Anoche nos preparamos junto a ellos en una preciosa vigilia de oración.
A todos los que "pasáis" por Nuestra Casa, os pedimos una oración por ellos.
Evangelio
En aquel tiempo preguntó Pilato a Jesús:
«¿Eres tú el rey de los judíos?»
Jesús le contestó:
«¿Dices eso por tu cuenta, o te lo han dicho otros de mí?»
Pilato replicó:
«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
Jesús le contestó:
«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
Pilato le dijo:
«Entonces, ¿tú eres rey?»
Jesús le contestó:
«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
«¿Eres tú el rey de los judíos?»
Jesús le contestó:
«¿Dices eso por tu cuenta, o te lo han dicho otros de mí?»
Pilato replicó:
«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
Jesús le contestó:
«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
Pilato le dijo:
«Entonces, ¿tú eres rey?»
Jesús le contestó:
«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
Juan 18, 33-37
El centro de la predicación de Jesús es la llegada del reino de Dios, con
unas características El centro de la predicación de Jesús es la llegada del
reino de Dios, con unas características que trascienden las realidades terrenas
y lo diferencian de los reinos de este mundo. Es la salvación de Dios que ha
llegado plenamente en Cristo. Se trata de una nueva creación, de un cambio en el
ser humano, un cambio en la raíz, en el ser profundo. Por eso, cuando Jesús
explica estas realidades a Nicodemo le dice que hay que nacer de nuevo. Porque
Él no ha venido a mejorar un poco al hombre con unos ligeros retoques en la
fachada, sino que ha venido a crear un hombre nuevo. Este Reino lo abarca todo:
el interior y el exterior, lo espiritual y lo material, el individuo y la
comunidad, este mundo y el otro. Es un cambio del ser humano entero, una
transformación de los modos de pensar y actuar según la voluntad de Dios. La
tierra donde el Reino comienza a germinar es el corazón del que escucha la buena
nueva del Evangelio. Ahora bien, no se trata de un camino personal intimista y
aislado de la realidad exterior y de los hermanos. Porque el mundo entero ha de
ser renovado para construir un Reino de la verdad y la vida, de la santidad
y la gracia, de la justicia, el amor y la paz.
La Ley de este Reino es el amor y su carta magna son las bienaventuranzas. Jesús comienza la predicación del Reino poniendo el dedo en la llaga de las expectativas humanas de todos los tiempos: la felicidad. El centro de la vida humana es la búsqueda de la felicidad, y es justamente la felicidad, la plenitud, lo que Jesús anuncia y promete. Pero la sitúa donde el hombre menos podía imaginar: no en el poder, la riqueza, el placer o el triunfo, sino en amar y ser amados. Apunta al mismo núcleo del corazón humano para limpiarlo de egoísmos y colocar en su lugar el amor. Con un planteamiento que va hasta las últimas consecuencias: amor incluso a los enemigos, amor hasta dar la vida.
La paradoja más desconcertante consiste en que los principales destinatarios del Reino son los pobres. Los que tienen el corazón roto, los abandonados, los pequeños, los débiles, en resumen, los que nada pueden por sí mismos pero ponen su confianza en Dios. Y, además, exige una entrega incondicional en la que no caben las medias tintas ni las posturas ambiguas. Ante él hay que tomar una decisión que compromete toda la existencia y que, a la vez, produce una alegría desbordante. Porque Cristo ha venido al mundo no para aguarnos la vida sino para darle plenitud. Por eso, el Evangelio es buena noticia y el Reino es representado por las imágenes de un banquete, una fiesta, un tesoro, una perla preciosa, un árbol fructífero, etc., imágenes todas ellas que expresan la plenitud y la alegría para el que lo encuentra.
La Ley de este Reino es el amor y su carta magna son las bienaventuranzas. Jesús comienza la predicación del Reino poniendo el dedo en la llaga de las expectativas humanas de todos los tiempos: la felicidad. El centro de la vida humana es la búsqueda de la felicidad, y es justamente la felicidad, la plenitud, lo que Jesús anuncia y promete. Pero la sitúa donde el hombre menos podía imaginar: no en el poder, la riqueza, el placer o el triunfo, sino en amar y ser amados. Apunta al mismo núcleo del corazón humano para limpiarlo de egoísmos y colocar en su lugar el amor. Con un planteamiento que va hasta las últimas consecuencias: amor incluso a los enemigos, amor hasta dar la vida.
La paradoja más desconcertante consiste en que los principales destinatarios del Reino son los pobres. Los que tienen el corazón roto, los abandonados, los pequeños, los débiles, en resumen, los que nada pueden por sí mismos pero ponen su confianza en Dios. Y, además, exige una entrega incondicional en la que no caben las medias tintas ni las posturas ambiguas. Ante él hay que tomar una decisión que compromete toda la existencia y que, a la vez, produce una alegría desbordante. Porque Cristo ha venido al mundo no para aguarnos la vida sino para darle plenitud. Por eso, el Evangelio es buena noticia y el Reino es representado por las imágenes de un banquete, una fiesta, un tesoro, una perla preciosa, un árbol fructífero, etc., imágenes todas ellas que expresan la plenitud y la alegría para el que lo encuentra.
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa
obispo de Tarrasa
1 comentario:
Felicidades a todos.
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