Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano, será procesado. Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio. Pero yo os digo que, si uno repudia a su mujer -no hablo de unión ilegítima- y se casa con otra, comete adulterio. También habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y Cumplirás tus juramentos al Señor. Pero yo os digo que no juréis en absoluto. Que vuestro hablar sea Sí, Sí; No, No. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.
Mateo 5, 17-37
Nuestro mundo tiene alergia a los mandamientos. Los ve como normas impuestas y opresoras. Olvida que los mandamientos están al servicio de los grandes valores éticos. Y los valores éticos no son propiedad exclusiva de judíos o cristianos: son patrimonio de la humanidad. Son caminos hacia la libertad.
La Ley de Moisés incluía los mandamientos en un contexto de liberación. Dios había liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Pero la liberación no era sólo un punto de partida: era una tarea para toda la vida. Observar los mandamientos era el modo de sentirse libre y de liberar a los demás.
Jesús no ha venido a negar los grandes valores éticos que se reflejan en la Ley de Moisés. Su pueblo no leía las escrituras, sino que en la sinagoga escuchaba una determinada interpretación. Jesús sabe que hay un modo farisaico de interpretarla y cumplirla que no es el adecuado. Por eso, trata de presentarla en su radicalidad. Y sobre todo, nos enseña cómo la Ley puede conducir al hombre a su verdadera libertad.
VIDA, AMOR Y VERDAD
En el texto del Sermón de la montaña que hoy se proclama (Mt 5, 17-37), Jesús examina tres mandamientos de la Ley de Moisés y nos desvela los grandes valores que ellos defienden y transmiten.
• “No matarás”. El mandamiento pretende tutelar el valor de la vida. Pero el cristiano ha de saber que no basta con no matar. También se da la muerte a los demás al descalificarlos. Los prejuicios y las etiquetas excluyen al prójimo de la convivencia. Es preciso anunciar, celebrar y servir el evangelio de la vida.
• “No cometerás adulterio”. El mandato original defiende la dignidad del amor esponsal. Hoy cuesta explicar y aceptar que ese amor es único, definitivo y fiel. El cristiano sabe que hasta la mirada ha de ser limpia y respetuosa. El lenguaje del amor siempre incluye el respeto a uno mismo y a los demás.
• “No jurarás en falso”. El precepto bíblico excluye la falsedad y la mentira, al tiempo que propone el valor de la verdad y la coherencia. Pero recuerda también que lo santo no ha de ser utilizado para reafirmar los intereses de la persona. El cristiano sabe que ha sido consagrado en la verdad. Y que sólo la verdad nos hará libres.
LA NUEVA JUSTICIA
Se suele decir que en este texto evangélico hay un verso central. “Os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt, 5,20). Seguramente ahí está la clave de todo el discurso. ¿Pero que significa?
• “La justicia”. En primer lugar se menciona la justicia. La palabra original podría equivaler a la santidad. Por eso algunos traducen apelando a una explicación: “si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. El evangelio nos ofrece un nuevo modo de ser justos.
• “Los escribas y fariseos” se creían justos en atención a su fidelidad a la Ley de Moisés y a sus buenas obras. Con frecuencia las realizaban para ser vistos y ganar prestigio ante las gentes. El evangelio nos invita a reconocer a Dios como el origen de nuestras buenas intenciones y acciones. Para el cristiano todo es gracia.
• “La entrada en el reino” se promete a los que son justos según la justicia de Dios.
Las bienaventuranzas dicen que el reino de Dios pertenece a los pobres en el espíritu y a los perseguidos por causa de Cristo. A fin de cuentas, él mismo es el reino de Dios. El cristiano sabe que siguiendo a Jesús reconoce a Dios como su rey y señor.
- Señor Jesús, en tus palabras y en tu vida descubrimos la plenitud de la Ley y la belleza de los grandes valores que nos hacen humanos y, por tanto, cristianos. Bendito seas por siempre. Amén.
José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca
No hay comentarios.:
Publicar un comentario