viernes, 19 de febrero de 2010

LA CUARESMA DE UN MONJE


Desde la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos
La Cuaresma de un monje
Si usted es de esos a los que les da una insufrible pereza vivir el tiempo de Cuaresma, que acabamos de iniciar, porque sólo tiene ojos para la vigilia de los viernes, o le suena mal la palabra penitencia, es que no se ha enterado de lo que, realmente, significa este tiempo litúrgico.

Un monje de la Abadía benedictina del Valle de los Caídos explica, desde su experiencia física y espiritual, qué es y en qué consiste, verdaderamente, tener espíritu cuaresmal
Un momento de oración monacal
Un monje es un cristiano llamado por Dios a ser testigo de su amor en el mundo. Testigo del amor desbordante de un Padre que quiere tener relaciones de tan estrecha amistad con los hombres, que busca desposarse espiritualmente con cada uno en particular. En el culmen de esta donación, Jesús eligió a sus apóstoles para que estuvieran con Él. Y esto no ha dejado de hacerlo con sacerdotes y religiosos, sin excluir llamadas a consagrarse a personas de toda condición y estado. Pero el objetivo último de esta elección es que todos los seres humanos se sepan llamados a establecer esas relaciones esponsales con Dios en esta vida terrena. En el momento presente, soy uno de esos elegidos afortunados. Afortunado, sí, pero quizás muchos confundan la fortuna de estar con Él aquí, en este mundo, con el bienestar terreno que proporcionan la buena fama, los bienes materiales y los placeres. Estar con Jesús significa que tengo que estar donde Él estuvo, en su misión de siervo sufriente desde que nació. Perseguido, pobre, calumniado, y condenado en la Cruz también por los que se habían beneficiado de sus milagros y le habían aclamado unos días antes. Estar con Jesús significa hacerle presente como alma misericordiosa, sufriente y orante. ¿Cuántos hay disponibles para asumir el rostro misericordioso, sufriente, orante y obediente de Jesús?
¿Se puede vivir siempre como si fuera Cuaresma?
Mi Cuaresma de monje consiste en volver a recibir como un regalo, pero con toda conformidad y verdad, la herencia de Jesús, de la que a veces me quiero escapar sin que se note, combinándola con prácticas incompatibles con la vida y misión del Cordero, que ha venido a quitar el pecado del mundo, pero no con procedimientos humanos. Y yo quiero quitar el pecado de los demás y los míos a mi manera.Dos cosas, ante todo, me propone san Benito respecto a la Cuaresma: que toda mi vida debe ser una Cuaresma, y que en este tiempo litúrgico debo tratar de enmendar las negligencias del resto del año. Éstas son sólo dos consignas de una Regla que se autocalifica esbozo para principiantes. Y la gente pensará que los monjes vivimos en una paz beatífica. Si se supiera a lo que estamos obligados... El único respiro que encuentra uno es cuando, en otro lugar, después de 73 inalcanzables instrumentos del arte espiritual, los resume en el más evangélico: «Y no desesperar jamás de la misericordia de Dios».¿Es sufrible vivir como si siempre fuese Cuaresma? Según se mire. Si Cuaresma en nuestra mente concuerda con la imagen popular desenfocada de lo que significa este tiempo, y en el corazón no se tiene la ilusión de reparar los desplantes que continuamente hacemos al dulce Huésped del alma, entonces la Cuaresma es desagradable. Pero si uno desea dejarse llevar por lo que el Espíritu está siempre alentando al alma, y se apresta a poner atención a ese clamor del Espíritu que hace salir a la luz su condición de hijo de Dios, entonces el silencio interior y exterior, el tener sujetos los sentidos, para que sea el Espíritu quien guíe nuestra vida, se siente como una necesidad, y una fatiga salir de ese estado.
No es mérito nuestro
La experiencia de la propia nada y de la misericordia divina, a Quien no le basta perdonar las faltas de su criatura, sino que se abaja a tener trato de amistad con ella, hacen que uno desee la Cuaresma. Porque reparar las faltas pasadas no es otra cosa que acoger la misericordia de Dios, que sale a tu encuentro. Cuando me sorprendo pensando que esta humilde y generosa iniciativa parte de mi yo, serenamente la rechazo, considerando mi total incapacidad de reparar nada por mí mismo. Y si se trata de enderezar la conducta errónea de algunas de mis actuaciones, procuro desautorizar la insaciable sed de atribuirme el mérito de tales arrestos de conversión.

Desde mi percepción, parece que no me equivoco al pensar que a mí se me ha ocurrido y lo he hecho. Pero el conocimiento sobrenatural de la Sagrada Escritura me aclara: «Sin mí no podéis hacer nada». Y además, los pobres resultados me hablan muy claro de lo que soy capaz. Una vez más, la dura realidad refleja mi poca confianza en el poder y el amor de Dios, que quiere hacer cosas grandes, cuando mi amor propio deje el campo libre y no estorbe.

Y si todavía me parece que Dios no oye mis oraciones, he de purificar mi visión hasta percibir la obra silenciosa de Quien se ha complacido en darme constancia y paciencia, a pesar de ser tan desagradecido e indiferente a su amor.
Fray José Ignacio González Villanueva

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