miércoles, 3 de febrero de 2010

SOY CREYENTE, PERO NO PRACTICANTE



¿Quién no tiene un amigo o un pariente que, estando bautizado y creyendo en Dios, declara no ser practicante? ¿Quién no ha intentado explicarle la razón de nuestra esperanza y felicidad, pero sin conseguirlo?
Entrevistamos al Profesor Jesús Ortiz que acaba de publicar, en la Editorial EUNSA, una obra de gran actualidad en nuestro tiempo titulada, precisamente, «Creo pero no practico».
¿Cómo explicaría el fenómeno de los creyentes no practicantes?
Todos conocemos personas que creen pero no practican, pues no participan en la vida de la Iglesia. Quizá buscan sinceramente a Dios, pero de un modo tan subjetivo que no garantiza encontrarle ni tratarle de veras. Unas veces fallan las creencias o están diluidas en un humanitarismo genérico, y otras veces falla la conducta, guiada más por las tendencias emotivas que por la fe en el Dios real.
Fallan las creencias, pues muchos tienen sólo una formación elemental de las verdades de la fe y de las prácticas católicas, que juzgan desde los recuerdos de infancia. Han evolucionado preparándose para una profesión, haciendo una carrera, pero su conocimiento de la identidad cristiana y de las prácticas católicas ha quedado estancado, atrofiado.
Por eso les invitaría a buscar a Dios y comprender mejor el valor de la religión, la racionalidad de la fe, y la identidad de los discípulos de Jesús de Nazaret. Por otra parte, no me atrevería a decir que los católicos practicantes son creyentes perfectos. Solamente los santos han alcanzado la meta de la perfección y felicidad en Dios, como premio a sus luchas por ser coherentes y su servicio a los demás. Basta con recordar a Madre Teresa de Calcuta, Josemaría Escrivá, el Padre Damián, Sor Ángela de la Cruz, Maximiliano Kolbe, etc., por mencionar sólo a santos recientes. Pero, salvo los canonizados, todos los demás podemos considerarnos también creyentes no practicantes "del todo", siempre en proceso de formación. Por eso no pretendemos dar lecciones ni ser ejemplo de perfección, pero sí dar testimonio de que luchamos por practicar la fe cristiana, en privado y en público.
Muchos se preguntan si rezamos al mismo Dios, desde las diversas religiones y culturas.
A veces las barreras personales a la fe suelen estar relacionadas con el relativismo religioso, según el cual se puede optar por una religión u otra porque, como se piensa, en el fondo rezamos al mismo Dios. Pero quizá no es como parece, si lo estudiamos haciendo un recorrido sencillo por las religiones del mundo, planteando qué significa creer de veras en Dios.
El cristianismo no es una religión de origen meramente humano, porque la iniciativa viene de Dios que ha prometido su venida desde la primera rebelión del hombre. No consiste esencialmente en seguir unas creencias contenidas en un libro, la Biblia, aunque sí profesar una doctrina revelada. No se limita a realizar unos ritos, aunque ha recibido los Sacramentos para tener participación en la Vida Divina. Y no es un código de conducta moral, aunque es depositario de los Mandamientos de la Nueva Alianza. El cristianismo es eso y mucho más: es vivir de Jesucristo y aceptar la elevación del hombre a la nueva dignidad de hijo de Dios. Lleva a responder a la llamada a ser santos mientras caminamos en la tierra, con la esperanza de llegar a la felicidad plena con Dios en el Cielo.
Es cierto que otras religiones tienen pretensión de universalidad y se consideran verdaderas, pero el cristianismo tiene a su favor la historia de la salvación, tal como Dios la ha desarrollado hasta culminar en Jesucristo. El diálogo con otras religiones sólo puede ser sincero desde la propia posición claramente definida y asumida, pues de lo contrario ese diálogo se falsearía, construyendo una religiosidad mínima y abstracta. Sería entonces obra de los hombres, pero no la Palabra salvadora de Dios.
No es extraño que haya muchas conversiones a la fe católica en la actualidad. Entre otras publicaciones, bastará recordar la obra de J. Pearce titulada Escritores conversos. Situándose en una época de incredulidad, desfilan en ella escritores e intelectuales como Newman, Belloc, Dawson, Lewis, Tolkien, Benson, Knox, Guinness o Greene, entre otros hombres y mujeres. Todos ellos son bien distintos en personalidad y biografía, la mayoría conversos al catolicismo desde el anglicanismo o desde el agnosticismo. Sin embargo, coinciden en el diagnóstico de la enfermedad de un siglo sin trascendencia, y muestran su experiencia de la fe que salva a la cultura.
¿Diría que es necesaria la Iglesia para llegar a Dios?
Me parece que hoy tenemos una tendencia a sospechar de las mediaciones y huir de los compromisos estables. El abundante número de parejas de hecho, el aumento de los divorcios, el miedo a tener hijos o la escasez de vocaciones religiosas, pueden ser señal de la poca capacidad de compromiso de la persona para darse del todo y para siempre. Es bueno desear una relación personal con Dios, faltaría más, ¿pero puede quedar garantizada sólo desde la propia subjetividad?, ¿no es posible que uno se autojustifique para evitar compromisos, impidiendo que alguien le recuerde sus deberes?
