martes, 27 de julio de 2010

TESTIMONIO MISIONERO


Cuatro maristas españoles, asesinados en 1996 en Zaire, al no querer abandonar su labor
Acudieron a la llamada cuando los demás se iban
Acudieron a una llamada de auxilio: hacían falta maristas voluntarios para hacerse cargo de una misión con refugiados ruandeses que se estaba quedando vacía. Sólo unos meses después, cuando la situación empeoró, se mantuvieron firmes. Y les costó la vida
Dos años después del genocidio de Ruanda y Burundi, en 1996, los cuatro maristas españoles de la misión de Bugobe, en la zona de Zaire (desde 1997, República Democrática del Congo) limítrofe con esos países, fueron asesinados por milicianos hutu y arrojados a un pozo. De ello informó, en su día, Alfa y Omega. Eran parte de los nueve misioneros y cooperantes españoles en cuyos asesinatos, entre 1994 y 2000, están presuntamente implicados altos cargos del Gobierno del Presidente ruandés Paul Kagame, cuya visita a España causó polémica la semana pasada. La guerra de los Grandes Lagos perdura aún en algunas regiones del Congo, impulsada por grandes intereses económicos, en los que la ONU ha constatado la intervención de multinacionales. El Hermano José Martín Descarga, que vivía en la cercana misión de Nyangezi, explica que los hermanos Servando Mayor, Miguel Ángel Isla, Fernando de la Fuente y Julio Rodríguez llevaban menos de dos años allí. Servando, de hecho, nunca había estado en misiones, hasta que se ofreció para ésta. Los otros se trasladaron desde otros destinos, para suplir a los maristas ruandeses que, ante las amenazas de repatriaciones forzadas del Gobierno zaireño, «se sintieron inseguros» y «salieron de Zaire».Estos religiosos ruandeses habían fundado la misión de Bugobe en 1994, para «quedarse cerca de su pueblo sufriente y trabajar con los jóvenes refugiados» del campo de Nyamirangwe, uno de los muchos que habían llenado la zona fronteriza. Los españoles acudieron a la llamada del Superior General de la congregación para que, al marcharse esos maristas, no se perdiera «una bonita obra, en línea directa con nuestra vocación, educar a los más necesitados».Eran casi recién llegados, pero «está claro -afirma el hermano Descarga- que estos cuatro hermanos se identificaron con los refugiados. Su vida, su familia estaba en el campo de refugiados. Los tenían que ayudar, educar, animar...» Cuando, en septiembre de 1996, surgieron nuevos enfrentamientos entre rebeldes banyamulenge (los tutsis de las montañas), y el ejército congoleño junto a milicias hutu ruandesas, decidieron quedarse. «No querían ser como las ONG, que se ausentan porque llueve o por una noticia alarmista. Esos días, el dispensario quedaba cerrado y la distribución de alimentos no se hacía».
Que el avión traiga medicinas
Abandonados a su suerte, los refugiados, a los que se habían sumado miles más, huían desorientados sólo para acabar volviendo. A finales de octubre, el Hermano Servando hizo un llamamiento desesperado en COPE: «Hemos renunciado a irnos y pedimos que manden ese avión [destinado a evacuarles] con medicinas». También denunciaba que, más allá de los enfrentamientos, «alguien quiere perseguir [a los refugiados], incluso eliminarlos» en masa. La causa de su muerte no se ha esclarecido, pero una hipótesis es que la provocó esta llamada. El 31 de octubre -prosigue-, varios «hombres armados, vestidos de militares ruandeses o de milicianos» que habían aparecido por la zona, pusieron barreras a la misión, en teoría para protegerlos. Los asesinaron esa misma noche, pero la noticia sólo se confirmó varios días después. Tras ser sacados del pozo con la ayuda de la población local y de postulantes de los misioneros javerianos, fueron enterrados envueltos en los mismos plásticos con las que los refugiados construyen sus tiendas.
María Martínez López
Mi hijo, fruto de una violación, era inocente
Como en otras guerras, en la de Ruanda, además del asesinato en masa, también se utilizó la violación como arma. Se estima que, de esas violaciones, nacieron unos 20.000 niños que, hoy, rondan los 16 años. La BBC ha elaborado un reportaje sobre ellos, con los conmovedores testimonios de dos madres. Una de ellas, Anastasie Kayirangwa, fue violada en grupo, en tres ocasiones distintas, y tuvo que huir de su aldea. A pesar de todo, «no ha habido un solo momento -afirmó, rotunda- en el que no quisiera» a su hija Diane, concebida y nacida en esa horrible situación, y a la que ha criado sola: la violación es un estigma que la ha alejado de su familia y le ha impedido encontrar marido. «No me trae -añadió- recuerdos de 1994. En vez de en eso, pienso en qué comerá y en su educación». La educación de su hijo también es uno de los objetivos prioritarios de otra madre coraje anónima que habló en la BBC. A ella le costó más aceptar a su hijo, al que se sintió tentada de tirar a la letrina del campo de refugiados donde dio a luz: «No le veía como mi hijo. En él veía la imagen de lanzas, machetes, cosas muy malas. Le veía como el hijo de un asesino. Pero, por supuesto, él era inocente. Encontré a otras mujeres que tenían problemas similares. Así que he cambiado; ahora mi hijo ve que estamos unidos».

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