miércoles, 30 de abril de 2014

TOMÁS Y LA HERIDA RESUCITADA

Siempre me ha llamado la atención que Jesús muestra sus heridas para ser reconocido. No hace un milagro. Se muestra humano. Se muestra como el crucificado.

La herida de Jesús y la herida de Tomás se encuentran. Tomás toca dubitativo la herida de Jesús: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado».

Como bien expresa el famoso cuadro de Caravaggio, Jesús cogería la mano de Tomás y la acercaría hasta su herida: «Trae tu mano». Porque Tomás tendría miedo, un infinito respeto. Se acordaría de su falta de fe. Había dudado. No había creído en sus hermanos. No había creído en el amor de Dios.

Ahora tenía que tocar esa herida sagrada. No lo hacía voluntariamente, sentiría la mano de Jesús sobre la suya acercándola a su cuerpo. ¡Qué misterio! Su mano débil y pecadora tocando su cuerpo sagrado. Esa herida santa, abierta, resucitada. Esa herida que es la fuente de la vida. Un don. Pudo meterse en un momento en su corazón herido.

Recuerdo las palabras que Don César Franco pronunció el día de mi ordenación: «En el corazón de Cristo, abierto, no vas a ver ahora la gloria de Dios, pero vas a escuchar el latido de Dios, la fuerza de Dios, el amor infinito de Dios. Si le prometes a Dios, todos los días de tu vida, que aunque seas débil, pecador, hombre, sometido a tentación y prueba, te metes ahí, en el corazón de Cristo, en la hendidura de Cristo, contemplarás siempre la Gloria del Señor, aunque sólo puedas ver su espalda. Sólo podrás vivir en Él y desde Él. Y sólo podrás acompañar al hombre en la medida en que estés junto a Él».

Tomás pudo meterse en la herida de Jesús. Adentrarse en su corazón partido. Hundirse en la hendidura de la roca desde la cual podría escuchar a Dios. Tomás, recibió mucho más de lo que esperaba. El amor se desbordó en su herida, su misericordia.

Tomás, sobrepasado por la gratuidad de Dios, lloraría en lo más hondo de su alma. Había dudado, había desconfiado de Dios y de sus hermanos y, como premio, recibía el don de tocar lo más sagrado, la herida abierta de Jesús. Podía descansar dentro de Él por un momento.

¡Cuántas veces a lo largo de su vida volvería a ese momento de gratuidad! ¡Cuántas veces volvería a sentir en su corazón al recordarlo ese amor inmenso que Dios le tenía!

Sí, Jesús amaba profundamente a Tomás. Y por eso le permitió colarse en lo más hondo de su cuerpo, en el costado abierto del que brotaba la vida, en esa herida de Cristo llena de sufrimiento y dolor. En esa herida resucitada.

martes, 29 de abril de 2014

LA LITURGIA DEL DÍA: NACER DE NUEVO

En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía.” Pensar y sentir lo mismo no es que todos fuesen iguales como fabricados en una cadena en serie. cada uno era muy distinto (solo tenemos que mirar a los apóstoles). En la Iglesia algunos quieren tender a la uniformidad sin darse cuenta de la riqueza que Dios pone en cada uno. Algunos se empeñan en “volver a la Iglesia primitiva” aunque solamente en las formas, desprecian 20 siglos de historia de la Iglesia y de historia de la Gracia. No es que quieran volver al principio, es que quieren ser los primeros relegando todo lo que ha habido antes. A veces se quedan tan pendientes de las formas exteriores que se olvidan del interior, como si Dios no nos mirase con cariño, como si no fuese capaz de distinguirnos a cada uno entre la multitud de la humanidad. Sentir y pensar lo mismo no significa que tengamos que ser todos iguales en las formas. Ahora que voy conociendo muchos matrimonios de mi nueva parroquia, personas llegados de muchos sitios de Madrid hasta ese nuevo barrio, palpas las distintas maneras de vivir la fe, todas buenas y lícitas, que hay en la Iglesia.

“Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado.” También hay otros que son como las “tribus urbanas” que pretendiendo ser originales se visten todos iguales. Exigen seguir a Cristo sin la Iglesia, aunque sirviendose de ella. No están dispuestos a confesar la resurrección de Cristo pues Jesús se ha convertido en un referente moral, con 20 siglos de antigüedad, que les sirve de excusa para anunciarse a sí mismos. Estos se quitan el uniforme y desfilan en dirección contraria, sin darse cuenta que entonces no van detrás de Cristo resucitado sino detrás dé la última tendencia o moda. Quieren cambiar la Iglesia sin cambiarse ellos mismos, ya que se han erigido en nuevos mesías y salvadores. Se parecen a los otros en que también desprecian a los demás y los miran sin cariño, sólo miran desde su autosuficiencia.

«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.» Quien nace de nuevo mira la maravilla de la Iglesia, tan variada pero con la misma tensión de anunciar a Cristo resucitado entre todos los hombres de todos los lugares de todos los tiempos. Todos caminando con los ojos fijos en Aquel que ha sido elevado sobre todo en la cruz. Podemos ser muy distintos, pero todos caminamos juntos. Ojalá hoy crezca nuestro amor a la Iglesia y nos despeguemos un tanto de nuestras manías.
La Virgen, madre de todos, nos mira con el cariño de Dios: todos distintos, pero todos queridos por Dios nuestro Padre.

lunes, 28 de abril de 2014

LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

Durante las dos primeras semanas de este mes de abril, decenas de sacerdotes y también cientos de jóvenes y familias tuvieron la oportunidad de vivir en Chile una particular experiencia de Dios, animados y acompañados por el padre Ghislain Roy y teniendo por centro la Adoración eucarística y la Eucaristía. En esta entrevista, Ghislain Roy revela no sólo inéditas y extraordinarias experiencias que ha vivido durante la Adoración Eucarística, sino el por qué es urgente reavivar esta oportunidad de encuentro directo con Dios.


El 2 de junio de 2013 Papa Francisco convocó a una Adoración Eucarística a todo el orbe católico. Hecho histórico. Por primera vez los católicos del mundo en adoración simultánea. ¿Es la Adoración Eucarística tan relevante para la vida de fe?

El Papa nos enseña que la Adoración Eucarística es la vida de la Iglesia. Cuando la Iglesia se pone alrededor de Jesús para adorarlo en la Eucaristía, esto da comunión y fuerza. Si queremos más comunión y unidad en la iglesia tenemos que empezar poniéndonos a los pies de Cristo a través de la Adoración. Él quien nos dijo «que todos sean uno»… primero tenemos que estar unidos a Él, para poder hacer realidad esa unidad de todos. Esto sólo lo permite la Adoración eucarística.

¿Es la Adoración Eucarística una fuente de sanación?

Sí. En la parroquia donde yo estoy (Beauceville, Canadá) tengo una capilla de Adoración Eucarística Perpetua, con más de doscientas personas que se turnan día y noche, todas las semanas. Ellas testimonian liberaciones, sanaciones, solución de problemas entre las parejas, sanación del corazón, sanación entre jóvenes que vivían dificultades importantes. También algunos que recibieron liberación de ideas suicidas. Una señora que tenía cáncer vino a preguntarme qué le sugería y le contesté: «Vete a Jesús que está en el Santísimo Sacramento, para recibir sanación». Si nosotros no proponemos esto, la gente se irá a la Nueva Era, a prácticas de reiki, de yoga, buscando la sanación… cuando en la Iglesia tenemos todo lo que necesitan. Somos nosotros quienes se los tenemos que proponer y también convertirnos en adoradores. Si yo no soy un adorador me será muy difícil hablar de ello y convencer a los demás.

