar estas indulgencias, puede visitar piadosamente un cementario y orar por los difuntos, al tiempo que se debe querer evitar cualquier pecado mortal o venial.

También se deben cumplir las condiciones de confesión sacramental, Comunión Eucarística y oración por las intenciones del Papa.

Una misma confesión sirve para ganar varias indulgencias, pero se necesita una nueva Comunión, una nueva oración por las intenciones del Papa y una nueva visita al cementario por cada indulgencia.

Fuente: ReL

domingo, 3 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO


Evangelio
 
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa».
Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:
«Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más».
Jesús le contestó:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido
 
 
La estatura de Zaqueo no es obstáculo para que en él descanse la mirada de Jesús. Subiendo a una higuera, el jefe de publicanos pretende superar la barrera que media entre él y el Maestro. Siente curiosidad y desea aprovechar la ocasión para ver al Señor que pasa. Entonces surge la sorpresa: cuando está en lo alto, Jesucristo le llama por su nombre; el que quería ver se descubre visto y, en ese descubrimiento, empieza el encuentro que todo lo cambia. En la conversión de Zaqueo, se desvela el misterio del comienzo de la fe: a creer se llega por la escucha de la Palabra de Dios, pero antes de que ésta llegue al oído, hay una mirada que la prepara. El publicano escuchó su nombre y la palabra que Jesús le dirigió, pero primero se encontró con su mirada. Al recibir la palabra del Maestro, Zaqueo se descubre mirado por Él y, entonces, comienza su camino hacia la fe. Sabiéndose mirado por Jesús, llegará a mirar como Jesús mira. El encuentro con Jesucristo que transforma la vida es un encuentro interior de miradas: saberse conocido por Jesús antes aún de haber tratado con Él y aprender a ver con su mirada. El Evangelio de este domingo nos permite reconocer cómo Jesús nos mira y cómo podemos llegar a ver con la mirada de Jesús.

Zaqueo es jefe de publicanos, muy rico y, a los ojos de los fariseos, un gran pecador. Sin embargo, Jesús lo ve con otros ojos: sabe bien que es pecador, pero sabe también que el Padre le ha enviado a buscar a los que estaban perdidos. En la mirada de Jesús, brilla la misericordia del Padre. La fuerza del amor que Jesucristo nos trae es mayor que el pecado del hombre. Jesús mira a Zaqueo con amor. El amor no ignora el pecado, pero no lleva cuenta del mal; todo lo perdona, porque todo lo puede. Cuando Jesús mira, regala esperanza. «El Señor, que había recibido a Zaqueo en su corazón, se dignó ser recibido en casa de él» (san Agustín). Jesús invita a ser invitado. La puerta de la conversión no es el reproche inmisericorde, sino la invitación a que Jesús entre en la propia casa. Zaqueo recibe al Señor muy contento. La fe incipiente produce como primer fruto la alegría. Quien acoge al Señor cambia la tristeza de la murmuración por la alegría de la conversión. Y entonces llega el cambio de la mirada: Zaqueo empieza a ver como ve el Señor. Así lo ha explicado el Papa Francisco en la encíclica Lumen fidei: «La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver».

Tras el encuentro con Jesús, la mirada de Zaqueo ha cambiado. Cuando el Señor entra en casa, se descubre la verdadera riqueza. Los bienes que hasta entonces impedían alcanzar la vida eterna, se convierten en ayuda para la salvación cuando se entregan a los más necesitados. El mal que se hizo a los pobres empieza a ser reparado. Se recibe de verdad a Cristo cuando se reconoce a Cristo en el hermano. La conversión es auténtica cuando el corazón transformado lleva a cabo obras de amor. Jesucristo promete la salvación a quienes son verdaderos hijos de Abrahán, es decir, a quienes traducen la fe en obras de caridad. Quien se descubrió mirado con amor, recibió en su casa al Autor del amor más grande, y así empezó a creer, es decir, comenzó a mirar con los ojos de Jesús. En la conversión de Zaqueo, se nos desvela la mirada de la fe.
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe

viernes, 1 de noviembre de 2013

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS




¿Son los santos los bienaventurados? No, si queremos decidir que lo son por sus grandes méritos. Podemos llamarlos santos porque tuvieron la gracia inmensa de seguir al Señor Jesús, tras la muerte, hasta lo alto del camino que, por la resurrección de quien murió en la cruz por ellos también, nos lleva hasta la gloria del Padre. Porque, en verdad, el actor de las bienaventuranzas es siempre Jesús. Y nosotros lo somos, bueno, lo fueron los santos, porque ellos tuvieron el don resplandeciente de verse transformados en carne de seguimiento que lleva hasta la gloria. El pobre en el espíritu es Jesús, y el sufrido, y el llorón, y el que tiene hambre y sed de justicia, y el misericordioso, y el limpio de corazón, y el que trabaja por la paz, y el perseguido por causa de la justicia, el insultado y perseguido. Dirás, quizá, exageras. Creo que no. Porque él es el pobre al que imitaron los santos, puede ser nuestro el reino de Dios; porque el sufrido al que los santos imitaron, podemos nosotros heredar la tierra; porque llora, lo que también hicieron los santos, podemos nosotros ser consolados; pues el que tiene hambre y sed de justicia, en lo que los santos buscaron ser como él, podemos nosotros quedar saciados; pues misericordioso, como lo fueron los santos, imitándole, podemos nosotros ser misericordiosos; porque limpio de corazón, como buscaron serlo también los santos yéndose tras él, veremos a Dios; porque él es quien trabaja por la paz, aunque haya resultado que trae la guerra, como en puro calco les pasó a los santos, se nos llamará los Hijos de Dios; pues perseguido por causa de la justicia, como ocurrió con los santos cuando le imitaban, nuestro es el reino de Dios. Bienaventurados, pues, como aconteció a los santos que imitaron al Señor, cuando nos insulten y nos calumnien por su causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande cuando seáis conducidos, como los santos, al lugar de la gloria de Dios Padre, a cuya derecha está sentado Jesús, el Hijo, en la presencia circulante del Espíritu.
Mirad el amor que ha tenido el Padre para llamarnos sus hijos, como dice la carta de Juan: ¡pues lo somos! No es, pues, una sábana blanca en la que se haya escrito: estos son mis hijos, cubriendo todo lo que quiera haber oculto debajo, sino porque nuestras interioridades más íntimas han sido transformadas por la venida a nosotros del Espíritu, quien habita dentro de nosotros mientras grita a grandes voces: Abba, Padre. Buena aventura de nuestra vida de seguimiento de Jesús, confiando que por la gracia, justificados por la fe que se nos dona, tras la muerte, lleguemos a vivir en ese lugar de tan pura y alegre contemplación. Las visiones del Apocalipsis son magníficas. Con Juan vemos el ángel que sube trayendo el sello del Dios vivo. Vemos cómo se nos marca en la frente a quienes somos siervos de nuestro Dios. Luego, vimos muchedumbre inmensa de todo color y nación con vestiduras blancas que caían rostro a tierra ante el trono del Cordero. ¿Quiénes son esos vestidos de blanco? Los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero.
Exageras, pues nos metes a todos ya en la fila de los santos. Es verdad, pero vivo en-esperanza de que, por la gracia inmensa de Dios que perdona todos mis pecados subiéndome a la cruz de Cristo, pronto estaré, junto a ti, junto a vosotros, en esa fila que se allega, allá en lo alto, al trono del Cordero. ¿Acaso san Pablo no nos llama siempre los santos? En-esperanza, vivimos en la alegría inmensa de que así sea. Amén.
Fuente: www.archimadrid.org