«Vais a tener que ir a Roma para la canonización de Juan Pablo II, así que id ahorrando ya». La semana pasada, el cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia y ex secretario del Papa polaco, dio este consejo a un grupo de jóvenes del colegio CEU San Pablo Montepríncipe, que tuvieron una audiencia con él, durante una peregrinación a Polonia. Al preguntarle qué se sabía sobre la fecha de la celebración, respondió: «Tened paciencia. Os puedo decir que no vamos a tener que esperar mucho; todo está casi hecho».
El grupo de jóvenes, estudiantes de Bachillerato, sólo conocieron al Papa polaco durante su infancia. Por eso, el cardenal Dziwisz, en primer lugar, quiso presentárselo: «Era un hombre de Dios. Tenía muchísimos talentos –poeta, escritor...–» y también una gran afición por el deporte; por ejemplo, por el fútbol. «Pero era –añadió–, sobre todo, una persona de fe y de oración. Se dejó llenar por horas de oración. Tenía un amor muy profundo dentro, que venía de su contacto con el Señor en la oración». Ya era así antes de ser Papa, «y no necesitó ningún cambio». Esta profunda unión con Dios hacía que «su vida fuera siempre muy creativa. Él nunca paraba porque siempre caminaba con el Señor. Por ejemplo, nunca miraba lo escrito en años anteriores para Navidad, Pascua... y sin embargo nunca se repetía».
Una vida marcada por el sufrimiento... y la esperanza
También subrayó su cercanía a los jóvenes: «Vio que los jóvenes buscan, preguntan, y que hay que responder a esas preguntas y enseñarles la belleza de su juventud y de la vida en general. Conocía a los jóvenes, sabía que son muy sensibles a la verdad y la belleza». Ofreciéndoles respuestas desde esta perspectiva, «creó unas relaciones muy cercanas y cordiales con ellos, y les sigue inspirando».
Otro factor muy importante en la vida del Beato, añadió su ex secretario, es el sufrimiento, desde el quedarse sin familia desde muy joven, sufrir un atropello, la guerra y la ocupación comunista, el atentado de 1981... hasta sus últimos días. «Pero él nunca se quejaba. Siempre decía que el sufrimiento tiene sentido, y que la muerte también. Decía que toda la vida lleva a la muerte, pero detrás de la muerte hay una vida nueva. El último día de su vida, se despidió de todos y quiso quedarse solo con el Señor». Para ello, «pidió que se le leyera el evangelio de san Juan. Así se preparó para pasar a la Casa del Padre». Por todo ello, el cardenal polaco cree que «su muerte fue un proceso de evangelización», que permitió «devolver la dignidad a las personas que se están muriendo».
«Cuando tengo dificultades, me ayuda»
El cardenal Dziwisz subrayó a continuación la enorme cantidad de relatos de presuntos milagros recibidos para la Causa. «Por eso, sólo hacía falta escoger alguno para analizarlos». Entre ellos, son frecuentes las curaciones de cáncer y los casos de parejas estériles que, por su intercesión, lograron tener un hijo. Contó asimismo cómo su oración, estando aún vivo, también logró curaciones. Cuando se le preguntaban por estos casos, «él respondía: El hombre no puede hacer milagros; sólo Dios. Yo, cuando tengo dificultades, siempre acudo a él, y le digo: Padre Santo, yo te serví durante 39 años, ahora me tienes que ayudar tú. Y me ayuda. Mi consejo para vosotros, ante las dificultades, y también ante las cosas del corazón, es: acudid a él; pedid, por su intercesión, todas las gracias que necesitéis».
María Martínez López en Alfa y Omega
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