¿Cuál es el vínculo entre la realidad de la cruz que se exalta en Semana Santa y la Adoración Eucarística?

Cada vez que adoramos al Santísimo, en esta presencia real de Jesús, ahí se eleva particularmente la cruz, vamos al Padre a través de la cruz, por Jesús que se da en el Santísimo Sacramento. La Madre Teresa de Calcuta ha dicho algo que encuentro interesante… ‘Cuando vosotros contempláis a Jesús crucificado os dais cuenta de cuánto Él os amó y cuando contempláis a Jesús en el Santísimo Sacramento os dais cuenta de cuánto Él os ama ahora’. Así que ambos se completan. Es el misterio de la cruz y de su presencia real.

Históricamente ¿Cuándo inicia la Adoración Eucarística?

Sabemos que los primeros cristianos guardaban la presencia Real de Cristo (reserva eucarística) para los enfermos. Entonces en ese intertanto entre la misa y llevarlo, la gente empezó a Adorar esa presencia Real, antes de llevarla a los enfermos. Esto nos muestra además el vínculo entre Adoración y Eucaristía. ¿Cómo vas vivir la Eucaristía sin haberle antes adorado? Porque la adoración nos lleva a Jesús en la Eucaristía. En mi parroquia por ejemplo había gente que no iba a misa y empezaron a Adorar. Eso fue lo que les llevó a la Eucaristía.

Entre los creyentes hay muchos como el apóstol Tomás que precisan ver para creer. ¿Efectivamente adorar a Dios presente en el Santísimo Sacramento puede sanar enfermedades de las personas? ¿Qué pruebas puede dar?

Siempre es un acto de fe el presentarse ante Jesús, ya en la Adoración, ya en la Eucaristía. Ponernos en su presencia abriendo el corazón, no la cabeza que razona la presencia, sino el corazón. Porque si entramos con la cabeza, con la razón, salimos con todas las dudas. Si entramos con el corazón tenemos la experiencia de la paz y del amor que viene del Santísimo. Esta adoración me ayuda no sólo a mí de una manera personal, sino que abre dones para la evangelización. En una parroquia que se adora todas las obras pastorales estarán sostenidas por esa adoración, habrá más participación de las personas y las celebraciones eucarísticas tendrán una unción particular. Ahí donde Cristo es adorado baja el nivel de criminalidad; y esto va en el sentido de lo que decía San Pedro Julián Eymard… que el culto del Santísimo Sacramento es la urgente necesidad de nuestro tiempo para salvar a las personas. El mal de este tiempo es que ya no vamos a Jesús. Le diría a cualquiera que no tenga fe… «Vete y preséntate a Jesús, adóralo, entrégale todas tus dudas y deja que él intervenga».

Perdone que le insista… ¿Cuál es la sanación física que por realizar Adoración eucarística a usted más le ha impactado porque ha sido testigo?

Bien, una sanación de cáncer de estómago, a una chica de Valencia. Tengo el convencimiento que cuando hacemos este ministerio delante de Jesús presente en el Santísimo Sacramento expuesto, Él hace esas sanaciones físicas… de los ojos, oídos, pulmón, cáncer. También recuerdo que habiendo abierto una capilla de adoración en otra parroquia, a los pocos días se cerró un lugar cercano a ella donde se vendía droga y alcohol… ¡Porque ahí donde está Cristo expuesto, Él expulsa las tinieblas! Existe un registro de casos, que ahora mismo no he traído conmigo en este viaje… pero está disponible.

¿Podría contarnos su experiencia respecto a que la sola presencia del Santísimo Sacramento expuesto para la adoración, expulsa los demonios?

Hay que volver a leer en particular la primera carta de San Juan cuando habla ‘el Verbo se hizo carne… es la Luz que vino al mundo… y el mundo de las tinieblas es expulsado…’. Así es que al leer San Juan se demuestra que la sola presencia del Verbo que se hace carne, que vino al mundo en mitad de las tinieblas, es la Luz que vino para expulsar las tinieblas. Y porque yo creo que Jesús está ahí presente en la hostia consagrada, es verdaderamente su cuerpo, yo creo que es el mismo Cristo que expulsa las tinieblas, porque es la Luz que vino al mundo.
Ahí donde se expone al Santísimo la gente siente paz, pero también ve su luz. Hace algunos días en el Monasterio Benedictino de la Santísima Trinidad de Las Condes (Santiago, Chile) hicimos una consagración mariana ante la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento expuesto, lo hizo el padre Abad. Yo tenía los ojos cerrados cuando tres sacerdotes y un laico vieron una luz que se formaba en Jesús sacramentado cuando se estaba haciendo esta consagración mariana y fue un momento con mucho poder. El padre Abad se lo contó al padre Mauro Matthei.

Parece obvio, pero si efectivamente Dios está sensiblemente disponible, esperando, en el Santísimo Sacramento expuesto, al alcance de la mano por así decirlo, visible, ¿Por qué los católicos y sacerdotes no largan las campanas al vuelo proclamando… ¡Vengan Dios está aquí!?

¡Exactamente! Ocurre que no lo hacen porque muchos no han experimentado el amor de Dios, experiencia que en especial se vive con Jesús en el Santísimo Sacramento. El año pasado durante un retiro de sacerdotes yo llevaba conmigo al Santísimo a través de la capilla y le pedí a uno de los sacerdotes que simplemente tocase la custodia. Él sintió una ola de amor que le invadió y trató de resistirla, pero no fue capaz, lloró durante treinta minutos. Cuando luego dio testimonio dijo… que nosotros los sacerdotes estamos demasiado atrapados por la cabeza y que él en su vida sacerdotal nunca había tenido tal experiencia del amor de Dios. ¿Cómo puede ir la gente al Santísimo si no han tenido antes una experiencia del amor de Dios? Y deben saber que la podemos tener adorando, delante de Jesús. Cuando se vive esto en la eucaristía o la Adoración, siempre querrás volver. La gente no va a Jesús porque no han sido tocados en un encuentro personal con Él. Aunque hablen de sí mismos como católicos. Porque si verdaderamente hubieran saboreado a Jesús no irían a otras prácticas ocultas o de la Nueva Era buscando sólo lo que Jesús puede ofrecernos.

¿Se requiere prepararse de alguna forma antes de hacer Adoración Eucarística?

Continúo con la experiencia de ese sacerdote que fue tocado por el amor de Dios. Luego él se preparaba, se duchaba, decía voy a encontrar al Amado. San Pedro Julián Eymard decía que hay que prepararse para ese encuentro. Si sabes que vas a tener un encuentro con Jesús empieza anticipando la hora en que vas a tener ese encuentro. ¡Sólo me quedan cinco horas para estar con Jesús!... ¡Sólo me quedan dos horas!... para alimentar el deseo. También es claro que con la oración del rosario la Virgen nos lleva a Jesús y nos ayuda a preparar el corazón para este encuentro. Es como la mamá que prepara a sus hijos… los lava, los peina, les pone guapos y después los pone en los brazos del papá. Es la Virgen quien nos pone en los brazos de Jesús. Creo que la oración del rosario es muy importante. Otra cosa… cuando quienes tienen dudas se encuentren con más personas enamoradas de Jesús en el Santísimo, con sacerdotes que lo predican, mientras más oigan hablar de esto, más se va a encender en ellas el fuego por ir a la Adoración. Yo, ya no soy capaz de pasar un solo día sin ver a Jesús en el Santísimo. El sagrario no es lo mismo, porque es como si fueras a ver un médico y que durante la visita estuvieses con la puerta cerrada y detrás de ella.

