El cardenal vietnamita
Nguyên Van Thuân
Te toca a Ti hablar
Francis Xavier Nguyên Van Thuân, más tarde cardenal de la Iglesia, cuyo proceso de beatificación ha sido abierto por Benedicto XVI, pasó 13 años en prisiones vietnamitas, la mayor parte del tiempo con la única presencia de Jesús-Eucaristía. Su hermana, Elizabeth Nguyên Thi Thu Hong, ha dado este desgarrador testimonio
Su única fortaleza era la Eucaristía. Eso fue lo que le mantuvo vivo y sano durante sus 13 años de cautiverio, 9 de los cuales los pasó en confinamiento solitario. Cuando le arrestaron, el 15 de agosto de 1975, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, tuvo que marcharse con lo puesto, aunque se le permitió escribir una carta a la familia para pedir algunos efectos personales. Escribió: «Por favor, enviadme un poco de vino como medicina para mi dolor de estómago». Entendieron de inmediato. Unos días más tarde, los guardas le entregaron un pequeño paquete con medicina para el estómago, y otro que contenía obleas.
En su libro Cinco panes y dos peces (en español, ed. Ciudad Nueva), Van Thuân cuenta que muchas veces estuvo tentado, atormentado, por el hecho de, tras haber adquirido una larga experiencia pastoral (era sacerdote desde 1953, y obispo, desde 1967), verse aislado, inactivo. Una noche escuchó una voz en su corazón: «¿Por qué te atormentas tanto? Debes escoger entre Dios y el trabajo de Dios. Debes escoger sólo a Dios, y no sus trabajos».
Los comunistas le encerraron en un buque de carga con otros 1.500 prisioneros hambrientos y desesperados, y vio su desesperación y deseo de venganza. Se dio cuenta en seguida de que acababa de encomendársele una catedral llena de fieles que necesitaban pastor. Los sostuvo durante los 10 días que duró el viaje. Después, en la prisión de Vinh Quang, Van Thuân contaba: «Por la noche, los prisioneros hacían turnos para la adoración. Con Su presencia silenciosa, Jesús-Eucaristía nos ayudaba en formas inimaginables. Muchos cristianos volvieron a una vida de fe llena de fervor, y su ejemplo silencioso de servicio y amor tuvo un gran impacto en otros prisioneros. Incluso budistas y otros no cristianos se unieron en la fe. La fortaleza de la presencia amorosa de Jesús era irresistible. La oscuridad de la prisión se convirtió en una luz pascual; y la semilla germinó en la tierra durante la tormenta. La prisión fue transformada en una escuela de catequesis. Los católicos bautizaron a otros prisioneros y se convirtieron en sus padrinos».
En su libro Cinco panes y dos peces (en español, ed. Ciudad Nueva), Van Thuân cuenta que muchas veces estuvo tentado, atormentado, por el hecho de, tras haber adquirido una larga experiencia pastoral (era sacerdote desde 1953, y obispo, desde 1967), verse aislado, inactivo. Una noche escuchó una voz en su corazón: «¿Por qué te atormentas tanto? Debes escoger entre Dios y el trabajo de Dios. Debes escoger sólo a Dios, y no sus trabajos».
Los comunistas le encerraron en un buque de carga con otros 1.500 prisioneros hambrientos y desesperados, y vio su desesperación y deseo de venganza. Se dio cuenta en seguida de que acababa de encomendársele una catedral llena de fieles que necesitaban pastor. Los sostuvo durante los 10 días que duró el viaje. Después, en la prisión de Vinh Quang, Van Thuân contaba: «Por la noche, los prisioneros hacían turnos para la adoración. Con Su presencia silenciosa, Jesús-Eucaristía nos ayudaba en formas inimaginables. Muchos cristianos volvieron a una vida de fe llena de fervor, y su ejemplo silencioso de servicio y amor tuvo un gran impacto en otros prisioneros. Incluso budistas y otros no cristianos se unieron en la fe. La fortaleza de la presencia amorosa de Jesús era irresistible. La oscuridad de la prisión se convirtió en una luz pascual; y la semilla germinó en la tierra durante la tormenta. La prisión fue transformada en una escuela de catequesis. Los católicos bautizaron a otros prisioneros y se convirtieron en sus padrinos».
Encarcelados con Jesús-Eucaristía, muchos prisioneros recibieron la gracia de comprender que cada momento presente de sus vidas en las condiciones más inhumanas puede unirse al supremo sacrificio de Jesús y elevarnos en un acto de solemne adoración a Dios Padre. Cada día, Van Thuân se recordaría a sí mismo y a los demás la oración: «Señor, haz que podamos ofrecer el sacrificio eucarístico con amor, que aceptemos cargar la cruz y nos clavemos a ella para proclamar Tu gloria, para servir a nuestros hermanos y hermanas».
Yo ya he hablado mucho
Durante su cautiverio en solitario, celebraba misa todos los días alrededor de las 3 de la tarde, la hora de la agonía y muerte de Jesús. Llevaba siempre en el bolsillo de su camisa el santo Sacramento, y repetía: «Jesús, Tú y yo, y yo en Ti», adorando al Padre.
El 7 de octubre de 1976, día de Nuestra Señora la Virgen del Rosario, hizo esta reflexión: «Estoy feliz de estar aquí, en esta celda, donde crecen hongos en mi catre, porque Tú estás aquí conmigo, porque Tú quieres que viva aquí contigo. Yo ya he hablado mucho durante mi vida. Ahora ya no hablo. Te toca a Ti hablarme a mí, Jesús. Te estoy escuchando».
El 7 de octubre de 1976, día de Nuestra Señora la Virgen del Rosario, hizo esta reflexión: «Estoy feliz de estar aquí, en esta celda, donde crecen hongos en mi catre, porque Tú estás aquí conmigo, porque Tú quieres que viva aquí contigo. Yo ya he hablado mucho durante mi vida. Ahora ya no hablo. Te toca a Ti hablarme a mí, Jesús. Te estoy escuchando».
El cardenal vietnamita Nguyên Van Thuân
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