lunes, 27 de octubre de 2014

EN EL SUFRIMIENTO...

Dios permite muchas veces en nuestra vida cosas que no entendemos. Tal vez demasiadas. Y a nosotros nos gustaría entenderlo todo, el porqué pasan las cosas, al menos para qué pasan.
 
Decía el Padre José Kentenich: «Deberíamos acostumbrarnos a contemplar cada suceso como un cúpula en cuyo extremo superior está sentado Dios. Y ahora, yo coloco la escalera para el entendimiento, esto es, para el espíritu de la fe. ¿Qué quiere Dios ahora, a través de tal desilusión, o de tal infortunio?»[1].
 
El sentido de la vida, de la enfermedad, de la muerte, del dolor, de la violencia, de la pena, de la soledad, de la injusticia. ¿Dónde buscamos el sentido?
 
La vida se nos queda muy grande. El cielo se nos queda grande, la eternidad, el mar sin orillas. El océano profundo, el cielo sin bordes. El tiempo sin fin.
 
Cuando lleguemos al cielo lo veremos todo mejor, quizás entenderemos, allí estará todo más claro. Comprenderemos y las piezas del puzle encajarán. Aquí nos sentimos pequeños, diminutos ante el universo, perdidos en la temporalidad de nuestros días.
 
La vida nos parece injusta. La cruz no nos une a nada. La cruz muchas veces nos separa. Nos rompe por dentro. Nos divide.Aquellos a los que amamos se van y se queda en nuestras vidas el amor que les tenemos, las historias tejidas a su lado. El alma rota. El dolor de la cruz que nos distancia de aquellos a los que queremos. Las paradojas.
 
Necesitamos amor en el dolor y a veces lo rechazamos. Nos aislamos. Nos quedamos divididos entre el tiempo presente que tenemos, el pasado que hiere en su recuerdo y el futuro que nos parece pesado sin tener a los que tanto amamos.
 
Nos duele el alma cuando perdemos. La cruz nos quita lo que amamos. Ya sea la salud, la vida, el amor, los sueños, las posibilidades. Nos divide y nos separa. Tantas veces la cruz no nos une. No es cruz de la unidad, sino de la discordia. No crea vínculos profundos, sino que profundiza heridas y diferencias. No ata corazones, sino que los separa por profundos abismos.
 
La cruz nos puede unir a Dios o nos puede sumir en la incomprensión, en la soledad, en el desamor.La cruz del que ama hasta el extremo la podemos vivir sin amor. Sin llegar al extremo de nuestro amor. Sin llegar a darnos.
 
La cruz nos puede hacer egoístas. Coleccionistas de caricias fugaces y fútiles, que no nos llenan. Acaparadores de momentos de luz en medio de la noche.
 
La cruz es momento de abandono en los brazos de Dios, pero podemos vivirla rebelados contra una voluntad de aquel Dios injusto a quien no entendemos. 
 
La cruz es el momento de la entrega. Porque, el que no entrega, no recibe. La cruz es ese monte de Moria en el que se entrega lo más amado y se recupera bendecido. Abrahán en el monte Moria entregó a su hijo sin comprender y Dios se lo devolvió y le regaló por su amor un pueblo numeroso como las arenas de la playa y las estrellas del cielo. El monte del silencio roto por el grito de alegría de un corazón agradecido al recuperar a su hijo entregado.
 
En Moria gana el que entrega. Pierde el que retiene. La cruz se puede vivir como camino de vida o de muerte, de unión o división, de paz o de lucha.
 
La cruz hiere con un garfio de hierro el alma. Hasta las mismas entrañas. Abre un canal para la vida. Nos hace vulnerables, al alcance de cualquiera que ha sufrido. Nos hace frágiles e indefensos, cercanos y pobres. Nos hace dignos de compasión y de amor.
 
Nos hace incapaces para dar, sólo capaces para recibir. Porque con los brazos clavados en un madero sólo es posible recibir. El costado abierto derrama hasta la última gota de sangre, no retiene. Y el cáliz vacío no da, sólo recibe, para luego poder dar.
 
María, que entrega la vida por su Hijo en la cruz, sólo puede recibir el amor derramado y entregarlo a los hombres.
 