¿Es correcto hablar de misas de sanación?

No. La misa sana, no hace falta añadir de sanación. Pero como desde hace algunos años hemos olvidado la grandeza de la misa, donde Jesús está presente ofreciendo a todos la sanación, como para decir que la misa sana se usa de decir misa de sanación. Es entonces porque la gente ha parado de creer que Jesús en la Eucaristía, durante la misa, libera y sana. También se podría decir misa de liberación, misa de la paz… hay cantidades de palabras relacionadas con los frutos espirituales que te da una misa. Pero también como sacerdotes tenemos que permitir a la gente ponerse en disposición para acoger esa sanación. Si celebramos una misa muy rápido y hacemos una consagración corta no dando a la gente la oportunidad de adorar a Jesús cuando consagramos. Si no les invitamos a preguntar en silencio después de comulgar: «¿Jesús qué quieres hacer por mi?». En Temuco cuando estuvimos en una Parroquia de la Divina Misericordia la gente vivió esta experiencia. Y en el momento en que ellos preguntaron «¿Jesús qué quieres hacer por mi?», después de comulgar, muchos de ellos se sintieron tocados y yo pregunté a la gente : ‘¿quién ha sentido que ha sido tocado?’, y entre 20 a 30 personas levantaron la mano. Así es que hay que creer en esto para acoger la sanación. Somos nosotros los sacerdotes quienes tenemos que ayudar a la gente para que dispongan el corazón al amor de Jesús que sana y libera y otorga la paz. Para mí que vengo aquí desde hace un tiempo, si me dijesen que ya no es posible hacer la Adoración nocturna, creo que ya no vendría a dar más retiros. Porque estoy convencido que Jesús sana a través de la Adoración Eucarística y en la Eucaristía.

En Chile millones de cristianos temen una posible ley de aborto, una posible ley de matrimonio entre personas del mismo sexo y adopción de niños… ¿Podría compartir alguna reflexión al respecto?

Hace unos días cuando estuve predicando retiro a sacerdotes en Temuco vivimos, orando, la experiencia del terremoto en Iquique y aviso de tsunami, en ese momento de oración tuve una imagen de la Santísima Virgen María protegiendo a Chile, como si su manto cubriese a Chile. Conozco la cruzada de oración que está haciéndose hoy en Chile, silenciosamente, con el rosario. Creo que a través de esta simple oración, a través de las capillas de Adoración y el deseo de la gente de proteger la vida… porque cuando adoramos orando a la Virgen su mediación, ya no tenemos necesidad de hacer más para proteger la vida, porque la vida de Dios se manifiesta entre y en nosotros. Así ese combate ya está en nosotros luchado por Jesús y por la Virgen. Estoy convencido que la Virgen va a proteger a Chile, sobre todo a partir de esa oración y la adoración que se hace en las capillas que para ello se están abriendo. Será un tsunami de gracias para Chile.

¿Qué diría a los sacerdotes que temen embarcarse en una capilla de Adoración Eucarística pensando en que la gente no vendrá, que durante la noche puede haber robos y otros temores?

Lo primero es pedirles que vayan a Jesús. ¡Pónganse delante de Él! ¡Pregúntenle a él!… ‘¿Jesús, tú quieres una Capilla de Adoración en esta parroquia?’ y después escuchen en su corazón, si es un sí o es uno. Seguramente vas a oír un sí. Y ante todo lo que sube como miedo o duda, ahí escucharás: ‘Confía, confía, estoy a tu lado’. A santa Faustina Jesús le dio la coronilla de la Divina Misericordia para que volviese la confianza. Cuando fui a Campinhas en Brasil al Santuario de María Desata Nudos para ayudar a que se abriera una capilla de Adoración Eucarística Perpetua en esa ciudad con un millón de habitantes, mucha criminalidad, droga, robo al punto que te atracaban con pistola en la calle… pensaban que era imposible hacer esto ahí. Y yo les dije que allí donde Jesús está expuesto hay pruebas de que la tasa de criminalidad baja, las calles y las propiedades están más seguras y se instala poco a poco la paz.
Lo que pide Jesús es confianza. En nombre de Jesús les pido a los sacerdotes que dudan atreverse a hacer este acto de confianza y hablen a la gente de esta posibilidad de abrir una capilla de Adoración. No sólo tendrán gente que responderá dando su nombre, porque es lo que Jesús quiere, sino que en la parroquia además se vivirá una restauración espiritual luminosa que no había antes. Se dice que ahí donde están estas capillas, desde toda la eternidad Dios sabía que habría una en ese lugar. ¡Confianza!

Fuente: infocatólica.org

domingo, 27 de abril de 2014

DOMINGO II DE PASCUA, DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» Comprendo perfectamente a Tomás, el Mellizo. Seguro que era uno de los más fervientes apóstoles de Cristo. No se enteraba de nada, pero se haría sus “castillos en el aire” sobre el Reino de Dios. Mentalmente ya habría distribuido cargos, prebendas entre los fieles y castigos a los que les habían despreciado durante el tiempo que caminó, a las duras y a las maduras, con Jesús. Esperaba tanto, según su entender, que la cruz fue para él un verdadero escándalo. No le bastaba el testimonio de otros, tenía que ver, que tocar, que humillarse. A la vez que sentía la muerte de todas sus esperanzas sabía que algo en su interior le decía que había algo más, que Jesús no podía defraudarle, por eso se queda con los discípulos, aunque fuese con las puertas cerradas.

Entonces aparece Jesús y Tomás ya está con ellos. En un momento tiene que hacer una tarea que a otros nos cuesta años y creo que todavía no lo hemos conseguido. En un instante, al encontrarse con el crucificado resucitado cambia toda su vida, sus prioridades, sus planteamientos, sus certezas y reconoce a aquel que es «¡Señor mío y Dios mío!». Puede parecer fácil teniendo a Cristo delante, pero recordemos que ya el Señor había dicho que algunos no creerán aunque resucitase un muerto. No es sólo ver a Cristo resucitado. Tomás, de un plumazo, expulsa de sí sus dudas, su postura escéptica, su pose de “hombre realista y sensato” que habría mantenido ante los apóstoles y, al liberarse de todo ello, se llena de la paz de Dios y puede mirar a Jesús con los ojos del hombre nuevo.
«Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús repitió: -«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» Termina la octava de Pascua, aún nos quedan 42 días de tiempo pascual. Si aún no hemos cambiado nuestro corazón y nuestra mirada tendremos que recurrir a una buena confesión para desatar todo lo que nos une al hombre viejo y reconociendo a nuestro Dios y Señor dar un paso, aunque sea pequeño, hacia la meta. Entonces descubriremos que la santidad, la nueva vida en Cristo, no es algo inalcanzable sino que está mucho más cerca de lo que nuestros miedos nos indican.
Cómo miraría la Virgen a Tomás, cómo le sonreiría y alentaría para que supiese esperar. Así hace con nosotros para que tengamos vida.

