miércoles, 16 de diciembre de 2009

SOBRE EL BUEN HUMOR VII


2.2. Alegría en la voluntad

La base del sentido del humor es la alegría.
“La persona con sentido del humor busca la alegría por encima de todo, porque, antes que nada, busca el goce de la felicidad, que es precisamente la alegría. El que tiene sentido del humor entiende profundamente que, primero que nada, importa la felicidad de las personas y sabe que este es el verdadero camino de su perfección, de su mejora” (Yepes-Aranguren).
Buscar la felicidad de las personas, amar y servir a los demás: he ahí la gran fuente de la alegría.
Son muy conocidas estas palabras de Tagore:
“Yo dormía y soñé que la vida era alegría;
me desperté y vi que la vida era servicio;
serví y comprendí que el servicio era la alegría”.

La alegría tiene mucho que ver con el amor, es fruto de amar a Dios y a los demás. La tristeza en cambio es consecuencia del egoísmo, de buscar sólo el propio interés.

a) Saber mirar

Para estar alegres hay que aprender a descubrir el valor de tantas cosas buenas que tenemos y no apreciamos: la propia existencia, la vida, la familia, la sonrisa de un niño, la amistad, una eternidad feliz que nos espera, el descanso, una obra de arte, la naturaleza, las virtudes de quienes nos rodean. Todo eso es fuente de gozo para quien sabe percibir su valor.
Además de valorar las cosas, hay que darle a cada una el valor que le corresponde. Por ejemplo, quien considere el dinero, la comodidad o la salud como si fuesen la fuente última de felicidad, apenas encontrará motivos para estar alegre: el dinero nunca es suficiente, la comodidad siempre es precaria y la salud no dura toda la vida.

b) La falsa alegría

Es importante estar prevenidos para no dejarse engañar por las personas que viven una vida egoísta y, al mismo tiempo, afirman que están alegres. Su alegría aparente es un disfraz con el que ocultan su amargura. El famoso escritor Anatole France, alejado de Dios, confesaba: “Si supierais leer en mi alma, os espantaríais, porque no hay en el universo criatura alguna tan desgraciada como yo. Y me creen feliz, cuando no lo he sido ni un solo día, ni una hora”.
No se debe confundir la alegría verdadera con los sucedáneos. Con un poco de alcohol se puede conseguir un poco de alegría, pero es una alegría barata, falsa, superficial y pasajera. La alegría de verdad es cara, costosa, es consecuencia de amar y saberse amado por Dios, y de la lucha por amar y darse con sacrificio a los demás. Esa es la alegría duradera y profunda.

c) Alegría profunda y contagiosa

La verdadera alegría es habitual, constante. No sufre frecuentes altibajos, porque no depende de las circunstancias externas.
Por el contrario, la persona alegre encuentra en las nuevas circunstancias nuevos motivos de alegría. Esas circunstancias pueden ser positivas o negativas, situaciones agradables o desagradables, un período de muy buena salud o un período de enfermedad. En las primeras es más fácil estar contentos, pero en las segundas es donde se demuestra la calidad de la alegría. Se trata de situaciones en las que es difícil sonreír, el corazón se llena de pena e incluso pueden saltar las lágrimas. Todo ello es humano. Pero si la alegría de la persona es verdadera, permanece en el fondo del corazón llenándola de paz, porque sabe que también eso tiene sentido y valor, que también eso es un regalo de Dios.
Una característica de la verdadera alegría: es contagiosa y ayuda a los demás a ser felices. En el trabajo, en la familia, en la reunión de amigos, la persona alegre eleva el tono, crea a su alrededor un ambiente de seguridad y confianza. Y no es raro que, en algunas situaciones, alguien se le acerque y le pregunte: “¿Cuál es tu secreto?”

Autores: Salvatore Moccia y Tomás Trigo

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