El gran valor de una sola alma para Dios, por distanciada que esta se encuentre de Él, es tremendo. Fuimos creados a su imagen y semejanza, y ¿cómo debe de entenderse el alcance de esta frase? La contestación es: primeramente considerar que semejanza no es igualdad, y ver que la semejanza es de una forma total y absoluta en la parte espiritual nuestra, es decir en el alma, y en segundo lugar, en cuanto al cuerpo, sabemos que Dios carece de él en cuanto es espíritu puro, haciendo la salvedad de la naturaleza humana de Jesucristo, por lo que el cuerpo nuestro, hemos de considerarlo como una expresión de la omnipotencia divina.
Es sobradamente conocida la frase del Génesis en la que se nos asemeja a Dios. Concretamente el versículo del Génesis que hace referencia a este tema, nos dice: “Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”. (Gn 2,26-27). Estas palabras dan origen a una serie de consideraciones hermenéuticas, que no son del caso entrar en ellas aquí. Lo importante aquí, es considerar que Dios habla de crear el ser humano y es más tarde en otro versículo posterior donde lleva a cabo la acción de crear.
Si seguimos leyendo el Génesis, vemos que Dios no anuncia sino que realiza lo anunciado. Y realiza la creación del ser humano, con una cierta dualidad de acto, cosa que es muy importante pues nos lleva a la consideración de que todo ser humano tiene alma además de cuerpo, ya que primeramente Dios crea el cuerpo del hombre y con posterioridad le insufla el alma. En el siguiente capítulo segundo podemos leer: “Entonces Yahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”. (Gn 2,7). Es decir, hasta ese momento, el hombre era solo cuerpo de carne y huesos, pero no ser viviente
Más adelante el Génesis nos da la razón que Dios tuvo para la creación de la mujer, ya que el Señor se dijo: No es bueno que el hombre esté solo y: “Entonces Yahvéh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahvéh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne”. (Gn 2,21-24).
Benedicto XVI en el punto 11 de su Encíclica Deus caritas est, nos escribe: “Entonces Dios, de una costilla del hombre, forma a la mujer. Ahora Adán encuentra la ayuda que precisa: ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! (Gn 2, 23). En el trasfondo de esta narración se pueden considerar concepciones como la que aparece también, por ejemplo, en el mito relatado por Platón, según el cual el hombre era originariamente esférico, porque era completo en sí mismo y autosuficiente. Pero, en castigo por su soberbia, fue dividido en dos por Zeus, de manera que ahora anhela siempre su otra mitad y está en camino hacia ella para recobrar su integridad. En la narración bíblica no se habla de castigo; pero sí aparece la idea de que el hombre es de algún modo incompleto, constitutivamente en camino para encontrar en el otro la parte complementaria para su integridad, es decir, la idea de que sólo en la comunión con el otro sexo puede considerarse ‘completo’. Así, pues, el pasaje bíblico concluye con una profecía sobre Adán: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne (Gn 2, 24)”.
Hombre y mujer pues, fueron creados a imagen suya. ¿Qué quiere decir esto? Paúl Johnson, nos manifiesta: “Las escritura nos dicen que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. No sabemos exactamente lo que significa y está claro que no quiere decir que Dios se parezca al hombre visiblemente”. En apoyo de esta idea de Johnson hemos de decir que entre otras consideraciones, hay que tener presente que Dios es un Espíritu puro, y que nosotros somos criaturas compuestas de espíritu y materia.
La semejanza, a la que el génesis se refiere, en contra de lo que muchos puedan pensar, no va referida al cuerpo que es materia, y que nosotros no podemos variar sustancialmente; va referida al alma, dado que Dios es espíritu puro, y es una categoría variable y dinámica, en el sentido de que cada uno de nosotros, podemos a nuestro antojo, parecernos más o menos a Dios. Al fin y al cabo, a esta vida, venimos para buscar libre y voluntariamente una semejanza con Dios, esto es lo que significa la frase de Nuestro Señor: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). Es como decirnos, asemejaos a mi Padre, que es la Suma perfección.
Para Edward Leen: “El primordial propósito de la creación, fue que la perfección infinita de Dios se pusiera de manifiesto en otros seres que debían de ser reflejo de su existencia y de su belleza. Entre estos seres tenía que haber algunos que fueran imágenes de la vida consciente de Dios, de su vida de conocimiento y amor. La grandeza y la felicidad de los seres inteligentes consiste en la fidelidad con que reflejan las perfecciones de Dios, en sí mismos”. Y a esto es a lo que estamos llamados, cuanto más reflejemos las perfecciones divinas, más participaremos de la Luz de amor que es el Señor.
