miércoles, 29 de diciembre de 2010

¿QUÉ ESPERA DIOS DE TI?

No gran cosa, si consideramos que de todos nosotros, espera al menos un mínimo, otra cosa es que tú aspires a sacar nota. Ante todo hay que saber y ser siempre plenamente consciente de que el Señor, tiene una verdadera obsesión porque todos nos salvemos, porque todos retornemos a nuestro origen que es Él mismo. El Señor, nos ha creado a todos y cada uno de nosotros, como criaturas singularísimas, aunque seamos miles de millones de personas, pues para Él nada hay imposible, al ser en Él y tener todo en Él un sentido ilimitado. Por ello Él nos ama con ese carácter singular con que por amor nos ha creado y desea fervientemente que superemos la prueba de amor para lo que aquí nos encontramos.



Una cualidad esencial del amor es la libertad, sin libertad no existe amor, nadie puede amar por razón de una orden o decreto recibido, el amor se desarrolla en la libertad, si no media la libertad no puede existir auténtico amor. Y este principio funciona por igual y es así, tanto en el orden humano terrenal, como en el espiritual. Si Dios nos hubiese creado sin libertad, posiblemente por no decir ciertamente jamás hubiésemos pecado, pero Dios se hubiese quedado sin enterarse, quien era el que le amaba y de quien no le amaba.


Los ángeles también son criaturas creadas por Dios, y creadas todos ellos en libertad, ellos fueron creadas libres, y hubo una serie de ellos, posiblemente millones, que mal usando de la libertad recibida y al grito de non serviam no serviremos, capitaneados por lucifer, se rebelaron frente al Señor que era su Creador. Es indudable que el que otorga libertad, corre un riesgo. Humanamente los padre que tienen hijos a medida que estos van creciendo, se van liberando de la tutela de sus padres y donde no había problemas estos empiezan a aparecer, aunque no siempre y por igual con todos sus hijos, pues los hay diferentes, igual que nosotros somos diferentes en amor al Señor.

Creado el hombre en libertad y puesto sobre la tierra para sopesar su amor al Señor, Él nos da una regla muy simple para que saquemos la prueba adelante, y es que le amemos a Él sobre todo y ante todo y eso simplemente es lo que espera de cada uno de nosotros. ¿Y cómo se demuestra que uno, está dispuesto a amar al Señor? Muy sencillamente, cumpliendo sus mandamientos, los cuales no suponen ninguna carga impuesta por Dios, pues Él nos ha dotado de una ley natural, que nos dice si nuestros actos se acomodan a lo que desea nuestro Creador, o no se acomodan. Y cuando ejecutamos algún acto contrario a esa ley natural, sentimos en nuestro interior un desasosiego e inquietud, que se conoce con el nombre de remordimiento. No existe ningún precepto de los mandamientos de la ley de Dios que esté en contraposición con la ley natural, pues ambas leyes son producto de la voluntad divina.


Y por si fuera poco, el Señor nos ha proporcionado una serie de regalos, conocidos con el nombre de “dones y gracias divinas”, para perfeccionar nuestro amor a Él. Estas dádivas divinas las tenemos continuamente a nuestra disposición, por medio de unos canales de distribución que llevan el nombre de “Sacramentos”. Ellos son siete y su uso cuanto más frecuente, más nos intensifican el aumento del amor al Señor, que es para lo que aquí abajo nos encontramos.


Pero mucho, muchísimo, espera de ti, si es que decides entregarte a Él y tratar de complacerle, siendo uno de sus elegidos. Dicho en términos estudiantiles, si es que aspiras a sacar nota. Si esto es así, prepárate, porqué tal como ya expliqué en una glosa anterior, Dios te dilacerá sin compasión alguna, y tú lo más seguro que ocurra, es que estés encantado con que Él te desgarre, te destroce y te triture, sobre todo, tu orgullo y tu vanidad, y te haga bajar de ese pedestal en que consciente o inconscientemente te has subido, para que los demás te admiren las que tú crees que son tus cualidades, cualidades, estas que en tu vida interior de relación de tu alma con el Señor, no te valen para nada, pues solo hay una cualidad humana que estime el Señor en nosotros y es la Humildad, que la escribo con mayúscula, para poner más énfasis en su tremenda importancia, ella esta virtud, es la antítesis de la soberbia que es el vicio más aborrecido por el Señor, y el orgullo que la soberbia nos genera en nosotros mismos. Hay en la vida del hombre dos binomios que son: amor con su antítesis que es el odio y orgullo con su antítesis que es la humildad. Los dos binomios juegan un importantísimo papel en la vida del hombre, pero no es el caso ocuparnos ahora y aquí de este tema.


