sábado, 12 de enero de 2013

BAUTISMO DEL SEÑOR

Evangelio

En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías.
Juan les respondió dirigiéndose a todos: 
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre Él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

Lucas 3, 15-16.21-22
 
El Bautismo del Señor cierra y abre al mismo tiempo: cierra la voz de los profetas, abre la enseñanza de la Palabra; cierra las promesas, abre el cumplimiento; cierra la vida oculta de Jesús, abre su vida pública; cierra el conocimiento incompleto de Dios, abre la revelación del misterio de la Trinidad; cierra el signo de conversión, abre el don de la regeneración.

Para cerrar está san Juan Bautista y su bautismo de agua; para abrir, Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, y su Bautismo con Espíritu Santo y fuego. El Evangelio de este domingo presenta conjuntamente a ambos, mostrando así la continuidad en la unidad del único designio salvífico de Dios. Juan acude al Jordán predicando el bautismo del arrepentimiento que conduce al perdón de los pecados, pero su gesto no puede alcanzar lo que anuncia. Cuando Jesús baja al Jordán se abre el cielo, cerrado desde el pecado de Adán, mostrando que con Él llega la remisión de los pecados.
El Bautismo del Señor no fue ni su conversión ni su adopción; fue manifestación y unción; por eso marca el inicio de su misión. Acudiendo al Jordán para ser bautizado por el Bautista, Jesús acepta e inaugura su misión de Siervo doliente: el que no tiene pecado se deja contar entre los pecadores y carga con nuestros pecados. En derroche de misericordia, el Padre envía al Hijo para liberar al esclavo. Por amor al Padre, el Hijo acepta el bautismo de muerte para perdón de nuestros pecados.

 A esta aceptación, responde la voz del Padre que pone su complacencia en el Hijo. El Bautismo de Jesús es su manifestación como Mesías (Ungido) de Israel e Hijo de Dios, amado del Padre.
El Bautismo del Señor es también unción con el Espíritu Santo. El Espíritu desciende sobre Jesús como en forma de paloma, para ungir y enviar. Jesús, que ya posee en plenitud el Espíritu Santo desde su concepción, recibe en el Jordán la efusión del Espíritu en orden a la misión. Es ungido en favor nuestro, como expresó bellamente san Ireneo de Lyon: «El Espíritu de Dios descendió sobre Él, de quien los profetas habían prometido que sería ungido con él, para que de la abundancia de su unción nosotros recibiéramos y fuéramos salvados». Descendiendo sobre Jesús, el Espíritu se habituaba a habitar en el género humano preparando así nuestra santificación. De Jesucristo, manará el Espíritu para toda la Humanidad. Así, en el Jordán, Dios se revela como Trinidad: el Padre es el que unge, el Hijo es el Ungido, el Espíritu Santo es el ungüento.

Como la Liturgia actualiza en el tiempo los misterios de la vida de Cristo, la fiesta del Bautismo del Señor también cierra y abre a la vez: cierra el tiempo de Navidad, abre el curso ordinario del año litúrgico; cierra la contemplación de la infancia de Jesús, abre el conocimiento de su vida y misión; cierra el reconocimiento de lo oculto, abre la constatación de lo manifiesto.
La celebración de esta Fiesta nos recuerda que la vida nueva recibida en el Bautismo exige siempre crecimiento: buscar para encontrar y encontrar para seguir buscando. Bautizados en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hemos vuelto a nacer para dejar atrás la antigua vida de pecado y caminar en el amor de Dios. Dejar lo antiguo y estrenar lo nuevo, tal es la eficacia del Bautismo, que cierra y abre.
 
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe

No hay comentarios.: