sábado, 9 de febrero de 2013

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio

En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios, estando Él de pie junto al lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Lucas 5, 1-11
 
Hay asombros que atrapan. San Lucas describe la vocación de Pedro y de otros apóstoles como un encuentro con Jesús en el que el asombro se apoderó de ellos. Al desánimo por una noche de trabajo infructuoso, siguió la sorpresa de un encuentro inesperado que les cambió la vida. La escena aparenta rutina: unos pescadores lavan redes; sus barcas están ancladas junto a la orilla; en esta ocasión, no ha habido pesca. Junto al lago de Genesaret pasa Jesús, le sigue una multitud y Él les dirige la palabra. Una de las barcas se convierte en improvisado estrado: Jesús se fija en la de Simón, sube a ella, se retira de la orilla y habla a las gentes. La palabra llega a todos y ablanda el corazón de cada uno. Simón se ha dado cuenta: se fía de quien habla y cumple su mandato. Ahora todo cambia: la pesca sobreabunda, el pescador se confiesa pecador y se postra ante Jesús, el asombro sobrecoge y entonces llega la llamada.

Al entrar en el tercer milenio, el Beato Papa Juan Pablo II propuso a los hijos de la Iglesia volver a escuchar las palabras de Jesús Rema mar adentro, para experimentar una vez más su fuerza. Quien se fía de la palabra del Señor y pone su propio trabajo al servicio del mandato divino, se descubre sorprendido colaborando en una pesca milagrosa. La misma escena ha inspirado a los obispos españoles el hilo conductor del Plan pastoral de la Conferencia Episcopal Española para los próximos años. Las palabras de Pedro: Por tu palabra echaré las redes están llamadas a infundir un deseo renovado de trabajar en la difusión del Evangelio. Cuando el sucesor de Pedro ha invitado en el presente Año de la fe a toda la Iglesia a descubrir de nuevo la alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la fe, el pasaje evangélico de este domingo nos indica con nitidez el camino que se debe recorrer para alcanzar la meta. En ese camino, el encuentro con Jesucristo ha de estar guiado por un creciente aprecio de la Palabra de Dios: el cansancio se vence con la escucha serena; el desánimo, con la confianza; la desilusión, con la diligencia.

Remar mar adentro es tarea siempre nueva. A la palabra cumplida sigue la postración que permite recuperar la inocencia. Reconocerse pecador ante Jesús es el inicio de una relación con Él restaurada. Lo que importa entonces no es la pesca extraordinaria, sino Aquel cuya palabra es capaz de provocarla. Cuando Pedro así lo percibe, se postra a los pies de Jesús y se descubre atrapado por el asombro. Ahora está en condiciones de escuchar la llamada. Mantener la capacidad de asombro ante el poder de la Palabra de Dios es imprescindible para escuchar la llamada del Señor, fortalecer la fe y seguir a Jesús.
En la antigüedad cristiana, la barca de Pedro fue vista como símbolo de la Iglesia. El mandato de remar mar adentro se consideró una invitación firme a entrar en la hondura del misterio de Dios mientras vivimos en el piélago de este mundo, y la pesca milagrosa se entendió como profecía de la obra evangelizadora de la Iglesia. Para seguir hoy echando las redes de la evangelización, es necesario no abandonar la barca de la Iglesia, navegar bajo la guía del sucesor de Pedro, fiarse del poder de la Palabra, postrarse a los pies de Jesús, saberse pecador ante Él y vivir de tal manera que también otros se sientan atrapados por el asombro.
 
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe

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