Hoy le pedimos a Dios la paz y el consuelo. No le pedimos comprender, no importa tanto. Sí le pedimos hacer de nuestra cruz personal una cruz de la unidad.
 
¿Cuál es el nombre de mi cruz? ¿Cómo se llama mi renuncia? ¿El nombre de mi sangre derramada? ¿Mi cruz une? Que en nuestra cruz esté siempre María. Que en nuestra cruz seamos capaces de derramar nuestra sangre, la sangre de Jesús. Que nuestra cruz no divida, sino que una. 
 
P. Carlos Padilla
 
 
[1] J. Kentenich, 1952

domingo, 26 de octubre de 2014

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús, y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él dijo:
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas».
Mateo 22, 34-40

Los fariseos se acercan a Jesús con una pregunta de respuesta casi evidente: ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley? La contestación podría darla cualquier niño de nuestras parroquias que asistiese a la catequesis: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Sin embargo, los que cuestionan al Señor, lo hacen desde el conocimiento de que los judíos contaban nada menos que con seiscientos trece mandamientos. Y se preguntaban: ¿Todos tienen el mismo valor?, o ¿hay algunos que son más importantes que otros?
La respuesta de Jesús establece una prioridad, una jerarquía a la hora de vivir conforme al deseo del corazón de Dios, que sigue interpelando al creyente de hoy. En primer lugar, nos exige revisar si nuestra relación con Dios es todo lo profunda que este mandamiento reclama. Es decir, si el amor a Dios nos lleva a amar, de verdad, lo que Él ama. Muchas veces nos conformamos con querer amar a Dios en abstracto y no nos preocupamos por amar su querer. Eso entraña el peligro de que no pongamos excesiva atención en sus mandamientos, que nos ayudan a concretar, como nos muestra la primera lectura de la Misa de hoy, y nos conformemos con asentir teóricamente a su propuesta amorosa. El resultado podría ser un tanto decepcionante: podemos no estar amando de veras a Dios, que quiere que amemos su querer.
La grandeza del amor a Dios y a los hermanos, que Jesús propondrá como contenido fundamental del mandamiento nuevo, nos introduce en el misterio mismo de lo que el amor significa. Por un lado, nos ayuda a descubrir la esencia misma de lo que Dios es: amor (véase 1 Jn 4, 8). Por otro, nos ayuda a descubrir que en el amor al prójimo, amándole como a mí mismo, podemos encontrarnos con nosotros mismos y comprendernos plenamente. El Papa san Juan Pablo II lo expresará con gran claridad: «El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente» (Redemptor hominis, 10). Esa relación de amor y correspondencia del hombre con Dios se convierte en camino de vida y vocación auténtica para el hombre de todos los tiempos: «Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y, consiguientemente, la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano» (Familiaris consortio, 11).
Dios nos llamó a la existencia por amor y nos llama a amar. Ésa es la tarea fundamental del hombre y la única que verdaderamente puede dar sentido a nuestra vida. Amar a Dios y a los hombres, dos retos que plasman muy bien el querer de Dios y que se convierten para nosotros en prioridad para nuestra vida cristiana. ¡Ése es el principal de todos los mandamientos!
+ Carlos Escribano Subías
obispo de Teruel y Albarracín

jueves, 23 de octubre de 2014

¡¡RECUPERA LA GRACIA!!

Cada día compruebo que es verdad, santa Teresa tenía razón: “Sólo Dios basta”. La verdad es que no necesitamos más.
 
He aprendido a ver la mano de Dios en cada suceso de mi vida, grande, pequeño y hasta insignificante. Lo cierto es que cada día me sorprendo más y me digo: “Dios es maravilloso”. Me obsequia la vida misma... como uno de sus mejores presentes. Y me hace saber que “Él es”, que por Él se da.
 
Una vez alguien me preguntó: “¿Por qué escribes?”. Le respondí: “Porque Dios me ha mostrado su Amor y aunque quisiera, ya no puedo callar”. 
 
Y es que Dios es sorprendente.
Cuando dudas, te hace conocer su voluntad.
Cuando haces un alto, te da un empujoncito.
Cuando tienes hambre, te alimenta con su Cuerpo y con su sangre.
Y cuando mueres, te concede la vida eterna. 
 
