domingo, 5 de septiembre de 2010

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


La Palabra de hoy es algo desconcertante. Si en otros párrafos de la Escritura nos habla Jesús del amor a los demás en un tono de humildad, ahora parece que se cambian los acentos. El Señor reivindica para sí el amor más grande que pasa por encima incluso de los amores más cercanos.

Mucha gente acompañaba al Maestro por el camino. Entre esas personas había de todo tipo de gente. Unos le acompañaban porque descubrieron en Él a alguien a quien merecía la pena seguirle. Otros le seguían por interés y algunos por curiosidad. Se volvió y les empezó a explicar lo difícil que es acompañarle. Ellos le estaban siguiendo físicamente, pero ahora Jesús les expone la necesidad de seguirle con el interior, con el amor más profundo.

Los seres humanos, incluso los que intentamos llevar un seguimiento de Jesús con una cierta dignidad, siempre podemos caer en la tentación de dejarnos absorber por otras situaciones de la vida. Puede ser el trabajo, los amigos, las dificultades e incluso nosotros mismos. La mayor dificultad que tenemos las personas para seguir a Cristo no está en los demás, ni en los que me dan alegrías o los que me dan penas. Mi mayor obstáculo puedo ser yo mismo si no soy capaz de poner a cada situación y cada persona en el lugar que les corresponde en mi vida.

No es que Jesús haga un desprecio al amor hacia los más cercanos. No nos dice que les dejemos de amar. Lo que nos recuerda es que la fuente del amor, el amor más grande lo tenemos que tener hacia Dios; de esa fuente nacerá la enseñanza para aprender a amar de verdad a los otros.

Muchos de los amores de la vida nos pueden apartar del camino del amor verdadero. Creemos que nos enamoramos de las personas pero ese amor se puede convertir en una trampa para nuestra libertad. Los amores que hay que superar están en personas físicas a las cuales podemos ver y tocar.

Jesús nos anima a amarle más allá de lo físico, por eso su amor aparece como más exigente. Seguir al Señor necesita de un amor más fuerte porque sus exigencias son mayores.

Seguir a Cristo es intentar vivir como Él vivió. Su vida fue una total entrega por encima de los lazos familiares y de las relaciones filiales. Instauró una nueva forma de relación entre los seres humanos: ver a todos, de una manera especial a los más débiles y necesitados, como miembros de la propia familia de Dios, de esa manera todos pasamos a la categoría de hermanos en el Señor.

Dice que debemos de renunciar a todo lo que tenemos para ser discípulo suyo. Amar a Cristo es preferirlo sobre otros amores.

Las renuncias no se refieren solamente a cosas físicas pues hay muchas personas que dan el corazón a cosas materiales. La renuncia que Jesús nos pide pasa también por renunciar a nosotros mismos.

Hay personas que han sido capaces de desprenderse en el seguimiento de Jesús de las cosas materiales. No son ambiciosos. Pero, sin embargo, el camino de discípulo no ha llegado a plenitud porque no ha sabido desprenderse de sí mismo: de sus manías y obsesiones, de sus traumas y cerrazones. Estos creen que son discípulos pero no lo son porque o bien no han querido o no han podido sentir el amor de Cristo en plenitud. Solamente hay una cosa más difícil que desprendernos del amor a las cosas materiales y de las personas que nos rodea, y es precisamente desprendernos de nosotros mismos. Cuando estamos muy centrados en nuestra vida, cuando estamos obsesivamente preocupados por nosotros, por nuestro futuro, por nuestra situación, es muy difícil que el amor de Dios perdure en nosotros ya que nuestros intereses serán otros. Quien sigue a Cristo tiene pocas preocupaciones por sí mismo ya que en el Señor encuentra en cantidad lo que otros no le pueden ofrecer.

* * *

¿Qué sobre y qué falta en tu vida para seguir de verdad a Cristo?
¿Realmente el Señor llena tu vida?
En tu escala de valores ¿Qué lugar ocupa Cristo?
¿Solicitas ayuda a otras personas para tratar de superarte a ti mismo en el seguimiento de Cristo? ¿Por qué?


Padre Mario Santana Bueno

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