Si partimos de la base que nos marca San Juan evangelista, de que la esencia de Dios es el amor y solo el amor (1Jn 4,16), llegaremos a la conclusión de que solo en el ejercicio del amor al Señor, es donde encontraremos la forma de aumentar nuestra perfección a Dios Padre. Creo que la semejanza a Dios hay que buscarla en el amor. Reiteradamente venimos manifestando que el amor lo es todo, que el amor es el gran motor que nos impulsa hacia Dios, y aquí también para explicar este tema de la semejanza hemos de partir del amor.
La clave de todo esto, está en una frase de San Juan de la Cruz que dice, que el amor asemeja, textualmente escribe: “La afición que el alma tiene a la criatura iguala al alma con la criatura. Y cuanto más grande es la afición más la iguala y la hace semejante; porque el amor hace semejanza entre lo que ama y lo que es amado... Cuando el alma ama algo que no sea Dios, se incapacita para la unión con Dios y su transformación en Él”.
Nuestra semejanza a Dios, debemos de contemplarla desde el punto de vista del espíritu, no de la materia. Nuestra semejanza a Dios es a través de nuestra alma, no de nuestro cuerpo. Nuestras almas son hechas a semejanza de Dios, y con la posibilidad de asemejarse más a Él, en cuanto más le amemos. El amor siempre transforma, el amor goza de una fuerza de transformación que es mayor cuanto más grande sea el amor. El amante busca siempre parecerse al amado. Nosotros en la medida que amemos más a Dios más nos asemejaremos a Él.
Santo Tomás de Aquino, dice que: Dios nos ama en la medida en que encuentra su imagen en nosotros. Y en nosotros está la posibilidad de que esa imagen sea cada día más perfecta, y así seremos más amados por Dios. Porque cada vez que Dios contempla un alma que más se le asemeja, se llena de gozo frente a esa alma. Toda alma tiene para el Señor, un valor inconmensurable, en cuanto ella puede llegar a ser, la más semejante a Él. El Señor mira siempre complacido aquellas almas que tienen por objetivo tratar de asemejarse más a Él y para la realización de este objetivo aman con más intensidad, menospreciando todo aquello que no sea el amor al Señor. Es en esta clase de almas donde Dios derrama con más abundancia sus divinas gracias, para que le sea más fácil a esta alma, el camino de la asemejanza con Él a través del ejercicio del amor.
Pero si el tema de la semejanza, no fuese suficiente razón, para justificar el valor de un alma a los ojos de Dios, no hemos de olvidar a este respecto, la frase de San Pablo: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo”. (1Co 6,19-20). Porque fuimos comprados al precio de la sangre del Cordero, inmolado que es Jesucristo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Es sobradamente conocida la frase del Génesis en la que se nos asemeja a Dios. Concretamente el versículo del Génesis que hace referencia a este tema, nos dice: “Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”. (Gn 2,26-27). Estas palabras dan origen a una serie de consideraciones hermenéuticas, que no son del caso entrar en ellas aquí. Lo importante aquí, es considerar que Dios habla de crear el ser humano y es más tarde en otro versículo posterior donde lleva a cabo la acción de crear.
Si seguimos leyendo el Génesis, vemos que Dios no anuncia sino que realiza lo anunciado. Y realiza la creación del ser humano, con una cierta dualidad de acto, cosa que es muy importante pues nos lleva a la consideración de que todo ser humano tiene alma además de cuerpo, ya que primeramente Dios crea el cuerpo del hombre y con posterioridad le insufla el alma. En el siguiente capítulo segundo podemos leer: “Entonces Yahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”. (Gn 2,7). Es decir, hasta ese momento, el hombre era solo cuerpo de carne y huesos, pero no ser viviente
Más adelante el Génesis nos da la razón que Dios tuvo para la creación de la mujer, ya que el Señor se dijo: No es bueno que el hombre esté solo y: “Entonces Yahvéh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahvéh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne”. (Gn 2,21-24).
Benedicto XVI en el punto 11 de su Encíclica Deus caritas est, nos escribe: “Entonces Dios, de una costilla del hombre, forma a la mujer. Ahora Adán encuentra la ayuda que precisa: ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! (Gn 2, 23). En el trasfondo de esta narración se pueden considerar concepciones como la que aparece también, por ejemplo, en el mito relatado por Platón, según el cual el hombre era originariamente esférico, porque era completo en sí mismo y autosuficiente. Pero, en castigo por su soberbia, fue dividido en dos por Zeus, de manera que ahora anhela siempre su otra mitad y está en camino hacia ella para recobrar su integridad. En la narración bíblica no se habla de castigo; pero sí aparece la idea de que el hombre es de algún modo incompleto, constitutivamente en camino para encontrar en el otro la parte complementaria para su integridad, es decir, la idea de que sólo en la comunión con el otro sexo puede considerarse ‘completo’. Así, pues, el pasaje bíblico concluye con una profecía sobre Adán: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne (Gn 2, 24)”.
