Fiesta entrañable en el pueblo cristiano y particularmente en España, de la que Ella es patrona.
En el año 1.997 el Papa Juan Pablo II hizo esta reflexión en el Angelus de un día como el de hoy.
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Hoy la Iglesia celebra la Inmaculada Concepción de María santísima, una fiesta solemne muy querida al pueblo cristiano. Esta solemnidad se sitúa al inicio del año litúrgico, en el tiempo de Adviento, e ilumina el camino de la Iglesia hacia la Navidad del Señor.
La solemnidad de la Inmaculada Concepción tiene como telón de fondo el cuadro bíblico de la Anunciación, en la que resuena el arcano saludo del ángel: «Dios te salve, llena de gracia; el Señor está contigo» (Lc 1, 28).
«Llena de gracia». María, como Dios la pensó y quiso desde siempre en su inescrutable designio, es una criatura totalmente colmada del amor divino, toda bondad, toda belleza y toda santidad.
2. «El hombre mira las apariencias; el Señor mira el corazón» (1 S 16, 7). Y el corazón de María está totalmente orientado hacia el cumplimiento de la voluntad divina. Por esto, la Virgen es el modelo de la espera y de la esperanza cristiana.
Contemplando la escena bíblica de la Anunciación, comprendemos por qué el mensaje divino no encuentra a María impreparada, sino, por el contrario, ain vigilante en la espera, recogida en un silencio profundo, en el que resuenan las promesas de los profetas de Israel, especialmente el famoso oráculo mesiánico de Isaías: «He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 14).
En su corazón no hay ni sombra de egoísmo: no desea nada para sí, sino sólo la gloria de Dios y la salvación de los hombres. El mismo privilegio de ser preservada del pecado original no constituye para ella un título de gloria, sino de servicio total a la misión redentora de su Hijo.
3. Amadísimos hermanos y hermanas, la humanidad de nuestro tiempo, que se dispone a entrar en el tercer milenio, encuentra en la Inmaculada el modelo de la espera y la Madre de la esperanza. Ella nos enseña a evitar el fatalismo y la resignación pasiva, así como cualquier tentación milenarista. Nos enseña a contemplar el futuro sabiendo que Dios viene hacia nosotros. Estamos llamados a prepararnos a este encuentro en la oración y en la espera vigilante.
Mirándola a ella, Virgen sabia, aprendemos a estar preparados para comparecer ante Cristo, en la hora de su vuelta gloriosa. Que María nos ayude a salir al encuentro del Señor con fe viva, esperanza gozosa y caridad activa.
1. Hoy la Iglesia celebra la Inmaculada Concepción de María santísima, una fiesta solemne muy querida al pueblo cristiano. Esta solemnidad se sitúa al inicio del año litúrgico, en el tiempo de Adviento, e ilumina el camino de la Iglesia hacia la Navidad del Señor.
La solemnidad de la Inmaculada Concepción tiene como telón de fondo el cuadro bíblico de la Anunciación, en la que resuena el arcano saludo del ángel: «Dios te salve, llena de gracia; el Señor está contigo» (Lc 1, 28).
«Llena de gracia». María, como Dios la pensó y quiso desde siempre en su inescrutable designio, es una criatura totalmente colmada del amor divino, toda bondad, toda belleza y toda santidad.
2. «El hombre mira las apariencias; el Señor mira el corazón» (1 S 16, 7). Y el corazón de María está totalmente orientado hacia el cumplimiento de la voluntad divina. Por esto, la Virgen es el modelo de la espera y de la esperanza cristiana.
Contemplando la escena bíblica de la Anunciación, comprendemos por qué el mensaje divino no encuentra a María impreparada, sino, por el contrario, ain vigilante en la espera, recogida en un silencio profundo, en el que resuenan las promesas de los profetas de Israel, especialmente el famoso oráculo mesiánico de Isaías: «He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 14).
En su corazón no hay ni sombra de egoísmo: no desea nada para sí, sino sólo la gloria de Dios y la salvación de los hombres. El mismo privilegio de ser preservada del pecado original no constituye para ella un título de gloria, sino de servicio total a la misión redentora de su Hijo.
3. Amadísimos hermanos y hermanas, la humanidad de nuestro tiempo, que se dispone a entrar en el tercer milenio, encuentra en la Inmaculada el modelo de la espera y la Madre de la esperanza. Ella nos enseña a evitar el fatalismo y la resignación pasiva, así como cualquier tentación milenarista. Nos enseña a contemplar el futuro sabiendo que Dios viene hacia nosotros. Estamos llamados a prepararnos a este encuentro en la oración y en la espera vigilante.
Mirándola a ella, Virgen sabia, aprendemos a estar preparados para comparecer ante Cristo, en la hora de su vuelta gloriosa. Que María nos ayude a salir al encuentro del Señor con fe viva, esperanza gozosa y caridad activa.
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