Me encanta la forma como Dios te da a conocer su voluntad, que no siempre es la nuestra.
 
Me ocurre cada cierto tiempo, dejo de escribir y me dedico a otras cosas. Entonces llega alguien y sin saberlo, me da a conocer lo que Dios quiere de mí.
 
En cierta ocasión se me acercó una joven, compró uno de mis libritos y me dijo:
 
Quiero contarle por qué lo compré. Hace unos meses, desanimada, fui a una librería. Antes de entrar oré pidiéndole a Dios que me mostrara cuál libro comprar, uno que me ayudara. 
 
Pasé frente a una estantería repleta de libros y, en ese momento, uno de ellos cayó al suelo. Lo recogí y lo coloqué en su lugar. 
 
Seguí viendo los libros y cuando pasé nuevamente junto a esa estantería, el libro volvió a caer frente a mí. 
 
Pensé jocosamente: “Si no lo compro me sigue hasta la entrada”. Así que lo compré. Era un libro suyo: “Para ser Santo”. Me sirvió muchísimo”.
 
Y remató con estas palabras: “No deje de escribir”.
 
Otro día, fui a misa decidido a dejar de escribir. Le dije a Dios: “No voy a escribir más. Mejor busca a otro”.
 
De pronto un amigo se me acercó y me dijo: “Alguien te quiere conocer”. Terminada la Eucaristía me presentó a un joven. Nos sentamos en una banca aparte y me comenta:
 
Deseaba conocerlo. Hace unos meses perdí a mi esposa. Tengo mis hijos pequeños. No sabía qué hacer. Me desesperé e iba a cometer una locura. Me di una oportunidad. 
 
Fui a la librería San Pablo y le pregunté a la dependiente si tenía algún libro que me ayudara. “Lea éste”, me recomendó. Y me entregó uno de sus libritos. Lo leí a gusto. Quería que supiera cuánto me ayudó. Y aquí estoy. Por favor, siga escribiendo”.
 
Dios piensa en términos de eternidad, nosotros en lo temporal. Por eso, a todo el que puedo, le recomiendo: “Aprovecha en misa y confiésate. Recupera la gracia. Te sorprenderás lo bien que vas a estar, y el cambio que tendrás”.
 
Ahora ya lo sabes… En la gracia, ocurren los milagros.

Fragmento del libro El gran secreto, de Ediciones Anab publicado en Aleteia

miércoles, 22 de octubre de 2014

S. JUAN PABLO II

«Es el Señor quien hace los milagros», respondía el Papa
Después de cuarenta años como secretario inseparable de Karol Wojtyla, el cardenal Stanislaw Dziwisz, hoy arzobispo de Cracovia, confiesa que todavía tiene cosas por descubrir de Juan Pablo II. 

El cardenal Dziwisz,
durante su testimonio en el Circo Máximo
¿Cómo conoció a Juan Pablo II?
Le conocí cuando era mi profesor en el Seminario y, como obispo auxiliar de Cracovia, me ordenó sacerdote. Nunca habría imaginado todo lo que vino después. Sólo me dijo: «Venga para ayudarme». «¿Cuándo?», le pregunté, sin esperarme esta petición suya. «Hoy mismo», respondió. «Iré mañana», le repliqué. Comenzó así mi servicio junto a Karol Wojtyla, sin más palabras, sin acuerdos específicos.
¿Como describiría su personalidad?
El Papa era muy gentil, pero firme: dirigía las situaciones hasta el último día de su vida. Con delicadeza, pero con firmeza. No reaccionaba de manera emotiva: era su gran fuerza. Durante el Viaje al Chile de Pinochet, por ejemplo, cuando la Misa estuvo a punto de ser interrumpida, a causa de desórdenes e intervino la policía del dictador con gases lacrimógenos, el Papa fue el único que se quedó en el palco, no se movió.
No se unía a ningún poder civil. El régimen soviético tenía miedo de él, no sabía cómo anunciar su elección al papado, porque liberaba a la gente del miedo: No tengáis miedo, es el eslogan de su pontificado. Era un hombre de gran personalidad: no dejaba las cosas sin resolver. Las polémicas de estos días sobre un presunto silencio sobre el padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, que después fue condenado por Benedicto XVI, proceden de ambientes hostiles. Él no condenaba a las personas sin juicio, pero era muy firme.

