sábado, 28 de julio de 2012

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberiades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para probarlo, pues bien sabía Él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo, todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda». Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Éste es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo».
Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña Él solo.

Juan 6, 1-15
 
Jesús se compadece de la multitud que le seguía y la instruye con su enseñanza, y se conmueve también al ver su necesidad material, y por eso sacia su hambre de pan. Esta multiplicación de los panes y los peces representa un momento fundamental en su vida pública y en su enseñanza, pero además tiene un sentido simbólico más profundo. Comenzamos a leer el capítulo sexto del evangelio de san Juan, el discurso del Pan de vida, en el que se pone de manifiesto la importancia de la Eucaristía y la centralidad de la persona de Jesucristo para saciar el hambre de plenitud del ser humano. La multiplicación de los panes y los peces hará que sea reconocido como el nuevo Moisés. A la vez, es un gesto profético que anuncia la Eucaristía que Jesús instituirá en la Última Cena. Es un don para todos aquellos que le siguen, para todos los que han escuchado sus palabras, han creído por sus obras y han puesto su esperanza en Él. La celebración eucarística está orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la Comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros: «En verdad en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros». Comulgar significa dejarse llenar de vida por Cristo, significa entrar en una dinámica de unión vital con Él, y por Él con el Padre y el Espíritu Santo. El fruto principal de cada celebración eucarística ha de ser un crecimiento en la comunión con Dios y con los hermanos.
Jesús distribuye el pan a la multitud hambrienta, y todos quedan saciados. Ahora bien, comprobamos que el Señor requiere la colaboración de un muchacho que aporta los cinco panes y los dos peces. Esto significa que, en la misión de la Iglesia, cada uno ha de colaborar con su personal aportación, que puede ser pequeña y sencilla, pero que es necesaria, más aún, es imprescindible. El milagro que contemplamos hoy se produce cuando un muchacho está dispuesto a compartir sus bienes y el apóstol Andrés da noticia de ello. El resto, es cosa de Jesús.
El cardenal François-Xavier Van Thuan, obispo vietnamita que pasó trece años en la cárcel bajo el régimen comunista, confiesa, en su libro Cinco panes y dos peces, que pasó en la prisión por momentos de gran dificultad, llegando a estar agotado y sin fuerzas para orar o meditar. En esos momentos, buscó un modo para recuperar lo esencial del mensaje de Jesús y lo esencial de la oración. Y según relata en el libro, recordando el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces, pensaba: «Quiero ser el muchacho que ofreció todo lo que tenía. Casi nada, cinco panes y dos peces, pero era todo lo que tenía, para ser instrumento del amor de Jesús».
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa

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