Oramos por nuestros sacerdotes y seminaristas y por las vocaciones al sacerdocio.
Hay un texto del salmo 85 que se repite muchas veces en la liturgia de adviento y de Navidad. Dice así: La justicia mira desde el cielo y la fidelidad brota de la tierra. Sobre la primera parte ya hemos meditado hace poco pero la visión no quedaría completa sin hablar de esa fidelidad que brota de la tierra. San Agustín en su sermón 185 en vez de fidelidad habla de verdad, tal vez por aquello de que no puede haber fidelidad si no es en la verdad.
La justicia que mira
desde el cielo sucede en la tierra con el nacimiento de Cristo. Por eso brota de
la tierra y de la carne, es decir de las entrañas de la Virgen María. La
justicia que mira desde el cielo es pura misericordia, es mirada de perdón, de
clemencia y de olvido. Dios quiere olvidarse del pecado con el que el hombre
rompió con él. Con esa mirada pone su corazón en el mísero que soy yo y tú, que
lees esto. Esa justicia que nos hace justos es gratuita pero pasa por la carne
de Cristo y después por la nuestra. Brota de la tierra, se realiza en Jesucristo
y en todos los que creen en él. Lo mismo que sucede en Cristo, mediante la fe
sucede en nosotros y configura nuestra historia.
Siempre me chocó y nunca entendí una frase de Santo
Tomás. Te la voy a compartir, amiga mía, como diría el Cantar, para ver si me
ayudas a profundizar en ella. Sabemos que Cristo se autodescribe en el evangelio
con muchas imágenes, a saber: yo soy el camino, la verdad, la vida; yo soy la
luz, el pan nuevo, el agua viva. Dice de sí mismo que es el hijo del hombre, la
vid, el que sirve, y muchas otras. La que me interesa en este caso es la de :
Yo soy la puerta. Santo Tomás de Aquino comentando esta imagen dice que
si Cristo es la puerta todos tenemos que entrar por ella. Añade que también la
propia humanidad de Cristo tiene que pasar por esa puerta. ¿Cómo es posible?
Entrando por sí mismo. Cristo para llegar a Dios tiene que entrar por sí mismo.
Esto es lo que yo no acabo de entender.
A veces se oye que el
Padre es la casa, el Hijo la puerta y el Espíritu Santo la llave. Bien, pero el
Hijo no puede ser puerta en cuanto Dios porque si la puerta es para llegar a
Dios, él ya lo es. Luego sólo puede ser puerta en cuanto hombre. De acuerdo,
pero así y todo: ¿para qué necesita Cristo pasar por sí mismo? ¿Necesita
redimirse a sí mismo? Cristo no necesita redimirse porque no cometió pecado,
luego está fuera de su propia redención. La Virgen no, porque aunque no cometió
pecado y fue inmaculada desde el principio, sin embargo esto acaeció en
previsión de la muerte y méritos de su Hijo. Cristo, sin ser redimido, tuvo que
pasar por sí mismo, y él más que nadie porque la carga de tierra que traía
acumulada durante siglos de humanidad recorridos tenía que tocar su carne limpia
para quedar purificada. Porque Cristo tenía como dos partes: una era la carne
limpísima por su hipóstasis con el Verbo y otra es esa misma carne, hecha
pecado, por cagar con todo lo nuestro. Por eso la parte que cargó tuvo que pasar
en el mismo Cristo para ser limpiada con su parte limpia que no deja de ser la
misma. Yo no sé a ti, amiga mía, cómo te suena esto, pero a mí me encanta porque
aunque no entiendo nada intuyo un misterio maravilloso que me hace feliz.
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