sábado, 4 de febrero de 2012

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca».
Él les responde:
«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Marcos 1, 29-39
 
El evangelio del próximo domingo nos presenta el reportaje de lo que era una jornada en la vida de Jesús. Después de enseñar en la sinagoga, se acerca a la casa de Pedro, y cura a su suegra, que estaba en cama con fiebre; al anochecer, le llevan todos los enfermos y poseídos; cura a muchos enfermos y expulsa a los demonios. De madrugada, se retira a un lugar apartado para orar; después marcha a predicar el Reino a otros pueblos y aldeas. La jornada de la vida de Jesús estaba compuesta fundamentalmente de tres elementos: predicación del Reino, curación de los enfermos y oración. Contemplamos, maravillados, a Jesucristo que se levanta de madrugada, busca un lugar tranquilo y entra en oración. En la oración llega al culmen de su intimidad con el Padre y alcanza la plenitud su conciencia filial. El Maestro era un hombre que se entregaba a la oración y les enseñaría a sus discípulos a orar en todo momento, sin desfallecer. En su vida alternaba la contemplación y la acción, la predicación del Reino, la curación de los enfermos y el encuentro con el Padre. Pero el centro que unifica toda su existencia, todo su ministerio, es su unión con el Padre, porque Él es uno con el Padre.
Vivimos una situación, especialmente en nuestro Occidente rico, en que la nueva evangelización se hace cada vez más urgente, porque nos encontramos inmersos en un proceso de secularización aparentemente imparable. Como respuesta, el Santo Padre Benedicto XVI ha constituido el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización y ha anunciado la convocatoria de la próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tratará de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana -no en vano ha convocado el Año de la fe-. La nueva evangelización se llevará a cabo predicando el evangelio, celebrando los misterios de la fe y curando a los enfermos de hoy. Pero es preciso que los evangelizadores, como Jesús, centren su vida y su ministerio en la unión con Dios. El evangelizador es un testigo enviado en virtud del Bautismo, por el que ha nacido a la vida divina por el agua y el espíritu. Desde ese momento, las tres Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, inhabitan en él, como principio ontológico y dinámico de su nueva vida.
Es la hora de la fe, de la confianza en el Señor, porque Él ha vencido al mundo. Al fundamentar la vida en Dios, se recibe la fortaleza necesaria para superar las dificultades y para ser capaces de dar testimonio en toda ocasión, también en las situaciones más adversas. Hoy más que nunca, es preciso que tengamos una fe adulta, profunda, madura, que vivamos una espiritualidad que integre la fe y la vida y que estemos siempre dispuestos para dar testimonio de nuestra fe en Jesucristo.
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa

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