Comentario a la liturgia del día en www.archimadrid.org

Si quieres conocer algo más de la devoción a la Divina Misericordia, puedes encontrarlo AQUÍ


HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA CANONIZACIÓN DE S. JUAN PABLO II Y S. JUAN XXIII

En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, lo hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío».
Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado».
Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.
En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante». La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.
Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en la segunda lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.
Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guidada por el Espíritu Santo. Éste fue su gran servicio a la Iglesia y por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu.
En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.
Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.

sábado, 26 de abril de 2014

LA CANONIZACIÓN MÁS ESPERADA DE LA HISTORIA

Este 27 de abril, fiesta de la Divina Misericordia, el Papa Francisco proclamará la santidad de dos grandes Papas que han marcado decisivamente la historia de la Humanidad. Tras años de divisiones, esta canonización une, además, a las diferentes sensibilidades de la Iglesia, y muestra que la santidad une a todos los católicos

En la Plaza de San Pedro, el pasado Domingo
de Resurrección, 20 de abril de 2014
Este domingo tiene lugar la canonización más esperada de la Historia. Dos de los Papas más recordados y queridos por los fieles serán reconocidos por el Papa Francisco como santos, es decir, en presencia del amor de Dios para la eternidad.
Las calles de la Ciudad Eterna ya han quedado inundadas por ese río de peregrinos que, según el Ayuntamiento de Roma, será algo inferior al millón de personas. Entre los participantes en la celebración se encontrarán 19 Jefes de Estado (entre ellos, el rey Juan Carlos I), así como 24 Primeros Ministros (incluido el recién nombrado Manuel Valls) y 23 ministros de diferentes naciones. Como la Plaza de San Pedro del Vaticano no puede acoger a todos estos peregrinos, se colocarán en varios lugares estratégicos de la Ciudad Eterna pantallas gigantes, en concreto, en la Plaza Navona, en el Coliseo y los Foros Imperiales.
Para evitar discriminaciones, el Papa no ha querido que en esta ocasión se distribuyan pases de entrada. Los primeros peregrinos que lleguen tendrán prioridad. Miles y miles de personas dormirán en el suelo.
La canonización será seguida en televisión, de manera directa e indirecta, por unos dos mil millones de personas, según cálculos del Centro Televisivo Vaticano (CTV), que emitirá el acto, en alta definición, a través de nueve satélites. Unas 500 salas de cine de unos 20 países trasmitirán gratuitamente, en 3D, la ceremonia, gracias a los saltos tecnológicos realizados por el CTV.
Ni progresistas, ni conservadores
Es la primera vez que dos Papas son proclamados santos en la misma celebración. De los 265 Papas de la Historia, antes que Angelo Roncalli y Karol Wojtyla, 80 ya han sido proclamados santos. El último Papa proclamado santo fue san Pío X, en 1954. Pero es que, además, estos dos Papas han hecho Historia. Y los dos tenían personalidades muy diferentes.
Juan XXIII, hijo de una numerosa familia de aparceros, del norte de Italia, estudioso de la historia de la Iglesia, fue diplomático del Papa en Bulgaria y Turquía durante la Segunda Guerra Mundial, y salvó la vida de numerosos perseguidos, en particular judíos. Con frecuencia, es considerado como una bandera delprogresismo. Al convocar el Concilio Vaticano II (1962-1965), imprimió la renovación más grande que ha experimentado la Iglesia católica en los últimos años. Su acción en plena guerra fría, en particular su encíclicaPacem in terris, contribuyó decididamente a evitar la catástrofe nuclear.
Juan Pablo II, obrero, actor, poeta, filósofo de formación y por pasión, es a veces presentado como una bandera conservadora, en particular, por su contribución decisiva a la caída del comunismo en el este de Europa, por su incansable empeño a favor de la vida humana antes de su nacimiento, así como por su afirmación de Dios y de la identidad católica en un mundo secularizado.
Las dos etiquetas son simplistas e injustas. Juan XXIII era un hombre de esa profunda piedad popular que tanto ridiculizan los sectores progresistas, mientras que Juan Pablo II lideró batallas históricas del progresismo, como fueron la oposición a la pena de muerte, la condonación de la deuda externa de los países pobres, o la oposición a las intervenciones militares en Iraq.
Aquí reside la genialidad del Papa Francisco de elevarlos conjuntamente a la gloria de los altares. En pocas palabras, el Papa está lanzando tres mensajes muy claros a la Iglesia y al mundo.
La santidad no tiene prejuicios

Tapiz de Juan XXIII, en la ceremonia
de su beatificación: 3 de septiembre de 2000
En primer lugar, que la santidad no tiene color. Es posible seguir a Cristo y llegar a la comunión total con Él tras la muerte, independientemente de los orígenes, la historia, las sensibilidades. Los caminos de la santidad son potencialmente tan numerosos como las personas sobre la faz de la tierra.
En segundo lugar, con esta canonización el Papa está mostrando cómo la santidad une a toda la Iglesia, por encima de las legítimas sensibilidades. La Iglesia católica ha atravesado décadas de profundas polémicas y desuniones; ahora el Papa, al presentar el modelo de vida de estos dos Papas, está reuniendo a toda la Iglesia en torno a lo esencial: el seguimiento de Jesús.
En tercer lugar, el Papa muestra lo que significa la santidad. Un santo no es aquel que ha hecho todo bien. Está claro que, como hombres de gobierno, tanto Roncalli como Wojtyla pudieron cometer errores, así como tuvieron enormes aciertos. Pero el santo no es el que hace todo bien, pues no sería un hombre, sino más bien un ángel. El santo es el que busca, más allá de sus propios límites, lo esencial: seguir a Cristo. Se trata de una concepción de la santidad que no tiene nada que ver con el puritanismo que, en ocasiones, se ha pegado como el polvo del siglo XIX en ambientes católicos.
Procesos de canonización normales en su anormalidad
Es significativo, en este sentido, el hecho de que los Procesos de canonización de ambos Papas han sido rigurosos, pero se han saltado algunos de los pasos ordinarios, por voluntad tanto de Benedicto XVI como del Papa actual. En el caso de Karol Wojtyla, su sucesor decidió no esperar los cinco años canónicos sucesivos a su muerte para abrir el proceso de canonización. Aquella decisión ha permitido celebrar con un quinquenio de anticipación la santidad del Papa y permitir que su testimonio cobre aún más actualidad. En el caso de Juan XXIII, el Papa Francisco ha considerado que, para proclamar su santidad, no es necesario comprobar un nuevo milagro atribuido a su intercesión (ya se había reconocido uno que permitió su beatificación). En ambos casos, las decisiones están avaladas por el primer elemento necesario a todo proceso de canonización: el reconocimiento de su santidad por parte del pueblo de Dios. Y en el caso de Juan XXIII y de Juan Pablo II, nos encontramos ante un auténtico plebiscito.
En el caso de Juan XXIII, basta subirse a un taxi, visitar una casa, o incluso comer en un restaurante en Italia, para darse cuenta de que, para millones de personas, el reconocimiento de su santidad no es más que una formalidad, pues él ya era santo en su corazón. A su intercesión se han acogido miles y miles de personas en momentos de dificultad. Tras su muerte, muchos obispos propusieron su canonización por aclamación; sin embargo, Pablo VI prefirió prudentemente esperar a realizar un Proceso canónico de canonización.
Lo mismo sucedió con Juan Pablo II. A su muerte, desde la Plaza de San Pedro se elevó un clamor popular con una petición: Santo subito (Santo ya). También su sucesor, Benedicto XVI, prefirió abrir un Proceso canónico, que ha sido uno de los más complicados de la Historia, pues la figura de un Papa tan polifacético, en la era de la explosión de la comunicación, ha generado la mayor mole de testimonios y documentación.
Canonización e infalibilidad

