Hoy seguimos leyendo fragmentos de la carta de
san Pablo a los cristianos de Filipos. Si ayer les exhortaba, también a
nosotros, a la unidad, hoy escuchamos como el fundamento de todo se encuentra en
Cristo. Para el cristiano todo el sentido de la vida se encuentra en el Señor.
¿Qué hemos de hacer sino penetrar cada vez más en el Corazón del Hijo de Dios
para conocerlo mejor? Y a la luz de ese conocimiento amoroso también nos iremos
descubriendo mejor a nosotros mismos. Y veremos que es posible, en cualquier
circunstancia, crecer en la amistad con Jesús.
San Pablo nos conduce a un conocimiento de Cristo
que empieza por su naturaleza divina. Así va a mostrarnos que aún es más
maravilloso todo lo que va a recordar. Porque quien era Dios asumió la condición
de hombre (se rebajó), y aún después siguió descendiendo en su humildad para
entregar su vida por nosotros con una muerte que conjugaba el sufrimiento y la
ignominia (la cruz).
En el contexto de la carta descubrimos que san
Pablo no está haciendo simplemente una indicación para decirnos que seamos
buenos, sino que nos dice que hay un modo propio de comportarse que corresponde
a la identificación con Cristo. Existe la tentación a creerse superiores, a
querer mantener una vida religiosa que no nos suponga ninguna humillación a
favor de los demás. San Pablo nos recuerda que todo verdadero amor pasa por
abajarse. De hecho Dios no nos ama por nuestra bondad, sino que lo hace para que
seamos buenos. Kierkegaard, un pensador danés, recordaba que si Jesucristo
hubiera de amarnos cuando nosotros estuviéramos a su nivel nunca podría haberlo
hecho. La grandeza de su amor se muestra en que desciende a nuestro nivel y,
amándonos, nos hace buenos. Desciende para que nosotros podamos subir. Y de esa
manera nos da ejemplo a nosotros. Y no solo eso, sino que nos ayuda con su
gracia.
Fijémonos en que el Apóstol utiliza un lenguaje
sorprendente. Así, por ejemplo, dice que Jesús “tomó la condición de
esclavo”, o que “se hizo obediente”. Ser esclavo significa
someterse al deseo de otro. Cristo se somete a nuestro deseo de felicidad,
enturbiado por el pecado, para que este pueda cumplirse verdaderamente. Queremos
ser felices y no sabemos como hacerlo. Nuestro camino de felicidad está marcado
por el capricho y el desorden. Jesús se rebaja para sanar nuestro corazón y,
siendo obediente la Padre, nos conduce a nosotros a la obediencia. Con la
paradoja de que nuestra obediencia a Dios supone también nuestra felicidad.
Hoy celebramos también la memoria de Los mártires
del siglo XX en España. Son numerosos, y aún estamos a la espera de que la
Iglesia proclame beatos a otros muchos. En los mártires encontramos un ejemplo
de identificación con Cristo también en el camino de la muerte. Fueron
obedientes, porque no negaron a su Señor ni aún ante las amenazas de la muerte.
Por el contrario, aceptaron el sufrimiento, y lo vivieron con amor. Muchos de
ellos entregaron la vida personando a sus verdugos. De esa manera querían
conducirlos también a la reconciliación con Dios, a la felicidad que ellos ya
experimentaban y que gozan ahora más plenamente en el cielo. Pidamos su
intercesión para que también nosotros alcancemos una identificación tan grande
con Cristo.
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