San Rafael Arnáiz:
Un peregrino que llegó a santo
Los monjes cistercienses de Oseira (Orense) reciben en este Año Santo a más peregrinos que nunca. El Hermano Damián explica que les atrae el ambiente de paz y oración que encuentran en el monasterio. Eso mismo le ocurrió, hace 80 años, a un joven a quien conoció. Un solo día en la Trapa cambió para siempre la vida de san Rafael Arnáiz
El santo antes de ingresar en el monasterio de la Trapa
En este Año jacobeo, el 119 de la Historia, la aglomeración de peregrinos en Santiago va a superar con creces a todos los anteriores. A los monjes de Oseira nos alegra constatar que el peregrinaje se va incrementando cada vez más. En el transcurso del año, peregrinos no sólo españoles pasan por nuestro monasterio. Se ve que les agrada disfrutar del ambiente de paz y alabanza que se respiran en Oseira. Constituye una satisfacción grande para nosotros comprobar este fervor, frente a la increencia que tratan de imponer los gobernantes de turno que estamos soportando y que vacía las almas, los corazones y hasta las cajas de caudales. Ya lo dijo mi querido compañero fray María Rafael Arnáiz Barón, cuando era uno de tantos en la Trapa en 1934: Cuanto más se le destierre a Dios de la sociedad, habrá más miseria. ¡Lo estamos palpando!
¿Quién era Rafael?
Un joven nacido en Burgos en 1911, en una familia bien situada, que se trasladó a Oviedo en 1922. Formado en colegios de la Compañía de Jesús, al terminar el Bachillerato, optó por la carrera de Arquitectura, que inició en Madrid en 1932. Poco antes, su tío don Leopoldo, Duque de Maqueda, acababa de traducir un libro del francés, Del Campo de batalla, a la Trapa. Trata de un capitán francés condecorado por su bravura que renunció a sus condecoraciones para ingresar como hermano lego en la Trapa de Chambarand. El Duque pidió a su sobrino Rafael que le hiciera una portada, y le salió bordada. La lectura le causó a Rafael tal impacto, que le entraron deseos de peregrinar a la Trapa de San Isidro de Dueñas (Palencia), cosa que hizo en otoño de 1930.Le cuenta a su tío, el 11 de octubre de 1930: «Lo que vi y pasé en la Trapa, las impresiones que tuve en ese santo monasterio, no se pueden, o por lo menos yo no sé explicarlas, y solamente Dios lo sabe… Empecé a ver y a sentir una íntima vergüenza de mí mismo cuando, al entrar a saludar al Señor en la iglesia, vi a los monjes cantar el coro, vi aquel altar con aquella Virgen, vi el respeto que tienen en la iglesia los monjes y, sobre todo, oí una Salve que Dios sabe lo que yo sentí… Yo no sabía rezar. A las once de la noche me levanté, me vestí y bajé a la iglesia creyendo que eran las dos de la mañana: después, a las cuatro, me dijo la Misa el padre Armando, a la cual ayudé; vi, claro está, todo el convento, al padre abad. A las ocho pasaba un automóvil para ir a la estación, y Dios, que es tan bueno, quiso que lo perdiera, y me tuve que quedar toda la mañana hasta las dos de la tarde; entonces, me fui al campo, vi a los monjes con sus grandes sombreros trabajando al sol. Si vieras qué pequeños parecen en esas llanuras tan grandes con tanto cielo y, sin embargo, a los ojos de Dios debe ser otra cosa, y no creas que yo al verlos y admirarlos sentí envidia, no, pues tú me has enseñado una cosa muy importante y que te he oído decir muchas veces, que a Dios se va de muchos caminos y de muy distinto modo, unos volando, otros andando, y otros, la mayor parte, a tropezones, y como así lo quiere Dios, así lo quiero yo...»
Tapiz de la canonización de san Rafael Arnáiz
«De ese día me acordaré toda la vida, y en los ratos que tengo de desfallecimiento me acuerdo de mis hermanos, de su monasterio y de sus costumbres, y me animo mucho. Cuando llegué a la estación, el trato de los hombres, después de haber estado con unos ángeles, me produjo cierta repugnancia, te hablo con toda franqueza, y al ver llegar al tren con su imponencia soberbia, tuve deseos de tirar las maletas y volverme a la Trapa».
Los frutos
Dos años más tarde de esa peregrinación a la Trapa, escribe Rafael: «Hace dos años se detuvo en esta abadía un joven mundano, llena la cabeza de… Bueno, no sé lo que aquel hombre tenía en la cabeza. Pasó unos días hospedado entre estos buenos monjes, y como era un enamorado de la música, del color y de todo lo que en sí lleva algo de arte, se impresionó vivamente al escuchar la salmodia en el coro… Se emocionó del silencio de estos hombres, que, lejos del mundo, viven una vida santa, y gozó lo indecible al ver en los campos, vestidos de primavera y llenos de frutas y flores, trabajar a unos hombres vestidos de blanco que, con el sudor de su frente y los callos de sus manos, se ayudan para mantener su cuerpo mientras les dura el destierro y, al mismo tiempo, trabajan para ganar el descanso en la verdadera patria. Cuando aquel joven del mundo vio lo que vio, su alma sufrió un cambio, y quizá el Señor Dios de los trapenses se valió de la impresión de sus sentidos para hacerle pensar. Y el joven pensó... Hoy es un trapense más en el coro, un trabajador más en el campo y un hombre que, queriendo olvidar el mundo, busca el silencio con las criaturas y la paz con Dios. ¡Qué grande es la misericordia del Señor!»
