sábado, 26 de febrero de 2011

DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Ntra Sra. de la Divina Providencia
Evangelio



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan, y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo eso se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia».

Mt 6, 24-34

Madre y padre. En las lecturas de este domingo octavo del tiempo ordinario se evocan esas dos palabras que nos remiten a la experiencia primera de toda persona. En el libro de Isaías resuena un oráculo divino: “¿Es que puede una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is 49,15).


En el evangelio según san Mateo, se menciona la preocupación humana por las necesidades elementales, como el alimento o el vestido. Jesús sabe que son inevitables, pero invita al discípulo a levantar la vista con fe: “Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso” (Mt 6,32).
Aunque separadas por varios siglos entre sí y por muchos más siglos respecto a nuestro tiempo, esas dos referencias mantienen una dramática actualidad. El hombre de hoy se siente huérfano, abandonado por sus vecinos y por las autoridades que deberían cuidar de los pueblos que les han sido confiados.

Con todo, la luz de la fe recuerda al creyente que toda persona es importante a los ojos de Dios. Más que una madre y un padre, Dios presta atención a sus hijos, se cuida de ellos y los invita a vivir en la confianza.

CONTEMPLACIÓN Y ADORACIÓN

Ahora bien, la confianza en Dios se manifiesta en dos actitudes que es preciso ir aprendiendo y perfeccionando cada día:
- En primer lugar, Jesús nos pide una mirada contemplativa a este mundo. “Mirad los pájaros”. “Fijaos en los lirios del campo”. Una larga y fecunda tradición espiritual nos ha enseñado a leer el libro de la naturaleza. En él Dios nos habla de sí mismo. La creación nos revela al Creador.
Pero en ese libro encontramos también un amplio y profundo mensaje sobre nosotros mismos. El mundo creado nos recuerda nuestra pequeñez y nuestra grandeza, nuestra fragilidad y nuestra dignidad. La naturaleza nos habla y nos interpela. Nos llama a vivir en libertad y a ejercer nuestra responsabilidad.

- En segundo lugar, Jesús nos pide que revisemos nuestra orientación fundamental. “Nadie puede estar al servicio de dos amos”. Con demasiada frecuencia adoramos a las cosas creadas por Dios más que al Dios que las ha creado. Absolutizamos lo relativo y relativizamos al Absoluto.
La admiración ante los bienes de la tierra o el miedo ante las fuerzas de este mundo nos llevan a confundir el sendero. Olvidamos que sólo Dios es Dios. Que sólo Dios puede ser la meta definitiva de nuestro camino. Que sólo Dios puede salvar nuestra existencia y colmar nuestros deseos más profundos.
AGOBIO E IDOLATRÍA

Más que una lección de moral, el evangelio de hoy es una revelación de Dios, como Padre providente. Pero la meditación sobre su providencia conlleva dos consejos de Jesús:

• “No os agobiéis”. Por cuatro veces aparece esa palabra en el texto que hoy se proclama. El agobio nace de nuestra inseguridad. Y de nuestro miedo al futuro. Nuestras carencias nos hacen temblar. Quisiéramos controlar y poseer todo lo que parece apuntalar nuestra existencia. Jesús nos invita a confiar en el Padre celestial.

• “Buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”. Que Dios sea nuestro Rey y Señor. Eso es lo importante. Tan importante que ante esa confesión, todo lo demás se convierte en “lo demás”. Todo es accesorio y prescindible. Nada de todo ello puede ser adorado. La conciencia de nuestra filialidad nos libra de toda idolatría.

- Señor Jesús, tú nos has revelado la bondad y la providencia de Dios. Tú has vivido con ese espíritu de Hijo de Dios que quieres también para nosotros. Que tu ejemplo nos guíe para vivir con libertad y confianza. Amén.

José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca

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