miércoles, 7 de julio de 2010

CARITAS, UN CORAZÓN QUE VE


(José R. Barros / Semanario Alba).

Una de tantas familias españolas típicas: padre y madre -él disfruta de un empleo estable, ella es ama de casa- y dos hijos en la universidad. Todo en orden, sin ningún problema digno de reseñar entre sus miembros. Pero, a comienzos de 2007, en ese hogar se advierten los primeros síntomas de la crisis económica. Al poco tiempo, Juan -nombre ficticio del padre- pierde el empleo. Acaba de cumplir cincuenta años. Tiene que dejar la empresa en la que lleva trabajando 15.
Comienza la búsqueda de un nuevo puesto laboral, tanto más penosa cuanto que se revela como inútil; no parece haber hueco en el mercado para personas de su edad. Ante la falta de ingresos, uno de los hijos tiene que abandonar la universidad. Juan entra en una depresión y se refugia en el alcohol. La familia, para sobrevivir, vende su casa de veraneo de toda la vida, situada en la sierra madrileña. A principios de 2008, Juan, totalmente hundido, abandona a su mujer e hijos para irse a vivir a la calle.
Ésta es una de las historias anónimas con las que Javier Hernando, coordinador general de Cáritas Madrid, acostumbra a encontrarse todas las mañanas sobre la mesa de su despacho. “En Cáritas estamos sintiendo la crisis desde 2007, y el perfil de la gente que desde entonces nos llega es el de emigrantes, jóvenes, parejas que no pueden pagar su hipoteca, personas mayores... Son los nuevos pobres: gentes de clase media que, por su situación de vulnerabilidad social -muchas veces mayor de lo que ellos mismos imaginaban-, no están preparados para resistir la crisis”.
Una red ante el abismo
Por ejemplo: Carlos y Cristina (nombres supuestos). Han accedido a una vivienda de protección pública, pero el súbito desempleo de la pareja les impide pagar una deuda de 9.000 euros. El tiempo pasa, Carlos y Cristina no saben qué hacer, se colapsan, y cuando ya no disponen de margen para negociar, acuden a Cáritas, desesperados, para pedir ayuda. Demasiado tarde; el banco les acaba de embargar el piso.
Ante casos tan dramáticos como éstos, la pregunta es siempre la misma: ¿qué hacer? “Nuestro protocolo de actuación es siempre el mismo: ver, juzgar y actuar”, señala Hernando. “Un 34% de las personas que acuden a nosotros vive en soledad, no dispone de esas redes familiares tan importantes para los momentos de crisis. En estos casos, instituciones como Cáritas cumplen un papel de apoyo y orientación clave”.
Fue el caso de Mohamed. Trabajador en el sector de la construcción en Madrid, concluyó su contrato temporal sin haber encontrado antes otro empleo. Tras un periodo de intensa búsqueda, vio cómo le surgía un nuevo trabajo en Mallorca, pero antes tenía que esperar dos meses y no disponía ni del alojamiento ni del dinero suficiente para resistir todo ese tiempo. Hernando señala que “sin la red de Cáritas no hubiese podido alcanzar el segundo empleo; por eso son tan importantes las casas de acogida que ofrecemos”.
La historia de Mohamed es un caso más de los cientos de miles de parados que está produciendo la defunción del negocio urbanístico. El perfil típico es el de hombres con edades comprendidas entre los cuarenta y los cincuenta años y de nacionalidad extranjera -búlgaros, magrebíes, subsaharianos, sudamericanos...- que llegaron hace quince años convocados por el boom inmobiliario y que han pasado de cobrar 3.000 euros al mes como albañiles a no ganar nada, y a no tener expectativas de hacerlo en el futuro.
Manuel Lorente, orientador laboral en un centro madrileño de Cáritas, coincide con Hernando al describir el nuevo perfil de vulnerabilidad social: “Son personas con serio riesgo de exclusión. Llevan más de dos años en paro, ya han agotado las prestaciones y los subsidios sociales, pero las facturas y las deudas siguen llegando. Estamos empezando a ver personas que pasan auténtica hambre, pero que, por el momento, se palía gracias a los comedores”.