Miles de fieles polacos celebran en Wadowice
la beatificación de Juan Pablo II
Hemos sabido por Joaquín Navarro-Valls que el Papa conservaba en pequeñas fichas, en su reclinatorio, intenciones de oración que procedían de todo el mundo. ¿Cómo era?
El Santo Padre las tomaba una tras otra, durante su oración, y las presentaba al Señor. Él nos había enseñado a transcribirlas, a partir de las cartas que le llegaban, para recogerlas todas juntas: hemos aprendido de él a respetar cada petición y a no descuidar ninguna. Hoy seguimos haciendo lo mismo en la Curia de Cracovia: las transcribimos y las proclamamos en la oración de los fieles, pidiendo al Santo Padre que interceda ante Dios.
Concretamente, usted, ¿cómo piensa mantener la herencia que ha dejado Juan Pablo II?
Estamos creando un centro en Cracovia, que tendrá como lema una de las frases más importantes del pontificado:¡No tengáis miedo!, las palabras que pronunció al inicio de su ministerio papal. Oficialmente, el proyecto se inauguró el 2 de enero de 2006. Queremos promover la espiritualidad del Santo Padre y su mensaje con cursos de espiritualidad, de formación en el estudio de sus obras y de todos sus discursos. En el centro se podrá visitar un museo dedicado a la vida y a la actividad del Papa, y una casa destinada a encuentros con los jóvenes, además de una institución para el voluntariado. Acogerá también una casa para peregrinos que vengan a Cracovia a seguir las huellas de Juan Pablo II. En la cripta, bajo la iglesia del centro, se conservarán algunas reliquias del Beato. En particular, la sotana que llevaba el día del atentado, el 13 de mayo de 1981, con los agujeros de las balas y las manchas de sangre. Se podrá ver también una ampolla con la sangre de Juan Pablo II, tomada por los médicos para los tests clínicos en el último día de vida. Fue Navarro-Valls quien me sugirió que pidiera a los médicos algo de sangre del Papa. Yo lo hice y los médicos me dejaron una ampolla con su sangre, que todavía está líquida, pues creo que mezclaron una sustancia química para que se preservara con el pasar del tiempo.

Jesús Colina
. Según los rumores, Juan Pablo II hizo milagros en vida. ¿Es verdad?
En Polonia, muchos llaman a Juan Pablo II cudotwórca, que se puede traducir como el que hace milagros, pues atribuyen al Santo Padre una fuerza particular de intercesión. El Papa lo sabía, pero nunca quería hablar de ello. A quien le daba las gracias por haberle curado, el Santo Padre le respondía: «Es el Señor quien hace los milagros, no el hombre». Hemos recogido y seguimos recogiendo testimonios en este sentido, y contamos con amplia documentación. Pero yo sigo diciendo lo que decía Juan Pablo II: los milagros son obra de Dios y tienen lugar gracias a la fe de las personas que piden la gracia.
Tenemos, por ejemplo, el testimonio de una mujer enferma de cáncer en el cerebro que pidió al Santo Padre que rezara por ella. Él le impuso las manos pidiéndole que implorara a la Divina Misericordia, de quien Wojtyla era muy devoto. Poco después, la mujer volvió para decir que había sido curada.
¿Qué ve hoy en Juan Pablo II?
Siempre está presente en mi oración, y estoy convencido de que está a mi lado y me ayuda. Me doy cuenta de la necesidad que tengo de redescubrirle. Descubrirle y, quizá, quererle todavía más. Era un hombre de una gran riqueza espiritual, que la gente intuía en su interior. Hoy tengo que descubrir de nuevo esta profundidad espiritual e intelectual. Le quería como si fuera mi padre, y ahora le quiero, además, como el Bienaventurado que ya es.
Publicado en Alfa y Omega

martes, 21 de octubre de 2014

DESDE EL SENO MATERNO...TE ELEGÍ

Desde el vientre materno el Señor Dios creador nos ha mirado así. Maravillosa reflexión para hoy:



lunes, 20 de octubre de 2014

SIETE COSAS QUE NO SABES DEL BEATO PABLO VI

Ayer fué beatificado el Papa Pablo VI.
Este vídeo nos muestra siete cosas de su vida que probablemente desconozcas.
Beato Pablo VI, ruega por nosotros.


