jueves, 5 de septiembre de 2013

¡¡IMPRESCINDIBLE!! VIDA INTERIOR

Lo único que puede salvar al mundo del colapso moral completo es una revolución espiritual. Si todos los cristianos cumpliéramos con el credo que profesamos, esa revolución se produciría. La expresión fundamental de este espíritu revolucionario la constituyen el deseo de apartarse de lo mundano, el desapego y la unión con Dios.
El ser humano se encuentra en la mayor crisis de su historia porque la propia religión se encuentra en la balanza. El desasosiego actual en cinco continentes, con seres humanos cada vez más temerosos de ser aniquilados, ha puesto de rodillas a muchos.


Hoy el problema religioso real no se trata de las persecuciones a la Iglesia sino en las almas de quienes entre nosotros creen en Dios de corazón y reconocen su obligación de amarlo y servirlo ¡pero no lo hacen!


El mundo en que vivimos, es terreno reseco para la semilla de la verdad de Dios. No puedes amar a Dios a menos que lo conozcas. Y no podrás conocerlo a menos que dispongas de algo de tiempo y algo de paz para orar/meditar, rezar, pensar en El y estudiar Su Verdad. En nuestra civilización el tiempo y la paz no se logran fácilmente. No podemos dedicarnos a Dios sin asumir una vida interior.


Todo lo que hagamos al servicio de Dios debe ser vitalizado mediante el poder sobrenatural de Su Gracia. Pero la gracia no es concedida según la proporción con que nos dispongamos a recibirla mediante la práctica interna de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Estas virtudes exigen un ejercicio pleno y constante de nuestra inteligencia y voluntad. Pero este ejercicio es frecuentemente obstruído por influencias externas que nos enceguecen con la pasión y nos distraen de combatirse mediante una disciplina constante de recogimiento, meditación, oración, estudio, mortificación de los deseos (hoy desapego del ego) y al menos con alguna soledad y aislamiento.


No es deseable ni posible que todo cristiano se retire del mundo e ingrese en un monasterio trapense. Sin embargo el repentino interés de los occidentales por la vida contemplativa parece probar muy claramente una cosa:  que la contemplación, el ascetismo, la oración mental y el apartarse de lo mundano son elementos que los cristianos de nuestra época necesitamos redescubrir inmensamente.  Pío XII ya les recordaba a los católicos que su santidad personal y la unión con Cristo en una honda vida interior es lo más importante de todo.


La malignidad imperante en el mundo moderno debería ser un indicador suficiente de que no sabemos tanto como suponemos. Pero también es cierto que las épocas de mayor desesperación a veces desembocaron en épocas de triunfo y de esperanza.


Por naturaleza el ser humano tiene propensión al bien y NO AL MAL. Y debemos tener en cuenta que además de nuestra naturaleza, disponemos de algo infinitamente mayor: la gracia de Dios, que de modo poderoso nos eleva a la Verdad infinita y no se niega a quien la desea.


TODA LA FELICIDAD DEL HOMBRE E INCLUSIVE SU CORDURA DEPENDEN DE SU CONDICION MORAL. Y como la sociedad no existe para nada en el vacío, sino que está constituída por los individuos que la componen, en última instancia los problemas de la sociedad no pueden ser resueltos sino en los términos de la vida moral de los individuos. Si los ciudadanos son sanos, la ciudad será sana. Si los ciudadanos son animales salvajes, la sociedad será una jungla.


PERO LA MORALIDAD NO ES UN FIN EN SI MISMA. Para un cristiano, la virtud no constituye una recompensa. Dios es nuestra RECOMPENSA. La vida moral conduce a algo que la trasciende: a la experiencia de la UNION CON DIOS, y a nuestra TRANSFORMACION EN EL. Esta transformación se perfecciona en la otra vida y a la luz de la gloria. No obstante, aún en la tierra el ser humano puede saborear de antemano el cielo mediante la CONTEMPLACION MISTICA. Ya sea que la experimente o no, el hombre de fe, ya está viviendo en el CIELO.


El hecho de que la contemplación sea en realidad accesible a escasos hombres no significa que carezca de importancia para la humanidad como un todo. Si, a la larga, la salvación de la sociedad depende de la salud moral y espiritual de los individuos, el sujeto de la contemplación pasa a ser inmensamente importante, dado que la contemplación es un indicador de la MADUREZ ESPIRITUAL. Está íntimamente ligada a la santidad. No se puede salvar al mundo apenas mediante un sistema. Sin la caridad no es posible la paz.


Sabemos que la contemplación es una OBRA DE LA GRACIA.


La Verdad que el ser humano necesita conocer es la realidad trascendente. Nuestra vida cotidiana es una existencia limitada donde, la mayor parte del tiempo, parecemos estar ausentes de nosotros mismos y de la realidad porque nos involucramos en las preocupaciones vanas que acosan los pasos de todo ser humano viviente. Pero hay momentos en los que súbitamente parece que despertamos y descubrimos el significado pleno de nuestra realidad presente. No es posible abarcar esos descubrimientos con fórmulas o definiciones. Son un asunto de EXPERIENCIA PERSONAL, DE INTUICION INCOMUNICABLE. A la luz de tal experiencia es muy fácil darse cuenta de lo trivial de todas las pequeñeces que ocupan nuestras mentes. Allí es cuando recuperamos un poco de la calma y del equilibrio que siempre deberíamos tener y entendemos la vida como un don demasiado grande para dilapidarlo.


La paradoja de la contemplación es que Dios nunca es realmente conocido a menos que también se lo ame. Y sólo podemos amarlo cuando hacemos Su Voluntad (optamos por el Bien). Esto explica por qué el hombre moderno, que sabe tantas cosas, es a pesar de todo, un ignorante. Dado que carece de amor, no logra ver la única Verdad que importa y de la cual dependen todas las demás.


