jueves, 28 de enero de 2010

ENTRE BALONES TAMBIÉN ANDA DIOS




Cuando terminé la carrera, me dijeron: ‘Coge el evangelio y ve casa por casa’. Yo cogí un balón de fútbol y salí a la calle a buscar niños necesitados“.
Porque en realidad Jorge Morillo, sevillano de 52 años, nunca se vio dando clases de Religión en un aula. Casi ni se vio estudiando Teología. “Mi familia no era siquiera tradicional, de esas que te inculcan la religión católica… No, yo fui acompañando a un amigo, que me acuerdo que hace un par de días le pregunté: ‘Y nosotros, ¿por qué nos apuntamos a Teología?’; me dijo que era porque queríamos dar clase de Religión, que luego yo no he ejercido, porque cuando terminé, tuve muy clara mi vocación y mi manera de servir“.
Revolucionario de misa diaria
Dice que la Universidad cambió su vida, no sólo porque le hizo darse cuenta de que “la palabra de Dios no era un cuento chino sino verdad”; también porque le marcó el camino que seguiría el resto de su vida: educar en la calle, dar un futuro a quienes no lo tienen y enseñar, con un balón de fútbol, valores tan importantes como la generosidad, la importancia del compromiso y las consecuencias de las acciones, buenas y malas.
Hace cinco años puso patas a todo este lío del fútbol y creó dos asociaciones, una deportiva -Club Deportivo a la Amistad- y otra cultural -Asociación Cultural y Social Educar en la Calle-. Su trabajo es transparente; muy pocas veces ha estado contratado, casi siempre ha trabajado de manera altruista y si alguien le ayuda o le da dinero, él tiene claro el destino: sus niños. Y usted, ¿de qué vive?, le preguntamos. “De la Providencia. Dios nunca falla“.
Y con la compañía que nunca falla, se mueve por las barriadas marginales de Sevilla: “Ahora estamos en cinco asentamientos: Torreblanca, las Tres Mil Viviendas, El Vacie, San Juan y Puente de San Juan. Aunque el trabajo directo es con los niños, también hacemos cosas con los padres. Vamos a la playa, al circo…”. Pero, en esencia, su día a día consiste en ir a las barriadas -solo o con voluntarios- dar la merienda a los niños y jugar con ellos al fútbol. “No pretendemos montar un equipo, el fútbol es la excusa para socializar; con él enseño las reglas de una forma divertida y natural: el compañerismo, el respeto, la alegría…. Mi recompensa“, dice, “es sentirme útil“.
Su trabajo ha despertado tanta curiosidad que hasta le han hecho un documental, El fútbol como excusa. Da charlas en colegios, concede entrevistas a los medios de comunicación y consigue que jugadores de Primera jueguen una pachanga con sus niños. Para algo estuvo en los escalafones inferiores del Betis…
Quien le mire con ojos tradicionales no creerá que está ante un hombre de misa y rosario diarios. “Tengo unas pintas que no tienen nada que ver con lo tradicional, soy cien por cien revolucionario y no soy del Opus Dei ni de ningún movimiento. Pero desde que soy creyente practicante tengo una calidad de vida muchísimo mejor”.
Quizá el secreto de su éxito sea que, como él mismo reconoce, “llega a gente de todos los niveles”. Se ‘encarna’ en el sufrimiento y, consciente de que es “la voz de los que no tienen voz”, pone todo su empeño en acabar con ese racismo que, “aunque no lo reconozcamos, existe”.
Jugársela cada día
Tanto empeño pone en acabar con los tópicos, en cambiar el ritmo habitual de la vida, que hasta arriesga la suya. “He perdido la cuenta de las veces que me han intentado matar”.
Pero Morillo se la sigue jugando. Y lo sigue haciendo porque cuando se acerca a sus niños gitanos, cuando juega con ellos, cuando le regalan una sonrisa, entonces se da cuenta de que merece la pena apostar por su futuro. “Hay una cosa que se merece todo el mundo; y es una oportunidad“, dice este loco del fútbol al que, en ocasiones, paran hombres hechos y derechos para agradecerle que una vez les regaló su tiempo. “Lo único que uno tiene que poner es el alma, el corazón, las manos“… Sus niños -dice- tienen un “entusiasmo increíble y unas ganas de aprender extraordinarias”. Morillo pone todo lo demás.




Alba Digital

1 comentario:

Angelo dijo...

Estos son los héroes silenciosos, los santos ordinarios, aquellos que día a día solo están pendientes de una cosa: Amar. Gran testimonio. Gracias