miércoles, 15 de octubre de 2014

AÑO JUBILAR TERESIANO

Hoy celebramos a esta gran santa española: Santa Teresa de Jesús.
Con motivo del quinto centenario de su nacimiento, la Santa Sede ha declarado un año jubilar.
Oramos por los frutos de este año de gracia, y por toda la orden carmelitana, en especial por nuestras
 paisanas Tere y M. Paz, que sigue las huellas de su santa fundadora en el Monasterio de La Encarnación, en Avila y en el de S. José en Talavera de la Reina, respectivamente.


martes, 14 de octubre de 2014

SÍNODO: NO OLVIDEMOS A LOS HIJOS DEL DIVORCIO

¡Ya era hora! Cuando desde hace meses la atención se focaliza en el sufrimiento de los divorciados vueltos a casar que no pueden comulgar, entró en la sala del sínodo el de los “hijos del divorcio”, que parecía haber sido borrado del debate.
 
Repetidamente, destacó el portavoz vaticano Federico Lombardi en el briefing a la prensa el miércoles 10 de octubre, los padres ponentes han hablado de los numerosos “niños ping pong”: sus padres se los reenvían el uno al otro como una pelota y hablan con amargura del “novio de mi madre” o de “la amiguita de mi padre”.
 
Presente con su marido en el briefing con los periodistas –ambos son auditores en el sínodo-, Alice Heinzen (Estados Unidos, planificación familiar natural) habló de los comentarios de un joven con el que ella se encontró: “Mi padre tiene una amiga, mi madre un amigo, paso una semana con uno, una semana con el otro, es triste”.
 
Los hijos del divorcio, todavía mas pobres que sus padres
 
Al margen de los trabajos del sínodo, el cardenal Christoph Schönborn, que forma padre de los padres sinodales, habló de este tema a la cadena televisiva Sel et Lumière.
 
A título personal, dijo sin rodeos: “Me escandaliza que en el discurso eclesial se hable siempre de la cuestión de la misericordia para los divorciados que se han vuelto a casar… ¡pero primero la misericordia para los niños!”.
 
“No olvidemos a los que son todavía más pobres que los divorciados que se han vuelto a casar: sus hijos, que han sufrido el divorcio de sus padres”, insistió.
 
Como prueba de este sufrimiento, no dudó en ofrecer su testimonio personal: “Un día en un colegio, un joven me preguntó: ¿cuál ha sido el momento más difícil de su vida? Espontáneamente –se me escapó-, le respondí: La noche en que me enteré que mis padres se iban a divorciar”.
 
Y prosiguió: “Siempre les digo a los padres: ¿Acaso no habéis hecho cargar sobre las espaldas de vuestros hijos el peso de vuestro conflicto? ¿No les habéis tomado como rehenes?”.
 
El sufrimiento de toda una red familiar
 
El arzobispo de Viena también mencionó el sufrimiento de esos “viudos y viudas del divorcio” que son las parejas abandonadas que se han quedado solas porque no han podido -o querido, por convicción- rehacer su vida. “El Instrumentum laboris sólo les dedica una pequeña nota…”, lamentó.
 
Por otra parte recordó que cuando hay un divorcio en una familia, sufre toda la red familiar: padres, hermanos y hermanas, tíos,… y a menudo de manera dramática.
 
Hay que tener en cuenta este sufrimiento en la pastoral, parecen haber destacado los ponentes: debe haber una pastoral de niños de padres divorciados.