Fray Damián Yáñez
Un peregrino que llegó a santo
Los monjes cistercienses de Oseira (Orense) reciben en este Año Santo a más peregrinos que nunca. El Hermano Damián explica que les atrae el ambiente de paz y oración que encuentran en el monasterio. Eso mismo le ocurrió, hace 80 años, a un joven a quien conoció. Un solo día en la Trapa cambió para siempre la vida de san Rafael Arnáiz
El santo antes de ingresar en el monasterio de la Trapa
En este Año jacobeo, el 119 de la Historia, la aglomeración de peregrinos en Santiago va a superar con creces a todos los anteriores. A los monjes de Oseira nos alegra constatar que el peregrinaje se va incrementando cada vez más. En el transcurso del año, peregrinos no sólo españoles pasan por nuestro monasterio. Se ve que les agrada disfrutar del ambiente de paz y alabanza que se respiran en Oseira. Constituye una satisfacción grande para nosotros comprobar este fervor, frente a la increencia que tratan de imponer los gobernantes de turno que estamos soportando y que vacía las almas, los corazones y hasta las cajas de caudales. Ya lo dijo mi querido compañero fray María Rafael Arnáiz Barón, cuando era uno de tantos en la Trapa en 1934: Cuanto más se le destierre a Dios de la sociedad, habrá más miseria. ¡Lo estamos palpando!
¿Quién era Rafael?
Un joven nacido en Burgos en 1911, en una familia bien situada, que se trasladó a Oviedo en 1922. Formado en colegios de la Compañía de Jesús, al terminar el Bachillerato, optó por la carrera de Arquitectura, que inició en Madrid en 1932. Poco antes, su tío don Leopoldo, Duque de Maqueda, acababa de traducir un libro del francés, Del Campo de batalla, a la Trapa. Trata de un capitán francés condecorado por su bravura que renunció a sus condecoraciones para ingresar como hermano lego en la Trapa de Chambarand. El Duque pidió a su sobrino Rafael que le hiciera una portada, y le salió bordada. La lectura le causó a Rafael tal impacto, que le entraron deseos de peregrinar a la Trapa de San Isidro de Dueñas (Palencia), cosa que hizo en otoño de 1930.Le cuenta a su tío, el 11 de octubre de 1930: «Lo que vi y pasé en la Trapa, las impresiones que tuve en ese santo monasterio, no se pueden, o por lo menos yo no sé explicarlas, y solamente Dios lo sabe… Empecé a ver y a sentir una íntima vergüenza de mí mismo cuando, al entrar a saludar al Señor en la iglesia, vi a los monjes cantar el coro, vi aquel altar con aquella Virgen, vi el respeto que tienen en la iglesia los monjes y, sobre todo, oí una Salve que Dios sabe lo que yo sentí… Yo no sabía rezar. A las once de la noche me levanté, me vestí y bajé a la iglesia creyendo que eran las dos de la mañana: después, a las cuatro, me dijo la Misa el padre Armando, a la cual ayudé; vi, claro está, todo el convento, al padre abad. A las ocho pasaba un automóvil para ir a la estación, y Dios, que es tan bueno, quiso que lo perdiera, y me tuve que quedar toda la mañana hasta las dos de la tarde; entonces, me fui al campo, vi a los monjes con sus grandes sombreros trabajando al sol. Si vieras qué pequeños parecen en esas llanuras tan grandes con tanto cielo y, sin embargo, a los ojos de Dios debe ser otra cosa, y no creas que yo al verlos y admirarlos sentí envidia, no, pues tú me has enseñado una cosa muy importante y que te he oído decir muchas veces, que a Dios se va de muchos caminos y de muy distinto modo, unos volando, otros andando, y otros, la mayor parte, a tropezones, y como así lo quiere Dios, así lo quiero yo...»
Tapiz de la canonización de san Rafael Arnáiz
«De ese día me acordaré toda la vida, y en los ratos que tengo de desfallecimiento me acuerdo de mis hermanos, de su monasterio y de sus costumbres, y me animo mucho. Cuando llegué a la estación, el trato de los hombres, después de haber estado con unos ángeles, me produjo cierta repugnancia, te hablo con toda franqueza, y al ver llegar al tren con su imponencia soberbia, tuve deseos de tirar las maletas y volverme a la Trapa».
Los frutos
Dos años más tarde de esa peregrinación a la Trapa, escribe Rafael: «Hace dos años se detuvo en esta abadía un joven mundano, llena la cabeza de… Bueno, no sé lo que aquel hombre tenía en la cabeza. Pasó unos días hospedado entre estos buenos monjes, y como era un enamorado de la música, del color y de todo lo que en sí lleva algo de arte, se impresionó vivamente al escuchar la salmodia en el coro… Se emocionó del silencio de estos hombres, que, lejos del mundo, viven una vida santa, y gozó lo indecible al ver en los campos, vestidos de primavera y llenos de frutas y flores, trabajar a unos hombres vestidos de blanco que, con el sudor de su frente y los callos de sus manos, se ayudan para mantener su cuerpo mientras les dura el destierro y, al mismo tiempo, trabajan para ganar el descanso en la verdadera patria. Cuando aquel joven del mundo vio lo que vio, su alma sufrió un cambio, y quizá el Señor Dios de los trapenses se valió de la impresión de sus sentidos para hacerle pensar. Y el joven pensó... Hoy es un trapense más en el coro, un trabajador más en el campo y un hombre que, queriendo olvidar el mundo, busca el silencio con las criaturas y la paz con Dios. ¡Qué grande es la misericordia del Señor!»
Fray Damián Yáñez
Alfa y Omega
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