En algunas ocasiones,
habrás sentido que en tu vida se cerraba alguna puerta y que no podías seguir
adelante o que no se producían los cambios que tanto
anhelabas.
Ten presente que eso
mismo le sucedió a Dios, cuando José y María llamaban a las puertas de las casas
de Belén y recibían siempre la misma respuesta: “no hay
lugar”.
Casi puedo imaginar a
la Virgen María poniendo suavemente su pequeña mano sobre el hombro de José y
transmitiendo, con ese gesto simple y confiado, la paz y la confianza que brota
de su corazón y del Corazón del pequeño Niño que latía en su
interior.
Quizás hemos estado
buscando refugio en lugares equivocados. Quizá las puertas a las cuales llamamos
no eran las correctas.
Dispongámonos, en este
tiempo, a un mayor silencio interior para escuchar lo que el Señor tiene que
decirnos y pidámosle que nos ayude a abrirle nosotros las puertas del pesebre
del propio corazón, para que él pueda entrar en las habitaciones más profundas
de nuestra vida y abrirnos nuevas puertas de bendición.
Yo estoy junto a la
puerta y llamo (…) Apocalipsis 3, 20.
P. Gustavo Jamut
No hay comentarios.:
Publicar un comentario