Entregarse a Dios del todo, es una aventura muy peligrosa, porque Dios es un Ser insaciable, ilimitadamente insaciable, y uno ha de estar dispuesto a dar todo y muchos más de lo que inicialmente pudiéramos considerar como, lo que significa dar todo. Él no te quiere compartirte a ti, ni con nada ni con nadie, Él lo quiere todo, necesita todo tu amor, porque nunca olvides que también Él, te lo da todo a ti. Para entregarnos a Dios, hemos de tener siempre presente que la fuente de nuestro amor, solo es Dios. Amamos porque solo de Él, nace el impulso que motiva nuestra naturaleza y nuestro ser. Sin el apoyo de Él, sin el deseo que Él tiene de que existamos, seríamos parte de la “nada”, es decir, no existiríamos. Él nos sacó a todos y cada uno de nosotros, precisamente de la no existencia, es decir, de la “nada”.

La entrega a Dios ha de ser siempre total, sin reparo alguno. El Señor así lo pide siempre. En el Evangelio de San Mateo, podemos leer; "Otro discípulo le dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a mi padre; pero Jesús le respondió: Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos”. (Mt 8,21-22). Nuestra naturaleza humana nos pide, que nos resistamos, y que si hemos de aceptar la entrega, al menos que nos reservemos algo para nosotros, que no nos entreguemos en plenitud. Nosotros tratamos siempre de reservarnos muchos afectos, deseos, proyectos esperanzas, pretensiones, cosas a las que no renunciamos, impidiéndonos así llegar a esa perfecta desnudez del alma, que es imprescindible para tener a Dios, si se quiere ir a la completa posesión de Dios, dentro de lo que, podemos llegar a poseer a Dios, dada nuestra naturaleza de seres limitados, hemos de ser absolutos en nuestra incondicional entrega a Él. Y no pensemos que cuando uno se lanza y decide ir adelante esto va a costar mucho, no cuesta, es como bajar corriendo por una cuesta empinada, a medida que bajamos vamos más deprisa y con menos esfuerzo a la vea que aumenta el goce de ganar velocidad, sin apenas esfuerzo.


Todo lo que pide Dios, cuando decidimos ir a entregarnos a Él, es que pongamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, que le amemos con todo nuestro corazón, que renunciemos a nuestra propia fuerza y nuestros necios planes por humildad y abandono; Él hará el resto. El ejemplo más admirable de absoluta entrega a Dios, lo tenemos en Nuestra Madre celestial, la cual vivió, en Él, por Él, y para Él, a lo largo de toda su vida, en una creciente entrega a Dios Padre, suya y de todo lo que ella más quería: Su Hijo Jesús.



Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga
Juan del  Carmelo

2 comentarios:

Angelo dijo...

Ojalá no perdamos nunca de vista la pregunta con la que has titulado esta gran reflexión. Que cada mañana sepamos preguntarle lo que quiere de nosotros y ofrecérselo con nuestro corazón. Un beso

Anónimo dijo...

Parece complicado responder a esta pregunta, es que a los hombres nos gusta hacer las cosas difíciles para demostrar nuestra sabiduria, La respuesta es Sencilla.
Conocimiento, No podemos conocerlo
"a Dios nadie lo ha visto Jamas"
pero conocemos sus obras,tenemos el
don de la Fe, que nos lo dice, conocemos a Jesús que nos lo ha revelado.
Aceptarle, si no Le aceptamos en nuestras vidas no podemos hacer nada.
Entrega, de uno mismo, no de las cosas que nos rodean.
Fidelidad. no es moneda de cambio Dios no cambia.