Fuente: aleteia

domingo, 12 de octubre de 2014

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio
En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisara a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda.
Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: La boda está preparada, pero los invitados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.
Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta, y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos».
Mateo 22, 1-14
Hoy Dios anuncia que ha preparado una gran fiesta en el Cielo, una boda, por más señas. 
Como no podemos imaginar ni el Cielo ni la alegría del Cielo, Dios lo pinta así 
un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos.
¿Quién está invitado a esta fiesta? Todos estamos invitados. ¿Todos? Sí, todos. También los grandes pecadores de la ETA y del EI y del Partido Animalista y de la Santa Iglesia Católica. Quien esto escribe es un gran pecador de la Santa Iglesia Católica y no desespera de su propia salvación porque ha sido invitado a la fiesta del Cielo -como todos-.
¿Qué debemos hacer para asistir a esa fiesta? En primer lugar debemos responder a esa invitación con agradecimiento. Así, por ejemplo: Gratias Tibi, Deus. Gratias Tibi. En segundo lugar debemos conservar nuestro traje de fiesta -el que se nos dio en el Bautismo- sin mancha hasta la Vida Eterna. Y en tercer lugar -llenos de agradecimiento y vestidos de fiesta- debemos ponernos en camino hacia el Cielo siguiendo los pasos de Jesús y diciendo a todos los que encontremos por el camino que también ellos han sido invitados.
Lo primero es responder a la invitación con una acción de gracias incesante. San Pablo decía lleno de alegría: A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Nosotros también estamos llamados a glorificar a  Dios que nos ha honrado tanto. Y a todas horas decimos: Gracias a Dios, Bendito sea Dios. 
Lo segundo es conservar sin mancha el traje bautismal. En el Cielo no podemos entrar vestidos de soberbia, de avaricia, de lujuria, de ira, de gula, de envidia y de pereza. En el bautismo se nos dio una vestidura de caridad; de amor a Dios y al prójimo. Se nos dio una vestidura adornada con la fe, la esperanza y todas las joyas que han brillado en los santos. Y no se nos entregó para que la guardásemos en el armario sino para que la vistiésemos todos los días de nuestra vida. Nunca se nos queda pequeña porque crece con nosotros y no se desgasta por el uso, al contrario, brilla más y más cuanto más nos acercamos al Cielo.
Lo tercero es ponerse en camino siguiendo las huellas de Cristo.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mi,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. 
Un Apóstol de Cristo -como San Pablo- es así. Es alguien que corre hacia Cielo revestido de caridad y que, aunque encuentre muchas dificultades, ni teme ni se cansa porque -con razón- dice: Todo lo puedo en Aquel que me conforta.
A veces el Apóstol se encuentra con personas de paz que le abren las puertas de su casa y lo invitan a su mesa. Él da las gracias -está acostumbrado a dar las gracias- y come y bebe de lo que le ponen pero no se queda allí mucho tiempo. A esa gente de paz el Apóstol la bendice con la Paz y le anuncia la Gran Fiesta del Cielo a la que todos estamos invitados. Luego sigue su camino tras los pasos de Cristo.
Otras veces -siguiendo los pasos de Cristo- el Apóstol se encuentra con personas que no quieren saber nada de fiestas en el Cielo porque solamente piensan en su trabajo, en su dinero, en sus diversiones o en sus juguetitos. Él ni se enfada ni se desanima. Les anuncia que también ellos están invitados a la fiesta del Cielo y sigue su camino recordando que también él, en otro tiempo, anduvo enganchado a la playstation sin saber nada del Cielo.
Otras veces el Apóstol -siguiendo los pasos de Cristo- se encuentra con gente violenta que se burla de él, lo maltrata, lo apedrea -como hicieron con San Pablo y siguen haciendo con tantos hermanos nuestros- o lo matan como a Jesús. Y es entonces cuando más brilla su vestidura bautismal porque -sabiendo que Dios enjugará todas las lágrimas- responde con bendiciones a los ultrajes, perdona a todos, bendice a Dios y -sin saber cómo- después de tantas lágrimas y de tantas cosas buenas se halla en un banquete de bodas muy alegre y descubre que la novia es hermosísima y que todos la llaman María. Y piensa que, solo por eso, todo ha valido la pena, aunque la cosa no ha hecho más que empezar porque el Novio entrará en la sala del banquete con el Rey y dará gusto ver con qué cariño se pone a servir a todos, para siempre.
D. Javier Vicens Hualde
Párroco de S. Miguel de Salinas (Alicante)

jueves, 9 de octubre de 2014

EL ABUELO...