Tapiz de Juan Pablo II, el día
de su beatificación: 1 de mayo de 2011
Ahora bien, en cierto sentido se puede decir que nos encontramos ante la decisión más importante del pontificado del Papa Francisco, pues la canonización implica, según la teología católica, la infalibilidad del Papa. La unión entre canonización y pronunciamiento definitivo del Papa no se remonta al Concilio Vaticano I (1869), sino que le precede varios siglos antes. De hecho, los teólogos introdujeron la diferencia entre santos y Beatos por este motivo.
Desde la mitad del siglo XVII, la Iglesia ha optado por realizar dos actos separados de reconocimiento de la vida cristiana de sus bautizados: la beatificación, que permite el culto a nivel local, y la canonización, con la que el culto se extiende a toda la Iglesia universal. Y como es obvio, el que el Papa reconozca oficial y públicamente el culto a una persona, implica su autoridad misma. Se considera, por tanto, un acto ligado íntimamente a su ministerio petrino, y por tanto infalible. En cierto sentido, es también la consecuencia de la rigurosidad que se impone a estos Procesos, que son largos, muy detallados, y garantizados por milagros.
Jesús Colina. Roma

viernes, 25 de abril de 2014

LA LEY DE DIOS, LA PESCA Y LA OBEDIENCIA



La reflexión para el Evangelio de  hoy:


Los evangelios de estos días nos sitúan delante de distintas apariciones del Señor a sus discípulos después de su resurrección.
En este caso, ellos están junto al lago de Tiberíades. Pedro, dice de pronto: “me voy a pescar”. Añade el Evangelio que a los demás les pareció buena la idea y también dijeron: “vamos también nosotros contigo”.

Da la impresión de que están como inertes, tristes, sin saber que hacer. Me puedo imaginar a Pedro sentado en la arena jugueteando con un palo, repasando su vida, y quizá todavía resbalándole alguna que otra lágrima por sus mejillas en especial por sus últimas intervenciones tan desafortunadas con el Señor. Recuerdos de falta de fe, de cobardía, de negación. También de arrepentimiento, y supongo que de orgullo pisado, por su bravucona actitud y posterior negación: había negado al Señor ante una mujercita que le “acusaba” de ser discípulo del maestro, jurando no conocerle. Quizá para mayor hundimiento, estaría pensando que, a estas horas, todos los demás ya sabrían que él había fallado. Tremendo para lo orgulloso que era Pedro. Digo “era” porque las “humillaciones” que nos da la vida, nos ayudan a ser humildes de verdad.

Si ya estaban tristes, más aún cuando, finalmente “salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada”. Lo que faltaba. La cosa ya estaba negativa, y encima, lo único que sabían hacer, pescar, tampoco les sale bien: no les entra ni un mal pez.
Vaya semana que llevaban. Toda la noche sin dormir, sin pescar y “estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús”. Cuando uno está muy metido en sí mismo, no reconoce a Jesús ni en las personas ni en los acontecimientos ni en nada, sólo se mira a sí mismo, su problema, su tristeza, su “penita”.


La escena aún se torna ahora más dramática: “Jesús les dice: muchachos, ¿tenéis pescado?”. No han pescado nada y viene alguien al que ni han mirado y les pregunta que si tienen pescado. Por eso la contestación, aunque el Evangelio no recoge sonidos, ni tonos, debería de ser muy seca y dura; el Evangelio sólo recoge un: “no”.

Todo mal, todo al revés, todo horroroso, todo negativo, todo triste, todo desesperanzador. Pero todo va a cambiar cuando hagan caso a la Palabra de Dios. Sigue el Evangelio: “El les dice: echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. Es la obediencia a lo que Dios manda; no nos quedemos sólo con lo de que cogieron muchos peces; quedémonos con que obedecieron a la ley de Dios: ir a misa los domingos, confesarse precisamente ahora en Pascua, honrar padre y madre, etc.: eso es “echar la red a la derecha”. Y esa obediencia es la eficaz: hace milagros en nuestra vida interior, con los demás.
Ellos, los apóstoles-pescadores son los que saben de redes y barcas; el Mesías-carpintero no sabe nada de peces y pescas; pero obedecen y consiguen los frutos que deseaban: “echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. “Y aquel discípulo que tanto quería Jesús le dice a Pedro: es el Señor”.

“El que tanto quería”: el amor siempre dilata las pupilas del conocimiento; el amor es el que toma conciencia más pronto de las cosas; el amor es el primero que despierta del letargo del egoísmo, el que nos lleva a salir de nosotros mismos. El amor es el que nos llevará a levantar la vista y a ver enseguida que, detrás de esta persona o de aquel acontecimiento, está, como siempre, Dios. Obedezcamos al Señor y tendremos cada vez más ojos sobrenaturales.

