miércoles, 12 de mayo de 2010

EL PAPA VIAJA A PORTUGAL



DECLARACIONES EN EL AVIÓN Y PRIMER DISCURSO
Durante el vuelo ha comentado a los periodistas que es realmente terrible el sufrimiento que padece la Iglesia, no tanto por los ataques que vienen de fuera, sino por los pecados que provienen de dentro de la propia Iglesia. Y se ha referido al tercer secreto de Fátima como un llamamiento eterno válido siempre a la conversión, a la oración y la penitencia.

Durante el vuelo hacia Portugal, el Papa ha respondido a algunas preguntas de los periodistas que le acompañaban. Una de las preguntas se ha referido al significado actual de las apariciones de Fátima y si en el tercer secreto es posible enmarcar el sufrimiento de la Iglesia de hoy a causa de los pecados de los abusos sexuales a menores.
El tercer secreto de Fátima
Refiriéndose al tercer secreto de Fátima, Benedicto XVI ha subrayado que en la visión se habla claramente de la necesidad de una pasión de la Iglesia. Pero para el Pontífice la importancia del mensaje, la respuesta de Fátima, no radica en situaciones particulares, sino que la respuesta fundamental es «la conversión permanente, penitencia, oración, y las tres virtudes cardinales: fe, esperanza, caridad».
Los ataques al Papa y a la Iglesia
«En cuanto a las novedades que hoy podemos descubrir en este mensaje, encontramos que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen del exterior, sino que el pecado existe en la Iglesia. Esto siempre se ha sabido, pero hoy lo vemos de una forma terrible: que la persecución más grande a la Iglesia no procede de enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia. Y por lo tanto, la Iglesia tiene una profunda necesidad de reaprender la penitencia, aceptar la purificación, aprender el perdón pero también la necesidad de justicia. El perdón no sustituye la justicia», ha añadido.También ha enviado un telegrama de saludo al Rey reiterando su afecto y cercanía al pueblo español, animando a la convivencia pacífica y a la solidaridad.

Primer discurso
«La Iglesia está abierta a colaborar con quien no margina ni reduce al ámbito privado la consideración esencial del sentido humano de la vida». Con estas palabras, pronunciadas nada más llegar al aeropuerto de Portela (Lisboa), inauguró hoy el Papa Benedicto XVI su visita apostólica a Portugal.

Tras la llegada del avión papal, a las 11 de la mañana (hora local), el Papa fue recibido por el presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, por el patriarca de Lisboa, cardenal José Policarpo, y por otras autoridades eclesiales y civiles, informa Zenit.

En un palco preparado para la ocasión, y tras el saludo del presidente Cavaco Silva, el Papa pronunció un breve discurso en el que aludió a la concepción de laicidad positiva, y a la importancia del reconocimiento de la libertad religiosa en la vida pública.

La relación con Dios, explicó a los presentes, «es constitutiva del ser humano: éste ha sido creado y ordenado hacia Dios, busca la verdad en su propia estructura cognoscitiva, tiende hacia el bien en su esfera volitiva, y es atraído por la belleza en la dimensión estética».

«No se trata de un enfrentamiento ético entre un sistema laico y un sistema religioso, sino más bien de una cuestión de sentido a la que se confía la propia libertad», aclaró Benedicto XVI.

En este sentido, aludió a la constitución de la República Portuguesa, acontecimiento que celebra este año su centenario, y que estableció formalmente la separación entre la Iglesia y el Estado en este país.

«El giro republicano, que se produjo hace cien años en Portugal, abrió, en la distinción entre Iglesia y Estado, un nuevo espacio de libertad para la Iglesia, al que los dos concordatos de 1940 y de 2004 habrían dado forma, en ámbitos culturales y perspectivas eclesiales demasiado marcadas por rápidos cambios».

Es verdad que esta separación, reconoció el Papa, provocó «sufrimientos causados por las transformaciones», pero afirmó que en general fueron «afrontados con coraje».

«Vivir en la pluralidad de sistemas de valores y de cuadros éticos requiere un viaje al centro del propio yo y al núcleo del cristianismo para reforzar la calidad del testimonio hasta la santidad, encontrar caminos de misión hasta la radicalidad del martirio», añadió.

Un peregrino de Fátima
El Papa subrayó que su visita que hoy comienza al país luso «bajo el signo de la esperanza, quiere ser una propuesta de sabiduría y de misión».
«Vengo como peregrino de la Virgen de Fátima, investido de lo Alto en la misión de confirmar a mis hermanos que avanzan en su peregrinación hacia el Cielo», afirmó Benedicto XVI.
En este sentido, subrayó que la aparición de la Virgen en esta pequeña localidad fue «un designio amoroso de Dios; no depende del Papa, ni de cualquier otra autoridad eclesial».

«No fue la Iglesia quien impuso Fátima, sino que fue Fátima la que se impuso a la Iglesia», exclamó.

En aquel acontecimiento el Cielo se abrió «precisamente sobre Portugal, como una ventana de esperanza que Dios abre cuando el hombre le cierra la puerta, para recomponer, en el seno de la familia humana, los vínculos de la solidaridad fraterna que se apoyan sobre el reconocimiento recíproco del mismo y único Padre».

«La Virgen María vino del Cielo para recordarnos verdades del Evangelio que constituyen para la humanidad, fría de amor y sin esperanza en la salvación, fuente de esperanza», una esperanza que se basa en la relación «vertical y trascendente» del hombre con Dios.

El Papa Benedicto XVI concluyó su discurso confiando a Portugal «a la Virgen de Fátima, imagen sublime del amor de Dios que abraza a todos como hijos».

Raíces cristianas
Por su parte, el Presidente Cavaco Silva, en su discurso de bienvenida, afirmó que la separación entre la Iglesia y el Estado en Portugal «convive con las marcas profundas de la herencia cristiana presente en la cultura, en el patrimonio y, por encima de todo, en los valores humanistas».

Portugal «reconoce el papel de la Iglesia católica y respeta y apoya el servicio inestimable que presta a la sociedad», subrayó.

En este sentido, recordó que «en otros tiempos, dando una contribución preciosa a la expansión de la fe cristiana, abrimos al mundo al diálogo universal. Una actitud particularmente adecuada en un tiempo en el que, quizás más que nunca, se reclama un entendimiento entre el discurso de la razón y el discurso de la fe».

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