Y ahora, nos tenemos que ir todos a McDonalds, a festejar lo del abuelo» le dice Inés -de 7 años- a su boquiabierta madre. Lo del abuelo que, con aplastante lógica infantil, quiere festejar la niña, es que se fue al cielo arrullado por la Salve Marinera, cantada por su mujer y sus hijos, mientras le cogían de la mano: así moría, el pasado 1 de octubre, don Ramón Diez de Rivera y de Hoces, padre de Carla, fiel colaboradora de Alfa y Omega

El abuelo Ramón, saliendo de Misa, con sus nietos,
en Salamanca
La Virgen se lo llevó en volandas en el Amén: fidelidad por fidelidad. Ella había estado a su cabecera, él siempre a su lado. Seguimos cantándole el Himno de la Almudena, según el ritual de oración de las noches de verano que él mismo había instaurado congregando feliz a hijos y nietos.
Lo del abuelo era un amor tierno, de niño, confiado e infinito a la Virgen: nos había enseñado a quererla desde pequeños.
«Es el cumple de la Virgen, felicítala», nos recordaba cada 8 de septiembre; antes de que le operaran en Oviedo, nos hacía subir a Covadonga, hiciera el tiempo que hiciera; «Vamos al santuario de... que está de camino» (siempre pillaba alguno de camino); cada Avemaría del Rosario ofrecido por una persona...
Lo del abuelo era escaparse, hace tres años, de las urgencias de un hospital en Salamanca, ante la impotencia de todos, que pensábamos que se nos moría, «porque tenía una cita muy importante con su mujer, sus hijos y sus nietos». Eran sus Bodas de Oro matrimoniales, y las había preparado con ilusión. Quería dar gracias a Dios por el gran regalo que había sido su mujer, por tantos años de fidelidad, tanto por los momentos duros como por los felices; por la familia que habían construido juntos, por cada uno, tal y como éramos; y quería hacerlo en una Misa de acción de gracias familiar. Nuestra madre tuvo claro que había que hacerlo como él quería y que llegaría vivo, como así fue gracias a la oración de tantos.
Lo del abuelo era, hace un par de años, invitar a cada uno de sus nietos para que le acompañaran mientras le daban la Unción de Enfermos y festejarlo después con chocolate con churros. «Fernando, ¿has ido alguna vez a la Unción de alguien? Te invito a la mía», llamaba explicándoles en qué consistía y por qué se daba. Lo del abuelo era pedirle al capellán del hospital, el día anterior a su muerte, que le volviera a dar la Unción rodeado de todos los suyos.
Lo del abuelo era llamar, con voz cantarina, a cada cuál, unas veces para felicitar: «¿De quién es el cumple?; ¿de quieeeén?», y otras con algún mensaje aparentemente tonto que venía a decir: «Soy papá, sé que te pasa algo; aquí estoy». Era hacer que cada nieto se sintiera único al hablarles de sus cositas, al acompañarle a Misa en su veloz silla de ruedas eléctrica... Antonio pedía, desde Pamplona, que le dijéramos que se alegraba de ser su nieto mayor, «pues, cuando entro en casa, siempre escucho: Mi nieto mayor, ¿dónde estaaaá?»; y María rogaba desde Francia: «Dile al abuelo, al oído, que le quiero un montón». Se fue con los besos de todos y una carta secreta de Conchita -10 años-; Javier y Jaime lloraban y reían a la vez...
Lo del abuelo era pedirnos, 48 horas antes de la beatificación de don Álvaro del Portillo, que le lleváramos. Un Es que tengo la intuición que tengo que ir nos hizo movilizarnos, y allí estuvo, con mi madre, disfrutándola y viviéndola como un regalo del cielo. Os deseo la misma paz que ahora me acoge. Os bendigo a todos, vuestro agradecido padre, terminaba el mensaje que nos envió esa misma tarde al whatsapp familiar que él había creado. Al día siguiente, nos dijo, por ese mismo canal, que al comulgar pedía: «Señor, ven a mi corazón y vive en él toda la eternidad». Y eso fuimos pidiendo el 1 de octubre, día de Santa Teresita del Niño Jesús, su dies natalis.
Gracias por su vida
Lo suyo era un corazón muy grande, y festejar, festejarlo todo. Así que vamos a festejar la vida, la enfermedad y la muerte de nuestro padre y abuelo. Vamos a festejarlo con una amplia y luminosa sonrisa, dando gracias a Dios por su vida, por su amor incondicional, por esa enfermedad de 15 años que nos permitió conocerle y hacer un camino espiritual junto a él, por la fortaleza y la fidelidad de nuestra madre, por su dulce muerte. Es una sonrisa húmeda por las mansas lágrimas que brotan de las entrañas, del corazón que sufre en paz. La ausencia duele con un dolor sereno, sordo y profundo que seda el abrazo de los amigos que nos sostienen con su oración. Tengo claro que lo del abuelo ahora es ejercer en plenitud su paternidad, ocupándose de cada uno: «Soy papá -soy el abuelo-, no te preocupes, ya sé lo que te pasa, pero pídemelo porque me gusta saber que me necesitas. Acuérdate que la Virgen te lleva de la mano».
¡Salve!, Estrella de los mares, Madre del Divino Amor...
Carla Diez de Rivera en Alfa y Omega