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jueves, 24 de abril de 2014

CATEQUESIS PASCUAL

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Esta es una semana de alegría. Celebramos la Resurrección de Jesús. Es una verdadera alegría, profunda, basada en la certeza de que Cristo resucitado ya no muere, sino que está vivo y activo en la Iglesia y en el mundo. Esta certeza habita en el corazón de los creyentes desde esa mañana de Pascua, cuando las mujeres fueron a la tumba de Jesús y los ángeles les dijeron: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24, 5) ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Estas palabras son como una piedra miliar en la historia; pero también una "piedra de tropiezo" si no nos abrimos a la Buena Noticia, ¡si creemos que nos causa menos molestia un Jesús muerto que un Jesús vivo!
En cambio, cuántas veces en nuestro camino diario necesitamos que nos digan: "¿Por qué estás buscando entre los muertos al que está vivo?" ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Y cuántas veces nosotros buscamos la vida entre las cosas muertas, entre las cosas que no pueden dar vida, entre las cosas que hoy están y mañana no estarán más. Las cosas que pasan. ¿Por qué buscáis entrere los muertos al que está vivo?
Necesitamos escucharlo cuando nos cerramos en cualquier forma de egoísmo o de autocomplacencia; cuando nos dejamos seducir por los poderes terrenos y por las cosas de este mundo, olvidando a Dios y al prójimo; cuando ponemos nuestras esperanzas en las vanidades mundanas, en el dinero, en el éxito. Entonces la Palabra de Dios nos dice: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" ¿Por qué estás buscando allí? Aquello no te puede dar vida, sí, quizás te dé una alegría de un minuto, de un día, de una semana, de un mes, ¿y luego? ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Esta frase debe entrar en el corazón y debemos repetirla. ¡Repitamos juntos tres veces! ¡Hagamos el esfuerzo! Todos: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¡Fuerte! ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Y hoy, cuando volvamos a casa digámoslo en el corazón, el silencio, pero que nos venga esta pregunta: ¿Por qué yo en la vida busco entre los muertos al que está vivo? Nos hará bien hacerlo. Si escuchamos, podemos abrirnos a Aquel que da la vida, Aquel que puede dar la verdadera esperanza. En este tiempo pascual, dejémonos nuevamente tocar por el estupor del encuentro con Cristo resucitado y vivo, por la belleza y la fecundidad de su presencia.
Pero no es fácil estar abierto a Jesús. No es evidente aceptar la vida del Resucitado y su presencia entre nosotros. El Evangelio nos hace ver las reacciones del apóstol Tomás, de María Magdalena y de los dos discípulos de Emaús: nos hace bien confrontarnos con ellos. Tomás pone una condición a la fe, pide tocar la evidencia, las llagas; María Magdalena llora, lo ve pero no lo reconoce, se da cuenta de que es Jesús sólo cuando Él la llama por su nombre; los discípulos de Emaús, deprimidos y con sentimientos de derrota, llegan al encuentro con Jesús dejándose acompañar por el misterioso viandante. ¡Cada uno por caminos diferentes! Buscaban entre los muertos al que está vivo, y fue el mismo Señor el que corrigió el rumbo. Y yo, ¿qué hago? ¿Qué camino sigo para encontrar al Cristo vivo? Él estará siempre cerca de nosotros para corregir el rumbo si nosotros nos hemos equivocado.
"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24, 5) Esta pregunta nos hace superar la tentación de mirar hacia atrás, a lo que fue ayer, y nos empuja a avanzar hacia el futuro. Jesús no está en la tumba, él es el Resucitado, el Viviente, el que siempre renueva su cuerpo que es la Iglesia y lo hace andar atrayéndolo hacia Él. "Ayer" es la tumba de Jesús y la tumba de la Iglesia, el sepulcro de la verdad y la justicia; "hoy" es la resurrección perenne a la que nos impulsa el Espíritu Santo, que nos da plena libertad.
Hoy nos dirige también a nosotros este interrogante. Tú, ¿por qué buscas entre los muertos a aquel que está vivo, tú que te cierras en ti mismo después de una derrota y tú que no tienes más fuerza para rezar? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que te sientes solo, abandonado por los amigos y quizás también por Dios? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que has perdido la esperanza y tú que te sientes prisionero de tus pecados? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que aspiras a la belleza, a la perfección espiritual, a la justicia, a la paz?
¡Tenemos necesidad de escuchar de nuevo y de recordarnos mutuamente la advertencia del ángel! Esta advertencia, "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?", nos ayuda a salir de nuestros espacios de tristeza y nos abre a los horizontes de la alegría y de la esperanza. Aquella esperanza que remueve las piedras de los sepulcros y anima a anunciar la Buena Nueva, capaz de generar vida nueva para los otros. Repitamos esta frase del ángel para tenerla en el corazón y en la memoria. Y después cada uno responda en silencio: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¡Repitámosla! ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
Pero mirad, hermanos y hermanas, ¡Él está vivo, está con nosotros! ¡No vayamos por tantos sepulcros que hoy te prometen algo, belleza… y luego no te dan nada! ¡Él está vivo! ¡No busquemos entre los muertos al que está vivo! Gracias.

CATEQUESIS DEL  MIÉRCOLES 1 DE PASCUA DEL PAPA FRANCISCO

domingo, 20 de abril de 2014

VERDADERAMENTE HA RESUCITADO



Feliz Pascua de Resurrección: Jesús ha resucitado y ha vencido al pecado.
Hoy lo celebramos con gozo y alegría que se prolongarán durante la cincuentena pascual.
Compartimos hoy la homilía que el Papa Francisco dirigió ayer a todos en la Vigilia Pascual.

El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en la mañana del día después del sábado. Se dirigen a la tumba, para honrar el cuerpo del Señor, pero la encuentran abierta y vacía. Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no temáis», y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea» . Las mujeres se marcharon a toda prisa y, durante el camino, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». No tengais miedo, no temais, no temais. Es la voz que anima a abrir el corazón para recibir este anuncia porque después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho... Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán». No temáis e id a Galilea. Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver al lugar  de la primera llamada. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron.

  
Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria. Sin miedo, no temais. Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor.
También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.
En la vida del cristiano, después del bautismo, hay otra Galilea, hay también una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió de seguirlo; ir a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba.
Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? Hacer memoria, ir atrás ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás, allí te espera el Señor. He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia. No tener miedo, no temer. Volved a Galilea.
El evangelio de Pascua es claro: es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra.
«Galilea de los gentiles»: horizonte del Resucitado, horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro... ¡Pongámonos en camino!

sábado, 19 de abril de 2014

EL DESCENSO DEL SEÑOR A LA REGION DE LOS MUERTOS

¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa Y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido Y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.
En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.
El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.
Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: “Salid”, y a los que estaban en tinieblas: “Sed iluminados”, Y a los que estaban adormilados: “Levantaos.”
Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.
Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.
Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.
Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.
Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.»

De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado
(PG 43, 439. 451. 462-463)

jueves, 17 de abril de 2014

JUEVES SANTO: EUCARISTÍA, SACERDOCIO, AMOR FRATERNO



Hoy nos reuniremos a las cinco de la tarde para celebrar juntos la Cena del Señor. En acción de gracias por el don de la Eucaristía, el Sacerdocio y el mandato del  Amor que Jesús nos dejó en esta tarde de Pasión.


“Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa”. Era una cena nerviosa. Fuera de la casa, arreciaba la muerte, y había que estar dispuestos a salir en cuanto hubiera pasado. Año tras año, los israelitas comieron apresuradamente su cordero, esperando que, de un momento a otro, se presentase la Pascua verdadera.
Sin embargo, la última Pascua fue de todo menos rápida. Debía haberlo sido, porque así estaba preceptuado, pero aquella noche, como la primera, la muerte arreciaba fuera de la casa, y un Hombre se marchaba con ella dejando atrás a sus amigos.

Esta vez, el Primogénito cuya vida segaría el ángel exterminador iba a ser Él… ¡Y no encontraba la forma de arrancarse de los suyos!
¡Dios mío! ¡Nunca fue Jesús más débil! ¡Si parece un niño diciendo a su padre “ya voy, ya voy”, y alargando a la vez la despedida, extendiendo la mano y tocando a sus amigos hasta casi arrancarse los dedos para no marcharse! Quien hoy no se conmueva, o no sabe leer, o no sabe llorar.
Comienza la cena, la última Pascua, y Jesús cae por tierra y se abraza a los pies de los Doce; los limpia y los besa. Podía haberles besado en el rostro, podía haber abrazado sus cuerpos… Pero un Profeta tiene su propio lenguaje, y con su gesto expresa un Amor rendido que jamás hubiera comunicado un abrazo. Luego toma el pan y el vino, y tocándolos los hace estremecer, y se arranca el alma, el Cuerpo y la Sangre para quedarse escondido en ellos… No quiere salir, no quiere salir… Y se esconde después en las manos de los apóstoles, manos sacerdotales que son las del propio Cristo, oculto para no marcharse… Yo tengo a Cristo tiritando en mis manos, porque no quiere separarse de los hombres, y soy tan necio que no vivo en un temblor.

