domingo, 21 de abril de 2013

DOMINGO IV DE PASCUA

Hoy domingo del Buen Pastor, recibirán órdenes menores varios seminaristas de nuestra Diócesis.
Pablo García de Blas Gómez, estará entre ellos.
Pidamos al Señor por él, para que vaya modelando su corazón y llegue a ser si Él así lo quiere, un buen pastor de su Iglesia.
Por nuestro Papa, obispos, sacerdotes. Oremos.
 
 
Evangelio

En aquel tiempo dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, lo que me ha dado, es mayor que todo, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

Juan 10, 27-30
 
Nada hay tan fuerte como la mano del Padre. En el IV domingo de Pascua, la Iglesia pide para sus hijos la alegría eterna, esa que tiene que ver con el triunfo definitivo sobre el pecado y sobre la muerte. La victoria de Cristo resucitado es la victoria del pueblo que Él ha rescatado con su Sangre. El rebaño, aunque sea débil, gozará del triunfo de su Pastor. Por eso, tras la Resurrección, Jesús pide a sus discípulos que recuerden lo que antes de su muerte les había dicho. El tiempo pascual nos trae a la memoria de la fe las palabras de Señor y su presentación como Buen Pastor. El encuentro con Cristo resucitado es el encuentro con el Pastor de nuestras almas. En la mano firme con la que nos pastorea descubrimos la mano fuerte del Padre.

Cristo resucitado en la orilla del Tiberiades, después de un examen de amor, pidió al apóstol Pedro pastorear sus ovejas. El mismo Jesús se había mostrado a los discípulos como el Pastor del rebaño y la Puerta del redil. Para formar parte del rebaño de Cristo, hay que entrar en Él, es decir, hay que pasar por la experiencia del encuentro que transforma la vida. Al confiar a Pedro las ovejas, encomienda a la Iglesia una misión que sólo Él puede desempeñar. Los hijos de la Iglesia, y de modo muy especial los pastores, han de reproducir con sus palabras y obras los mismos sentimientos de Cristo Buen Pastor. Actuando según el corazón de su Señor, los miembros de la Iglesia sentirán el tacto de la mano del Hijo y recibirán el abrazo del Padre.

El evangelista san Juan ha recogido las palabras de Jesús al presentarse como Pastor Bueno. En el pasaje que la Liturgia nos ofrece este año, Jesús nos descubre que la bondad de su pastoreo reside en la comunión con el Padre. Él es el Pastor Hijo, que nos comunica su vida filial, para que nosotros, siendo sus ovejas, lleguemos a ser hijos de Dios. Lo propio de las ovejas de este Pastor es que han recibido la filiación. Las palabras de Jesús nos enseñan que Jesús es el Pastor Bueno porque, siendo el Hijo amado del Padre, da la vida por sus ovejas. Al Buen Pastor corresponden buenas ovejas. Su bondad reside en vivir conforme a la dignidad recibida de hijos de Dios.

Cuatro rasgos distinguen a las ovejas: escuchan, siguen al Pastor, permanecen en la vida perdurable y sienten el abrazo fuerte de Quien las protege; nadie las arrebata de su mano. Cuatro rasgos definen también al Buen Pastor: conoce a las ovejas, les da la vida eterna, las aferra con su mano y las recibe del Padre, pues es uno con Él. En el pastoreo del Hijo, las ovejas experimentan la firmeza y la ternura del Padre.

En el camino de la Pascua, el Domingo del Buen Pastor es también la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones. Se nos pide, en este día, orar por todas las vocaciones en la Iglesia, especialmente por las de especial consagración. La oración dispone el corazón humano a acoger la voluntad del Señor. Es necesario llevar a la oración la pregunta más importante de la vida humana, aquella de la que depende la felicidad que podemos empezar a disfrutar en este mundo: Señor, ¿qué quieres de mí? En el Evangelio de este domingo, Jesús nos ayuda a encontrar la respuesta: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen. Ahí está el secreto de la vocación: escuchar a Cristo y seguirle; vivir aferrados a la mano del Padre.
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe

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