Hombre y mujer pues, fueron creados a imagen suya. ¿Qué quiere decir esto? Paúl Johnson, nos manifiesta: “Las escritura nos dicen que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. No sabemos exactamente lo que significa y está claro que no quiere decir que Dios se parezca al hombre visiblemente”. En apoyo de esta idea de Johnson hemos de decir que entre otras consideraciones, hay que tener presente que Dios es un Espíritu puro, y que nosotros somos criaturas compuestas de espíritu y materia.
La semejanza, a la que el génesis se refiere, en contra de lo que muchos puedan pensar, no va referida al cuerpo que es materia, y que nosotros no podemos variar sustancialmente; va referida al alma, dado que Dios es espíritu puro, y es una categoría variable y dinámica, en el sentido de que cada uno de nosotros, podemos a nuestro antojo, parecernos más o menos a Dios. Al fin y al cabo, a esta vida, venimos para buscar libre y voluntariamente una semejanza con Dios, esto es lo que significa la frase de Nuestro Señor: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). Es como decirnos, asemejaos a mi Padre, que es la Suma perfección.
Para Edward Leen: “El primordial propósito de la creación, fue que la perfección infinita de Dios se pusiera de manifiesto en otros seres que debían de ser reflejo de su existencia y de su belleza. Entre estos seres tenía que haber algunos que fueran imágenes de la vida consciente de Dios, de su vida de conocimiento y amor. La grandeza y la felicidad de los seres inteligentes consiste en la fidelidad con que reflejan las perfecciones de Dios, en sí mismos”. Y a esto es a lo que estamos llamados, cuanto más reflejemos las perfecciones divinas, más participaremos de la Luz de amor que es el Señor.
Si partimos de la base que nos marca San Juan evangelista, de que la esencia de Dios es el amor y solo el amor (1Jn 4,16), llegaremos a la conclusión de que solo en el ejercicio del amor al Señor, es donde encontraremos la forma de aumentar nuestra perfección a Dios Padre. Creo que la semejanza a Dios hay que buscarla en el amor. Reiteradamente venimos manifestando que el amor lo es todo, que el amor es el gran motor que nos impulsa hacia Dios, y aquí también para explicar este tema de la semejanza hemos de partir del amor.
La clave de todo esto, está en una frase de San Juan de la Cruz que dice, que el amor asemeja, textualmente escribe: “La afición que el alma tiene a la criatura iguala al alma con la criatura. Y cuanto más grande es la afición más la iguala y la hace semejante; porque el amor hace semejanza entre lo que ama y lo que es amado... Cuando el alma ama algo que no sea Dios, se incapacita para la unión con Dios y su transformación en Él”.
Nuestra semejanza a Dios, debemos de contemplarla desde el punto de vista del espíritu, no de la materia. Nuestra semejanza a Dios es a través de nuestra alma, no de nuestro cuerpo. Nuestras almas son hechas a semejanza de Dios, y con la posibilidad de asemejarse más a Él, en cuanto más le amemos. El amor siempre transforma, el amor goza de una fuerza de transformación que es mayor cuanto más grande sea el amor. El amante busca siempre parecerse al amado. Nosotros en la medida que amemos más a Dios más nos asemejaremos a Él.
Santo Tomás de Aquino, dice que: Dios nos ama en la medida en que encuentra su imagen en nosotros. Y en nosotros está la posibilidad de que esa imagen sea cada día más perfecta, y así seremos más amados por Dios. Porque cada vez que Dios contempla un alma que más se le asemeja, se llena de gozo frente a esa alma. Toda alma tiene para el Señor, un valor inconmensurable, en cuanto ella puede llegar a ser, la más semejante a Él. El Señor mira siempre complacido aquellas almas que tienen por objetivo tratar de asemejarse más a Él y para la realización de este objetivo aman con más intensidad, menospreciando todo aquello que no sea el amor al Señor. Es en esta clase de almas donde Dios derrama con más abundancia sus divinas gracias, para que le sea más fácil a esta alma, el camino de la asemejanza con Él a través del ejercicio del amor.
Pero si el tema de la semejanza, no fuese suficiente razón, para justificar el valor de un alma a los ojos de Dios, no hemos de olvidar a este respecto, la frase de San Pablo: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo”. (1Co 6,19-20). Porque fuimos comprados al precio de la sangre del Cordero, inmolado que es Jesucristo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo.
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