Y acaba la cena, pero no quiere irse… Y habla, y habla… Tres capítulos enteros del evangelio de Juan arden en la sobremesa. Acaba el primero, el 14, y hay que marcharse. ¡Un último esfuerzo, que la noche arrecia!: “Levantaos, vámonos de aquí!”… Pero, ya de pie, junto a la puerta se detiene. El Omnipotente no puede, no sabe separarse de los suyos y aún se resiste y sigue hablando. Quisiera congelar la despedida y abrasa dos capítulos más. Nunca le escuché, hasta ese momento, una declaración de Amor explícita; nadie tan pudoroso como Él. Pero, esa noche… Esa noche era la última, y hasta su pudor Jesús depuso para quemar una página de mi evangelio: “Como el Padre me amó, así os he amado yo” (Jn 15, 9)… Hay que irse, Dios mío; hay que irse… Y levanta los ojos al cielo pidiendo fuerzas, aún de pie junto al umbral, y abrasa otro capítulo de Juan: el 17… Y se adentra en la noche.
Y seguirá tiritando en Getsemaní, y se agarrará a las ramas de los olivos, y… ¡Madre mía! ¿Y seguiré yo, Virgen Santa, tan frío mientras Jesús tirita?

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miércoles, 16 de abril de 2014

MIERCOLES SANTO


Hoy a las 21:00 tenemos celebración penitencial en nuestra Parroquia.
Juntos nos preparamos a celebrar los misterios de nuestra Salvación y nos reconciliamos con Dios y con nuestros hermanos.
Te dejamos AQUÍ un examen de conciencia que puede ayudarte a preparar este hermoso momento de la reconciliación.


“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento”. Hay muchas maneras de dirigirse a Dios. Una de ellas es, por supuesto, desde el sentimiento. Sin embargo, los sentimientos son un instrumento de doble filo. Por un lado, muestran algo realmente humano de la persona que los emplea. Pero, por otro lado, existe el peligro de que nos esclavicen, es decir, de que dejen de depender de nosotros, para convertirse en tiranos de nuestras pasiones. Cuando, por ejemplo, alguien pone sus fuerzas en algo que, aun siendo aparentemente contrario a algo placentero (como sacrificarse personalmente en beneficio de otro), supone un bien superior, entonces los sentimientos tienen su auténtico sentido: servir con generosidad a un fin verdaderamente bueno.

“¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?” El ejemplo de Judas, en cambio, es el de estar arrebatado por sentimientos de envidia y avaricia. Es capaz de entregar a aquel que sólo le ha demostrado amor y compasión, simplemente porque se ha dejado dominar por un bien (si acaso pudiéramos hablar como tal), verdaderamente inferior: la codicia. Se ha convertido en esclavo de sus pasiones, dejando a un lado la verdad, para caer en la mentira de lo aparente y superficial… hasta el punto de llevar a su “amigo” a la traición y la muerte.
Pues bien, independientemente de lo que puedan opinar algunos sociólogos, la religiosidad popular está realmente cargada de sentimientos que llevan a la gente a ejercer algo auténticamente bueno. Ven en esas imágenes, acompasadas por el silencio y la admiración, el sufrimiento de un Dios que ha entregado su vida por ellos. No es algo postizo o fanático, sino que es un lenguaje que, trascendiendo lo puramente humano, nos lleva a identificarnos en lo mismo: nuestra absoluta necesidad de lo divino.

Me duele ver tanta mentira e hipocresía en aquellos que, en nombre de la objetividad y de lo ecuánime, dicen encontrarse por encima de ese sentimentalismo barato que supone dejarse arrobar por la imagen de un Cristo llagado, o una Virgen dolorida.
A veces, da la impresión de que el ser humano ha perdido el referente de sí mismo. Si no lo volvemos a encontrar en el misterio de la Pasión y Muerte de Jesús… ¿quién te dará las respuestas a tanta inquietud y desasosiego que llevas dentro? Así pues, no tengas vergüenza de volcar tus sentimientos en tanto amor entregado… aunque sea a través de esa imagen de madera. Cristo se abrazó a una en forma de Cruz.

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martes, 15 de abril de 2014

MARTES SANTO

EJERCICIOS ESPIRITUALES EN RADIO MARÍA
Durante esta Semana Santa, Radio María les ofrece otra tanda de ejercicios espirituales, esta vez de forma intensiva.
Está dirigida por el P. Francisco Javier Fernández Perea y tiene lugar: Lunes, Martes y Miércoles Santo en cuatro momentos, a las 12:30 horas, a las 15, 18 y 23 h. Además, el Sábado Santo emitimos otra de estas meditaciones a las 16 horas, y el Domingo de Pascua a las 16 y 18 h.

Puedes escucharlos en su emisora o a través de su web. Pincha AQUÍ

Adentrados en el tiempo sagrado de la Semana Santa, uno tiene la impresión de que la consideración de los misterios de Dios necesitan un ritmo bien distinto a lo que estamos acostumbrados: “Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre”. Ni volvemos atrás, ni miramos al futuro… 

Dios nos observa desde un eterno presente, y quiere que nos incorporemos a esa consideración divina de su presencia en la creación. Por eso, la Semana Santa es un tiempo privilegiado para ello. El anonadamiento de Dios hace “saltarse” las reglas de lo medible, para transformar cada una de las pasiones de los hombres (sus sufrimientos, lamentos, dolores…) en su propia Pasión. Y no lo hace de manera anónima o abstracta, sino que reconoce el nombre y apellidos de cada uno de los que hizo a su imagen y semejanza. De hecho, la figura de las “entrañas maternas”, se escapa a cualquier idealización o antropomorfismo que podamos tener de Dios… Él, va más allá. Mientras que los seres humanos nos dejamos llevar, al fin y al cabo, por tantos afectos que nos atan a las cosas y a las personas, el amor de Dios deslumbra y atraviesa esos afectos para ir al núcleo del alma: su entrega, sin condiciones ni restricciones.

Una madre es capaz de estar en el lecho del dolor de un hijo enfermo y que sufre. Dios, en cambio, “se hace” dolor. Una madre es capaz de dar la vida por el hijo condenado. Dios, en cambio, “se hace” condenar, a la vez que entrega su vida. ¿No es esto llevar la libertad hasta las últimas consecuencias? Muchos, durante estos días, mirarán a otro lado al ver a ese Cristo flagelado y vilipendiado; pero ésos ignorantes, olvidan que también Dios, no sólo los ama a ellos también, sino que “se hace” sufrimiento en esos corazones amargados; porque, quizás, ni amaron, ni fueron tratados con ternura.

“Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. ¡Sí!, ése somos tú y yo. Y no se trata de una mera metáfora. Más allá de cualquier sentimiento de culpabilidad, se encuentra la realidad del pecado. Podemos pensar que nuestra vida está, si acaso, impregnada de “pecadillos”… ¡vamos!, “lo que todo el mundo”. Pero hay un pecado que cuesta realmente reconocer, y que sumergido en lo hondo de nuestra soberbia, nos impide ver las cosas tal y como son en realidad. Ese pecado no es otro, sino pensar que a Dios poco le debemos, y que son nuestros méritos los que nos salvan. Sin embargo, la maternidad de Dios conoce nuestra debilidad y nuestra arrogancia… ¿Por qué, si no, sólo María permaneció junto a la Cruz de su Hijo? Ella es la llena de gracia y, por tanto, atravesada por la infinitud del amor de Dios, supo permanecer junto al Amor.

