«¿No querrá usted tener un "trasto"?», le espetó la ginecóloga a Lourdes Ruiz ante la posibilidad de que su pequeño viniera con una malformación. Hace apenas un mes y medio esta joven madre recibió los resultados de la prueba de «triple screening», que se realiza en las primeras semanas de gestación para detectar cromosopatías del feto. Había marcadores que indicaban que su bebé podría sufrir síndrome de Down o trisomía 18. Empezaron entonces las presiones médicas para que Lourdes se deshiciera del bebé, ese al que la ginecóloga llamó trasto. «Me sentí muy mal», recuerda Lourdes. «Le dije que mi hijo no era un trasto y que no iba a abortar y entonces ella miró a mi marido buscando complicidad y le preguntó qué pensaba él. Alfonso le dijo que yo había hablado por los dos».
Se alegraron muchísimo cuando descubrieron después que la prueba había estado equivocada, que al repetirla el riesgo que reflejaba ya no era significativo. Pero también se asustaron porque «¿cuántas madres habrán abortado a hijos sanos?», pregunta Lourdes. A ella su fe le ha permitido vivir su embarazo con serenidad y confianza en Dios. Los aprietos económicos han llamado de una u otra forma a su puerta desde que se casaron en 2009, pero está convencida de que «hay que arriesgar en algún momento. Si tuviéramos que esperar a que acabara la crisis, no tendríamos hijos. Este niño es un regalo de Dios». No quieren conocer el sexo del bebé, que será María o Pablo, y nacerá venga como venga. «Desde ese episodio quiero mucho más al bebé, muchísimo. Como si hubiera pasado de cero a cien».
Publicado en "La Razón"
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