sábado, 23 de junio de 2012

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

Evangelio

A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel.

Lucas 1, 57-66.
 
Este domingo, 24 de junio, contemplamos el nacimiento de san Juan Bautista, el Precursor, la voz que anuncia a Jesucristo. Se trata de un nacimiento rodeado de signos prodigiosos, puesto que Juan nace de Isabel, que ya era una anciana lógicamente estéril; por otra parte, Zacarías, el padre, había perdido el habla en el templo, a causa de su incredulidad, y la recobrará justamente cuando ponga a su hijo el nombre de Juan. Estos acontecimientos sobrecogen a los vecinos y conocidos y se comentan por toda la montaña de Judea, y llevan a la certeza de que la mano del Señor está con este niño.
La misión de Juan consistirá en dar testimonio de la Luz, por eso invitará a la conversión, a abrir las puertas del corazón y acoger la luz de Cristo. Su figura permanece actual, a pesar del paso del tiempo, íntimamente unida a la venida de Cristo y también a su obra, que anuncia la redención del mundo. Su ejemplo se mantiene vivo a los ojos de la Iglesia, que ha de vivir en conversión continua y preparar los caminos del Señor anunciando la Buena Nueva.
Desde Jerusalén y desde toda Judea, la gente llegaba para escuchar su palabra y para hacerse bautizar en el Jordán. Su fama creció hasta el punto de que muchos pensaban que quizá era el Mesías, pero él lo niega con rotundidad cuando es preguntado al respecto. Lleva a cabo su misión desde el testimonio de una vida íntegra y austera; con humildad, orientando a sus discípulos hacia el encuentro con Cristo; predicando la conversión con valentía, con parresia, y manteniéndose fiel hasta la muerte.
La humildad sitúa a la persona en la verdad y la libera de la vanidad y de la soberbia. La persona humilde reconoce que todo lo ha recibido de Dios. Nace del sentido de Dios, de la conciencia de su realidad, de su omnipotencia, de la experiencia de que todo es don suyo. La humildad se aprende también en la contemplación de Cristo Redentor y de su camino de humillación hasta la muerte en cruz. No se trata sólo de una virtud importante, sino que viene a ser como el fundamento de todas las virtudes.
También es preciso anunciar la Buena Nueva con firmeza, con parresia, como hace Juan Bautista. Él da testimonio de la verdad desde la libertad. En el momento presente, tanto de forma personal como comunitaria, hemos de ser firmes y decididos, a la hora de dar testimonio de nuestra fe en Cristo con libertad, con valentía y sin ambigüedades. Porque ésta es una característica esencial de la misión evangelizadora de la Iglesia y de cada cristiano, el hablar con coraje, con libertad y sin temor. El Bautista nos da ejemplo de firmeza en el testimonio, y de verdadera humildad, no buscando la propia gloria, sino la gloria de Dios.
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa
 
 

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