viernes, 2 de abril de 2010

VIERNES SANTO


Los evangelistas Mateo y Marcos describen así la muerte de Jesús: "Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró" (Mt 27,50; Mc 15,37). "Kraxas phone megala" en griego, "Clamans voce magna" en latín. En este grito de Jesús moribundo hay un gran misterio que no podemos dejar caer en el vacío. Si Jesús dio ese fuerte grito, fue para que se escuchara; si está escrito en el Evangelio, es también él evangelio. En ese grito se encierra todo lo que quedó sin decirse o no pudo expresarse con palabras en la vida de Jesús. Con él Cristo yació su corazón de todo lo que lo había llenado durante su vida. Es un grito que atraviesa los siglos con mucha más fuerza que todos los gritos de los hombres: de guerra, de dolor, de alegría, de desesperación.

No es arrogancia tratar de penetrar en el misterio de ese grito y de descubrir su contenido. Hay una razón objetiva, dogmática que nos autoriza a hacerlo. Se llama inspiración bíblica. "Toda la Escritura está inspirada por Dios" (2 Tm 3,16); "hombres como eran, hablaron de parte de Dios movidos por el Espíritu Santo" (2 P 1,21).

Hay alguien, pues, que conoce el secreto de aquel grito: el Espíritu Santo que "inspiró" todas las Escrituras. Y él suele explicar en un lugar lo que dejó sin explicar en otro; él explica con palabras inteligibles lo que otras veces dice "con gemidos inefables" (cf Rm 8,2-4.- Él es el único autor de toda la Biblia, bajo la gran diversidad de autores humanos.

"¿Quién conoce lo íntimo del hombre —dice el Apóstol—, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Pues lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios" (cf lCo 2,11). Por lo tanto, lo íntimo de Cristo nadie lo conoce, a no ser el Espíritu de Cristo, que estaba dentro de él y que durante toda su vida había sido su "compañero inseparable para todo" (BASILIo MAGNO, Sobre el Espíritu Santo, XVI, 39 (PG 32, 140). . Jesús lo hizo todo "en el Espíritu Santo". Todo lo que dijo lo dijo "en el Espíritu Santo" (cf Le 4,18). También su grito en la cruz fue un grito "en el Espíritu Santo", no el simple grito de un moribundo.

"Y nosotros hemos recibido el Espíritu que viene de Dios para que podamos conocer los dones que Dios nos ha dado" (1 Co 2,12), incluso los que nos dio con aquel grito.

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