martes, 30 de marzo de 2010

MARTES SANTO


Qué diferencia entre el Iscariote y Pedro. Es verdad que ambos se hacían una idea muy confusa de los caminos de Jesús, pero mientras el primero lo traicionia, vendiéndole por treinta monedas, Pedro, una y otra vez, aunque se haga una falsa idea, quiere seguirle, quiere protegerle, quiere ir a donde él vaya. Jamás le traiciona. Se espanta, eso si. Se hunde en las aguas por las que en su seguimiento, quiere correr. Ahora, justo antes de que le abandone,y reniegue de él, dice que ha de dar su vida por Jesús. Sí, lo hará, pero todavía le falta mucho para llegar hasta ahí. Debe pasar también él por la cruz de Cristo, por su muerte y su descenso a los infiernos, por su resurrección de entre los muertos. A donde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde. Y, como con una cariñosa caricia, le hace ver lo que va a ser su realidad. No cantará el gallo y me habrás negado tres veces.

No sé quien sorprende más, si el empeño tozudo de Pedro, en lo que no puede, en negar su miedo y fragilidad, la capacidad de verse en lo poco que es cuando aún no ha sido confrontado a la cruz de quien tanto ama, porque esto no se puede negar, Pedro amaba a Jesús con pasión, quería seguirle por sus caminos pro encima de toda posibilidad y de cualquier esfuerzo, o Jesús que nunca le deja, ni siquiera cuando le niegue tres veces.

¿Olvidaremos esas palabras de la pasión según Lucas? Tras el canto del gallo, el Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de lo que le había dicho. Y lloró amargamente.

Uno se ahorcó en sus propias ideologías, Judas el Iscariote. El otro, el inconmensurable Pedro, lloró amargamente ante la mirada de Jesús. ¿De dónde sale esa mirada? Volviéndose dice Lucas; quizás porque le traían y llevaban. Mirada no de reproche, que hubiera llevado también a Pedro a la desesperación. Mirada afectuosa. Mirada de amor. Mirada que le llegó a Pedro hasta los entresijos más profundos de su alma. Y ahí tenemos, al duro patrón de pesca de Galilea, llorando amargamente. Qué hermosura.

¿Nos mirará a nosotros también Jesús haciéndonos llorar lágrimas amargas? Amargas por el sabor que dejan en nosotros. No en amargura. Al contrario, que abren nuestros ojos a la cruz de Cristo. Que nos permitan verle ahí donde está. Porque, a nosotros, quizás es en la cruz, donde se volverá para mirarnos. Pedro no supo correr, entonces, al pie de la cruz. Seguramente, tampoco nosotros. Pero a Pedro se le abrieron las carnes y comprendió dónde se le ofrecía su Señor. Porque comprendió en su llorar, aceptó el hecho de la cruz. Pablo nos dice de un modo asombroso que recoge la liturgia de hoy en la comunión: Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que le entregó a la muerte por nosotros. Palabras que nos dejan estupefactos y nos hacen comprender la fuerza de esa mirada. Pues esa muerte en cruz es por nosotros. No un evento casual de la historia. No es algo que acontece pues quiere contradecir lo que nosotros somos. La cruz de Cristo es por nosotros. En el doble sentido de que nosotros hemos ayudado con nuestra acción y con nuestra pasión a elevarle en la cruz. Pero sobre todo para nuestra redención del pecado y de la muerte.


Archimadrid.

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