Con la pregunta, ¿Qué puede realmente satisfacer el deseo del hombre?, hizo ver que “la experiencia humana del amor tiene en sí un dinamismo que conduce más allá de sí mismo”, que se experimenta cuando ese bien “lleva a salir de sí mismo y a encontrarse de frente al misterio que rodea a toda la existencia”.
Y continuó enseñando el papa que consideraciones similares se pueden hacer también con respecto a otras experiencias humanas, tales como la amistad, la experiencia de la belleza, el amor por el conocimiento, porque “todo bien experimentado por el hombre, va hacia el misterio que rodea al hombre mismo; cada deseo se asoma al corazón del hombre, se hace eco de un deseo fundamental que nunca está totalmente satisfecho”.
Pero, dijo, “de tal deseo profundo, que también esconde algo enigmático, no se puede llegar directamente a la fe” porque al ser el hombre un buscador del Absoluto, lo hace a pequeños pasos, experimentando gradualmente el deseo del “corazón inquieto” como lo llamaba san Agustín. Por que para Benedicto XVI, el hombre es un “mendigo de Dios”.
Luz para mis pasos
Este acercarse gradual lo comparó al hecho de que los ojos reconocen los objetos recién cuando son iluminados por la luz, por lo que de allí brota el deseo “de conocer la misma luz que hace brillar las cosas del mundo y que les da el sentido de la belleza”.
Indicó que es posible aún en nuestro tiempo, aparentemente hostil al sentido trascendente, “abrir un camino hacia el auténtico sentido religioso de la vida, que muestra cómo el don de la fe no es absurdo, no es irracional”.
Y con el fin de dar luces para este esfuerzo de nueva evangelización, el papa sugirió promover una especie de “pedagogía del deseo”, tanto para el camino de aquellos que aún no creen, como para aquellos que ya han recibido el don de la fe.
Este itinerario llevaría a las personas a “aprender o volver a aprender el sabor de la alegría auténtica de la vida”, porque si bien algunas alegrías permanecen con el hombre, lo impulsan y dejan una huella positiva, otras, después de una luz inicial, “parecen decepcionar las expectativas que había despertado y dejan detrás de sí amargura, insatisfacción o una sensación de vacío”.
La invitación de Benedicto XVI fue a que se eduquen a las personas desde una edad temprana “a saborear las alegrías verdaderas, en todos los ámbitos de la vida, esto es, la familia, la amistad, la solidaridad (...) ejercer el sabor interior y producir anticuerpos efectivos contra la banalización y el abatimiento predominante hoy”.
Pero de esto no se exoneran los adultos, según el pensamiento del papa, porque aún estos “necesitan descubrir estas alegrías, desear la realidades auténticas, purificándose de la mediocridad en la que se hallan envueltos”. Y esto, aseguró “hará emerger ese deseo de Dios del que estamos hablando”.
Trabajar con los insatisfechos
Completó esta “pedagogía del deseo”, con aquellos que nunca estan satisfechos con lo que han logrado. Y esto lo atribuye a que en el fondo del corazón humano, se percibe que solo las alegrías verdaderas son capaces de llenarlo, debido a que nada finito lo consigue hacer.
E invitó a someterse “hacia el bien que no podemos construir o adquirir por nuestros propios esfuerzos”. Y tampoco desalentarse “de la fatiga y de los obstáculos que pr
ovienen de nuestro pecado”.
A este respecto, hizo ver que si hay un dinamismo del deseo, este siempre tendrá abierta la redención, porque advirtió, “todos tenemos necesidad de seguir un camino de purificación y de curación del deseo. Somos peregrinos hacia la patria celestial, hacia aquel pleno bien, eterno, que nada nos podrá arrebatar jamás”.
Concluyó diciendo que no se trata de “sofocar el deseo que está en el corazón del hombre, sino de liberarlo, para que pueda alcanzar su verdadera altura”, porque es cierto que “cuando en el deseo se abre la ventana hacia la voluntad de Dios, esto ya es un signo de la presencia de la fe en el alma.
Fuente: Zenit
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