Después de celebrar la Solemnidad del Corazón de Jesús, recordamos el de su Madre. María. Como indica el nombre de la fiesta su Corazón es inmaculado porque ella es la “llena de gracia”.
El Evangelio de hoy nos habla del interior de María desde diversas perspectivas. Vemos el dolor de la Madre buscando ansiosamente al Hijo. Y hay esa pregunta, que no necesariamente hemos de entender como un reproche: “¿por qué nos has tratado así?”. Y hay también una respuesta del Niño en forma de preguntas. Por ellas Jesús remite la angustia de María y de José al nivel sobrenatural. Se preocupaban por Él, encargados de su cuidado y educación, y Jesús los lleva a entrar con Él en la “gran preocupación” del Padre. Jesús se ocupa de las cosas de Dios, pues ha venido a hacer su voluntad, y el misterioso cumplimiento de esa voluntad, que pone en juego toda su existencia humana es abierto con mayor profundidad a sus padres: para que también ellos entren.
María, durante su vida terrena fue creciendo en la comprensión de los misterios divinos. Ello no menoscaba que sea llena de gracia. Al contrario, muestra como el don del Señor opera interminablemente en el interior de los hombres. Dice el texto que en aquellos momentos no comprendieron la respuesta y, sin embargo, las palabras no fueron desechadas. Encontraron cobijo en el corazón de María que volvió sobre ellas una y otra vez. Por esa interiorización la Virgen se va uniendo más a la misión de su Hijo y lo acompañará hasta el Calvario.
María participará de los sufrimientos de su Hijo y lo hará desde lo profundo de su corazón, con todo su ser. Para nosotros, que como María hacemos preguntas a Dios, aunque no siempre tan motivadas, es un ejemplo de cómo acoger las respuestas del Señor. No hay réplica en María, ni discusión estéril. Siempre pregunta lo justo dejando que la respuesta de Dios se instale en ella y vaya fecundando su ser, mostrando toda su fuerza lentamente. Al igual que no supo que sería la Madre del Redentor hasta que se lo anunció el ángel, hay otras cosas que desconoce: pero ni se precipita para saberlas ni, cuando tiene noticia, reduce lo que se le dice a sus preconceptos.
Por eso queremos entrar también en ese corazón, que nos enseña a escuchar el Corazón del Hijo. En su corazón no hay mancha de pecado, y sin embargo si que hay dolor, porque se asocia al sacrificio de su Hijo; es totalmente santo, pero peregrina en este mundo. Ama intensamente, pero ello no le supone ausencia de dificultades. Pero es un Corazón inmenso, modelado por la gracia divina y abierto para que los hombres encontremos refugio en él.
Inmaculado corazón de María, ser mi salvación.
El Evangelio de hoy nos habla del interior de María desde diversas perspectivas. Vemos el dolor de la Madre buscando ansiosamente al Hijo. Y hay esa pregunta, que no necesariamente hemos de entender como un reproche: “¿por qué nos has tratado así?”. Y hay también una respuesta del Niño en forma de preguntas. Por ellas Jesús remite la angustia de María y de José al nivel sobrenatural. Se preocupaban por Él, encargados de su cuidado y educación, y Jesús los lleva a entrar con Él en la “gran preocupación” del Padre. Jesús se ocupa de las cosas de Dios, pues ha venido a hacer su voluntad, y el misterioso cumplimiento de esa voluntad, que pone en juego toda su existencia humana es abierto con mayor profundidad a sus padres: para que también ellos entren.
María, durante su vida terrena fue creciendo en la comprensión de los misterios divinos. Ello no menoscaba que sea llena de gracia. Al contrario, muestra como el don del Señor opera interminablemente en el interior de los hombres. Dice el texto que en aquellos momentos no comprendieron la respuesta y, sin embargo, las palabras no fueron desechadas. Encontraron cobijo en el corazón de María que volvió sobre ellas una y otra vez. Por esa interiorización la Virgen se va uniendo más a la misión de su Hijo y lo acompañará hasta el Calvario.
María participará de los sufrimientos de su Hijo y lo hará desde lo profundo de su corazón, con todo su ser. Para nosotros, que como María hacemos preguntas a Dios, aunque no siempre tan motivadas, es un ejemplo de cómo acoger las respuestas del Señor. No hay réplica en María, ni discusión estéril. Siempre pregunta lo justo dejando que la respuesta de Dios se instale en ella y vaya fecundando su ser, mostrando toda su fuerza lentamente. Al igual que no supo que sería la Madre del Redentor hasta que se lo anunció el ángel, hay otras cosas que desconoce: pero ni se precipita para saberlas ni, cuando tiene noticia, reduce lo que se le dice a sus preconceptos.
Por eso queremos entrar también en ese corazón, que nos enseña a escuchar el Corazón del Hijo. En su corazón no hay mancha de pecado, y sin embargo si que hay dolor, porque se asocia al sacrificio de su Hijo; es totalmente santo, pero peregrina en este mundo. Ama intensamente, pero ello no le supone ausencia de dificultades. Pero es un Corazón inmenso, modelado por la gracia divina y abierto para que los hombres encontremos refugio en él.
Inmaculado corazón de María, ser mi salvación.
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