martes, 31 de agosto de 2010

LA VERDADERA GUERRA


Si no puedes ver que nuestra entera civilización está en guerra, entonces es que ya eres una víctima de ella. Hoy estamos comprometidos en la más seria guerra que el mundo ha conocido jamás. Muchos sabios lo han venido advirtiendo durante años, pero sobre todo nuestros Papas: León XIII, Pío IX y Pío X, y especialmente Juan Pablo II el Grande, el mejor hombre en el peor siglo. Fue más osado que quienes llamaron a la Unión Soviética “el imperio del mal”; este Papa llamó a los Estados Unidos: “la cultura de la muerte”. Una cultura tan poderosa y globalizada que ha conseguido invertir la carga de la prueba, y ahora es la vida quien debe justificar su excelencia para ser permitida
Bienvenidos de la luna, niños.
No, no será la civilización occidental quien morirá porque no es eso lo que está en juego en esta guerra. Eso es un poco trivial. Lo que está en juego es la vida eterna de millones, es decir si nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos verán a Dios alguna vez.. Por eso debemos despertarnos y oler las almas podridas.
Saber que estamos en guerra es el primer requisito para ganarla. Lo siguiente es saber quién es nuestro enemigo.
No lo son los protestantes. Ni los judíos. Ni los musulmanes. .. Nuestros enemigos tampoco son los fanáticos anticatólicos que quieren crucificarnos, comunistas chinos totalitarios o terroristas musulmanes sudaneses que esclavizan y torturan. Tampoco los teólogos en los llamados Departamentos de Teología Católica que han vendido su alma por treinta monedas de beca y prefieren los aplausos de sus pares al elogio de Dios. Ni siquiera lo son los pocos realmente malos sacerdotes y obispos. Ellos son nuestros pacientes, no nuestra enfermedad

Nuestros enemigos no son los medios de comunicación de la cultura de la muerte, ni siquiera Ted Turner, Flynt, Howard Stern, Disney, Time-Warner. Ellos también son víctimas, aunque causando alboroto contra el hospital, envenenando a otros pacientes. Pero los envenenadores son nuestros pacientes también. Lo mismo puede decirse de los activistas homosexuales, las brujas feministas y los abortistas. Ellos son a quienes tratamos de salvar. Nuestra palabra para ellos es la de Cristo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Debemos entrar en las zanjas y recoger a los espiritualmente moribundos y besar a aquellos que nos escupen, si somos células en el Cuerpo de nuestro Señor.

¿Quién es, entonces, nuestro enemigo?
Hay dos respuestas. Todos los santos y papas a través de la historia de la Iglesia han dado las mismas dos respuestas, que provienen de la Palabra de Dios. Sin embargo apenas son reconocidas. Nuestros enemigos son los demonios. Los ángeles caídos. Los espíritus malignos.
Esto dice Jesucristo: “No temáis a aquellos que matan el cuerpo y que luego no tienen más poder sobre vosotros. Yo os diré a quien temer. Temed a aquél que tiene el poder de destruir el cuerpo y el alma en el infierno.”
Lo mismo dice San Pedro, el primer papa: “El diablo, como un león rampante, va por el mundo buscando la ruina de las almas. Resistidles firmes en la fe.”
Lo mismo dice San Pablo: “Luchamos no contra el cuerpo, sino contra los principados y poderes de maldad en altos lugares.”
Lo mismo dice el papa León XIII, quien recibió una visión sobre el siglo XX que la historia a probado terriblemente verdadera. Vio a Satán, al comienzo del tiempo, al que se le permitía un siglo en el cual pudiese hacer su peor trabajo, y eligió el vigésimo. Este Papa con el nombre y el corazón de un león se vio tan dominado por el terror de su visión que cayó en trance. Cuando se despertó, compuso una oración para toda la Iglesia para que se usase para atravesar el siglo XX. La oración era ampliamente conocida y rezada luego de misa –hasta los ’60: exactamente cuando la Iglesia fue golpeada por ese incomparablemente rápido desastre al cual aún no se le ha dado un nombre (pero al cual los futuros historiadores se lo darán), ese desastre que destruyó a un tercio de nuestros sacerdotes, dos tercios de nuestras monjas y nueve décimos del conocimiento teológico de nuestros hijos; ese desastre que convirtió a la fe de nuestros padres en las dudas de nuestros detractores, el vino del Evangelio en el agua de la charlatanería pseudo psicológica. Promoviendo un genocidio creciente contra los más débiles.
El segundo enemigo es la pesadilla de convertirse en un demonio.
El pecado es lo que nos convierte en demonios, porque es permitir al Diablo actuar en nosotros. Y lo hacemos. Esa es la única puerta por la cual él puede entrar, primero en nosotros y a traves nuestro en el mundo; Dios ya ha salvado el mundo y no se lo permitiría sin nuestro libre consentimiento. Esta es la razón por la cual el mundo está muriendo: porque permitimos actuar al Diablo porque no nos resistimos a él, porque…. no somos santos.
Y aquí tenemos nuestra tercera Cosa Necesaria: el arma que ganará la guerra y derrotará a nuestro enemigo.
Todo lo que se necesitan son santos.
¿Puedes imaginar lo que harían doce Madres Teresas por el mundo? ¿Puedes imaginar lo que pasaría si hoy tan sólo doce personas ofrecieran a Cristo 100% de sus corazones sin guardarse nada, absolutamente nada?
No, no puedes imaginarlo,
No puedes imaginarlo, pero puedes hacerlo. Puedes convertirte en santo. Absolutamente nadie ni nada pueden detenerte. Es tu libre elección. Si miraras en tu propio corazón con completa honestidad, deberías admitir que hay una y tan sólo una razón por la cual no eres santo: no quieres serlo por el temor de pagar su precio.
El precio es todo: el 100%. El precio es aceptar un martirio peor que el lazo o la estaca. El martirio de morir diariamente, morir a todos tus deseos y planes, incluyendo tus planes sobre cómo convertirte en santo. Un cheque en blanco para Dios. Sumisión completa, “islam”, “fiat” –lo de María. Mirá lo que esa simple palabra de María hizo 2000 años atrás: Bajó a Dios y salvó el mundo.
Se pensó así para que continúe.
Si hacemos lo que María –y sólo si hacemos eso– entonces “funcionará” nuestra misión, nuestra paternidad o maternidad, nuestra enseñanza y estudio, alimentación y trabajo… todo.
Un obispo preguntó a uno de sus sacerdotes de su diócesis buscando recomendaciones para incrementar las vocaciones. El sacerdote respondió: “La mejor manera de atraer a los hombres en esta diócesis al sacerdocio, Su Excelencia, sería su canonización.”
¿Por qué no la tuya?
(Párrafos extraídos de un trabajo de Peter Kreeft) y publicado en el 5º B

2 comentarios:

javier dijo...

Y yo añadiría: ¿Puedes imaginar qué habría sido el siglo XX sin Teresa de Calcuta, sin Juan Pablo II, sin Maximiliano Kolbe y Edith Stein y los otros cientos de santos y mártires? ¿Y el XIX sin los suyos? ¿Y el XVIII? ¿Qué sería de nuestra Historia sin Cristo y su Santísima Madre?

Anónimo dijo...

Nos hablas de grandes personajes, pero como ser santo en tu entorno cotidiano ?
Estoy en una crisis matrimonia, y desesperada.