sábado, 1 de enero de 2011

SOLEMNIDAD DE STA. MARÍA MADRE DE DIOS

Evangelio


En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.


Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Lucas 2, 16-2
 
Dios quiso que la alegría de su corazón por el nacimiento de su Hijo llegara pronto a la tierra. De proponer la fiesta de Dios se encargaron los ángeles, que del cielo bajaron a anunciar una buena noticia que será una gran alegría. Y de los ángeles, la alegría de Dios pasó a los pastores, que fueron a ver lo que había sucedido y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en un pesebre. Y también ellos corrieron la voz de todo lo que se decía de aquel Niño. Mientras tanto, la Virgen callaba y conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Era su modo de sumarse a la fiesta de Dios. María, en Navidad, no habla; ya lo había dicho todo ante el misterio de la Encarnación: allí mostró los sentimientos de su corazón. «Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador». Es en este clima de fiesta en el que María conserva y medita en su corazón la alegría de que Dios esté contento con su maternidad. Se puede decir que Dios canta en el cielo su Magnificat por la colaboración encontrada en la maternidad de María; y María, en el suyo, canta en la tierra su alegre y humilde disponibilidad para el plan salvador de Dios.



Se puede decir que toda la fiesta que narra este relato evangélico, si bien tiene su motivo en la natividad del Hijo de Dios, es también fiesta por la maternidad divina de María. De hecho, la alusión que el evangelista san Lucas hace de la madre de Jesús la sitúa en el centro mismo del misterio de la vida. Como dijo Chesterton, «no se puede pensar en un recién nacido sin pensar en su madre». En efecto, más allá de cualquier otra relación de María con el misterio de su Hijo, todo empieza en ella porque es madre. Así lo recuerda san Pablo: «Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer». María, ante todo, es cuna de la vida de Jesús; ser madre la aproxima al misterio del Dios de la vida. María refleja en su maternidad la vocación de toda mujer: ser en su corazón y en su vientre cuna de la vida. Maternidad y vida están unidas indisolublemente.


Pues bien, si la maternidad une al niño y a la madre con una relación tan íntima, eso es justamente lo que ha sucedido entre Jesús y María: Él se ha convertido en hijo de María y ella en madre del Hijo de Dios. En eso consiste la divina maternidad de María: su privilegio es ser la Madre del Hijo que es Dios. María es la Madre de Dios, la Theotokos, como la aclamó el pueblo de Éfeso (año 431), tras la proclamación de los Padres conciliares. Dios, en efecto, quiso una madre que se convirtiera en colaboradora de la pasión salvadora de su corazón. Como dice un autor contemporáneo, el Dios Altísimo se hizo Bajísimo, al encarnarse en María para la salvación de los hombres.


+ Amadeo Rodríguez Magro
obispo de Plasencia

1 comentario:

Anónimo dijo...

Con Maria como ejemplo, oremos y meditemos el Misterio de Encarnación,
Como Los pastores y Los angeles demos gloria a Dios Cantando sus
alabamzas, mientras comunicamos a los
hombres la Buena noticia,
Sigamos este año, de la mano de María
Caminando al encuentro del Jesús, aunque ya se acabo la octaba de Navidad, seguimos de fiesta porque
este Niño nos trae la libertad