Cada año, al recordar
nuestro nacimiento, demos gracias a Dios por el don gratuito que nos ha hecho:
la vida.
Es un regalo que nos
concedió en el momento de la concepción, que se afirmó el día de nuestro
nacimiento y que Dios nos renueva en cada instante.
Pero no agradezcamos
solamente, también preguntémosle a Dios, en cada acontecimiento, qué es lo que
nos quiere enseñar para crecer en sabiduría, desarrollar el don del amor y
profundizar la sensación de gozo y gratitud por la vida.
La vida es bella. Esto
no sólo debe ser una frase simpática, sino también una experiencia de vida que
debemos renovar y acrecentar, día tras día, con la gracia del
Señor.
Cada año, en el
aniversario de tu nacimiento, pero también diariamente, déjate consentir por la
Madre del cielo y amar por el Señor. Es muy sencillo, sólo tienes que
disfrutarlo, respira profundo y déjate amar, abandonándote, todavía más, en su
Bendito e Inmaculado Corazón.
Él será para ti un
motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Lucas 1,
14.
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