sábado, 9 de junio de 2012

CORPUS CHRISTI

Evangelio

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
«¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»
Él envió a dos discípulos diciéndoles:
«Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos? Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí».
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
«Tomad, esto es mi cuerpo».
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo:
«Ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».
Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.

Marcos 14, 12-16.22-26
 
Para muchos de los que participamos en la JMJ de Madrid 2011, el momento que con más fuerza nos ha quedado grabado en la memoria y en el corazón es la adoración del Santísimo que tuvo lugar en el aeródromo de Cuatro Vientos la noche del sábado. Después de una tormenta sobrecogedora, acompañada por fortísimas rachas de viento, llegó la calma. Y con la entrada del Santísimo Sacramento, se hizo un silencio profundo de oración. Un silencio impresionante mantenido por más de millón y medio de jóvenes. Todos, unidos al sucesor de Pedro, el Papa Benedicto, que se mantuvo firme frente al aguacero, vivimos un momento intenso de encuentro con Cristo presente en la Eucaristía.

La Eucaristía es un misterio de fe. Misterio que no podemos comprender, que no podemos abarcar. Misterio que podemos ir entendiendo progresivamente por la gracia de Dios desde una actitud humilde y contemplativa, poniéndonos de rodillas ante Dios. Es el centro de la vida de la Iglesia, es la fuente y la raíz de la existencia cristiana. Y, en consecuencia, toda nuestra vida ha de ser eucarística. Es toda la vida que se compromete, que se une a Cristo que se recapitula en un ofrecimiento a Él. Eucaristía es también comunión y es comunidad, comunidad de vida y amor. Así como los granos de trigo triturados forman el pan que se convertirá en el Cuerpo de Cristo, así los miembros de la comunidad eclesial forman también Su cuerpo, Su pueblo, Su familia, que es portadora y constructora de comunión con la Humanidad.

Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el sacrificio de Jesús en la Cruz dando la vida por la salvación del mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testimonios de la compasión de Dios hacia cada persona que sufre, de su amor infinito. De esta manera, de la Eucaristía celebrada, vivida y compartida, brota como consecuencia el servicio de la cardad hacia el prójimo. Nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree a entregarse a los demás y a trabajar por un mundo más justo y fraterno.

Cuando acabó la Vigilia de oración en Cuatro Vientos, el Papa dio las gracias a los jóvenes por su alegría y por su resistencia, que había sido más fuerte que la tormenta. Y les recordó que, con Cristo, podrían superar siempre las dificultades de la vida. Hoy, en nuestra celebración de Corpus Christi, pidamos al Señor que nos conceda una vida profundamente eucarística, de entrega, de ofrecimiento y de acción de gracias.
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa

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