Ese individualismo desaparece cuando necesitamos alguna mediación o un favor, porque la sociedad es un entramado de relaciones humanas. A lo largo de la vida, todos necesitamos mediaciones y amigos, abogados e intermediarios, para alcanzar metas profesionales, para avalarnos o para alcanzar un status social. Entonces sí que nos apoyamos en los parientes, los amigos y los compañeros. ¿Y por qué vamos a ir por libre en las cosas más importantes, como es la relación con Dios, las normas morales o la esperanza después de la muerte? Decía Aristóteles que quien no necesita de los demás o es un dios o es una bestia.
¿Por qué muchos se alejen de la fe de sus padres?
«El sueño de la razón produce monstruos», estampó Francisco de Goya en un famoso grabado. Lamentaba el poco uso de la razón, que lleva a engendrar fantasmas nocivos en la propia mente. Y de modo semejante podemos decir que, cuando dejamos dormir la fe, aparecen entonces caricaturas de Dios, de Jesucristo o de la Iglesia, viendo quizá monstruos donde hay belleza, y tinieblas donde brilla la luz.
Un ejemplo positivo de la relación entre fe, cultura y arte lo encontramos en el proyecto Las Edades del Hombre, que ha mostrado la riqueza artística y catequética del arte cristiano. Hasta en las poblaciones más pequeñas de nuestra tierra encontramos unas iglesias monumentales y un arte religioso que asombra. Todo eso refleja, en parte, la belleza y la luz de la fe católica, que sigue la ley de la Encarnación. Si el Verbo se hizo carne y habita entre nosotros, entonces toda materia tiene la huella de Dios, el Artista Divino, y por eso hay belleza en la naturaleza y dignidad en el hombre. Por ello, el fenómeno cultural de los nueve millones de visitantes a esas exposiciones temáticas, netamente católicas, indica que los contenidos de la fe tienen atractivo cuando sabemos presentarlas con el argumento adecuado.
Cuando uno deja de practicar como reacción a «experiencias negativas causadas por las incoherencias de los más practicantes» debería repensarlo. Los errores prácticos no invalidan la verdad de una doctrina. Desde el plano del conocimiento algo es verdadero o es falso, y luego viene el plano subjetivo de la conducta que puede ser coherente o no serlo. En concreto, la Iglesia tiene asegurada la asistencia de Dios para proponer la verdad, pero no el buen comportamiento de los fieles ni el éxito social.
Otra cuestión frecuente es la «supuesta oposición entre la fe y la ciencia». Sin embargo, cada avance en profundidad de ésta suele converger con los planteamientos de la fe, por ejemplo, a propósito del origen de la vida y de su defensa desde el seno materno. Se comprende que el investigador F Collins, Premio Príncipe de Asturias 2001, haya escrito: «El Dios de la Biblia es también el Dios del genoma. Se le puede adorar en la catedral o en el laboratorio, porque su creación es majestuosa, sobrecogedora, complejísima y bella, y no puede estar en guerra consigo mismo».
Pero no todos están dispuestos a hacer cursos de teología...
Es cierto, pero todos intentan crecer intelectualmente, aunque sólo sea leyendo novelas históricas o ensayos esotéricos. Buscan a su modo la verdad sobre las cuestiones vitales de la vida, de la muerte, del dolor, del sentido de la vida, de los valores sociales, etc.
Precisamente los pensadores más lúcidos advierten que el relativismo gana terreno y se configura como una ideología dominante, dejando sin puntos de apoyo a las ciencias, la vida, o las normas sociales. Se establece, en cambio, el dogma de lo políticamente correcto, que se traduce en presentar como igualmente válidos todos los comportamientos, aunque choquen frontalmente con el sentido común. Ejemplo bien patente es presentar el aborto como un derecho de la mujer y una conquista social. Hay una fuerte manipulación de la emotividad y de los sentimientos que impide pensar con rigor, y por ello muchos repiten consignas poco racionales. Benedicto XVI defiende la razón frente al relativismo cuando recuerda que: «Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad» (Caritas in veritate).
Según el relativismo moral, todas las costumbres serían igualmente válidas porque no habría verdades objetivas. Pero ese planteamiento deja sin puntos de apoyo a muchas personas, acarreando consecuencias negativas para sus vidas. Basta comprobar el incremento de las personas desarraigadas, el creciente número de familias desestructuradas o la violencia como sistema para lograr unos objetivos. Sin embargo, no olvidemos que ese relativismo moral depende del relativismo filosófico, que rechaza la capacidad humana para hallar la verdad de las cosas y renuncia a las preguntas últimas, que dan sentido a la vida.
En resumen, me parece certero aquel pensamiento de Pascal: «No hay más que tres tipos de personas: unas, que sirven a Dios habiéndole hallado; otras, que se empeñan en buscarlo sin haberle hallado; otras, que viven sin buscarle y sin haberle hallado. Las primeras son felices y razonables, las segundas son razonables, y las últimas son desdichadas».
Entrevista publicada en "Escuela de Familia"

Título: "Creo pero no practico"

Editorial: Eunsa

Autor: Jesús Ortíz

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