martes, 16 de febrero de 2010

HOMBRE RICO, HOMBRE POBRE



Lc 6, 17. 20-26
No es fácil entender que el bienestar que nos dan la riqueza, la satisfacción, la alegría y la estima de los demás pueda ser un peligro para nuestras almas. Y sin embargo, quien no lo entiende, ya está en un serio peligro de perder su alma.
Tampoco es fácil entender que el malestar que nos producen la pobreza, la insatisfacción, la tristeza y el desprecio de los demás pueda ser un tesoro valiosisísimo para el hombre. Y, sin embargo, quien no lo entiende, corre el riesgo de tirar por la ventana ese tesoro.
Una vez vi como un niño se echó a llorar asustadísimo por un perro que le había ladrado. Su padre tomó en los brazos al niño que gimoteaba ¡perro malo! ¡perro malo! Después de abrazarlo, cuando el niño se había calmado un poco, su padre, empezó a decirle: Es un perrito bueno, no te va a hacer daño porque estás aquí con papá. Además el perrito solo quiere jugar, mira como mueve la cola, ¿ves?, está contento. Cuando el niño vio que su padre jugaba con el perrito y lo acariciaba se le fue pasando el miedo, se atrevió a tocarlo, luego a acariciarlo... y al final no quería marcharse de allí sin el perro. Se habían hecho amigos.
Algo así nos pasa a todos con el malestar, nos da miedo. Necesitamos que alguien nos enseñe a convivir con todo eso, con la pobreza, con la insatisfacción, con las penas de la vida y hasta con el desprecio de los demás. Eso hace Jesús con sus discípulos. Él mismo abraza la pobreza, el dolor, la cruz y todas esas cosas que nos dan miedo para decirnos: si fueran cosas malas yo no estaría abrazado a ellas, no quiero nada malo para vosotros. Ahora venid también vosotros conmigo y comprobaréis cuánta alegría brota de la Cruz.
Otra historia. Es la historia de una chica lista y rica por su casa. Las mejores notas en el colegio y en la universidad: las suyas. Su buen humor y su simpatía la hacían muy popular, tanto que solo hablaban mal de ella los envidiosos. Esquiaba como los pingüinos -no sé si se dice así- y era buena en un montón de deportes y en su álbum de fotos aparecía siempre sonriente. Un día leyó este evangelio y pensó: he recibido mucho, no puedo dejar de dar gracias a Dios. Aparentemente su vida no cambió nada: no se convirtió en una chica tonta, ni se arruinó ni dejó de esquiar ni de sonreir. Sin embargo llegó a una conclusión: todo lo que tengo es prestado, tiene un valor relativo y pasará. Solo Dios basta. Esa chica, desde entonces, lleva siempre consigo una imagen de la Virgen María porque dice que Ella, la Virgen, entendió estas cosas como nadie.

Javier Vicens

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