miércoles, 8 de octubre de 2014

SINODO DE LA FAMILIA: YO CATOLICA Y EL MUSULMAN


Jeannette Touré es presidenta nacional de las mujeres católicas en Costa de Marfil. Pero es también la esposa – desde hace 52 años – de un musulmán, y a esta mujer de fe cuyos hijos son bautizados y practicantes, ha sido llamada a participar, como experta, en el Sínodo de la Familia. Aquí su testimonio:

« Lamine (Touré) y yo nos conocimos en Francia, cuando éramos estudiantes. Decidimos casarnos y nuestros padres no se opusieron, pues cada uno seguiría su propia religión. Nos casamos en París, en el distrito 5. Hoy tenemos cinco hijos y seis nietecitos.

Tolerancia, diálogo, oración y perdón

Dado que llevamos 52 años de matrimonio, somos un punto de referencia para los jóvenes de religiones diferentes que quieren casarse. Ellos dicen: Mamá Touré lo ha conseguido, ¿por qué nosotros no? Para superar las dificultades, es necesaria la tolerancia, el diálogo, mucha oración y mucho perdón. ¡Estos elementos existen en el Corán!

Nosotros nunca rezamos juntos, cada uno lo hace por su lado: yo en mi rincón de la oración, él en su alfombra. Por la mañana, mientras yo voy a misa a las 6 y cuarto, él se queda rezando en casa. Para que esto funcione, es necesario confiar la pareja al Señor, a María y a san José, patrono de la Sagrada Familia. Sin el Señor, no se puede hacer nada. Con Él, todo es posible.

Nuestras tres hijas han estudiado en escuela de monjas. Después, ellas pidieron el bautismo. Su padre no se opuso. Sus hermanos siguieron su ejemplo. Cuando me preguntan: “¿cómo has hecho para que todos tus hijos sean católicos?”, yo respondo: nunca les he obligado. Ha sido el ejemplo de una mamá muy comprometida en la Iglesia; una mamá que vuelve de misa cantando y que da testimonio de que ella está alegre con su Dios.

Cuando mi marido hace su Ramadán, nosotros le ayudamos. Durante las fiestas musulmanas, toda la familia se implica y participa. Por su parte, mi marido lee la biblia, escucha la radio católica y sigue las audiencias del papa de los miércoles. Él está contento - ¡y orgulloso! – de que esté yo en el Sínodo. Me llama todos los días. Me decía: El Papa debería invitarme a mi también, ¡esto es discriminación!

Estar en la verdad y llegar a un acuerdo con mi marido… ¡y el Espíritu Santo!

En los matrimonios entre católico y musulmán, el problema viene sobre todo de las familias políticas musulmanas, especialmente de la suegra, que no quiere que el hijo o la hija se convierta. Yo nunca he tenido problemas con mi suegra. Por el contrario, el hermano mayor de mi marido ha creado dificultades.

A veces, la familia política obliga a la esposa católica a convertirse. Algunas aceptan, aunque siguen yendo a la Iglesia a escondidas. Yo les digo siempre: estad en la verdad y arreglaos con vuestros maridos. Les aconsejo también que recen al Espíritu Santo.

Fuente: aleteia.org