sábado, 10 de marzo de 2012

DOMINGO III DE CUARESMA

Evangelio
En aquel tiempo, se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora.
Entonces, intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque Él sabía lo que hay dentro de cada hombre
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Juan 2, 13-25
 
El Evangelio de este domingo nos presenta una reacción enérgica de Jesús frente a los que habían convertido en un mercado la casa de su Padre. Este acto significa la purificación del templo de Jerusalén y es un gesto de autoridad que, según la esperanza de los profetas y del pueblo fiel, tenía que realizar el Mesías. A partir de este episodio, el evangelio de San Juan se eleva a la consideración de otro Templo, que es el mismo Jesús.
El templo de Jerusalén había sido profanado no pocas veces por reyes impíos de Judá, o por invasores extranjeros. Cuando se recuperaba la normalidad, se procedía a la purificación. Pero ahora se trataba de una profanación desde el interior de Israel, con un mercadeo que invadía el espacio reservado a significar y vivir la Presencia de Dios.
En el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación a Jerusalén por parte de los judíos piadosos, Jesús realiza un signo impresionante, al estilo de los grandes profetas. Con esta acción, cargada de simbolismo, quiere llevar a sus últimas consecuencias la denuncia de que el Templo, la casa de su Padre, casa de oración, haya sido convertido en lugar de mercadeo, y que la religión del templo, donde se adora a Dios, haya quedado vacía de contenido. No condena el culto a Dios, ni las plegarias; lo que condena es que hayan perdido el contenido y que no tengan incidencia en la vida, que el mismo culto haya sido mercantilizado.
Los judíos intervienen pidiendo signos que justifiquen su proceder y Jesús les responde de manera enigmática aludiendo a su muerte y resurrección: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Él hablaba del templo de su cuerpo y se refería a la resurrección al tercer día de su muerte, como lo entendieron sus discípulos después de los acontecimientos pascuales. Su muerte y resurrección son el signo que legitima su actuación. Todo el pasaje se orienta a esta manifestación de Cristo en su misterio salvador. Él significa el relevo de la antigua Alianza y el final del culto que encarnaba el templo de Jerusalén. Cristo da paso a una Alianza y a un culto nuevo en espíritu y en verdad.
El nuevo Templo espiritual se construye sobre Cristo, muerto y resucitado, fundamento de la nueva Alianza. Por Él también los cristianos son piedras vivas que forman parte de la construcción de un edificio espiritual para ofrecer a Dios sacrificios espirituales, agradables y aceptados por medio de Jesucristo. Cada creyente que vive en comunión con Él, se convierte en piedra viva que hace presente, en medio del mundo, la fuerza salvadora de Dios, que ofrece el culto en espíritu y en verdad, y es la señal del amor del Dios salvador para con la Humanidad entera.
 
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa

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