“Adonde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde”. La arrogancia de Pedro le llevó negar al Señor en tres ocasiones. La nuestra, quizás se multiplique por mil. Pero, ahora, lo importante es respetar el “tiempo” de Dios, y lo que sólo puede realizar Él. Él que no sólo es digno de admiración, sino de contemplación y adoración. Ya vendrá la cruz que a cada uno nos corresponde; esas cruces que nos acompañan cotidianamente, y que despreciamos, en tantas ocasiones, porque creemos no ser merecedores de ellas (el insulto recibido, las prisas que nos agobian, el mirar a otra parte cuando nos piden ayuda…).
¡Sí!, llega la “hora” de Dios… dejémonos, por tanto, empapar de su eterna ternura y, como una madre… más que una madre, hundamos nuestro rostro en las llagas del amor, infinitamente misericordioso, de Cristo crucificado.


lunes, 14 de abril de 2014

LUNES SANTO

Debo de confesar que la película de Mel Gibson, “La Pasión de Cristo”, es de lo mejor que he visto en los últimos años. No se trata ahora de salir “en plan” apologeta contra los detractores de la película, ni analizar la calidad, si sus efectos especiales, ni la dureza de algunas escenas…. Simplemente, es una película que ayuda a rezar.

Existe una gran filmografía acerca de la vida de Nuestro Señor, desde muchos aspectos, sobre todo, teniendo en cuenta la visión del director o el productor. Pero en esta versión del cineasta australiano, se percibe una gran fidelidad a la narración evangélica, y cómo los distintos personajes (destacaría, de manera especial, el papel de María, la madre de Jesús), entran de lleno en cada una de las situaciones vividas en la Pasión, no sólo con credibilidad, sino con una entrega que roza el amor de lo que representan.

Uno de los asesores religiosos de Mel Gibson, el padre Tomas, nos contaba que el director había pedido construir una Capilla de campaña, para que así, durante los días del rodaje del film, se pudiera celebrar la Eucaristía, y rezar. Nos contaba este sacerdote, que en una ocasión, entró en dicha capilla, y se encontró con la siguiente escena: de rodillas, frente al Sagrario, estaban Mel Gibson y Jim Caviezel (el actor que representa a Cristo), y que éste último se encontraba con todo el maquillaje puesto (por lo visto eran necesarias cerca de ocho horas diarias para hacerlo) para la escena de la flagelación. Y lo que le impresionó al padre Tomas, es que ambos estaban rezando el rosario en voz alta. Desde luego, es una buena manera de prepararse para trabajar en una película de estas dimensiones. Una vez más, y ya termino con lo de la película, las palabras del Señor son evidentes: “Por sus frutos los reconoceréis”.

“¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?” Volvemos al original: el relato de los Evangelios. San Juan, es uno de los evangelistas que con más delicadeza va presentando la Pasión de Nuestro Señor. María unge los pies de Jesús con nardo, y nos la imaginamos con un cariño y dedicación que, verdaderamente, nos conmueve. Por otro lado, observamos a aquellos que se escandalizan por semejante derroche, pero son incapaces de advertir quién es su destinatario. Hoy día, es de suma importancia recuperar los detalles de cariño y respeto ante lo sagrado. Ya decía el profeta Isaías: “Sed santos los que tocáis las cosas santas”. Una genuflexión bien hecha ante el santísimo, una oración vocal realizada sin prisas y con atención. Y, sobre todo, las cosas que atañen al cuerpo y la sangre de Cristo: cálices, patenas, ornamentos, etc. Todo contribuye, de la misma manera que María, la hermana de Lázaro, trató los pies de Jesús enjugándolos con sus propios cabellos, a reverenciar y adorar lo que más queremos en este mundo.
Tener a nuestro alcance la entera humanidad y divinidad de Cristo, no sólo es un privilegio, es el mayor de los tesoros que, de manera especial los sacerdotes, tenemos en nuestras manos… y cualquier cuidado es poco. Porque el amor no anda con “remilgos”: procura darlo todo.

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sábado, 12 de abril de 2014

CONCIERTO-PREGÓN DE SEMANA SANTA

Fué el pasado 4 de Abril en nuestra Parroquia: Banda Municipal de Sonseca y Coral Polifónica Contrastes. La presentación corrió a cargo de nuestro párroco D. José Talavera. Pudimos disfrutar de un precioso anuncio de la Pascua, a través del arte de la música, en el marco maravilloso de nuestro templo parroquial y de su magnífico retablo.

Os dejamos con el vídeo correspondiente a la parte del concierto en la que intervienen Coral y Banda.


viernes, 11 de abril de 2014

VIERNES DE DOLORES

A las puertas de la Semana Santa, en la que vamos a vivir de nuevo el drama de la pasión de Jesús y su gloriosa victoria, las lecturas nos recuerdan al justo que es perseguido. Jeremías ve como sus enemigos (y también los que se decían amigos) buscan una ocasión para entregarlo. Sin embargo, aún en esa situación límite en la que se sabe acosado no deja de confiar en Dios. En su apelación se refiere diciendo: “examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón”. Es decir, Jeremías se sitúa más allá de la justicia del mundo que en su caso se revela insuficiente e injusta. Apela a Dio, que conoce nuestro interior y ante quien se descubre la verdad de lo que somos. Esa conciencia de cumplir la voluntad de Dios es la que lo lleva a confiarse a Él y a tener la certeza de que el Señor hará justicia.

Si bien el texto del Antiguo Testamento anuncia veladamente lo que le sucederá a Jesús, también nosotros podemos colocarnos en la situación de Jeremías. Son muchas las personas que han pasado por situaciones similares en la que, habiendo obrado bien, no son comprendidas por quienes les son cercanos. En el Evangelio encontramos esa situación límite en la que son hombres religiosos, que han visto el obrar de Jesús, los que se colocan contra Él. Cuando alguien pasa por esas circunstancias no es nada fácil. Queda abandonarse en Dios, para quien hacemos las cosas y ante quien nuestra vida se muestra con total transparencia. Lo que expresa Jeremías lo afirma Jesús con mayor identidad: “el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Pero la incomprensión de los judíos no conduce a Jesús a dejar de hacer el bien. Esa puede ser una tentación para nosotros, la de abandonar nuestras buenas obras pensando que son inútiles porque no mueven a nadie. Por eso el Señor les dice que aunque no crean en Él por lo menos atiendan a todo lo que ha hecho. En sus acciones pueden reconocer el carácter sobrenatural y divino de su persona. Jesús se refiere a sus obras como el lugar en que se manifiesta que ha cumplido la voluntad del Padre. La ceguera de quienes están contra él será, al final, mayor, y lo condenarán a muerte. Pero las obras hay están para dar testimonio.
No es nada fácil identificarse con esta faceta de la vida de Jesús que nos lleva a realizar el bien en todo momento aunque seamos atacados por ello. Pienso en la Beata Teresa de Calcuta, ejemplo de atención misericordiosa hacia los más necesitados y, a pesar de ello, incomprendida y atacada por muchos. Con menor intensidad eso puede suceder en personas que viven cerca de nosotros o quizás lo hemos vivido en carne propia. El salmo nos invita, en esas situaciones, a renovar nuestra confianza en Dios. Los primeros versículos son muy hermosos: “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza, Señor; mi roca, mi alcázar, mi libertador”. Una oración preciosa para los momentos difíciles. Seguramente Jesús las tuvo en sus labios muchas veces y por eso podemos pronunciarlas unidos a Él.

Comentario a la liturgia del día en www.archimadrid.org