Algunas situaciones, como la de Mijaíl (nombre supuesto), son especialmente dramáticas: apenas sabe hablar español, tiene un hijo deficiente, lleva dos años desempleado y su mujer acaba de ser ingresada en el hospital aquejada por una grave enfermedad.
Sin raíces
“En Cáritas”, apunta Cuca Villalba, coordinadora del centro, “a esta familia se le brindan alimentos, un dinero para pagar el alquiler y una orientación para que se reinserten en el mercado laboral. Pero son cuasi analfabetos, por lo que su reubicación laboral es muy difícil. Se les llamó para que vinieran a edificar España, pero ahora se les dice que sobran, que se vuelvan a sus países, pero ante todo son personas y como tal hay que tratarlos”.
Aunque no todas las personas que acuden a Cáritas son extranjeros. Pedro y Teresa son un matrimonio español con tres hijos, el más pequeño de dos años. El marido está sin trabajo, y muy de vez en cuando hace alguna “chapuza” -como el mismo dice- en el sector de la construcción, que es su oficio. Por supuesto, no cotiza; se trata de empleo sumergido. Teresa trabaja algunas horas en el servicio doméstico. Desde su parroquia se les ayuda con los alimentos, pero las deudas contraídas les están asfixiando.
En los casos de algunos extranjeros se añade un factor cultural importante: hay países donde el núcleo familiar tiene muy poca fuerza. Se producen muchos casos de abandonos domésticos y de familias monoparentales, casos que ahora también empiezan a ser frecuentes entre españoles. Estos hogares, por su especial vulnerabilidad, necesitan el apoyo que no pueden proporcionarse por sí mismos.
Por ejemplo: Margaret. Es guineana, soltera, con tres hijos menores, y lleva cinco años en España, habiendo pasado por varios recursos residenciales debido a los abusos y malos tratos que ha sufrido por parte de su anterior pareja.
Su hija pequeña tiene tres años y sufre una discapacidad, ha sido operada varias veces y actualmente está en proceso de valoración de dependencia. Además, la niña necesita unas prótesis, pero la Seguridad Social no se hace cargo. El subsidio de Margaret es de 420 euros. Desde Cáritas le están buscando un colegio especial a la niña para que la madre pueda encontrar empleo.
La falta de cualificaciones laborales -y a veces también de habilidades sociales- de estos parados hace si cabe más complicada la ya de por sí difícil búsqueda de empleo en los actuales momentos de crisis. Y, pese a que en los últimos meses el sector hostelero ha crecido un 40%, aun así esto no parece suficiente para absorber toda la mano de obra sobrante de otros trabajos.
De este modo, muchas personas traspasan el fino umbral de la vulnerabilidad para verse de pronto sumergidas en la marginalidad. Lorente cuenta que “éste es el caso de un chico que nos visitó hace poco. Carece de una red familiar, no sabe español y de pronto se ha encontrado solo, sin poder pagar el alquiler y en la calle”.
La adicción de ayudar
Sin embargo, las dificultades no parecen desanimar al voluntariado. Hernando y Lorente coinciden en señalar tanto el aumento de las colectas en las parroquias (desde 2008 se reciben en Cáritas más donaciones con cantidades pequeñas pero constantes) como el mayor número de personas que ponen sus capacidades al servicio de los demás.
Sólo en la diócesis de Madrid hay 6.513 personas comprometidas que destacan por el alto grado de exigencia en su trabajo. ¿Cuál es el motivo último para tanto esfuerzo? Según Villalba, la adicción. “Yo empecé viniendo una tarde a la semana y ahora vengo cuatro mañanas y dos tardes. Dar es lo más satisfactorio que hay, y al final se acaba convirtiendo en una adicción”.
Se confirma que, también en la economía -tal y como recuerda Benedicto XVI en su última encíclica-, “la gratuidad es un don”, y el que da, al final, es quien más recibe.

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