domingo, 24 de enero de 2010

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO


Hoy se cumple: aquí

¿Qué les pasa a los hombres de esta época?; ¿por qué se les ve tan desorientados?; ¿cómo se explica la voluntad de prescindir de Dios en la visión y valoración del mundo?Los que manejan los hilos de la cultura han cerrado sus ojos y sus oídos para no ver ni oír a Dios, aunque conozcan los riesgos: «Una determinada cultura moderna, que pretendía engrandecer al hombre, colocándolo en el centro de todo, termina paradójicamente por reducirlo a un mero fruto del azar, impersonal, efímero y, en definitiva, irracional: una nueva expresión del nihilismo» (Benedicto XVI, al IV Congreso Nacional de la Iglesia en Italia). Es evidente que la falta de clarividencia y de vida santa en muchos de nosotros ha contribuido también al oscurecimiento de la fe y al desarrollo de la indiferencia y del agnosticismo teórico y práctico en nuestra sociedad.El Evangelio del próximo domingo ofrece soluciones y rompe nuestra inercia a la comodidad, aunque pensemos que ya es tarde. Dios sabe esperar, la experiencia de san Agustín es iluminadora: «Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte. ¡Hermosura siempre antigua y siempre nueva, demasiado tarde empecé a amarte! Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Yo estaba lejos, corriendo detrás de la hermosura por Ti creada; las cosas que habían recibido de Ti el ser, me mantenían lejos de Ti. Pero tú me llamaste, me llamaste a gritos, y acabaste por vencer mi sordera. Tú me iluminaste y tu luz acabó por penetrar en mis tinieblas. Ahora que he gustado de tu suavidad estoy hambriento de Ti» (Confesiones, 7).San Lucas resalta la necesidad de escuchar a Jesús, que viene con la fuerza del Espíritu Santo, despertando la admiración de todos y proclamando que la salvación se está haciendo presente en su persona. Por esta razón puedes sentir cómo te ofrece su misericordia, es decir, tu renovación interior; la oferta de la libertad de la opresión del pecado, porque es especialista en los grandes perdones. La fuerza de Jesús, ungido por el Espíritu, transforma día a día nuestra existencia y nos hace partícipes de su gracia, como hombres nuevos: llenos de fe, cargados de paz en el corazón, de confianza, alegría, libertad interior, con fuerza para perdonar y coraje para testimoniarle, llamados a descubrir al otro como un hermano a quien amar.En estos momentos seguimos teniendo la gran misión de ofrecer a nuestros hermanos el gran Sí que, en Jesucristo, Dios dice al hombre y a su vida, al amor humano, a nuestra libertad y a nuestra inteligencia; haciéndoles ver cómo la fe en el Dios que tiene rostro humano trae la alegría al mundo.
+ José Manuel Lorca Planes

obispo de Cartagena

y A.A. de Teruel y Albarracín

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este Evangelio es casi la joya de la corona.Se puede entrar en la sinagoga y escuchar en silencio y mirar arrebatadamente,por que no,a Jesús.Y perseguir su mirada cuando dejó de leer y "nos miró" a los ojos.Si,a través de los siglos y del espacio,me veía a mi.Un abrazo M.A