"El diablo no quiere un mundo sin cristianismo, sino un cristianismo sin Dios, en un mundo sin Dios, con hombres que se crean autosuficientes..."
Lo expone Fabrice Hadjadj, en La fe de los demonios (o el ateísmo desesperado), que acaba de editar Nuevo Inicio. Éste es un pequeño fragmento del libro, especialmente recomendable hoy para reflexionar profundamente:
El espíritu malo es siempre favorable a los ejercicios espirituales, siempre que no se trate de una espiritualidad de la Encarnación. Pero también es favorable a un apostolado muy activo, siempre que no sea el de la caridad. «Mientras conceda
El espíritu malo es siempre favorable a los ejercicios espirituales, siempre que no se trate de una espiritualidad de la Encarnación. Pero también es favorable a un apostolado muy activo, siempre que no sea el de la caridad. «Mientras conceda
De lo que se trata es de dejarnos creer que ser cristiano es un título, y, por ende, llevarnos a producir un cristianismo a nuestro gusto, con su Cristo travestido de tradicionalista o de progresista, dolorido o hedonista, conservador o revolucionario, cristo de Apolo o cristo de Pablo o cristo de Cefas, que podamos ser más católicos que el Papa, o más papistas que la Iglesia. Lo esencial es detraer del cristianismo su misterio de gracia. La fe de los demonios consiste no en abolir, sino en realizar una fe a la medida de la época, de las necesidades, de los caprichos. Nada mejor que formar, ya sea una gran Iglesia del mundo, como si el Eterno tuviera una necesidad absoluta de estar en boga, ya sea una pequeña Iglesia de privilegiados, como si sólo tuviera necesidad absoluta de nosotros.
Lo esencial, si el misterio de Dios es un misterio de amor, es caricaturizar el amor mismo. El ángel imitador ha conseguido tal éxito que tenemos que emplear siempre con reserva una palabra que recuerda tanto los folletones más empalagosos como las reivindicaciones más mortíferas. El que quiere ser cristiano de veras casi se ve obligado, al estilo de Bloy, a ir contra el amor y preferir la cólera...
El gran engaño en nuestras sociedades descristianizadas consiste en recuperar la compasión para volverla contra Cristo. Compasión de tripas sensibles contra la del corazón ardiente: que habría consistido en hacer abortar a María para evitarle el repudio y a la vez ese hijo destinado a un suplicio monstruoso y, si fuera demasiado tarde para tal solicitud, en, al menos, darle a Jesús no el vinagre en el Gólgota, sino un cóctel lícito en Getsemaní. Los cristianos sociales temen pasar por torturadores, aunque acaban cediendo a la amabilidad letal. Pero los católicos tradicionales, frente a ellos, se prestan también a ese juego de la compasión: que todo se reduzca a la lucha contra el aborto y que se olvide anunciar la Gracia que salva al miserable, lo cual regocija infinitamente al infierno.
El diablo no quiere acoger la misericordia de Aquel que es; por eso se satisface con la misericordia de la nada. ¿Te duele el alma? Niega la existencia del alma. ¿Te duele Dios? Niega el misterio de Dios. ¿Te duele el mal? Niega que se trata de un mal.
Esa misericordia negativa, imitación de Dios sin Dios, es una razón bastante çbuena para ir al infierno. Es un acto de independencia. En lugar de una libertad que recibo al dar mi consentimiento a una alianza, una libertad que yo me otorgo cortando los puentes, porque la ruptura también puede ser indisoluble, y la nada, en cierta manera, puede aparecer como un absoluto. Dios me ha creado sin que yo lo quiera. Pues bien, yo haré, en revancha, algo que él no quiera.
Lo esencial, si el misterio de Dios es un misterio de amor, es caricaturizar el amor mismo. El ángel imitador ha conseguido tal éxito que tenemos que emplear siempre con reserva una palabra que recuerda tanto los folletones más empalagosos como las reivindicaciones más mortíferas. El que quiere ser cristiano de veras casi se ve obligado, al estilo de Bloy, a ir contra el amor y preferir la cólera...
El gran engaño en nuestras sociedades descristianizadas consiste en recuperar la compasión para volverla contra Cristo. Compasión de tripas sensibles contra la del corazón ardiente: que habría consistido en hacer abortar a María para evitarle el repudio y a la vez ese hijo destinado a un suplicio monstruoso y, si fuera demasiado tarde para tal solicitud, en, al menos, darle a Jesús no el vinagre en el Gólgota, sino un cóctel lícito en Getsemaní. Los cristianos sociales temen pasar por torturadores, aunque acaban cediendo a la amabilidad letal. Pero los católicos tradicionales, frente a ellos, se prestan también a ese juego de la compasión: que todo se reduzca a la lucha contra el aborto y que se olvide anunciar la Gracia que salva al miserable, lo cual regocija infinitamente al infierno.
El diablo no quiere acoger la misericordia de Aquel que es; por eso se satisface con la misericordia de la nada. ¿Te duele el alma? Niega la existencia del alma. ¿Te duele Dios? Niega el misterio de Dios. ¿Te duele el mal? Niega que se trata de un mal.
Esa misericordia negativa, imitación de Dios sin Dios, es una razón bastante çbuena para ir al infierno. Es un acto de independencia. En lugar de una libertad que recibo al dar mi consentimiento a una alianza, una libertad que yo me otorgo cortando los puentes, porque la ruptura también puede ser indisoluble, y la nada, en cierta manera, puede aparecer como un absoluto. Dios me ha creado sin que yo lo quiera. Pues bien, yo haré, en revancha, algo que él no quiera.
Alfa y Omega
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