Tienen todos en común algo así como un denuedo, una obsesión, un algo raro y poco natural que asusta un poco. En el caso de los conversos se trata de una perfección sobrenatural que no tiene remedio y, en el de los rebotados, de una perversión muy natural de la que podrían curarse si se quisieran a sí mismos como aman al prójimo.
Tanto unos como otros reconocen algún tipo de error en su vida anterior y hablan mucho de ello. Pero los conversos -san Agustín, por ejemplo- admiten que tuvieron parte de culpa y demuestran que han mejorado. Los rebotados solamente encuentran satisfacción en demostrar que fueron otros -sus padres, la sociedad, etc- los culpables.
Los conversos hablan de sus errores pasados para repudiarlos y muestran su presente amor a Dios y al prójimo hablando bien de todos.
Los rebotados solo hablan bien de sí mismos y se presentan como víctimas cuyos lamentos deben escucharse hasta el fin de los tiempos y ser vengados con la humillación de sus verdugos. Están convencidos de que, denigrando a los culpables de sus desdichas, sirven a Dios. Por eso necesitan conversión. Si pudieran perdonarse sus errores no hablarían tal mal de aquellos que los quisieron más de los que ellos mismos se quieren.
Somos así los rebotados. Vengativos. Si no nos convertimos la vida eterna será para nosotros un lamento estéril, una acusación injusta y un grito que nadie escuchará. Porque nadie se atreverá a querernos, ni a escucharnos, ni a pedirnos perdón.
Tanto unos como otros reconocen algún tipo de error en su vida anterior y hablan mucho de ello. Pero los conversos -san Agustín, por ejemplo- admiten que tuvieron parte de culpa y demuestran que han mejorado. Los rebotados solamente encuentran satisfacción en demostrar que fueron otros -sus padres, la sociedad, etc- los culpables.
Los conversos hablan de sus errores pasados para repudiarlos y muestran su presente amor a Dios y al prójimo hablando bien de todos.
Los rebotados solo hablan bien de sí mismos y se presentan como víctimas cuyos lamentos deben escucharse hasta el fin de los tiempos y ser vengados con la humillación de sus verdugos. Están convencidos de que, denigrando a los culpables de sus desdichas, sirven a Dios. Por eso necesitan conversión. Si pudieran perdonarse sus errores no hablarían tal mal de aquellos que los quisieron más de los que ellos mismos se quieren.
Somos así los rebotados. Vengativos. Si no nos convertimos la vida eterna será para nosotros un lamento estéril, una acusación injusta y un grito que nadie escuchará. Porque nadie se atreverá a querernos, ni a escucharnos, ni a pedirnos perdón.
Javier Vicens Hualde
Rector Santuario de Las Virtudes (Villena-Alicante)
Su blog está recomendado en éste. Si pinchas AQUÍ podrás visitarlo.
1 comentario:
Gracias un abrazo desde mi corazon de CRISTO
ADRI
Publicar un comentario