domingo, 29 de agosto de 2010

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO


El libro del Eclesiástico aconseja: Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad... hazte pequeño en las grandezas humanas.
Y Jesús, en el evangelio: Cuando te inviten a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan invitado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: "Cédele el puesto a este". Y entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
En las dos lecturas se recomienda la humildad. Sin embargo, de lo que se está hablando en ellas no es tanto de la humildad cuanto de la prudencia.
La prudencia es la primera de las virtudes cardinales. Cuantos más caballos tiren de un carro, más peso podrá llevar el carro. Pero hará falta también un cochero más hábil para dirigirlos. Eso es la prudencia; es la virtud que dirige a las demás y las conduce hacia la meta. Por eso la primera pregunta no es "¿qué tengo que hacer?" sino "¿quién soy?". Y la segunda: ¿Cuál es mi fin? ¿A dónde quiero ir?
En Alicia en el País de las Maravillas cuando Alicia le dice al gato de Cheshire, sólo quiero saber qué camino debo tomar, el gato le responde con mucha lógica: eso depende de dónde quieras ir.


***
-¿Quién eres? ¿Eres Dios?
-No, soy solamente un hombre. Y un hombre con limitaciones y defectos. Bastante débil a decir verdad.
-¿Quieres hacer el ridículo?
-No, por cierto.
-Entonces, hijo mío, procede en tus asuntos con humildad. Si quieres tener éxito en los asuntos humanos y sabes que no eres Dios, que ni siquiera eres un gran hombre, hazte pequeño en las grandezas humanas.
Así habla la prudencia para quien la humildad no es un fin sino el modo de avanzar por el camino. La humildad no es la meta, ni siquiera el camino. Es el modo de caminar que aconseja la prudencia al caminante. Es el modo más inteligente de caminar.
-¿Quién eres? ¿Eres el novio?
-No, solo soy su amigo. En realidad soy uno de tantos invitados a la fiesta.
-¿Quieres ser bien recibido por el que ha invitado a todos a la fiesta?
-Naturalmente.
-Entonces sé prudente, sé discreto, no pretendas ser el centro de la fiesta y serás bien recibido. Deja que se luzca el novio.
Decía Santa Teresa que la humildad es andar en verdad. Tiene mucho que ver con la sabiduría y con la prudencia y nada que ver con el encogimiento del pusilánime.
-Quien eres?
-Solamente un hombre.
-¿A qué aspiras?
-Quisiera ser feliz en esta vida y en la eterna.
-Si ese es tu negocio no andes estirándote para parecer más alto, al contrario, reconoce tus limitaciones y confiesa tus faltas. No andes buscando honores y aplausos y, si llegan, no te entretengas demasiado con ellos. Busca más bien esa Cruz de cada día que es la altura exacta que cada día debes alcanzar para llegar un día al Cielo y ser feliz en la tierra.
Así habla la prudencia. La sabiduría de la Cruz. Recomienda no hacer mucho caso a los aplausos ni a los insultos; dar las gracias al que aplaude, sonreír al que insulta y seguir adelante. Aprovechar el éxito y el fracaso sin detenerse en ellos. Quizá por eso decía Chesterton que la humildad es una virtud tan práctica que parece un vicio.
La astucia habla de otra manera. Es la guía del imprudente que ni sabe quién es ni sabe a dónde va pero corre que se las pela por llegar antes que nadie. El astuto es un tipo muy necio. A menudo se cree muy listo y se ríe pensando: Je, je; voy a llegar antes que nadie y voy a coger el mejor puesto. Pero unas veces hace el ridículo porque otro, más astuto, se le ha adelantado. Otras veces hace el ridículo porque, habiendo llegado el primero, le quita el sitio otro de más categoría. Y siempre hace el ridículo porque buscando el mejor puesto corre más que nadie, se fatiga más que nadie y solamente al final se entera de que la fiesta estaba en otra parte.
Santa María, Virgen Prudentísima, Domina Virtutum, enséñanos esa sabiduría de la Cruz.
Javier Vicens Hualde, sacerdote.

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