La gloria de Dios resplandece de manera inefable a través de quienes El ha unido a Sí mismo.


De ningún modo la economía cristiana es una mera filosofía o un sistema ético y mucho menos una teoría social.


Cristo no fue un sabio que vino a enseñar una doctrina. El es Dios que se encarnó para efectuar la transformación mística de la HUMANIDAD.


Por supuesto que trajo una doctrina mucho más grandiosa que todo lo que se había predicado antes o hasta entonces. Pero esa doctrina no desemboca en ideas morales o preceptos de ascetismo. LA ENSEÑANZA DE JESUCRISTO ES LA SEMILLA DE UNA NUEVA VIDA. La recepción de la Palabra de Dios mediante la fe inicia la transformación del ser humano. Lo eleva sobre este mundo y sobre su propia naturaleza y transporta sus actos de pensar y desear, a un nivel sobrenatural. Nos volvemos participantes de la naturaleza divina, Hijos de Dios en los que Cristo vive. A partir de ese momento, la puerta de la eternidad se abre por completo en lo profundo del alma humana y nos podemos convertir en contemplativos. Entonces nos asomamos a un abismo de luz tan brillante que es oscuridad. Luego arderemos con el deseo de ver la plenitud de la Luz y como Moisés en la nube del Sinaí clamaremos: ¡MUESTRAME TU ROSTRO!


Para llegar a esta experiencia contemplativa madura es necesario el despojamiento interior (desapego del ego por el camino del autoconocimiento en la repetición de nuestra palabra o frase sagrada (1). Cuando la fe se despliega hacia una comprensión espiritual profunda y se desplaza más allá del alcance de los conceptos hacia la oscuridad que sólo puede ser iluminada por el fuego del amor, el ser humano comienza auténticamente a conocer a Dios del único modo que puede satisfacer su alma.


La persona que se contenta solamente con el conocimiento conceptual de Dios y que no arde para poseerlo mediante el amor, jamás llegará a conocerlo realmente.


Ante todo la vida contemplativa exige apartarse de los sentidos sin rechazar completamente la experiencia sensorial. Se actúa también por encima del plano del razonamiento pero sin olvidar que la razón asume un papel esencial en la ascesis interior. La oración mística o meditación, como lo sabemos, se eleva por encima del funcionamiento natural de la inteligencia, aunque siempre es esencialmente inteligente. En definitiva, la función más elevada del espíritu humano es obra de la inteligencia transformada sobrenaturalmente en la visión beatífica de Dios.


Así y todo la voluntad desempeña un papel integral en toda contemplación dado que, no hay contemplación sin amor. El amor es a la vez el punto de partida de la contemplación y su deleite.


DIOS USUALMENTE CONCEDE ESTE DON A QUIENES SE DESPEGAN DE TODO APEGO.


Finalmente la contemplación mística nos llega como toda gracia, a través de Cristo. La contemplación es la plenitud de la vida de Cristo en el alma y consiste ante todo en la indagación sobrenatural de los misterios de Jesús. Esta obra se realiza en nosotros mediante el E. S. sustancialmente presente en nuestra alma mediante la gracia, junto con las otras dos Divinas Personas. La cúspide suprema de la contemplación es una unión mística con Dios en la cual el alma y sus facultades se dicen “transformadas” en Dios, e ingresan a una participación plenamente consciente de la vida secreta de la Trinidad de Personas al unísono con Su Naturaleza.




El misticismo cristiano tradicional aunque por cierto no es intelectualista en el mismo sentido de la filosofía mística de Platón y sus discípulos, de ningún modo niega lo racional ni lo intelectual.


No existe enemistad alguna entre el misticismo cristiano y la ciencia física, la filosofía natural, la metafísica ni la teología dogmática. La contemplación es supra-racional, sin desdeñar en lo más mínimo la luz de la razón. Los Papas modernos han insistido en la armonía fundamental entre la sabiduría “adquirida” o especulativa y la sabiduría “infundida” que es un don del E. S. y una contemplación auténtica. El Papa Pío XI, al tomar a Santo Tomás de Aquino como modelo para sacerdotes y teólogos, señaló que la santidad de este sabio consistía en la maravillosa conjunción de la ciencia especulativa y la contemplación infusa que se combinaron para alimentar la pura llama de su amor perfecto por Dios de tal modo que toda la teología de Santo Tomás de Aquino tiene una finalidad única: inducirnos en la unión íntima con Dios.


La Iglesia no pretende santificar a los hombres destruyendo su humanidad, sino elevándola con todas sus facultades y dones. Al mismo tiempo la Iglesia no deja que el ser humano se ilusione sobre sí mismo, es decir que la persona humana debe saber de la impotencia de las facultades naturales para lograr la Unión Divina mediante sus propios esfuerzos, esto sería un misticismo falso pues el ser humano no puede lograr nada espiritualmente sólo con el esfuerzo de su propia inteligencia.


En el sentido estricto de la palabra, la experiencia contemplativa es siempre una experiencia de Dios, que no es aprehendido como una abstracción, ni como un Ser distante y extraño, sino como algo íntima e inmediatamente presente en el alma con Su infinita Realidad y Esencia.

 

Esta es la sustancia del misticismo cristiano.
 
Thomas Merton
 
(1) Nota: La meditación u oración centrante u oración de Jesús nos lleva a esta experiencia contemplativa y si Dios lo quiere, nos uniremos con El en la oración pura. No buscamos esto. Esto sucede por GRACIA. La oración es un don. S.T.

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