Considerar que es incompatible ser creyente y persona culta o científica es una solemne tontería, tanto más cuanto que hoy se declaran creyentes aproximadamente la mitad de los científicos.
Recuerdo mi asombro cuando en cierta ocasión oí en televisión a un conocido filósofo, hoy en postura menos extremista, afirmar que no se podía ser persona inteligente y creyente. Es una afirmación que con relativa facilidad, por supuesto con muchas excepciones, se oye a laicistas declarados y que siempre me ha parecido una gran idiotez y falsedad. Pero como en todo debate las afirmaciones que uno hace debe probarlas, voy a decir por qué considero falsa esa afirmación.
La pregunta: «¿Qué es lo que la Iglesia ha aportado o aporta a la cultura universal?», me parece un interrogante clave para entender nuestro mundo. Por supuesto estoy convencido de la enorme y decisiva contribución en todas las épocas de la Iglesia católica a la cultura. El mensaje cristiano es un mensaje profundamente positivo y lleno de esperanza, también en el campo de la cultura. La fe nos dice que hay un Dios Creador y Salvador que nos ha prometido la felicidad eterna. Ese mismo Dios, pensamos los creyentes, nos ha dado el don más grande que tenemos, la inteligencia, es decir nuestra capacidad de pensar o razonar, pero eso sólo se nos da como capacidad, por lo que tenemos que aprender a hacerlo.
El propio Jesús nos dice: «Id y enseñad a todas las gentes» (Mt 28,19), y es lo que la Iglesia ha intentado cumplir con tantas personas y congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza, porque el mensaje salvador del Evangelio afecta al hombre en todas sus dimensiones, incluido el aspecto cultural. No es por ello extraño que los monjes se preocuparan de salvar y transmitirnos la cultura antigua, e iniciasen un sistema de escuelas, mientras junto a las catedrales se organizaban otras, lo que provocó un desarrollo cultural y las primeras Universidades, fundadas y sostenidas por la Iglesia, como Bolonia, París, Oxford, Cambridge, Salamanca. Aún hoy en día la Iglesia sigue sosteniendo muchas universidades católicas, entre las que hay algunas con facultades de ciencias e investigadores de gran prestigio. Por ello considerar que es incompatible ser creyente y persona culta o científica es una solemne tontería, tanto más cuanto que hoy se declaran creyentes aproximadamente la mitad de los científicos. Y aparte de esos centros católicos de investigación científica de auténtica vanguardia y gran prestigio, hay nombres como el de Mendel y el astrofísico Lemaître, el primero en proponer en 1927 que el universo empezó con la explosión de un átomo primordial, idea que más tarde se convirtió en el bigbang, que no es que fueran sólo creyentes, sino también sacerdotes.
Fe y pensamiento científico pueden acomodarse mutuamente y prominentes científicos como el genetista y premio Príncipe de Asturias Francis Collins sostienen que la ciencia tiene mucho espacio para Dios. La propia Biblia hace ya mucho tiempo se estudia con criterios científicos válidos para cualquier otro libro, aun sin olvidar el papel decisivo de la fe en su interpretación. Y si se nos recuerda a los creyentes el caso Galileo, los no creyentes tienen una historia muy poco gloriosa. Recordemos como a mediados del siglo XX, es decir, mucho más recientemente, la ideología comunista ha contribuido con su afán de construir una ciencia biológica proletaria en la que se negaba la Genética, al retraso de la biología, agricultura y economía rusa, o los socialistas con su intento de convencernos que el feto humano es un ser vivo, pero no humano. Y en el campo de las ciencias humanas y sociales su mediatización ideológica es muy clara, por lo que el primer trabajo de la crítica científica frente a las ciencias humanas es descubrir y ponderar cuál es el influjo de la ideología o ideologías sobre ellas.
En cuanto a las Artes el influjo religioso es enorme. Pensemos en la Arquitectura con sus grandiosas catedrales, la Pintura con sus cuadros religiosos, la Escultura e incluso la Música y la Literatura, que nos hacen sumamente difícil entender algo de nuestra civilización y cultura si prescindimos de sus raíces religiosas cristianas y especialmente católicas. No nos olvidemos además que la Ciencia y la Religión buscan lo mismo: la Verdad. Por ello debemos buscar un diálogo interdisciplinar entre la teología y las ciencias naturales, teniendo en cuenta que la búsqueda de la Verdad corresponde tanto a los teólogos como a los científicos. Y recordemos que nosotros mismos somos la huella de Dios en el mundo.
Pedro Trevijano, sacerdote.
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