Esto que os cuento lo he
visto en alguna persona y su mejor antídoto era pronunciar el nombre de Jesús.
Mi maestro de novicios, que era un gran devoto, nos hablaba con frecuencia de la
devoción al dulce nombre de Jesús, sobre todo el 3 de enero que es el día que
tradicionalmente se viene celebrando la fiesta. Yo sentí mucho que despareciera
después del Concilio en el calendario romano pero ha sido de nuevo reintroducida
en la tercera edición del Misal romano actual. Siempre me cayó bien esta
celebración, entre otras cosas porque me llamo Jesús. Sin embargo, el mayor
aprecio y el descubrimiento vivencial de este nombre me ha llegado vía monjas
contemplativas donde he dado muchos ejercicios espirituales. Son varias en las
que he visto la conjunción de ciertas aprensiones y la pronunciación ungida del
nombre de Jesús, según aquello que dice: El que invocare el nombre del
Señor, se salvará (Rm 10, 13)
En cierta ocasión me consultaba una sus ansiedades en
este sentido. Le hablé de que eran escrúpulos hasta que me di cuenta de que era
algo más. Su manera de conjurar el temor era repetir el nombre de Jesús. Me lo
escenificó maravillosamente. Cuando estoy turbada repito rápido Jesús, Jesús,
Jesús; cuando me voy calmando, lo hago más lento Jesús….. Jesús…… Jesús. A veces
me acuesto y lo digo lentamente y cuando me despierto todavía lo sigo diciendo.
¿Habré estado toda la Noche? Me despierto con una placidez que no es mía… Este
nombre maravilloso ha actuado dentro de mí. Yo le dije: claro, mujer, la
alabanza y la unción liberan y pacifican y el salmo dice que el Señor lo da a
sus amigos mientras duermen.
Esta monjita padecía de temor de Dios. A primera vista
parece que estamos ante una arbitrariedad. Si estás toda la vida activando un
deseo y una práctica ¿por qué te va a fallar el final? Yo le expliqué: mira lo
que te pasa no es miedo a Dios sino más bien el don de temor de Dios que no es
miedo servil a Dios sino miedo a perderlo. El miedo a la condenación de los que
viven despreocupados es de otra índole. La Biblia no ve mal el temor bueno e,
incluso, dice que es el principio de la sabiduría. Es un temor-don infundido por
el Espíritu Santo. Al suceder este don en nuestra psicología puede suscitar
aprensión acerca del momento final. Suele ser un momento de gran purificación
del espíritu para crecer en fe. El mejor, antídoto es la pronunciación ungida
del nombre de Jesús. Si el Señor te lo ha dado, vive feliz pronunciando ese
nombre y si no te lo ha dado vocalízalo todas las veces que puedas que te hará
bien.
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